Salimos de la Lakehouse en un taxi, camino de Ipoh, con muchas ganas de llegar. No podíamos saber que nuestro hotel, con un nombre suficientemente elocuente, Indulgence, acabaría siendo un oasis de estilo en un desierto decadente. No es que la ciudad sea fea. Es que, como todas las capitales mineras venidas a menos, lleva tiempo sin levantar cabeza. Pero la visita de un par de días a Ipoh vale la pena, aunque solo sea para ver como va la vida fuera de los destinos turísticos típicos.
Cuando paseas po Ipoh no dejas de ver shophouses que, restauradas, serían más que interesantes, y no te puedes explicar porqué un negocio cerrado tiene un aparato extractor escupiendo aceite en la acera en un paseo, por lo demás, muy agradable. El calor, por su parte, contribuye a que los paseos por Ipoh acaben en algún local con aire acondicionado, como el centro comercial. Por si hay dudas sobre la temperatura, que los ventiladores lancen agua vaporizada te acaba convenciendo de que no es una pesadilla.
Lo que no puede faltar en Ipoh es la visita a los templos chinos de los alrededores.
Con una ojeada basta para darte cuenta que toda la mistificación de la espiritualidad oriental es eso, una mistificación. Pueden ser tan o más kitch que cualquier iglesia barroca pero más exóticos, eso sí, sin faltar a veces un aire entre manga y disneyland.
No obstante los fieles son tan respetuosos con sus deidades aquí como en cualquier otro templo. Pese a la decoración abigarrada de colorines, algún rincón precioso sí que encontramos.
Cuando paseas po Ipoh no dejas de ver shophouses que, restauradas, serían más que interesantes, y no te puedes explicar porqué un negocio cerrado tiene un aparato extractor escupiendo aceite en la acera en un paseo, por lo demás, muy agradable. El calor, por su parte, contribuye a que los paseos por Ipoh acaben en algún local con aire acondicionado, como el centro comercial. Por si hay dudas sobre la temperatura, que los ventiladores lancen agua vaporizada te acaba convenciendo de que no es una pesadilla.
Lo que no puede faltar en Ipoh es la visita a los templos chinos de los alrededores.
Con una ojeada basta para darte cuenta que toda la mistificación de la espiritualidad oriental es eso, una mistificación. Pueden ser tan o más kitch que cualquier iglesia barroca pero más exóticos, eso sí, sin faltar a veces un aire entre manga y disneyland.
No obstante los fieles son tan respetuosos con sus deidades aquí como en cualquier otro templo. Pese a la decoración abigarrada de colorines, algún rincón precioso sí que encontramos.