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Ana nos espera a las 8 en el muelle así que hay que madrugar otra vez. El paso por el control de pasaporte hoy es aún más rápido porque todas las excursiones están escalonadas.
Comenzamos la jornada con un trayecto en metro. Aunque es hora punta, los que llenamos el vagón somos los 14 del grupo. Hacemos un par de trasbordos, muy cortos para ver varios estilos de estaciones. Ningún problema con las fotos, incluso posamos y nos las hacemos de grupo.
Salimos como 30 minutos después en un punto donde nos recoge el bus. ¡Ale! Vamos a ver el palacio de Catalina. No hay como viajar en metro para llegar a la hora a los sitios, tanto que son las 9:30 y los músicos que esperan a los turistas montan precipitadamente los instrumentos al vernos llegar porque somos de los primeros (nos tocan el himno, y en vista de que nadie ha soltado ni un rublo, oímos los compases de “la cucaracha” mientras nos alejamos).
La visita al palacio es con cita y la nuestra es a la 10 así que “vagabundeamos” un poco por allí sin perder de vista a nuestra guía, que con la puntualidad de un reloj suizo, nos hace pasar al patio de acceso a la hora prevista. Mas músicos atacando el “España cañí” y agitando frenéticos la cajita de monedas, eso sí, muy bien acompasados.
Dentro tenemos que hacer cola en un salón espectacular. Soy la última en pasar el torno mientras Ana va “picando” las entradas. Llevo una pequeña mochila y la funcionaria de turno decide que no puedo pasarla, a pesar de los intentos de nuestra guía de convencerla. ¡¡No pasa nada!! Nos escondemos un poco y la metemos dentro de su bolso, ¡que es más grande que mi mochila pero que al no colgarse a la espalda parece más inofensivo!, me dice que es la primera vez que le pasa esto pero cualquier cosa con tal de no volver atrás a consigna. Mientras el grupo ya se han puesto los patucos, y están dispuestos a comenzar la visita.
Aunque todo es una restauración del original, destruido durante la guerra, el paseo ha valido la pena. También el recorrido por los jardines.
Son las 12 y no hay mucha hambre, pero lo siguiente del programa es la comida. Cuando llegamos al restaurante la mesa está puesta, y la ensaladilla rusa (¡parece broma, pero es así!) servida, así que podemos empezar a comer pronto. Nos sirven ahora una crema de champiñón y mientras van llegando los otros cruceristas y sus guías que ya habíamos visto en el palacio. Ahí empieza el descontrol. Los camareros se olvidan de nosotros y pasan 15 minutos hasta que nos traen el siguiente plato… ¿filete ruso? No, pollo empanado acompañado de un insípido arroz hervido. Vemos pasar los postres hacia las mesas que han llegado después. Algunos de los guías (que han comido aparte) comienzan a hacer de camareros. Ana nos pregunta si estamos esperando el café: no Ana, aún esperamos los postres. Por fin llega una porción de tarta de manzana, y las tazas para el café (de sobre). El chico con la jarra de agua caliente en una mano, y la de leche en la otra, está un poco empanado (como el pollo) y tarda en servirnos.
Menos mal, porque estamos a punto de montar un motín…Total, hemos pasado allí dentro casi dos horas, han pagado 3 € por cada coca-cola (caliente, ½ litro) y 10€ por cada jarra grande de cerveza (fría), la botellita (33 cl) de agua estaba incluida. Hasta Ana está un poco molesta por cómo ha ido el servicio, puesto que sabiendo, la hora, la gente y que el menú estaba cerrado no se entiende tanto caos. Al menos dentro no hacía calor.
Bueno, pues ahora pitando a visitar la iglesia de San Salvador. Allí nos volvemos a encontrar con grupos del restaurante, pero las guías se organizan bien para no coincidir. Yo creo que es tan impresionante que todo el tiempo que estamos fuera y dentro se nos hace corto, pero, todavía nos quedan cosas por hacer: ¡las compras, que no habíamos ido a ninguna tienda, cosa rara en la excursiones organizadas!. Vamos a una que tienen desde recuerdos a 1€ hasta caviar a 150€, incluido ámbar y todo tipo de cachivaches (además de aseos), con lo cual es difícil no llevarse algo.
Gracias a que no somos un grupo muy numeroso y a que después de 2 días juntos hemos hecho amistad, hay confianza para no alargar el tiempo allí dentro más de la cuenta. Compramos, sin prisas pero sin pausas.
Ahora nos toca visitar la fortaleza a orillas del Neva, aunque solo por fuera. Las vistas desde ahí son espectaculares. No me extraña que haya 4 o 5 novias haciéndose fotos, con sus respectivas limusinas esperando. No hay que acercarse mucho a la orilla, de hecho hay una cadena para evitarlo, porque está muy resbaladizo. Se lo podéis preguntar a mi hijo, que se acercó más de la cuenta y acabo ¡dándose un inesperado chapuzón en el rio!.
Y ahí acaba la excursión. No devuelven a las 17:30 al Empress y ¡vaya ambientazo en la piscina! que hoy hace calor y sí apetece el remojón (mi hijo ya viene bañado).
Creo recordar que sobre las 19 dejábamos puerto. Vale la pena verlo desde unos de los salientes de la cubierta superior (a la derecha según se mira a proa, y lo siento pero no sé si esto es babor o estribor, es simplemente, la derecha) porque el Empress tiene que maniobrar y se ve al capitán haciendo su trabajo…
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Esa noche hay algunas sorpresas de despedida y aunque por todos lados te recuerdan que es la última noche, se agradece las atenciones por parte del equipo de animación, de los camareros y demás personal.
Mientras mi marido va a la charla de desembarque (aunque en el foro ya nos habían aleccionado bien de en qué consistía) a mi me toda hacer las maletas, dejando fuera lo que vayamos a necesitar mañana, pero con la precaución de que encendedores, o líquidos deben ir luego facturados en el avión.
Antes de ir a dormir dejamos las maletas en el pasillo, marcadas con la etiqueta naranja, pues no tenemos excursión contratada en Helsinki y nuestro vuelo es el de la 18:55 a Madrid. Adelantamos una hora el reloj, ¡bien, por fin hoy podemos dormir un poco más!
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