LAS PIRÁMIDES DE EL CAIRO Y EL MUSEO EGIPCIO. ✏️ Diarios de Viajes de Tanzania12 de agosto de 2010. Los primeros rayos del sol aún no habían despuntado en El Cairo, mientras en el Longchamps los integrantes de la aventura de África se disponían a dar comienzo a una nueva jornada de actividades y exploración por tierras...Diario: Viaje al sur de Tanzania y Malawi⭐ Puntos: 5 (6 Votos) Etapas: 22 Localización: Tanzania12 de agosto de 2010. Los primeros rayos del sol aún no habían despuntado en El Cairo, mientras en el Longchamps los integrantes de la aventura de África se disponían a dar comienzo a una nueva jornada de actividades y exploración por tierras egipcias. En este ambiente, el aire acondicionado se había convertido en un acompañante indispensable para mitigar durante la noche los rigores climáticos caracterizadores de esta gran urbe enclavada en el más inhóspito desierto. A pesar de ello, la ilusión de los expedicionarios por conocer la ciudad de los antiguos faraones, era un fuerte motor que - aunque algo desengrasado debido al largo viaje que soportaba- los impulsaba con determinación hacia una nueva etapa africana. A las puertas del Longchamps, se organizaba una nueva caravana de taxis que nos desplazaría hasta la necrópolis de Giza, situada a algo más de 20 kilómetros de nuestra posición. A un ritmo frenético, nuestros bólidos (que por su arcaicidad bien pudieran ser objeto de veneración en el Museo egipcio) pudieron felizmente -aunque con algún sobresalto- transportarnos hasta las puertas del recinto que alberga el citado complejo funerario. La buena disposición que mostró Malaika en la organización de la visita y el desagradable madrugón que soportaban nuestros cuerpos (uno más entre todos los que ya habían soportado), propició que fuera la expedición de la aventura de África, la primera en poner sus pies en el pequeño mirador situado a las espaldas del conjunto piramidal de Giza. Una multitud de comerciantes de estatuillas faraónicas y de todo tipo de artesanías, se mostraban ávidos ante la presencia el primer nutrido grupo que visitaba el reducido promontorio, intentando cerrar alguna adquisición con los nuevos moradores. Pero quien podía dedicar su tiempo al regateo en aquel momento, cuando frente a nosotros, sobre la arena del desierto, se alzaban majestuosas las pirámides egipcias de Kefrén, Keops y Mikerinos; las más bellas tumbas que jamás se hayan construido. Bajo su imponente figura, uno podía sentir la insignificancia del ser humano frente al mundo. Millares de bloques de piedra de más de dos toneladas de peso daban cuerpo a la construcción, dibujando un bello perfil sobre el horizonte, en uno de esos amaneceres de impresión. Disfrutar de aquel bello paisaje en soledad, alejado de la primera y multitudinaria visita que había realizado años antes, era una agradable recompensa al esfuerzo que había supuesto el duro madrugar. Abandonábamos entonces los taxis para iniciar un recorrido a pie hasta la base de las pirámides. Conforme avanzábamos, la calima comenzaba a hacerse más intensa, propiciando la aparición de las primeras gotas de sudor, compañero infatigable del viajero por tierras egipcias. Por el camino, era asaltado por la picaresca de un niño egipcio que trataba de convencerme de la adquisición de un pequeño pañuelo para la cabeza, al más puro estilo árabe. Aunque realmente no quería la prenda, accedía a comprársela por puro altruismo, pero era entonces cuando él demandaba que le diera más dinero por la adquisición. Mi cabreo empezaba a hacerse visible, en una discusión que observaba atentamente el padre del niño. Éste regañaba al niño en su idioma, o al menos eso presuponía yo, cuando le devolvía todo y lo mandaba a hacer gárgaras en mi propio idioma. Apareció rápidamente un policía que se interesó por lo que allí ocurría, oyendo mis improperios y apoyando mi posición. Al final, todo quedó como estaba, yo con un pañuelo que no quería, y el niño con un dinero que no le parecía suficiente, pero que yo sabía perfectamente que era mucho más de lo que solía conseguir por una prenda de este tipo. La cuestión no era discutir por un euro más o menos, cantidad ésta insignificante, lo que realmente estaba en juego era el dar la razón a alguien que solo se valía del engaño para conseguir sus fines. Frente a la cara más amable de los tanzanos que habíamos conocido en nuestro viaje, algunos egipcios se empeñaban en mostrar sus peores artes para el engaño de los turistas. Aunque algo contrariado por la discusión -pero confirmando lo que ya había comprobado en mi anterior viaje a Egipto- pude contemplar de cerca las pirámides, esos colosos que han aguantado estoicamente el paso del tiempo, bajo cuya sombra uno se siente aún más pequeño. Leímos allí algunos datos sobre las pirámides que visitábamos, los cuales nos transportaron a los años en que miles y miles de egipcios discurrían por el Nilo acarreando hasta ese inhóspito lugar los mastodónticos bloques de piedra que servían de base a las mismas. Unas botellas de agua después, y algunos kilómetros recorridos bajo el sol brillante de Egipto, nos acercaban a la última de las pirámides donde pude contratar con un amable egipcio un pequeño paseo a camello por los alrededores. Recordaba que en mi primer viaje a Egipto, ésta había sido una de las experiencias más memorables y como quiera que algunos de los expedicionarios habían aprovechado para visitar el interior de una pirámide, disponía de tiempo suficiente para poder revivir la experiencia que finalmente confirmó mis expectativas. Ataviado con mi recién adquirido pañuelo, sobre los lomos del camello, y con una tez un tanto moruna, venían a mí las imágenes del legendario Omar Shariff en Lawrence de Arabia, la genial película del inigualable David Lean. Concluido el paseo a camello, continuamos nuestro discurrir por el desierto, hasta llegar a la gran esfinge de Giza, ese faraón con cuerpo de león realizado con piedra caliza que deja tras de sí, las colosales pirámides reconocidas acertadamente como una de las maravillas del Mundo. Las fotografías - como diría un japonés- eran obligadas. En el parking situado a los pies del conjunto arquitectónico aguardaban ya los taxis que nos habían transportado hasta allí, reuniéndonos todos los expedicionarios para afrontar el regreso hacia el Cairo. El Museo Egipcio está situado en la tan conocida hoy, plaza Tahrir - aquella donde la sociedad cairota mostraba hace unos meses el descontento revolucionario hacia la clase política gobernante - y alberga en su interior una gran cantidad de antigüedades que hacen las delicias del visitante. El Museo Egipcio tiene algo de la ciudad de El Cairo; desordenado, bullicioso pero a la vez interesante y colosal. Las obras de arte del Museo parecen estar en el mismo sitio en que las dejaron los transportistas que las llevaron hasta allí. Como cayeron, así se quedaron, parece intuir el visitante. Es tal el desconcierto reinante que hoy día no puede asegurarse a ciencia cierta cuál es el contenido completo del Museo, ya que todavía es frecuente que en alguna labor de mantenimiento, se pueda encontrar alguna obra en los almacenes del edificio en cuya existencia no habían reparado. Pese a ello, visitarlo es una de esas experiencias que no debe de perderse ningún turista, pues es tal la grandeza y personalidad de todo cuanto se puede ver allí, que cualquier otra actividad ha de ser pospuesta. Y si hay alguna maravilla, que por sí sola ya justifique la visita, esa es el gran tesoro de Tutankamón y su espectacular máscara funeraria, hecha de oro con incrustaciones de piedras preciosas. De nuevo la suerte nos vino de cara, y pudimos observar plácidamente el gran tesoro, sin la presencia de turistas en exceso, aquellos a los que recuerdo de mi primer viaje, y que hicieron que verlo fuera más una tortura – el calor y el apelotonamiento hacía que uno anduviera al movimiento de la masa- que una grata experiencia. Salimos del Museo Egipcio algo tarde, ensimismados por cuanto habíamos visto, y nos dirigimos – esta vez ya, a pie- hasta el restaurante Felfela situado en una zona muy cercana a la plaza Tahrir. La comida fue muy variada y rica, y entre las especialidades locales, tuvimos la oportunidad de tomar algún kebab de carne que en nada se parecía a aquello a lo que estamos acostumbrados a ver en los negocios árabes de comida rápida en España. Aunque algo turístico, la comida que sirven el Felfela es bastante sabrosa y el precio bastante razonable. Ya por la tarde, algunos de los expedicionarios, decidimos volver al Hotel pues el intenso calor no daba respiro alguno y la relajación se conformaba como la mejor opción. Entre tanto, un reducido grupo continuó dando un paseo por las calles de El Cairo, aprovechando para acercarse a reservar la cena en un restaurante libanés llamado Taboula situado en Garden City, zona donde encuentran su emplazamiento una gran parte de las embajadas extranjeras en Egipto. Y llegó la noche, y las dotes de negociación jugaron un papel importante para cerrar de nuevo el trato con los taxistas que nos desplazarían hasta Garden City. Ya no quedaban más fuerzas para andar y el calor no había remitido lo más mínimo. Cerca de Garden City, el embarcadero de falucas junto a la Nile Corniche era nuestro próximo destino. Allí Malaika había contratado, no sin esfuerzo - de los 10 dólares por persona que pedían en un principio, quedó en 10 dólares por todo el grupo- la realización de un agradable paseo por el Nilo. En la oscuridad de la noche, nuestra faluca se podía orientar a la perfección gracias a la potente iluminación de los edificios que las grandes cadenas hoteleras han construido en ambas orillas del Nilo. Por unos intantes, las diecinueve personas que habíamos embarcado, guardamos silencio poniendo nuestra atención en los lejanos sonidos del Cairo. Éstos se mezclaban con el dulce discurrir del parsimonioso pero imponente Nilo, configurando una melodía perfecta que invitaba a la tranquilidad y el recogimiento. El capitán de la faluca, un egipcio de unos 60 años, parecía haber vivido toda su vida en ella. Éste utilizaba sus pies y sus manos para arriar las velas en busca de la brisa que nos empujara en nuestro viaje de vuelta hacia el embarcadero, demostrando una pericia que confirmamos cuando consiguió encajar la faluca entre otras dos embarcaciones cercanas, con apenas dos movimientos de muñeca. La propina era obligada. Desde allí fuimos andando hasta el Taboula, dejando a nuestro paso alguna embajada que como la británica, estaban custodiadas con impresionantes medidas de seguridad. Cruzar la Nile Corniche, con el tráfico caótico que ello conlleva supone una alta dosis de audacia y si no que se lo digan a dos de los expedicionarios de cuyo nombre no quiero acordarme, que no tuvieron más remedio que realizar el cruce cogidos de la mano de un amable policía. Desde la otra acera, la visión de dos personas ya talluditas escoltadas por la policía resultaba un tanto graciosa, pero seguramente más cómico les parecería a los cairotas que, en sus vehículos, aguardaban el paso del terceto. La cena de despedida del Cairo en el libanés, fue un regalo para los sentidos. Las especias ponían un punto asiático a todo lo que degustábamos, pero eso si la cerveza que nos habían prometido horas antes brillaba por su ausencia. El Ramadán imponía sus normas a locales y visitantes, aunque eso no les hubiera supuesto problema alguno en la negociación previa, momentos en los que el negocio de servir una cena a dieciocho personas bien valían una mentira piadosa como era la de poner cerveza. Por suerte, muchos de nosotros ya íbamos conciendados de que el dulce néctar de la cebada no estaría presente en la cena libanesa, por cuestiones que ahora no vienen al caso pero que merecen un capítulo aparte. Y así terminaba un día completo de visita a la ciudad del caos y de los cláxones chirriantes y atronadores, pero también a la ciudad de las pirámides del antiguo Egipto y del Nilo majestuoso. Una ciudad de contrastes, de opulencia y pobreza, de cálido frescor del Nilo e inhóspita arena del desierto. Lamentablemente nos quedábamos con una muestra minúscula de lo que era Egipto, un grano de arena en el desierto que daba una visión parcial de las grandezas que atesora la nación árabe por excelencia. Porque Egipto bien vale un paseo por el sur, entrando al templo Karnak por el camino de esfinges con cabeza de carnero, admirando los obeliscos y pilares del templo de Luxor, dejándose seducir por la impresionante fachada de Abu Simbel, y viendo y conociendo tantos otros sitios que... todo tiempo resulta insuficiente. En mi recuerdo palpitaba aún aquel crucero por el Nilo, que nos impulsó al conocimiento más cercano del viejo Egipto, con sus bondades y miserias, porque no nos engañemos también las tiene, pero sobre todo con una singularidad y espectacularidad que no dejan al visitante indiferente. Cerrábamos tristemente una nueva etapa de la aventura de África, la penúltima. Desde Egipto, la ciudad de Rómulo y Remo parecía llamarnos, atrayéndonos hacia otro río, el Tiber, en lo que sería una despedida dolorosa y festiva a partes iguales. Ya quedaba menos.... Índice del Diario: Viaje al sur de Tanzania y Malawi
01: VIAJE AL SUR DE TANZANIA Y MALAWI. AEROPUERTOS.
02: ROMA, OSTIA ANTICA Y AEROPUERTO DE EL CAIRO
03: DE DAR ES SALAAM A SELOUS GAME RESERVE
04: RESERVA DE CAZA DE SELOUS Y SABLE MOUNTAIN LODGE
05: DE SELOUS A MOROGORO. LAS MONTAÑAS ULUGURÚ Y SUS GENTES
06: LAS MONTAÑAS UDZUNGWA Y LAS CATARATAS SANJE. TANZANIA.
07: AMANECER EN SANJE Y RUMBO A IRINGA.
08: EL LARGO CAMINO A MALAWI. EL SANTUARIO DE SANGILO.
09: NOS DIÓ UN RAYITO EN MALAWI; DE CHILUMBA A CHINTECHE (KANDE BEACH).
10: A TODO CERDO LE LLEGA SU KANDE BEACH. EL LAGO MALAWI Y SUS GENTES.
11: EL REGRESO A TANZANIA (MBEYA). EL CAMINO HACIA EL PARQUE NACIONAL DE RUAHA.
12: UN GAME DRIVE POR EL PARQUE NACIONAL DE RUAHA (TANZANIA)
13: UN LEÓN RONDANDO NUESTRA TIENDA. RUAHA NATIONAL PARK. EL MZUNGU MASAI.
14: SOBREVOLANDO TANZANIA. NUESTRO PRIMER DIA EN ZANZIBAR.
15: JAMBIANI, UN PARAJE PARADISIACO EN LA ISLA DE ZANZÍBAR (TANZANIA)
16: DE BODA EN ZANZÍBAR. LA BODA SWAHILI DE KIKI Y EVA.
17: LA RESACA POST-BODA DE JAMBIANI.
18: AMARGO ADIÓS A JAMBIANI. UNA TARDE EN STONE TOWN.
19: DESPIDIÉNDONOS DE ZANZÍBAR. UNA TARDE EN EL CAIRO.
20: LAS PIRÁMIDES DE EL CAIRO Y EL MUSEO EGIPCIO.
21: REGRESANDO A ESPAÑA. VISITA EXPRESS A ROMA, LA CIUDAD ETERNA.
22: EL FIN DE LA AVENTURA. ÁFRICA EN EL RECUERDO.
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