Creo que el cruce de la isla norte a la sur es la travesía en barco mas bonita que he hecho hasta ahora. La ruta del ferry entre las dos islas lleva desde Wellington, en la norte, hasta Picton, en la sur. Dura poco mas de tres horas y aunque se pase algo de frío, al menos en octubre, vale la pena ir en el exterior. Aunque dentro del barco vas mas cómodo, calentito e incluso viendo una película, fuera tienes la posibilidad de ver la costa, muy escarpada e inhóspita en algunos tramos, con suerte ver como los delfines echan carreras al barco y, sobretodo, el espectacular paisaje de la última hora cuando el barco se adentra por los Marlborough Sounds para navegar atravesando uno de ellos, el Queen Charlotte Sound, al final del cual se encuentra el puerto de Picton, principal entrada a la isla sur por mar. El único inconveniente es que si el mar está agitado, mientras el barco atraviesa el estrecho de Cook la travesía puede ser dura porque en esa zona las corrientes hacen que el barco se zarandee muchísimo. Pero aun así vale la pena.
A primera vista la isla sur es mas montañosa, si cabe algo mas salvaje (en el buen sentido) y bastante mas despoblada que la norte, sobre todo en la costa oeste, la de peor clima. Iniciamos nuestro recorrido por ella tomando una demencial carretera (por las tremendas curvas que tenía) que tenía que llevarnos primeramente hasta Nelson, principal ciudad de la zona, para continuar seguido hasta Marahau, en la misma entrada del Parque Nacional Abel Tasman. Pudimos haber tomado otra ruta mas rápida y, supongo, con mejor trazado pero la llamada "Queen Charlotte drive" tiene la ventaja de que cruza a través de los fiordos hasta llegar a Havelock, 36 km. después, atravesando un paisaje espectacular.
Fue ahí donde paramos a comer, pidiendo la especialidad de la región, mejillones (enormes) entre otras cosas. Los vinos de esta zona también tienen fama de estar entre los mejores del país. Lástima que aun no hayan descubierto el corcho para taparlos pues en Nueva Zelanda los embotellan con tapón de plástico a rosca, tipo vino de cocinar. Con razón dicen los de los restaurantes que una de cada cinco botellas sale mala... Pero me estoy desviando. Las curvas continuaron durante todo el camino hasta Marahau. Afortunadamente ninguno tenía tendencia al mareo porque si no lo hubiese pasado francamente mal este día. Antes de llegar hicimos una breve parada en Motueka pues la playa bien merece una visita. Pero después del madrugón, el barco y la mala carretera la verdad es que teníamos ganas de llegar así que continuamos casi seguido hasta Marahau, donde teníamos una cabaña reservada en los "Ocean View chalets", espectacular alojamiento muy por encima de lo que nos habíamos imaginado y atendido por un amabilísimo hombre que, rápidamente, nos informó acerca de lo que cabía esperar del parque, las previsiones meteorológicas de los próximos días así como de las dos opciones y media que había para cenar en el pueblo, francamente bien en el "Hooked on Marahau", bastante peor en el "Park cafe". La media opción restante (así la definió el dueño de las cabañas y con razón) es un fish and chips así que ni nos acercamos, claro.
Al día siguiente teníamos contratada una excursión de día completo por el parque. Éste es el mas pequeño del país y lo forma una zona de costa con multitud de bahías, riachuelos, playas desiertas de arena dorada y una densísima vegetación que llega hasta la orilla. Hay un sendero que lo recorre entero y lleva unos tres días de marcha. Pero también hay excursiones de un día que se pueden contratar en todos los pueblos de los alrededores. Las diferentes agencias que las organizan hacen todas prácticamente los mismos recorridos, con pequeñas diferencias en función del tiempo que se dedica a cada actividad (kayac, senderismo, aquataxi...) y de las playas islas o bahías que se visitan a lo largo del día. En las fechas en que estábamos allí la opción mas interesante de entre todas las que había para elegir era úna que visitaba una colonia de focas en una islita muy próxima a la costa, Tonga, a la que se llega remando tras una primera travesía en aquataxi (una lancha fuera borda), una especie de servicio regular de transporte por mar a diferentes puntos del parque.
Los kayacs son de dos plazas y es conveniente que el que lleve la cámara se siente delante porque el de atrás tiene que estar pendiente del timón. Da gusto remar en esa zona, aunque no lo hayas hecho nunca (no es tan difícil). Un día soleado como el que tuvimos y el mar plano dan como resultado unas aguas cristalinas y la sensación de estar mas bien en el Caribe, por la pinta de las playas y el color del mar; la diferencia es la temperatura del agua, bastante mas fría.
Por lo demás a estas alturas yo ya había visto focas, leones y elefantes marinos (entre otros animales) pero nunca había estado en algo tan pequeño como un kayac con uno de ellos nadando a un metro mío, así que creo que acertamos con la excursión porque aunque te tiras un buen rato remando (las hay que dedican bastante mas tiempo a esto que la de Tonga Island), merece la pena acercarse hasta allí para verlas. Otras rutas van remando de playa en playa y no dudo de que estarán bien porque el paisaje es increíble, pero tener las focas tan cerca es toda una experiencia. Con lo torpes que aparentan ser en tierra es impresionante ver lo rápido que nadan.
Tras el kayac venía el lunch y después un par de horas de caminata recorriendo parte del sendero que atraviesa el parque hasta llegar a Torrent Bay, espectacular playa donde nos vendría a recoger un rato después otro aquataxi que nos dejaría de vuelta en Marahau. A apenas 10km. de terrible carretera costera está otro pintoresco pueblillo, Kaiteriteri, así que tras descansar un rato fuimos hasta allí en coche. Pero si en Marahau había dos opciones y media para cenar en Kaiteriteri había dos y, por ser lunes, esa noche cerraban así que tras ver el pueblo tuvimos que darnos la vuelta para poder cenar. Elegimos la segunda opción del pueblo, por probar, y la verdad es que nos equivocamos porque si el día anterior cenamos genial éste metimos la pata, porque la comida no estaba ni mucho menos tan buena y, además, nos salió algo mas caro. En esto demostramos que no espabilamos porque en National Park nos ocurrió exactamente lo mismo (también había dos opciones y media, mas o menos). Y es que mas vale restaurante bueno conocido que malo por conocer, al menos donde sólo hay dos para elegir. Después de cenar nos fuimos a descansar porque al día siguiente nos esperaba otra larga etapa de coche por la costa oeste