Nos pusimos en camino a primera hora de la mañana. El día, magnífico, los campos con la nevada de la noche anterior. La meta final era Dunedin, en la costa opuesta, a mas de 300 km de allí. Las opciones para llegar eran varias. La más rápida iba por el interior, mas recta y mas directa. Por lo que sabíamos tendríamos que atravesar innumerables campos con ganado y viñedos mientras cruzábamos de costa a costa. Otra posibilidad consistía en ir bordeando toda la costa sur y este hasta llegar a Dunedin, con Invercargill como punto intermedio. Es lo que se conoce como "Southern Scenic Route". El inconveniente de esta ruta es que estimábamos que nos supondría un par de días para hacerla con tranquilidad y andábamos justos de tiempo a estas alturas del viaje. Por ello nos decantamos por una solución intermedia consistente en ir directos hacia el extremo sur de la isla desde Te Anau y desde Invercargill recorrer la costa hasta Dunedin. Con ello costeábamos por la zona que mas nos interesaba de la ruta y, además, ganábamos el tiempo suficiente para llegar a Dunedin ese mismo día sin agobios.
Llegamos a Invercargill en unas dos horas. Nuestra intención era informarnos acerca de la ruta a partir de ahí por la zona conocida como "The Catlins" y continuar ruta sin parar en la ciudad. Por lo que sabíamos de ella poco hay que ver y de modo anecdótico puedo comentar que por toda la zona que atravesamos no vimos una sola cafetería abierta. Hay que matizar que era domingo pero... en fin imagino que lo que cruzamos fue una zona residencial, sin mas. Una vez que repostamos (cosa importante porque las gasolineras no abundan en esa zona) decidimos seguir viaje y detenernos en dos o tres de las muchas posibles paradas que hay a largo del camino y que mas nos interesaban.
Es una ruta costera y el paisaje tiene algo de salvajismo. Es inhóspito, incluso desértico en cierto modo. Los árboles tienen un aspecto fantasmal, como si sus raíces se empeñasen en aferrarse a la tierra mientras sus ramas son deformadas por los fuertes vientos procedentes del mar que, sin embargo, no son capaces de arrancarlas. Por ello las focas, leones marinos, pingüinos, delfines o elefantes marinos que te vas encontrando a lo largo de la costa no llaman tanto la atención como el propio paisaje en sí, reflejo de una naturaleza difícil de dominar.
Nuestras paradas fueron tres, si exceptuamos las que hicimos para tomar un café, a las afueras de Invercargill, y para comer. La del café fue bastante productiva porque poco antes de parar nos dimos cuenta de que en las diferentes rías que bordeábamos había mucha gente pescando en las orillas y no sabíamos qué, así que preguntamos en el bar y allí nos sacaron de dudas. Eran angulas. Para nuestra sorpresa nos dijeron que salían a unos 15€ los 100 gr. así que en ese mismo instante decidimos lo que íbamos a comer ese día. Para lo que cuestan aquí es un capricho barato. El problema es que no tienen ni idea de cómo se deben preparar unas angulas porque lo que hacen con ellas es una incomible tortilla mas seca que la pata de un santo y, encima, con mantequilla en lugar de aceite. Vamos que fue un desastre, así que en el mismo lugar donde comimos compramos una ración para cenarlas a nuestro gusto. Otros platos los cocinan estupendamente pero sobre las angulas los neozelandeses no tienen ni puñetera idea.
En fin, desastres culinarios aparte, la primera parada la hicimos en Waipapa Point, zona de playas salvajes y arrecifes famosos por ser escenario del mayor desastre naval del país. Además en esa playa habita una pequeña colonia de leones marinos a los que te puedes acercar a apenas unos pasos, si es que te dejan, claro. Un pequeño faro domina toda la costa. Apenas a unos kilómetros de allí, la mayoría por una pista de gravilla, están Curio Bay y Slope Point. Este último lugar es el extremo sur de la isla y no pudimos acceder a él porque para ello hay que atravesar terrenos privados y no se puede pasar si vas en la época de cría de los corderos. Por ello fuimos directos a Curio Bay para ver un bosque fosilizado. Es algo curioso porque se aprecian francamente bien los troncos petrificados, inmunes a la acción del mar. El mejor momento para apreciar este lugar es en la bajamar. Junto a Curio Bay está Porpoise Bay, una larga playa en cuyas aguas habita una manada de delfines que acostumbran a jugar con las olas saltando y haciendo cabriolas al mas puro estilo circense.
Para después de comer nos quedaba la parada en Nugget Point, un cabo bastante escarpado con un faro en lo alto rodeado de varios islotes rocosos habitados por focas, leones y elefantes marinos que comparten el mismo espacio en un raro ejemplo de coexistencia entre estas tres especies. conviene ir abrigado porque el viento que sopla aquí acostumbra a ser muy fuerte. Poco antes de Nugget Point cabría la posibilidad de visitar las Cathedral Caves si cuando llegas allí la marea está baja porque la entrada a las cuevas, que están en una playa, queda cubierta con la pleamar por lo que no permiten entrar desde unas dos horas antes de la marea alta. Nosotros llegamos tarde para ello por lo que tuvimos que seguir ruta directamente hasta Nugget Point.
Después de Nugget Point la carretera te lleva fuera de los Catlins por lo que seguimos viaje ya sin parar hasta Dunedin, donde habíamos previsto pasar dos noches. Dunedin pasa por ser la ciudad mas escocesa (Dunedin es la forma gaélica de Edimburgo) que hay en el mundo fuera de Escocia y algo de eso se nota en los principales edificios de la ciudad sobretodo en el Octagon, auténtico centro de la misma, y en la catedral, situada a pocos metros de allí. Como llegamos a última hora de la tarde dejamos la visita de la ciudad para el día siguiente. Tampoco teníamos grandes planes para ese día así que n os lo tomamos con calma y decidimos improvisar un poco sobre la marcha.
El hecho es que él clima estuvo de nuestra parte y una vez mas nos salió un día excelente así que a la mañana siguiente nos dedicamos a visitar el centro de la ciudad y hacer algunas compras. Como curiosidad en Dunedin está, según el libro Guinness de los records, la calle mas empinada del mundo, Baldwin St. No se si esto será cierto pero subirla cuesta lo suyo y más con calor. Para la tarde no teníamos nada decidido pero sí algunas ideas. Al final y visto el tiempo que hacía nos decantamos por la idea inicial así que cogimos el coche y nos fuimos a recorrer la península de Otago. La zona tiene bastante similitud con los Catlins pero no por ello deja de sorprender y una vez vista he de decir que conocerla es algo muy recomendable. Las playas son espectaculares y el paisaje magnífico.
La península está recorrida por unas sinuosísimas carreteras y pistas sin asfaltar que permiten acceder a las playas y bahías diseminadas por la misma eso sí, caminando un rato para llegar a ellas. Está habitada pues hay unos minúsculos pueblos en el lado de la bahía, pero la mayor parte de la península es también naturaleza en estado puro, como es en general toda la isla sur. En el centro de la misma está el Castillo de Lanarch, el único que hay en todo Nueva Zelanda. Funciona como hotel pero se pueden visitar, previo pago de entrada, tanto el castillo como los jardines. Es una horteradilla pero las vistas que hay desde los alrededores hacen que merezca la pena acercarse hasta allí.
Nosotros pasamos buena parte de la tarde en una playa, Sandfly Bay, en la que los bañistas y los leones marinos comparten el espacio en aparente armonía. Para llegar allí había que caminar un cuarto de hora mas o menos y descender por una empinada rampa de arena. La bajada la hace cualquiera, aunque sea rodando pero la subida... El agua estaba bastante fría pues esta playa da a mar abierto por lo que no nos bañamos; aun así el calor de la tarde invitaba a quedarse allí un buen rato relajándonos y eso hicimos. Soy del tipo de personas que puede estar horas mirando como se comporta un animal salvaje así que se me pasó el tiempo volando.
Por mí me hubiese quedado allí toda la tarde pero a los otros no les faltaba razón al decir que si había que volver a Dunedin mejor hacerlo con la luz del día y, ya puestos, terminando el recorrido por la península así que continuamos por un caminillo de grava y tierra hasta el extremo de la misma, donde hay una enorme colonia de albatros en la pared de un acantilado de los que ponen a prueba mi vértigo. El ruido que hacen las aves es estruendoso pero el lugar bien merece una visita. Hay un centro dedicado a estas aves pero cuando nosotros llegamos ya había cerrado. De todas formas he de decir que tampoco estábamos muy interesados en entrar en él así que poco nos importó. También hay una colonia de pingüinos en la península pero únicamente puede visitarse con guía así que también prescindimos de ella. Además tampoco teníamos ya tiempo. Al anochecer llegamos a la ciudad y tras salir a cenar algo optamos por retirarnos pues a primera hora de la mañana salía nuestro avión con destino Christchurch, ultima escala en nuestro viaje a Nueva Zelanda.
Llegamos a Invercargill en unas dos horas. Nuestra intención era informarnos acerca de la ruta a partir de ahí por la zona conocida como "The Catlins" y continuar ruta sin parar en la ciudad. Por lo que sabíamos de ella poco hay que ver y de modo anecdótico puedo comentar que por toda la zona que atravesamos no vimos una sola cafetería abierta. Hay que matizar que era domingo pero... en fin imagino que lo que cruzamos fue una zona residencial, sin mas. Una vez que repostamos (cosa importante porque las gasolineras no abundan en esa zona) decidimos seguir viaje y detenernos en dos o tres de las muchas posibles paradas que hay a largo del camino y que mas nos interesaban.
Es una ruta costera y el paisaje tiene algo de salvajismo. Es inhóspito, incluso desértico en cierto modo. Los árboles tienen un aspecto fantasmal, como si sus raíces se empeñasen en aferrarse a la tierra mientras sus ramas son deformadas por los fuertes vientos procedentes del mar que, sin embargo, no son capaces de arrancarlas. Por ello las focas, leones marinos, pingüinos, delfines o elefantes marinos que te vas encontrando a lo largo de la costa no llaman tanto la atención como el propio paisaje en sí, reflejo de una naturaleza difícil de dominar.
Nuestras paradas fueron tres, si exceptuamos las que hicimos para tomar un café, a las afueras de Invercargill, y para comer. La del café fue bastante productiva porque poco antes de parar nos dimos cuenta de que en las diferentes rías que bordeábamos había mucha gente pescando en las orillas y no sabíamos qué, así que preguntamos en el bar y allí nos sacaron de dudas. Eran angulas. Para nuestra sorpresa nos dijeron que salían a unos 15€ los 100 gr. así que en ese mismo instante decidimos lo que íbamos a comer ese día. Para lo que cuestan aquí es un capricho barato. El problema es que no tienen ni idea de cómo se deben preparar unas angulas porque lo que hacen con ellas es una incomible tortilla mas seca que la pata de un santo y, encima, con mantequilla en lugar de aceite. Vamos que fue un desastre, así que en el mismo lugar donde comimos compramos una ración para cenarlas a nuestro gusto. Otros platos los cocinan estupendamente pero sobre las angulas los neozelandeses no tienen ni puñetera idea.
En fin, desastres culinarios aparte, la primera parada la hicimos en Waipapa Point, zona de playas salvajes y arrecifes famosos por ser escenario del mayor desastre naval del país. Además en esa playa habita una pequeña colonia de leones marinos a los que te puedes acercar a apenas unos pasos, si es que te dejan, claro. Un pequeño faro domina toda la costa. Apenas a unos kilómetros de allí, la mayoría por una pista de gravilla, están Curio Bay y Slope Point. Este último lugar es el extremo sur de la isla y no pudimos acceder a él porque para ello hay que atravesar terrenos privados y no se puede pasar si vas en la época de cría de los corderos. Por ello fuimos directos a Curio Bay para ver un bosque fosilizado. Es algo curioso porque se aprecian francamente bien los troncos petrificados, inmunes a la acción del mar. El mejor momento para apreciar este lugar es en la bajamar. Junto a Curio Bay está Porpoise Bay, una larga playa en cuyas aguas habita una manada de delfines que acostumbran a jugar con las olas saltando y haciendo cabriolas al mas puro estilo circense.
Para después de comer nos quedaba la parada en Nugget Point, un cabo bastante escarpado con un faro en lo alto rodeado de varios islotes rocosos habitados por focas, leones y elefantes marinos que comparten el mismo espacio en un raro ejemplo de coexistencia entre estas tres especies. conviene ir abrigado porque el viento que sopla aquí acostumbra a ser muy fuerte. Poco antes de Nugget Point cabría la posibilidad de visitar las Cathedral Caves si cuando llegas allí la marea está baja porque la entrada a las cuevas, que están en una playa, queda cubierta con la pleamar por lo que no permiten entrar desde unas dos horas antes de la marea alta. Nosotros llegamos tarde para ello por lo que tuvimos que seguir ruta directamente hasta Nugget Point.
Después de Nugget Point la carretera te lleva fuera de los Catlins por lo que seguimos viaje ya sin parar hasta Dunedin, donde habíamos previsto pasar dos noches. Dunedin pasa por ser la ciudad mas escocesa (Dunedin es la forma gaélica de Edimburgo) que hay en el mundo fuera de Escocia y algo de eso se nota en los principales edificios de la ciudad sobretodo en el Octagon, auténtico centro de la misma, y en la catedral, situada a pocos metros de allí. Como llegamos a última hora de la tarde dejamos la visita de la ciudad para el día siguiente. Tampoco teníamos grandes planes para ese día así que n os lo tomamos con calma y decidimos improvisar un poco sobre la marcha.
El hecho es que él clima estuvo de nuestra parte y una vez mas nos salió un día excelente así que a la mañana siguiente nos dedicamos a visitar el centro de la ciudad y hacer algunas compras. Como curiosidad en Dunedin está, según el libro Guinness de los records, la calle mas empinada del mundo, Baldwin St. No se si esto será cierto pero subirla cuesta lo suyo y más con calor. Para la tarde no teníamos nada decidido pero sí algunas ideas. Al final y visto el tiempo que hacía nos decantamos por la idea inicial así que cogimos el coche y nos fuimos a recorrer la península de Otago. La zona tiene bastante similitud con los Catlins pero no por ello deja de sorprender y una vez vista he de decir que conocerla es algo muy recomendable. Las playas son espectaculares y el paisaje magnífico.
La península está recorrida por unas sinuosísimas carreteras y pistas sin asfaltar que permiten acceder a las playas y bahías diseminadas por la misma eso sí, caminando un rato para llegar a ellas. Está habitada pues hay unos minúsculos pueblos en el lado de la bahía, pero la mayor parte de la península es también naturaleza en estado puro, como es en general toda la isla sur. En el centro de la misma está el Castillo de Lanarch, el único que hay en todo Nueva Zelanda. Funciona como hotel pero se pueden visitar, previo pago de entrada, tanto el castillo como los jardines. Es una horteradilla pero las vistas que hay desde los alrededores hacen que merezca la pena acercarse hasta allí.
Nosotros pasamos buena parte de la tarde en una playa, Sandfly Bay, en la que los bañistas y los leones marinos comparten el espacio en aparente armonía. Para llegar allí había que caminar un cuarto de hora mas o menos y descender por una empinada rampa de arena. La bajada la hace cualquiera, aunque sea rodando pero la subida... El agua estaba bastante fría pues esta playa da a mar abierto por lo que no nos bañamos; aun así el calor de la tarde invitaba a quedarse allí un buen rato relajándonos y eso hicimos. Soy del tipo de personas que puede estar horas mirando como se comporta un animal salvaje así que se me pasó el tiempo volando.
Por mí me hubiese quedado allí toda la tarde pero a los otros no les faltaba razón al decir que si había que volver a Dunedin mejor hacerlo con la luz del día y, ya puestos, terminando el recorrido por la península así que continuamos por un caminillo de grava y tierra hasta el extremo de la misma, donde hay una enorme colonia de albatros en la pared de un acantilado de los que ponen a prueba mi vértigo. El ruido que hacen las aves es estruendoso pero el lugar bien merece una visita. Hay un centro dedicado a estas aves pero cuando nosotros llegamos ya había cerrado. De todas formas he de decir que tampoco estábamos muy interesados en entrar en él así que poco nos importó. También hay una colonia de pingüinos en la península pero únicamente puede visitarse con guía así que también prescindimos de ella. Además tampoco teníamos ya tiempo. Al anochecer llegamos a la ciudad y tras salir a cenar algo optamos por retirarnos pues a primera hora de la mañana salía nuestro avión con destino Christchurch, ultima escala en nuestro viaje a Nueva Zelanda.