Nos preparamos con todo el equipo, los pies protegidos con vaselina y con nuestros inseparables mochilas y salimos al amanecer con las calle aun en penumbra. Por primera vez seguíamos las flechas amarillas que ya no dejaríamos hasta Santiago. Empezamos con mucha ilusión y ganas. Al poco de salir de Astorga nos encontramos con la ermita del Ecce Hommo, una ermita pequeña pero muy bonita, ese fue nuestro primer sello del camino, aunque el día anterior ya habíamos estrenado la Compostela en Astorga en el palacio Episcopal y en nuestro hostal. El paisaje era muy marrón y quizás el menos bonito que veríamos durante el camino. Llegamos a Murias de Rechivaldo y decidimos coger la variante de Castrillo de Polvozares, un pueblo típico de la Maragatería, construido en piedra y con grandes portones. El pueblo era pequeño pero sus pocas calles y casas parecían de otra época. Al salir de este pueblo tuvimos que andar a través del campo sin muchas flechas amarillas pero al poco vuelves a unirte al camino principal, poco antes de Santa Catalina de Somoza. Una pequeña población que se atraviesa rápidamente. Continuamos hasta llegar al Ganso donde nos detuvimos a tomar algo en el bar Cowboy, un lugar diferente en mitad del camino.
Pusimos nuestro sello y después de un pequeño descanso continuamos ya sin más paradas hasta Rabanal del Camino. Los últimos 2 km se hacen duros, en nuestro caso por ser el primer día estar cansados y porque es casi todo en cuesta arriba. Poco antes de llegar nos detuvimos en el famoso Roble del Peregrino, un lugar tranquilo rodeado de naturaleza ideal para descansar un rato a la sombra. Desde el Roble queda muy poco hasta Rabanal donde teníamos reservado nuestro primer albergue, Nuestra Señora del Pilar.
Era nuestra primera experiencia en albergues en el camino y la verdad es que no pudo ser mejor. El baño y todo muy limpio, buena zona para lavar y tender la ropa, un patio perfecto para descansar, un lugar para dejar las botas, todo genial. Pero lo más destacable es la excelente atención de sus dueños y el trato cercano y familiar. Comimos muy barato y muy bien en el mismo albergue, una fuente de macarrones y un bocadillo enorme y un helado de postre. Conocimos a nuestros primeros amigos con los que coincidimos el resto del camino, un grupo de estudiantes de Madrid y una chica de Bilbao, con los que jugamos un buen rato a las cartas, sentados al fresco por la tarde. Una pareja austriaca con al que dormimos en el mismo albergue todos los días menos uno del camino, muy simpáticos, buen gente, y con un americano de origen asiático muy amable. Por la tarde fuimos a una misa que daban unos peregrinos polacos que iban todo el camino cantando y rezando y con los que coincidimos varias veces más durante el resto del trayecto. Fue curioso escuchar misa en latín en un pueblo perdido de León. El pueblo era muy pequeño, peros sus calles eran bonitas, todas empedradas. Cenamos al fresquito en el patio del albergue y se nos hizo bastante tarde charlando con los demás, sobretodo con los dueños del albergue. Lo peor de esa noche es que no teníamos sueño y la noche se nos hizo muy larga y cuando nos quedamos dormidos, la gente empezó a levantarse para empezar una nueva etapa.
Pusimos nuestro sello y después de un pequeño descanso continuamos ya sin más paradas hasta Rabanal del Camino. Los últimos 2 km se hacen duros, en nuestro caso por ser el primer día estar cansados y porque es casi todo en cuesta arriba. Poco antes de llegar nos detuvimos en el famoso Roble del Peregrino, un lugar tranquilo rodeado de naturaleza ideal para descansar un rato a la sombra. Desde el Roble queda muy poco hasta Rabanal donde teníamos reservado nuestro primer albergue, Nuestra Señora del Pilar.
Era nuestra primera experiencia en albergues en el camino y la verdad es que no pudo ser mejor. El baño y todo muy limpio, buena zona para lavar y tender la ropa, un patio perfecto para descansar, un lugar para dejar las botas, todo genial. Pero lo más destacable es la excelente atención de sus dueños y el trato cercano y familiar. Comimos muy barato y muy bien en el mismo albergue, una fuente de macarrones y un bocadillo enorme y un helado de postre. Conocimos a nuestros primeros amigos con los que coincidimos el resto del camino, un grupo de estudiantes de Madrid y una chica de Bilbao, con los que jugamos un buen rato a las cartas, sentados al fresco por la tarde. Una pareja austriaca con al que dormimos en el mismo albergue todos los días menos uno del camino, muy simpáticos, buen gente, y con un americano de origen asiático muy amable. Por la tarde fuimos a una misa que daban unos peregrinos polacos que iban todo el camino cantando y rezando y con los que coincidimos varias veces más durante el resto del trayecto. Fue curioso escuchar misa en latín en un pueblo perdido de León. El pueblo era muy pequeño, peros sus calles eran bonitas, todas empedradas. Cenamos al fresquito en el patio del albergue y se nos hizo bastante tarde charlando con los demás, sobretodo con los dueños del albergue. Lo peor de esa noche es que no teníamos sueño y la noche se nos hizo muy larga y cuando nos quedamos dormidos, la gente empezó a levantarse para empezar una nueva etapa.