Iniciamos el día en el precioso pueblo de Mirepoix desayunando unos deliciosos croissants y una ensaimada con pasas. El pueblo es chiquitín y se ve enseguida, pero merece muchísimo la pena. Es realmente bonito, sobre todo su plaza mayor.
El plato estrella del día era la ciudad amurallada de Carcassonne. Nada más cruzar el Pont Neuf, a la derecha, encontramos sitio en un parking gratuito: apenas 10 min. andando hasta la Cité.
La verdad es que Carcassonne nos pareció un lugar demasiado turístico, y el hecho de que en el interior no haya más que restaurantes y tiendas de souvenirs, lo convierte a mi juicio en una suerte de parque temático para adultos que le resta atractivo. Aún así, es bonito.
Para rematar la mañana, compramos algo de comida al otro lado del río, en una charcutería de la rue du Pont Vieux: chorizo, fuet, un trozo de quiche, otro de foie y una barra de pan. En la orilla del río de la parte vieja de la ciudad y entre los dos puentes (el Vieux y el Neuf) hay un parque con fuentes y bancos donde hicimos nuestro picnic.
De camino a Lastours pasamos por el Canal du Midi justo cuando un barco atravesaba una de sus esclusas. Hoy en día se usa prácticamente para fines turísticos.
Para llegar a Lastours hay que adentrarse por los paisajes de la Montaña Negra, mucho más tupidos que los que estábamos acostumbrados a ver. El pueblo es famoso por las cuatro torres que lo coronan, y de ahí recibe su nombre. Como no teníamos ganas de subir a verlas , descansamos un poco y volvimos por la misma carretera para detenernos en Conques-sur-Orbiel, que no tenía demasiado interés.
Hacía un calor sofocante, así que pusimos rumbo a nuestro nuevo alojamiento: Domaine de la petite Tour (en Montréal, muy cerca de Carcassonne), donde pasamos dos noches. Una casona rural en lo alto de una colina y rodeada de viñedos. El entorno es precioso, y la casa está muy bien. Nosotros nos alojamos en la Suite Monfort, que es la única que quedaba libre, y pagamos 80€/la noche con desayuno. Las otras habitaciones parecían menos espaciosas, pero igualmente estaban bien (y costaban algo menos). El desayuno está delicioso: había croissants recién hechos, mermeladas artesanas de varios sabores, cereales, tostadas... Y lo mejor del sitio, la paz que se respiraba. Nos gustó mucho. Lo peor, quizá, la carretera de acceso, que es un pelín estrecha. Pero vamos, que le daba hasta encanto!
Después de darnos un baño en la piscina, decidimos bajar a dar una vuelta por Montréal y cenar allí. No había muchos restaurantes, pero el que elegimos estuvo genial (Auberge Dominicain, menú de 18 euros). Está en la carretera del pueblo, enfrente del mojón del Camino de Santiago.
El plato estrella del día era la ciudad amurallada de Carcassonne. Nada más cruzar el Pont Neuf, a la derecha, encontramos sitio en un parking gratuito: apenas 10 min. andando hasta la Cité.
La verdad es que Carcassonne nos pareció un lugar demasiado turístico, y el hecho de que en el interior no haya más que restaurantes y tiendas de souvenirs, lo convierte a mi juicio en una suerte de parque temático para adultos que le resta atractivo. Aún así, es bonito.
Para rematar la mañana, compramos algo de comida al otro lado del río, en una charcutería de la rue du Pont Vieux: chorizo, fuet, un trozo de quiche, otro de foie y una barra de pan. En la orilla del río de la parte vieja de la ciudad y entre los dos puentes (el Vieux y el Neuf) hay un parque con fuentes y bancos donde hicimos nuestro picnic.
De camino a Lastours pasamos por el Canal du Midi justo cuando un barco atravesaba una de sus esclusas. Hoy en día se usa prácticamente para fines turísticos.
Para llegar a Lastours hay que adentrarse por los paisajes de la Montaña Negra, mucho más tupidos que los que estábamos acostumbrados a ver. El pueblo es famoso por las cuatro torres que lo coronan, y de ahí recibe su nombre. Como no teníamos ganas de subir a verlas , descansamos un poco y volvimos por la misma carretera para detenernos en Conques-sur-Orbiel, que no tenía demasiado interés.
Hacía un calor sofocante, así que pusimos rumbo a nuestro nuevo alojamiento: Domaine de la petite Tour (en Montréal, muy cerca de Carcassonne), donde pasamos dos noches. Una casona rural en lo alto de una colina y rodeada de viñedos. El entorno es precioso, y la casa está muy bien. Nosotros nos alojamos en la Suite Monfort, que es la única que quedaba libre, y pagamos 80€/la noche con desayuno. Las otras habitaciones parecían menos espaciosas, pero igualmente estaban bien (y costaban algo menos). El desayuno está delicioso: había croissants recién hechos, mermeladas artesanas de varios sabores, cereales, tostadas... Y lo mejor del sitio, la paz que se respiraba. Nos gustó mucho. Lo peor, quizá, la carretera de acceso, que es un pelín estrecha. Pero vamos, que le daba hasta encanto!
Después de darnos un baño en la piscina, decidimos bajar a dar una vuelta por Montréal y cenar allí. No había muchos restaurantes, pero el que elegimos estuvo genial (Auberge Dominicain, menú de 18 euros). Está en la carretera del pueblo, enfrente del mojón del Camino de Santiago.