En la costa de Oaxaca, a 50 kilómetros al este de Pochutla, se extiende una serie de preciosas bahías poco pobladas conocidas como Bahías de Huatulco. Tenía pensado ir a Barra de la Cruz pero unos franceses que conocí en Carrizalillo no me lo aconsejaron, olas demasiado fuertes para principiantes. Tras comentarles lo que andaba buscando me dijeron “Tú buscas Chacahua, amigo”….”Chacahua, ¿Y eso dónde para?.
Chacahua me desviaba de la ruta hacia el norte en dirección a Acapulco. Para llegar desde Puerto Escondido había que coger furgoneta, taxi colectivo, barca y camión, Chacahua debía estar colgao en algún rinconcito poco visitado. Sentí que tenía que ir hacia allí, me tenía intrigado. Decidí hacer el primer cambio de ruta del viaje. Laura, Alexandre y Chloe se apuntaron al plan.
El trayecto Puerto Escondido-Chacahua empieza en furgoneta. Una “van” de ocho personas te lleva hasta el cruce de Río Grande en una hora (35$MXC/2 euros). El cruce de Río Grande se identifica fácilmente por un puesto militar antidroga. Al bajar de la furgo un grupo de soldados armados con fusiles de asalto te observa con curiosidad sin mediar palabra. Hacía un calor de cojones. En el mismo cruce hay una parada de taxis colectivos que te llevan hasta la localidad de Zapotalito en diez minutos (10$MXC/0,6 euros). Zapotalito es la puerta de entrada al Parque Nacional de las Lagunas de Chacahua, una inmensa superficie de manglares y meandros de agua salada alimentada por el mar. Desde Zapotalito hay tours en barca por la laguna que te dejan en Chacahua (500$MXC). El taxista nos recomendó que no nos dejáramos “canar” y nos llevó hasta Rolando, un barquero local que por 30$MXC te llevaba hasta Chacahua. Para ello había que hacer un primer tramo en barca por la laguna hasta llegar a un embarcadero escondido en medio del bosque y desde ahí un todoterreno del año de la pera te llevaba hasta Chacahua tras media hora de traqueteo por caminos de tierra.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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El viaje con Rolando, a pesar de tener que compartir el espacio en la barca con 20 sacos de cemento y tragar polvo a manta, fue una auténtica maravilla. Una sucesión de contrastes, empezando por las increíbles vistas de la laguna y sus canales, pasando por la verde frondosidad del bosque lluvioso para finalizar con la majestuosidad de la costa del Pacífico. Algo grande. A medida que se sucedían los paisajes, con Laura nos cruzábamos miradas de complicidad en silencio como diciendo “En que paraíso nos hemos metido…”, mientras la camioneta avanzaba hacia su destino.
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Chacahua es un pueblecito minúsculo con apenas 500 habitantes. “Calles” de arena blanca por las que no transita ningún vehículo, cabañas de madera (llamadas palapas por aquí) y toda la calma del mundo. El pueblecito se abre al Pacífico a través de la playa de Chacahua, un playón de quince kilómetros con apenas diez palapas donde se puede dormir a precios asequibles.
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La palapa “Frente al Mar” se encuentra en uno de los extremos de la playa y ofrece cabañas a precios asequibles que pueden ser negociados si vas en temporada baja como era nuestro caso (la temporada alta comienza en noviembre-diciembre). Doña Isabel (“Chavela”) regenta el chiringuito y es un ejemplo a seguir para cualquier alto directivo de cualquier multinacional. No le importa regatear precios, es más, tuve la sensación de que se sentía como pez en el agua. Eso sí, apura hasta el último peso. Sin necesidad de complejas ecuaciones matemáticas mentales, Chavela ponderaba el % de ocupación de su cabaña durante estos días (los dos sabíamos que sería 0), con el número de personas (2) y los días de estancia (3) para sacar un precio sobre el cual acordamos un 20% de descuento (Frente al Mar, habitación doble privada con baño: 130$MXC/7,5 euros). Lo de “baño” era un decir, la ducha estaba fuera y el cagadero era una taza de wáter con un barreño de agua al lado para eliminar los “regalitos” a cubazos. Laura y yo nos miramos, “vale”. Los dos podíamos viajar sin grandes lujos y se veía limpio pero no caímos en un par de detalles que más adelante darían pie a algunas situaciones un poco “incómodas”. En primer lugar, a escasos metros de la habitación había un gallinero y en segundo lugar, las paredes de nuestra cabaña y las de las cabañas colindantes no llegaban hasta el techo sino que quedaban a media altura, por lo que los sonidos pasaban fácilmente de una cabaña a otra.
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El calor era sofocante y tras dejar los trastos nos lanzamos al agua sin pensarlo. La temperatura del agua era ideal. En la distancia se podía observar “la ola” de Chacahua, una preciosa ola a derechas que cuando sale bien recorre unos cuatrocientos metros rompiendo de forma ordenada, una auténtica maravilla de la naturaleza. Pude contar cuatro “breaks” de fondo arenoso que generaban olas de diferentes tamaños para todos los niveles, un paraíso para surferos. Ajenos a tanta verborrea surfera, Alex, Chloe y Laura sencillamente disfrutaban del baño a su bola. Se respiraba una calma chicha deliciosa en la playa de Chacahua. A esa hora el sol caía a plomo y no había nadie sobre la tórrida arena. Algunos locales dormitaban en sus hamacas mientras que otros charlaban en corros a la sombra, parecía que el tiempo se hubiera parado.
Las “entomatadas” es un plato bastante contundente que consiste en gruesas tortas de maíz rellenas de queso y recubiertas con salsa de tomate, si a eso le añades una pechuga de pollo y unos frijoles ya tienes el menú completo por $75MXC (4 euros). Hablando de precios, a pesar de parecer baratos, los de Chacahua son algo elevados en comparación a la media. Hay que tener en cuenta que en este lugar no se produce nada (a excepción de algo de pesca) y todos los productos hay que transportarlos por la laguna y por tierra desde otras poblaciones.
Cirilo (vaya nombre, sus padres le hicieron una pequeña jugada cuando nació) se acercó a mí con ganas de hacer negocio. “¿Buscas tabla de surf, amigo?”. Me quedé mirando la única longboard que tenía, debía de ser una 9´2 como mínimo, tenía buena pinta. “¿Cuánto pides por esta?”, “150$MXC (9 euros)/día, precio de amigo”…..”¿De amigo?, los cojones”, pensé. “200$MXC (11 euros) por dos días”, le propuse. Cirilo se quedó sonriendo mientras le daba otra calada a un “petardazo” generoso de marihuana, “Claro, claro, trato de amigo”. Con el trato cerrado, le observé detenidamente. Cirilo era de tez muy morena, más de lo habitual en México. En Chacahua la mayoría de locales son descendientes de esclavos africanos que “llegaron” aquí durante las “visitas” de los españoles.
La tarde iba cayendo sin prisas sobre Chacahua. Unas cuantas personas haciendo meditación en la playa (Laura entre ellas), surferos con sus tablas a cuestas tras una dura sesión, un grupo de chavales jugando al fútbol y otro en el agua, cerca de la orilla, surfeando olas imposibles para un adulto de lo pequeñas que eran. Sin ruidos estridentes, sin gritos, sin prisas, parecía que todo iba al ralentí.
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La llegada a Chacahua prometía, me sentía bien. Apuré el piti sentando sobre la arena pensando en la sesión de surf del día siguiente mientras se ponía el sol. Todo estaba listo. Buenas noches.
Chacahua me desviaba de la ruta hacia el norte en dirección a Acapulco. Para llegar desde Puerto Escondido había que coger furgoneta, taxi colectivo, barca y camión, Chacahua debía estar colgao en algún rinconcito poco visitado. Sentí que tenía que ir hacia allí, me tenía intrigado. Decidí hacer el primer cambio de ruta del viaje. Laura, Alexandre y Chloe se apuntaron al plan.
El trayecto Puerto Escondido-Chacahua empieza en furgoneta. Una “van” de ocho personas te lleva hasta el cruce de Río Grande en una hora (35$MXC/2 euros). El cruce de Río Grande se identifica fácilmente por un puesto militar antidroga. Al bajar de la furgo un grupo de soldados armados con fusiles de asalto te observa con curiosidad sin mediar palabra. Hacía un calor de cojones. En el mismo cruce hay una parada de taxis colectivos que te llevan hasta la localidad de Zapotalito en diez minutos (10$MXC/0,6 euros). Zapotalito es la puerta de entrada al Parque Nacional de las Lagunas de Chacahua, una inmensa superficie de manglares y meandros de agua salada alimentada por el mar. Desde Zapotalito hay tours en barca por la laguna que te dejan en Chacahua (500$MXC). El taxista nos recomendó que no nos dejáramos “canar” y nos llevó hasta Rolando, un barquero local que por 30$MXC te llevaba hasta Chacahua. Para ello había que hacer un primer tramo en barca por la laguna hasta llegar a un embarcadero escondido en medio del bosque y desde ahí un todoterreno del año de la pera te llevaba hasta Chacahua tras media hora de traqueteo por caminos de tierra.
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El viaje con Rolando, a pesar de tener que compartir el espacio en la barca con 20 sacos de cemento y tragar polvo a manta, fue una auténtica maravilla. Una sucesión de contrastes, empezando por las increíbles vistas de la laguna y sus canales, pasando por la verde frondosidad del bosque lluvioso para finalizar con la majestuosidad de la costa del Pacífico. Algo grande. A medida que se sucedían los paisajes, con Laura nos cruzábamos miradas de complicidad en silencio como diciendo “En que paraíso nos hemos metido…”, mientras la camioneta avanzaba hacia su destino.
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Chacahua es un pueblecito minúsculo con apenas 500 habitantes. “Calles” de arena blanca por las que no transita ningún vehículo, cabañas de madera (llamadas palapas por aquí) y toda la calma del mundo. El pueblecito se abre al Pacífico a través de la playa de Chacahua, un playón de quince kilómetros con apenas diez palapas donde se puede dormir a precios asequibles.
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La palapa “Frente al Mar” se encuentra en uno de los extremos de la playa y ofrece cabañas a precios asequibles que pueden ser negociados si vas en temporada baja como era nuestro caso (la temporada alta comienza en noviembre-diciembre). Doña Isabel (“Chavela”) regenta el chiringuito y es un ejemplo a seguir para cualquier alto directivo de cualquier multinacional. No le importa regatear precios, es más, tuve la sensación de que se sentía como pez en el agua. Eso sí, apura hasta el último peso. Sin necesidad de complejas ecuaciones matemáticas mentales, Chavela ponderaba el % de ocupación de su cabaña durante estos días (los dos sabíamos que sería 0), con el número de personas (2) y los días de estancia (3) para sacar un precio sobre el cual acordamos un 20% de descuento (Frente al Mar, habitación doble privada con baño: 130$MXC/7,5 euros). Lo de “baño” era un decir, la ducha estaba fuera y el cagadero era una taza de wáter con un barreño de agua al lado para eliminar los “regalitos” a cubazos. Laura y yo nos miramos, “vale”. Los dos podíamos viajar sin grandes lujos y se veía limpio pero no caímos en un par de detalles que más adelante darían pie a algunas situaciones un poco “incómodas”. En primer lugar, a escasos metros de la habitación había un gallinero y en segundo lugar, las paredes de nuestra cabaña y las de las cabañas colindantes no llegaban hasta el techo sino que quedaban a media altura, por lo que los sonidos pasaban fácilmente de una cabaña a otra.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
El calor era sofocante y tras dejar los trastos nos lanzamos al agua sin pensarlo. La temperatura del agua era ideal. En la distancia se podía observar “la ola” de Chacahua, una preciosa ola a derechas que cuando sale bien recorre unos cuatrocientos metros rompiendo de forma ordenada, una auténtica maravilla de la naturaleza. Pude contar cuatro “breaks” de fondo arenoso que generaban olas de diferentes tamaños para todos los niveles, un paraíso para surferos. Ajenos a tanta verborrea surfera, Alex, Chloe y Laura sencillamente disfrutaban del baño a su bola. Se respiraba una calma chicha deliciosa en la playa de Chacahua. A esa hora el sol caía a plomo y no había nadie sobre la tórrida arena. Algunos locales dormitaban en sus hamacas mientras que otros charlaban en corros a la sombra, parecía que el tiempo se hubiera parado.
Las “entomatadas” es un plato bastante contundente que consiste en gruesas tortas de maíz rellenas de queso y recubiertas con salsa de tomate, si a eso le añades una pechuga de pollo y unos frijoles ya tienes el menú completo por $75MXC (4 euros). Hablando de precios, a pesar de parecer baratos, los de Chacahua son algo elevados en comparación a la media. Hay que tener en cuenta que en este lugar no se produce nada (a excepción de algo de pesca) y todos los productos hay que transportarlos por la laguna y por tierra desde otras poblaciones.
Cirilo (vaya nombre, sus padres le hicieron una pequeña jugada cuando nació) se acercó a mí con ganas de hacer negocio. “¿Buscas tabla de surf, amigo?”. Me quedé mirando la única longboard que tenía, debía de ser una 9´2 como mínimo, tenía buena pinta. “¿Cuánto pides por esta?”, “150$MXC (9 euros)/día, precio de amigo”…..”¿De amigo?, los cojones”, pensé. “200$MXC (11 euros) por dos días”, le propuse. Cirilo se quedó sonriendo mientras le daba otra calada a un “petardazo” generoso de marihuana, “Claro, claro, trato de amigo”. Con el trato cerrado, le observé detenidamente. Cirilo era de tez muy morena, más de lo habitual en México. En Chacahua la mayoría de locales son descendientes de esclavos africanos que “llegaron” aquí durante las “visitas” de los españoles.
La tarde iba cayendo sin prisas sobre Chacahua. Unas cuantas personas haciendo meditación en la playa (Laura entre ellas), surferos con sus tablas a cuestas tras una dura sesión, un grupo de chavales jugando al fútbol y otro en el agua, cerca de la orilla, surfeando olas imposibles para un adulto de lo pequeñas que eran. Sin ruidos estridentes, sin gritos, sin prisas, parecía que todo iba al ralentí.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
La llegada a Chacahua prometía, me sentía bien. Apuré el piti sentando sobre la arena pensando en la sesión de surf del día siguiente mientras se ponía el sol. Todo estaba listo. Buenas noches.