Abrí los ojos, las siete y media de la mañana sin despertador y descansado. Tras hablar con Israel decidí pasar el día entre piedras históricas (Monte Albán) y naturaleza insólita (Arbol del Tule) y lo que saliera sobre la marcha.
El Monte Albán es una colina de unos 400 metros de altura situada a 6 kilómetros al oeste de Oaxaca. No tendría nada de especial sino fuera porque hace 2.200 años, los zapotecas decidieron aplanar la cima (así de fácil, ¡Paco, pasa la pala y el pico que empezamos a aplanar!) y construir una ciudad. La urbe alcanzó su esplendor entre los años 300 y 500 cuando la población llegó a alcanzar los 25.000 habitantes.
Una furgoneta te lleva desde el Zócalo hasta el Monte Albán en media hora por 50$MXC (3 euros i/v). Una vez arriba, las vistas de Oaxaca son espectaculares. La entrada a las ruinas cuesta 51$MXC. A decir verdad, el tema de las piedrecitas nunca me ha atraído especialmente pero considero que venir a México y marchar sin haber visto ningunas ruinas es tan punible como volver de Jamaica sin haber metido una calada a un petilla de marihuana. Para un absoluto ignorante como yo, las ruinas del Monte Albán son una preciosidad, un rinconcito delicioso para pasear relajadamente sobre una alfombra de hierba entre los diferentes edificios que componían la ciudad. No había mucha gente y la tranquilidad era absoluta. Mientras iba leyendo los diferentes rótulos explicativos iba notando como el sol me daba suavemente en la cara, me quité las cholas para notar la sensación fresca y suave de la hierba bajo mis pies y la imagen de Theo de Ridaura me vino a la cabeza (¡una abraçada, company!), La sensación de bienestar iba en aumento a medida que paseaba por el inmenso patio central de la ciudad. Conocía esa sensación, quedaba poco para llegar y ya sabía lo que tenía que hacer. Un poco de música suave, paso más lento durante unos minutos, sin ninguna prisa me senté sobre la hierba y respiré a conciencia durante no sé cuánto tiempo manteniendo los ojos cerrados. Los volví a abrir lentamente con una sonrisa. Sí, había notado el “click” de la cabecita. Adiós “Modo BCN”, entrábamos en “Travel Mode”.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Dejé de prestar atención a las piedras y empecé a caminar sin rumbo fijo, sin buscar nada en concreto, tan sólo caminaba sintiendo el sol, la hierba y la suave melodía de la música. Sin prisas, sin horarios, sabiendo que nadie me esperaba en ningún sitio y que el móvil no iba a sonar ya que lo había dejado en Barcelona, muy lejos de donde me encontraba. Me sentía bien, muy bien y no podía dejar de sonreir.
Alvaro es uno de los numerosos vendedores de artesanía que hay en el Monte Albán. El tipo andaba medio escondido en unas escalinatas de la plataforma Norte de la ciudad fumando un piti. Me acerqué lentamente y descargué la mochila. “Buenos días, ¿le importa que me fume un cigarro con usted?”….silencio breve, mirada penetrante, “Adelante, amigo”. Tras las presentaciones protocolarias, Alvaro me comentó que era de Arrazola, un pueblecito cercano a Oaxaca famoso por los Alebrijes, tallas en madera de copal que representan animales y seres fantásticos. Lo que probablemente no sepan los turistas que van a Arrazola a comprar esas tallas es la historia de un vasco apellidado Arrazola que en el siglo XV vino a parar por estas tierras y fundó una pequeña colonia en 25 hectáreas de terreno. Gente de los alrededores vino a trabajar para él trayendo con ellos a sus familias y la colonia llegó a ser una pequeña ciudad autosuficiente donde todos los trabajadores estaban orgullosos de su patrón. Alvaró me habló de como Arrazola pasó de ser un patrón gentil y honesto a un auténtico hijoputa que obligaba a los curas de la colonia a romper su secreto de confesión para enterarse de lo que hacían sus trabajadores y se pasaba por la piedra a las mujeres e hijas de éstos. Finalmente, Arrazola fue expulsado de sus tierras por los propios trabajadores y desapareció para siempre aunque el pueblo sigue llevando su apellido. Una hora de historias que pasó volando escondidos entre las ruinas del Monte Albán. “Gracias, Alvaro”, “Buen viaje, amigo”.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Descendía las escalinatas que llevaban al patio central de la ciudad, la visión era imponente. “!Buenos días, amigo!”. Otro vendedor de artesanías se dirigió hacia mí con la intención de hacer negocio. “No gracias, esas estatuillas de piedra acabarán rompiéndose en mi mochila”. Eladio tenía cara de buen tipo y tenía ganas de hablar. Le pregunté el significado de una de las estatuillas y me habló de todas ellas. Me habló de la luna, el jaguar, de la diosa de la abundancia, de los tres puntos en todas ellas que simbolizaban el cinturón de Orión (Orión…Nicks, Monk, ¿volamos desde el Monte Albán hacia Can Dolça?). La sorpresa estaba por llegar. “¿De dónde es usted?”, “Barcelona”…..”Ummm, yo tengo un amigo en un pueblo de Barcelona pero no sé si lo conocerá”. Me quedé mirándolo esperando la respuesta. “Se llama Paco y es de un sitio llamado Sant Celoni”. Sonreí (Sant Celoni está a 12 kilómetros de mi casa). Nos hicimos una foto por si algún día encuentro a Paco, el amigo de Eladio del Monte Albán de Oaxaca, por Sant Celoni. “Gracias, Eladio”, “Buen viaje, amigo”.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Me despedí del Monte Albán con la sensación de que había vivido algo más que un recorrido por la historia zapoteca. Notaba como el “Travel Mode” estaba activado y funcionando a toda máquina y me sentí feliz por volver a notar esta sensación.
Café con leche en la cafetería del Monte Albán mientras espero a la furgoneta de vuelta a Oaxaca, buen momento para escribir…..”¿Are you travelling?”….un chaval joven me miraba sonriendo desde una de las mesas, cerré el ordenador. Dylan es holandés y estudiante de ingeniería química. Está de viaje de 2 semanas por el sur de México tras pasar 4 meses en el D.F trabajando para una compañía como práctica de sus estudios universitarios. Tras charlar un rato se apuntó al plan de ir a visitar el árbol más grande del mundo (en anchura), el Arbol del Tule.
El pueblo de El Tule se encuentra a 10 kilómetros al este de Oaxaca. Un taxi colectivo te lleva hasta allí desde la central camionera de Oaxaca por 10$MXC7trayecto. El Tule es un pueblecito tranquilo y con pocas cosas que ver a excepción de “su” árbol. El Arbol del Tule (entrada: 5$MXC) es un ciprés de Montezuma de unos 2.000 años que destaca imponente, con sus 14 metros de diámetro de tronco y 60 metros de copa, al lado de la iglesia del pueblo. Es una auténtica maravilla de la naturaleza. Dylan y yo nos pasamos un buen rato en silencio repasando todas y cada una de las ramas y por un momento mi cabeza voló de nuevo a Ridaura, hacia aquellos momentos con Jordi Suris, el mestre del bosque transfigurado (¡salutacions, company!, con éste árbol se puede tener una buena conversación).
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Acabamos la visita en un chiringuito callejero zampándonos unas Tlayudas de chorizo, plato típico oaxaqueño parecido a una pizza pero sustituyendo la base por una torta de maíz y sin mozarella. Un poco de chile rojo……y a sacar fuego!!, como pica el mamón, joooder!!.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Vuelta a Oaxaca y café en una terraza del Zócalo. Dylan se dirigía hacia San Cristobal de las Casas (Chiapas) y lo puse en contacto con un conocido que trabaja en un hostal por ahí. Tras charlar un buen rato sobre los viajes en solitario nos despedimos con un “Buena suerte” y un abrazo (tras la pertinente aceptación de amistad en Facebook, auténtica vía de conexión entre viajeros que se van conociendo a lo largo de sus rutas).
Al día siguiente salía por la mañana hacia la costa oaxaqueña (Puerto Escondido) y me despedí del Zócalo de Oaxaca dando un lento paseo a su alrededor. Estaba anocheciendo y una banda tocaba anímadamente el “In the mood” de Glen Miller, la temperatura era muy agradable, se estaba de maravilla en el Zócalo de Oaxaca. Buenas noches.
El Monte Albán es una colina de unos 400 metros de altura situada a 6 kilómetros al oeste de Oaxaca. No tendría nada de especial sino fuera porque hace 2.200 años, los zapotecas decidieron aplanar la cima (así de fácil, ¡Paco, pasa la pala y el pico que empezamos a aplanar!) y construir una ciudad. La urbe alcanzó su esplendor entre los años 300 y 500 cuando la población llegó a alcanzar los 25.000 habitantes.
Una furgoneta te lleva desde el Zócalo hasta el Monte Albán en media hora por 50$MXC (3 euros i/v). Una vez arriba, las vistas de Oaxaca son espectaculares. La entrada a las ruinas cuesta 51$MXC. A decir verdad, el tema de las piedrecitas nunca me ha atraído especialmente pero considero que venir a México y marchar sin haber visto ningunas ruinas es tan punible como volver de Jamaica sin haber metido una calada a un petilla de marihuana. Para un absoluto ignorante como yo, las ruinas del Monte Albán son una preciosidad, un rinconcito delicioso para pasear relajadamente sobre una alfombra de hierba entre los diferentes edificios que componían la ciudad. No había mucha gente y la tranquilidad era absoluta. Mientras iba leyendo los diferentes rótulos explicativos iba notando como el sol me daba suavemente en la cara, me quité las cholas para notar la sensación fresca y suave de la hierba bajo mis pies y la imagen de Theo de Ridaura me vino a la cabeza (¡una abraçada, company!), La sensación de bienestar iba en aumento a medida que paseaba por el inmenso patio central de la ciudad. Conocía esa sensación, quedaba poco para llegar y ya sabía lo que tenía que hacer. Un poco de música suave, paso más lento durante unos minutos, sin ninguna prisa me senté sobre la hierba y respiré a conciencia durante no sé cuánto tiempo manteniendo los ojos cerrados. Los volví a abrir lentamente con una sonrisa. Sí, había notado el “click” de la cabecita. Adiós “Modo BCN”, entrábamos en “Travel Mode”.
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Dejé de prestar atención a las piedras y empecé a caminar sin rumbo fijo, sin buscar nada en concreto, tan sólo caminaba sintiendo el sol, la hierba y la suave melodía de la música. Sin prisas, sin horarios, sabiendo que nadie me esperaba en ningún sitio y que el móvil no iba a sonar ya que lo había dejado en Barcelona, muy lejos de donde me encontraba. Me sentía bien, muy bien y no podía dejar de sonreir.
Alvaro es uno de los numerosos vendedores de artesanía que hay en el Monte Albán. El tipo andaba medio escondido en unas escalinatas de la plataforma Norte de la ciudad fumando un piti. Me acerqué lentamente y descargué la mochila. “Buenos días, ¿le importa que me fume un cigarro con usted?”….silencio breve, mirada penetrante, “Adelante, amigo”. Tras las presentaciones protocolarias, Alvaro me comentó que era de Arrazola, un pueblecito cercano a Oaxaca famoso por los Alebrijes, tallas en madera de copal que representan animales y seres fantásticos. Lo que probablemente no sepan los turistas que van a Arrazola a comprar esas tallas es la historia de un vasco apellidado Arrazola que en el siglo XV vino a parar por estas tierras y fundó una pequeña colonia en 25 hectáreas de terreno. Gente de los alrededores vino a trabajar para él trayendo con ellos a sus familias y la colonia llegó a ser una pequeña ciudad autosuficiente donde todos los trabajadores estaban orgullosos de su patrón. Alvaró me habló de como Arrazola pasó de ser un patrón gentil y honesto a un auténtico hijoputa que obligaba a los curas de la colonia a romper su secreto de confesión para enterarse de lo que hacían sus trabajadores y se pasaba por la piedra a las mujeres e hijas de éstos. Finalmente, Arrazola fue expulsado de sus tierras por los propios trabajadores y desapareció para siempre aunque el pueblo sigue llevando su apellido. Una hora de historias que pasó volando escondidos entre las ruinas del Monte Albán. “Gracias, Alvaro”, “Buen viaje, amigo”.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Descendía las escalinatas que llevaban al patio central de la ciudad, la visión era imponente. “!Buenos días, amigo!”. Otro vendedor de artesanías se dirigió hacia mí con la intención de hacer negocio. “No gracias, esas estatuillas de piedra acabarán rompiéndose en mi mochila”. Eladio tenía cara de buen tipo y tenía ganas de hablar. Le pregunté el significado de una de las estatuillas y me habló de todas ellas. Me habló de la luna, el jaguar, de la diosa de la abundancia, de los tres puntos en todas ellas que simbolizaban el cinturón de Orión (Orión…Nicks, Monk, ¿volamos desde el Monte Albán hacia Can Dolça?). La sorpresa estaba por llegar. “¿De dónde es usted?”, “Barcelona”…..”Ummm, yo tengo un amigo en un pueblo de Barcelona pero no sé si lo conocerá”. Me quedé mirándolo esperando la respuesta. “Se llama Paco y es de un sitio llamado Sant Celoni”. Sonreí (Sant Celoni está a 12 kilómetros de mi casa). Nos hicimos una foto por si algún día encuentro a Paco, el amigo de Eladio del Monte Albán de Oaxaca, por Sant Celoni. “Gracias, Eladio”, “Buen viaje, amigo”.
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Me despedí del Monte Albán con la sensación de que había vivido algo más que un recorrido por la historia zapoteca. Notaba como el “Travel Mode” estaba activado y funcionando a toda máquina y me sentí feliz por volver a notar esta sensación.
Café con leche en la cafetería del Monte Albán mientras espero a la furgoneta de vuelta a Oaxaca, buen momento para escribir…..”¿Are you travelling?”….un chaval joven me miraba sonriendo desde una de las mesas, cerré el ordenador. Dylan es holandés y estudiante de ingeniería química. Está de viaje de 2 semanas por el sur de México tras pasar 4 meses en el D.F trabajando para una compañía como práctica de sus estudios universitarios. Tras charlar un rato se apuntó al plan de ir a visitar el árbol más grande del mundo (en anchura), el Arbol del Tule.
El pueblo de El Tule se encuentra a 10 kilómetros al este de Oaxaca. Un taxi colectivo te lleva hasta allí desde la central camionera de Oaxaca por 10$MXC7trayecto. El Tule es un pueblecito tranquilo y con pocas cosas que ver a excepción de “su” árbol. El Arbol del Tule (entrada: 5$MXC) es un ciprés de Montezuma de unos 2.000 años que destaca imponente, con sus 14 metros de diámetro de tronco y 60 metros de copa, al lado de la iglesia del pueblo. Es una auténtica maravilla de la naturaleza. Dylan y yo nos pasamos un buen rato en silencio repasando todas y cada una de las ramas y por un momento mi cabeza voló de nuevo a Ridaura, hacia aquellos momentos con Jordi Suris, el mestre del bosque transfigurado (¡salutacions, company!, con éste árbol se puede tener una buena conversación).
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Acabamos la visita en un chiringuito callejero zampándonos unas Tlayudas de chorizo, plato típico oaxaqueño parecido a una pizza pero sustituyendo la base por una torta de maíz y sin mozarella. Un poco de chile rojo……y a sacar fuego!!, como pica el mamón, joooder!!.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Vuelta a Oaxaca y café en una terraza del Zócalo. Dylan se dirigía hacia San Cristobal de las Casas (Chiapas) y lo puse en contacto con un conocido que trabaja en un hostal por ahí. Tras charlar un buen rato sobre los viajes en solitario nos despedimos con un “Buena suerte” y un abrazo (tras la pertinente aceptación de amistad en Facebook, auténtica vía de conexión entre viajeros que se van conociendo a lo largo de sus rutas).
Al día siguiente salía por la mañana hacia la costa oaxaqueña (Puerto Escondido) y me despedí del Zócalo de Oaxaca dando un lento paseo a su alrededor. Estaba anocheciendo y una banda tocaba anímadamente el “In the mood” de Glen Miller, la temperatura era muy agradable, se estaba de maravilla en el Zócalo de Oaxaca. Buenas noches.