Cuando conocí a Román “El Capi” en San Cristóbal de las Casas conectamos en seguida. El tampoco es muy amigo de los sitios turísticos y prefiere dedicar un poco de tiempo para buscar rinconcitos poco conocidos y con un encanto especial. Al comentarle que iba camino de la Riviera Maya frunció el ceño mientras me preguntaba “¿Tienes algún sitio localizado?”. “De momento, sólo Holbox island”. “¿Holbox?, no he estado, pero pásate por Puerto Morelos, es lo único que se salva de toda esa zona y en 10 años ya se lo habrán cargado”.
Puerto Morelos es un pequeño pueblo de pescadores situado entre los dos “gigantes” turísticos de la Riviera Maya, Playa del Carmen y Cancún. No estaba en el plan inicial de ruta pero seguí el consejo de Román para hacer parada camino de Holbox island. Un autobús MAYAB de segunda clase hace el trayecto entre Tulum y Puerto Morelos (48$MXC/3 euros) en dos horas. Desde la carretera a Cancún un taxi colectivo te deja en Puerto Morelos (5$MXC/0,3 euros) en cinco minutos.
Nada más bajar del taxi colectivo me empecé a dar cuenta de que Román tenía razón. Puerto Morelos daba buenas sensaciones a primera vista. Unas pocas calles estrechas sin apenas circulación, un pequeño mercado de artesanías, una plaza central frente al mar con varios restaurantes, un estrecho malecón de madera donde atracaban los botes de pesca y una larguísima y desierta playa.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Se respiraba una calma absoluta. A primera vista Puerto Morelos parecía haber asimilado bien el turismo. Unas cuantas tiendas anunciaban visitas a la barrera de coral para hacer “snorkeling”. Mar adentro se podían observar los finos cordones de espuma de las olas rompiendo sobre la barrera e indicando su posición. De hecho, esta barrera de coral es, tras la australiana, la más larga del mundo, extendiéndose desde Cancún hasta las costas de Belize.
“¿Busca alojamiento, amigo?”. Gerardo, uno de los guías de snorkeling se dirigía a nosotros con semblante divertido. Al ver nuestras mochilas debió intuir el presupuesto. Nos llevó a ver a Doña Carmita, Una señora con semblante sonriente nos recibió en su pequeño colmado atiborrado de caramelos y galletas (a Laura se le empezaban a ir los ojos). Encima del colmado Doña Carmita tenía habitaciones (colchones en el suelo, cagadero con cubo de agua y lavabo). “Son 50$MXC/3 euros por persona y noche”…!padentro!.
Un paseo por la playa para entrar en el “Modo Puerto Morelos” (relajaooooo) se vio interrumpido por la aparición de la lluvia. La tormentita tropical de las pelotas todavía no había dicho la última. Nos guarecimos en “El Merkadito”, un pequeño restaurante de madera a pie de playa con música suave, se estaba de maravilla a pesar del aguacero. Tras la tormenta, un corto paseo por el pueblo para comprobar que efectivamente la palabra “estress” todavía no había entrado en Puerto Morelos. Mientras caía la noche, unas copas de vino blanco en el solitario restaurante “El Ojo del Agua” frente al mar hicieron brotar una nueva conversación, esta vez sobre nuestras aventuras sentimentales pasadas y lo que nos habían hecho sentir. “Lau, estas conversaciones, ¿no empiezan a ser como una droga deliciosa sin efectos secundarios nocivos?”. Buenas noches.
Puerto Morelos todavía duerme a las seis y media de la mañana a excepción de los pescadores que vuelven a puerto con sus pequeños botes. Unos bancos en la plaza central estratégicamente situados frente a la playa son el lugar perfecto para sacudirte la empanada matinal contemplando el amanecer en silencio, todo un regalo para empezar bien el día.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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En la Posada El Moro se está de lujo a primera hora de la mañana. Café, buena conexión a internet y música suave. Miguel, además de gerente, es buena persona y eso hace que uno se encuentre todavía más a gusto. El primer día que llegué aquí y pregunté por el precio de la conexión me dijo “20$MXC/hora”. Tras pagarle y hablar un rato con él, me preguntó “¿Cuántos días estarás por aquí?”, “No sé” y me contestó “Puedes venir a conectarte a internet cuando quieras y el tiempo que quieras, sin pagar nada”. Todo un detalle teniendo en cuenta que no me alojaba en su establecimiento. Gracias, Miguel.
Editores en calma, plan de ruta sin problemas (tan sólo quedaban Isla Mujeres e Isla Holbox para cerrar la ruta y tenía 10 días por delante), todo en calma…o casi. Todavía necesitaba el vuelo Cancún-Miami para enlazar con el Miami-Barcelona del 1 de noviembre y no había manera de conseguirlo por internet (hasta las bolas del mensaje “No hemos podido completar la transacción, conecte con el número….). Llamada a Aeromexico “Tendrá que venir al aeropuerto de Cancún para comprarlo en persona”, “Cojonudo”, pensé mientras cerraba el ordenador y me dirigía a la playa.
La playa de Puerto Morelos estaba preciosa. Parecía que la tormenta había pasado de largo definitivamente y el sol volvía a regalarnos una paradisíaca explosión de colores.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Algunos botes se dirigían hacia la barrera de coral con los pocos turistas que había por la zona. En la distancia, Laura parecía una esfinge en su postura de meditación sobre la arena sin nadie alrededor que la pudiera molestar. La imagen de armonía se veía amenazada por la presencia de algunas edificaciones ciertamente grotescas en primera línea de mar. Román tenía razón, esto sólo estaba empezando y en cinco o diez años probablemente no quedaría nada del Puerto Morelos que tenía frente a mí. La realidad es que esta localidad empieza a estar en el punto de mira de inversores inmobiliarios y observando con detenimiento se pueden ver los primeros letreros de “En Venta” o “En alquiler” entremezclados con las casas de la población local.
“Amigo, pescado fresco a 120$MXC/7 euros el kilo”. El chaval se llamaba Marcos y tenía cara de buen chico. “¿Podríamos verlo?”. Entramos en una cabaña con una pequeña cocina y una nevera. Al abrirla aparecieron unos meros preciosos. “Si de verdad quiere probar lo mejor de aquí, pruebe el boquinete”. El chaval sacó de un arcón un pescado de un kilo y medio con una pinta excelente. “Pasen sobre las cinco y lo tendrán listo para comer”.
Volvimos a la playa. El sol abrasador obligaba a un baño quisieras o no. El agua del caribe estaba tranquila, tibia, suave. Los pocos turistas que estábamos en la playa disfrutábamos de la tranquilidad de Puerto Morelos sin prisas, una delicia. Laura leía las “Cartas a un joven poeta” de Rilke, un buen libro para comentar en buena compañía. Y así, entre rayos de sol, chapuzones en el mar y comentarios sobre Rilke, el tiempo vuela y nosotros volamos con él.
“Esto está de muerte”. Esta vez Laura y yo no hablábamos mucho. Los filetes del boquinete iban desprendiéndose suavemente de la espina a golpe de tenedor. Aros de cebolla perfectamente confitada y unas copas de Chardonay fresquito como silenciosos acompañantes mientras el sol se ponía un día más sobre la playa de Puerto Morelos. Disfrutamos del momento y brindamos por los 30 días que llevábamos viajando juntos en perfecta sintonía. Una deliciosa y sorprendente sensación para dos almas viajeras, solitarias y extremadamente independientes. Sí, Catalina, “Todo está bien, baby”. No le vamos a dar más vueltas.
Y así, entre paseos por la playa, amaneceres y puestas de sol, boquinetes, celebraciones, copas de vino, chapuzones, conversaciones, lecturas y arrumacos, nos integramos en el modo de Puerto Morelos. Sin darnos apenas cuenta llevábamos cinco días sin movernos de ahí. Era momento de continuar ruta hacia el Norte, Holbox island seguía esperando pacientemente nuestra llegada y ya estaba muy cerca.
Puerto Morelos es un pequeño pueblo de pescadores situado entre los dos “gigantes” turísticos de la Riviera Maya, Playa del Carmen y Cancún. No estaba en el plan inicial de ruta pero seguí el consejo de Román para hacer parada camino de Holbox island. Un autobús MAYAB de segunda clase hace el trayecto entre Tulum y Puerto Morelos (48$MXC/3 euros) en dos horas. Desde la carretera a Cancún un taxi colectivo te deja en Puerto Morelos (5$MXC/0,3 euros) en cinco minutos.
Nada más bajar del taxi colectivo me empecé a dar cuenta de que Román tenía razón. Puerto Morelos daba buenas sensaciones a primera vista. Unas pocas calles estrechas sin apenas circulación, un pequeño mercado de artesanías, una plaza central frente al mar con varios restaurantes, un estrecho malecón de madera donde atracaban los botes de pesca y una larguísima y desierta playa.
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Se respiraba una calma absoluta. A primera vista Puerto Morelos parecía haber asimilado bien el turismo. Unas cuantas tiendas anunciaban visitas a la barrera de coral para hacer “snorkeling”. Mar adentro se podían observar los finos cordones de espuma de las olas rompiendo sobre la barrera e indicando su posición. De hecho, esta barrera de coral es, tras la australiana, la más larga del mundo, extendiéndose desde Cancún hasta las costas de Belize.
“¿Busca alojamiento, amigo?”. Gerardo, uno de los guías de snorkeling se dirigía a nosotros con semblante divertido. Al ver nuestras mochilas debió intuir el presupuesto. Nos llevó a ver a Doña Carmita, Una señora con semblante sonriente nos recibió en su pequeño colmado atiborrado de caramelos y galletas (a Laura se le empezaban a ir los ojos). Encima del colmado Doña Carmita tenía habitaciones (colchones en el suelo, cagadero con cubo de agua y lavabo). “Son 50$MXC/3 euros por persona y noche”…!padentro!.
Un paseo por la playa para entrar en el “Modo Puerto Morelos” (relajaooooo) se vio interrumpido por la aparición de la lluvia. La tormentita tropical de las pelotas todavía no había dicho la última. Nos guarecimos en “El Merkadito”, un pequeño restaurante de madera a pie de playa con música suave, se estaba de maravilla a pesar del aguacero. Tras la tormenta, un corto paseo por el pueblo para comprobar que efectivamente la palabra “estress” todavía no había entrado en Puerto Morelos. Mientras caía la noche, unas copas de vino blanco en el solitario restaurante “El Ojo del Agua” frente al mar hicieron brotar una nueva conversación, esta vez sobre nuestras aventuras sentimentales pasadas y lo que nos habían hecho sentir. “Lau, estas conversaciones, ¿no empiezan a ser como una droga deliciosa sin efectos secundarios nocivos?”. Buenas noches.
Puerto Morelos todavía duerme a las seis y media de la mañana a excepción de los pescadores que vuelven a puerto con sus pequeños botes. Unos bancos en la plaza central estratégicamente situados frente a la playa son el lugar perfecto para sacudirte la empanada matinal contemplando el amanecer en silencio, todo un regalo para empezar bien el día.
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En la Posada El Moro se está de lujo a primera hora de la mañana. Café, buena conexión a internet y música suave. Miguel, además de gerente, es buena persona y eso hace que uno se encuentre todavía más a gusto. El primer día que llegué aquí y pregunté por el precio de la conexión me dijo “20$MXC/hora”. Tras pagarle y hablar un rato con él, me preguntó “¿Cuántos días estarás por aquí?”, “No sé” y me contestó “Puedes venir a conectarte a internet cuando quieras y el tiempo que quieras, sin pagar nada”. Todo un detalle teniendo en cuenta que no me alojaba en su establecimiento. Gracias, Miguel.
Editores en calma, plan de ruta sin problemas (tan sólo quedaban Isla Mujeres e Isla Holbox para cerrar la ruta y tenía 10 días por delante), todo en calma…o casi. Todavía necesitaba el vuelo Cancún-Miami para enlazar con el Miami-Barcelona del 1 de noviembre y no había manera de conseguirlo por internet (hasta las bolas del mensaje “No hemos podido completar la transacción, conecte con el número….). Llamada a Aeromexico “Tendrá que venir al aeropuerto de Cancún para comprarlo en persona”, “Cojonudo”, pensé mientras cerraba el ordenador y me dirigía a la playa.
La playa de Puerto Morelos estaba preciosa. Parecía que la tormenta había pasado de largo definitivamente y el sol volvía a regalarnos una paradisíaca explosión de colores.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Algunos botes se dirigían hacia la barrera de coral con los pocos turistas que había por la zona. En la distancia, Laura parecía una esfinge en su postura de meditación sobre la arena sin nadie alrededor que la pudiera molestar. La imagen de armonía se veía amenazada por la presencia de algunas edificaciones ciertamente grotescas en primera línea de mar. Román tenía razón, esto sólo estaba empezando y en cinco o diez años probablemente no quedaría nada del Puerto Morelos que tenía frente a mí. La realidad es que esta localidad empieza a estar en el punto de mira de inversores inmobiliarios y observando con detenimiento se pueden ver los primeros letreros de “En Venta” o “En alquiler” entremezclados con las casas de la población local.
“Amigo, pescado fresco a 120$MXC/7 euros el kilo”. El chaval se llamaba Marcos y tenía cara de buen chico. “¿Podríamos verlo?”. Entramos en una cabaña con una pequeña cocina y una nevera. Al abrirla aparecieron unos meros preciosos. “Si de verdad quiere probar lo mejor de aquí, pruebe el boquinete”. El chaval sacó de un arcón un pescado de un kilo y medio con una pinta excelente. “Pasen sobre las cinco y lo tendrán listo para comer”.
Volvimos a la playa. El sol abrasador obligaba a un baño quisieras o no. El agua del caribe estaba tranquila, tibia, suave. Los pocos turistas que estábamos en la playa disfrutábamos de la tranquilidad de Puerto Morelos sin prisas, una delicia. Laura leía las “Cartas a un joven poeta” de Rilke, un buen libro para comentar en buena compañía. Y así, entre rayos de sol, chapuzones en el mar y comentarios sobre Rilke, el tiempo vuela y nosotros volamos con él.
“Esto está de muerte”. Esta vez Laura y yo no hablábamos mucho. Los filetes del boquinete iban desprendiéndose suavemente de la espina a golpe de tenedor. Aros de cebolla perfectamente confitada y unas copas de Chardonay fresquito como silenciosos acompañantes mientras el sol se ponía un día más sobre la playa de Puerto Morelos. Disfrutamos del momento y brindamos por los 30 días que llevábamos viajando juntos en perfecta sintonía. Una deliciosa y sorprendente sensación para dos almas viajeras, solitarias y extremadamente independientes. Sí, Catalina, “Todo está bien, baby”. No le vamos a dar más vueltas.
Y así, entre paseos por la playa, amaneceres y puestas de sol, boquinetes, celebraciones, copas de vino, chapuzones, conversaciones, lecturas y arrumacos, nos integramos en el modo de Puerto Morelos. Sin darnos apenas cuenta llevábamos cinco días sin movernos de ahí. Era momento de continuar ruta hacia el Norte, Holbox island seguía esperando pacientemente nuestra llegada y ya estaba muy cerca.