¡Y llega el sexto día del viaje!. Abandonamos la ciudad de Tokio, que finalmente me ha encantado. Comenzamos el tour con nuestro guía japonés que nos ha tenido abandonados durante todos estos días en la ciudad. El primer lugar al que nos dirigimos es a Kamakura, capital del imperio nipón durante más de 100 años allá por el siglo XIII. En esta ciudad se puede hacer un circuito por sus templos budistas, pero nosotros sólo vamos a visitar quizás el lugar por el que más se conoce esta ciudad y es el Gran Buda. Llegamos a la ciudad sobre las 10 de la mañana de un nuevo día caluroso. La estatua está situada en un recinto al aire libre y no puede uno menos que sorprenderse y sentirse como una hormiga cuando se sitúa junto a su base. La estatua en concreto, de mediados del siglo XIII, mide más de 11 m de altura. Por lo visto no es la más grande (superada por la de Nara) pero sí la de mayor belleza. Algún dato adicional de esta estatua es que está realizada en bronce y que pesa más de 800 toneladas. ¡Ahí es nada!. Se puede entrar en la base de la estatua, pero no hay nada de interés en su interior. Estamos una media hora a 45 minutos en el recinto, para ver con calma la estatua y mirar los souvenirs. A mí la verdad, la visita me termina resultando algo incómoda. Del sudor se me ha corrido la crema solar y la tengo toda dentro de los ojos, así que estoy con un picor que no resisto.
Abandonamos la ciudad en nuestro bus y tenemos aproximadamente un trayecto de unas 2 horas hasta llegar a Hakone. Durante un pequeño tramo vamos recorriendo la costa del Pacífico. Además hay bastante tráfico. Es 6 de Agosto y comienzan las fiestas japonesas del Obón, durante las cuales la gente vuelve a sus ciudades de origen para rendir homenaje a sus antepasados. Se puede ver en cierto modo como la fiesta de Todos los Santos. Por otro lado, es el día en el que en 1945 cayó la primera bomba atómica sobre Hiroshima.
Llegamos a Moto-Hakone, donde tenemos un tiempo libre de algo menos de 2 horas para comer antes de tomar el barco que nos llevará por el lago Ashi. Tras nuestro menú japonés (arroz, sopa de miso, sushi,...) de unos 2000 JPY tomamos el barco a las 3 de la tarde. El paisaje visible es bonito, aunque no me llama la atención especialmente. No puedo menos que compararlo con los lagos y montañas suizas y no me impresiona demasiado. Quizás ayuda en eso el hecho de que esté muy nublado y que sea imposible apreciar el Fuji o cualquier otra montaña. Están las nubes muy bajas. Eso sí, me impacta la cantidad de vegetación que hay. Hakone es el típico lugar vacacional japonés. En los claros de vegetación se puede observar algún complejo hotelero. Nos cruzamos también con un barco pirata. Original (un poco hortera para mi gusto) el cruzar el lago en semejante chisme. El trayecto por el lago no dura demasiado, sólo entre 20 y 30 minutos.
Llegamos a Moto-Hakone, donde tenemos un tiempo libre de algo menos de 2 horas para comer antes de tomar el barco que nos llevará por el lago Ashi. Tras nuestro menú japonés (arroz, sopa de miso, sushi,...) de unos 2000 JPY tomamos el barco a las 3 de la tarde. El paisaje visible es bonito, aunque no me llama la atención especialmente. No puedo menos que compararlo con los lagos y montañas suizas y no me impresiona demasiado. Quizás ayuda en eso el hecho de que esté muy nublado y que sea imposible apreciar el Fuji o cualquier otra montaña. Están las nubes muy bajas. Eso sí, me impacta la cantidad de vegetación que hay. Hakone es el típico lugar vacacional japonés. En los claros de vegetación se puede observar algún complejo hotelero. Nos cruzamos también con un barco pirata. Original (un poco hortera para mi gusto) el cruzar el lago en semejante chisme. El trayecto por el lago no dura demasiado, sólo entre 20 y 30 minutos.
Nos bajamos del barco y al autobús, porque nos vamos a Owakudani. Este valle es de gran actividad volcánica. El lugar que vamos a ver destaca por sus fumarolas. Iniciamos cuesta arriba el pequeño sendero señalizado que se dirige hacia los hoyos de donde salen los chorros de vapor. No se puede uno salir del sendero, porque el peligro de sufrir fuertes quemaduras es grande. En el ambiente se nota, o más bien se sufre, un fuerte olor a azufre, o como se suele decir a huevos podridos. No es para menos. Es difícil aguantar tal pestilencia. Para mayor inri, sopla el viento un poco y entonces me vienen los humos y sus olores hacia mí . Deseo salir por piernas hasta el autobús, pero hay que resistir y contemplar el impactante panorama. Una de las atracciones es un pequeño agujero en el que burbujea el agua a una temperatura que debe ser un pelín desagradable. ¡Como para meter un dedo!. Este agua probablemente la han reconducido mediante una pequeña tubería desde el lugar en el que lo más seguro mana. ¿Qué ocurre con esta piscina no apta para el baño? Pues que un señor que trabaja en un chiringuito que hay allí, va con unos huevos y los sumerge en el agua. En un abrir y cerrar de ojos el huevo sale cocido y bastante ennegrecido. Puedes pagar por comerte uno de estos huevos. A mí particularmente no me agrada el hecho de comerme un huevo abrasado en aguas sulfurosas y con ese olor, así que paso del tema, y a lo mío, que es mirar el resto de fumarolas, a las que es imposible aproximarse.
Por otro lado, me llevo una de las sorpresas del día, y quizás del viaje, porque en esos momentos unas nubes comienzan a desplazarse y dejan visible a mis ojos la cima puntiaguda de ese gran cono que es el monte Fuji. Así que aprovechamos todos los viajeros estos escasos minutos de visibilidad para hacer fotos a diestro y siniestro a la montaña. Poco después las nubes lo vuelven a cubrir y se acabó por hoy la visión del Fuji.
Regresamos al autobús rumbo a nuestro ryokán, el único del viaje, y al que llegamos en pocos minutos, a eso de las 5 de la tarde. Es el Yunohana Onsen y estoy ansioso por ver cómo es. Está en un entorno montañoso y rural, aunque el ryokán en cuestión debe ser un poco lujoso, porque tiene hasta campo de golf. En cuanto lo veo me encanta. Entramos en la habitación asignada y es una maravilla. Da al campo de golf. El suelo es de tatami, hay una mesa con un hueco debajo para meter las piernas, el baño también es con tatami. La habitación tiene la típica corredera de papel de arroz para separar el espacio en el que dormiremos del resto de la habitación, que por cierto, es enorme. En los armarios tenemos los kimonos y las instrucciones para saber cómo ponérselos, sobre todo por el lazo, que no es cosa fácil ponerlo con cierto estilo y que no quede desastroso Así que me enfundo en el kimono después de unas cuantas pruebas, y a visitar el hotel. Por cierto, es una maravilla andar descalzo por el tatami. Los zapatos es obligatorio dejarlos a la entrada de la habitación. Las habitaciones están repartidas en torno a un patio central, al aire libre, por el que discurre un sendero que entre vegetación lleva hasta el onsen. Yo me acerco un poco para curiosear, pero no lo utilizo, ya que no me van las aguas termales. Me sentiría escaldado.
Después de unas cuantas horas llega el momento de la cena. Tenemos un salón reservado exclusivamente para nuestro grupo y tenemos que ir ataviados con los kimonos. La cena va a ser lo que se denomina Kaiseki, o alta cocina japonesa, un tipo de cocina donde lo que más premia es la presentación, el diseño del plato. Las mesas que tenemos son alargadas y muy bajas, así que nos tenemos que sentar sobre el tatami y tratar de encontrar la postura más cómoda, todo ello tratando de mantener el kimono en su posición, sin enseñar más de la cuenta Nos van sirviendo pequeños platos de presentación exquisita, que merecen ser fotografiados. Algunos de ellos no son los típicos platos que hasta ahora había probado en Tokio. Da casi pena comérselos. Entran por los ojos una cosa bárbara.
Las camareras tienen mucho mérito. Van sirviendo los platos de rodillas a lo largo de toda la mesa y mientras que nosotros comemos ellas están aposentadas a ambos lados de la puerta de entrada al salón de la misma manera, es decir, de rodillas. Claro que lo nuestro también es complicado, o al menos a mí me lo parece. Porque estar 5 minutos con las piernas estiradas o entrelazadas para comer es una cosa, pero claro, 1 hora y media después tienes ya las piernas que no las sientes y no sabes ni dónde ponerte el kimono. Mientras tanto, las camareras ahí arrodilladas, tan monas, sin inmutarse. Termina la cena y nos vamos (tras superar las complicaciones para levantarse) de juerga desenfrenada a la sala de karaoke, donde por supuesto hay unos japonesitos cantando, y no lo hacen mal. Será por eso que ninguno de nosotros, que por lo menos somos 10, nos atrevemos a salir a cantar, eso sí, le preguntamos a la japonesa que canta la mayoría de las canciones que si conoce la serie de Heidi y hacemos que la cante. ¡Ay, madre! ¡Qué cara que tenemos!. Finalmente la fiesta no se desmadra mucho y poco a poco vamos volviendo a las habitaciones, donde por cierto ya nos han movido las correderas de papel de arroz y también han extendido los futones sobre el tatami. ¡Qué cómodo es dormir así!. A pesar de la yukata que nos ponemos.
Las camareras tienen mucho mérito. Van sirviendo los platos de rodillas a lo largo de toda la mesa y mientras que nosotros comemos ellas están aposentadas a ambos lados de la puerta de entrada al salón de la misma manera, es decir, de rodillas. Claro que lo nuestro también es complicado, o al menos a mí me lo parece. Porque estar 5 minutos con las piernas estiradas o entrelazadas para comer es una cosa, pero claro, 1 hora y media después tienes ya las piernas que no las sientes y no sabes ni dónde ponerte el kimono. Mientras tanto, las camareras ahí arrodilladas, tan monas, sin inmutarse. Termina la cena y nos vamos (tras superar las complicaciones para levantarse) de juerga desenfrenada a la sala de karaoke, donde por supuesto hay unos japonesitos cantando, y no lo hacen mal. Será por eso que ninguno de nosotros, que por lo menos somos 10, nos atrevemos a salir a cantar, eso sí, le preguntamos a la japonesa que canta la mayoría de las canciones que si conoce la serie de Heidi y hacemos que la cante. ¡Ay, madre! ¡Qué cara que tenemos!. Finalmente la fiesta no se desmadra mucho y poco a poco vamos volviendo a las habitaciones, donde por cierto ya nos han movido las correderas de papel de arroz y también han extendido los futones sobre el tatami. ¡Qué cómodo es dormir así!. A pesar de la yukata que nos ponemos.
Ha sido toda una experiencia alojarse en un ryokán. Qué pena que no haya más durante el viaje. Mañana dejamos ya esta zona y nos vamos hacia Takayama, en la zona que denominan Alpes Japoneses.