Se acabó. Hoy es el último día en Japón, pero ya no tenemos oportunidad de ver algo más. Nos marchamos directamente al aeropuerto, que está a 1 hora de Osaka. Nos acompañan las dos guías japonesas que hemos tenido los últimos días del circuito. Durante el trayecto nos hablan de algunas de las empresas mas importantes de Japón y sobre las vacaciones de los japoneses. Llegamos al aeropuerto sobre las 10 de la mañana. El avión con destino a París sale en un par de horas. Las guías nos dejan facturando y se despiden de nosotros. Nos dan a cada uno una pequeña grulla de papel. Se agradece el detalle.
El avión sale con puntualidad. Tenemos aproximadamente 12 horas de vuelo por delante, hasta llegar a París sobre las 5 de la tarde (7 horas de diferencia horaria). Después de la experiencia del viaje de ida, voy ahora bastante más tranquilo, confiado de que no voy a tener ningún problema. Con tanto tiempo por delante puedo aprovechar para hacer balance del viaje.
2 meses antes, quizás menos, no se me hubiera ocurrido por nada del mundo que yo pudiera viajar a Japón. No formaba parte de mi lista de destinos preferidos, es más, ni siquiera era un país que tuviera en cuenta. A priori me llamaba más la atención China. Una serie de rebotes de viajes que no pude hacer, me llevaron por sorpresa a decantarme de pronto por Japón. Durante varias semanas estuve dudoso pensando si me habría equivocado o no, pero ahora, según estamos volviendo ya a Europa, creo que ha sido uno de los viajes de mi vida, uno de los países de los que quizás no esperaba demasiado pero que me ha sorprendido por todo: gastronomía, cultura, arquitectura, costumbres. Pero sobre todo por una cosa: el contraste.
Tokio: La ciudad que creía que no me gustaría por carecer de monumentos importantes me fascinó. 3 días me resultaron insuficientes y de hecho hubiera seguido al menos un par de días más en la ciudad para terminar de ver a fondo algunos distritos que no me dio tiempo.
Nikko: Templos de arquitectura y decoración elegantes en un paisaje montañoso.
Hakone: Sólo por ver un poco del monte Fuji y dormir en un ryokán del lugar, mereció la pena.
Takayama: El Japón rural y de vida más sosegada.
Shirakawa-go: Ver cómo pudo ser la vida en siglos pasados o quizás no tanto en las zonas campestres.
Kanazawa: El jardín Kenroku-en.
Kioto: Totalmente opuesto a Tokio. Tradición y aire imperial por todos sus rincones. Habría podido estar 2 días más viendo templos.
Hiroshima: Lo más triste del viaje.
Mijayima: Un poco decepcionante al verlo con marea baja. Aún así, espectacular.
Osaka: Nada que desmerecer con respecto a Tokio. Con tiempo, ciudad para dedicarle un par de días.
Lo que menos me ha gustado del viaje ha sido únicamente el mes en el que lo he hecho. El calor ha sido sofocante e insoportable durante buena parte del viaje. He echado de menos la posibilidad de asistir a espectáculos típicos de calidad, no la parodia del Gión Corner.
Entre reflexiones, paseos por el avión, conversaciones con la gente del viaje, la pantallita del avión y la comida de dudosa calidad, va pasando el tiempo y vamos llegando a París. Se me ha hecho largo, pero no tanto como el de ida. Quizás ha influido el viajar hacia el oeste y haber salido por la mañana. Eso sí, mis 9 ó 10 horas de mascar chicle contra el taponamiento de oídos no me lo ha quitado nadie. A las 5 de la tarde estamos ya en el aeropuerto Charles de Gaulle. Hasta las 8 aproximadamente no sale el avión con destino a Madrid. Aquí ya tenemos las caras serias, el cansancio, el arrastrar las piernas por los pasillos. Ya sí que hay ganas de terminar el viaje. El vuelo hasta Madrid es un mero trámite, tarda menos de 2 horas. Recojo el equipaje y derecho a casa a dormir, contento por el viaje que jamás pensé realizar.
El avión sale con puntualidad. Tenemos aproximadamente 12 horas de vuelo por delante, hasta llegar a París sobre las 5 de la tarde (7 horas de diferencia horaria). Después de la experiencia del viaje de ida, voy ahora bastante más tranquilo, confiado de que no voy a tener ningún problema. Con tanto tiempo por delante puedo aprovechar para hacer balance del viaje.
2 meses antes, quizás menos, no se me hubiera ocurrido por nada del mundo que yo pudiera viajar a Japón. No formaba parte de mi lista de destinos preferidos, es más, ni siquiera era un país que tuviera en cuenta. A priori me llamaba más la atención China. Una serie de rebotes de viajes que no pude hacer, me llevaron por sorpresa a decantarme de pronto por Japón. Durante varias semanas estuve dudoso pensando si me habría equivocado o no, pero ahora, según estamos volviendo ya a Europa, creo que ha sido uno de los viajes de mi vida, uno de los países de los que quizás no esperaba demasiado pero que me ha sorprendido por todo: gastronomía, cultura, arquitectura, costumbres. Pero sobre todo por una cosa: el contraste.
Tokio: La ciudad que creía que no me gustaría por carecer de monumentos importantes me fascinó. 3 días me resultaron insuficientes y de hecho hubiera seguido al menos un par de días más en la ciudad para terminar de ver a fondo algunos distritos que no me dio tiempo.
Nikko: Templos de arquitectura y decoración elegantes en un paisaje montañoso.
Hakone: Sólo por ver un poco del monte Fuji y dormir en un ryokán del lugar, mereció la pena.
Takayama: El Japón rural y de vida más sosegada.
Shirakawa-go: Ver cómo pudo ser la vida en siglos pasados o quizás no tanto en las zonas campestres.
Kanazawa: El jardín Kenroku-en.
Kioto: Totalmente opuesto a Tokio. Tradición y aire imperial por todos sus rincones. Habría podido estar 2 días más viendo templos.
Hiroshima: Lo más triste del viaje.
Mijayima: Un poco decepcionante al verlo con marea baja. Aún así, espectacular.
Osaka: Nada que desmerecer con respecto a Tokio. Con tiempo, ciudad para dedicarle un par de días.
Lo que menos me ha gustado del viaje ha sido únicamente el mes en el que lo he hecho. El calor ha sido sofocante e insoportable durante buena parte del viaje. He echado de menos la posibilidad de asistir a espectáculos típicos de calidad, no la parodia del Gión Corner.
Entre reflexiones, paseos por el avión, conversaciones con la gente del viaje, la pantallita del avión y la comida de dudosa calidad, va pasando el tiempo y vamos llegando a París. Se me ha hecho largo, pero no tanto como el de ida. Quizás ha influido el viajar hacia el oeste y haber salido por la mañana. Eso sí, mis 9 ó 10 horas de mascar chicle contra el taponamiento de oídos no me lo ha quitado nadie. A las 5 de la tarde estamos ya en el aeropuerto Charles de Gaulle. Hasta las 8 aproximadamente no sale el avión con destino a Madrid. Aquí ya tenemos las caras serias, el cansancio, el arrastrar las piernas por los pasillos. Ya sí que hay ganas de terminar el viaje. El vuelo hasta Madrid es un mero trámite, tarda menos de 2 horas. Recojo el equipaje y derecho a casa a dormir, contento por el viaje que jamás pensé realizar.