¡Editado! Vídeo de esta etapa:
Nos despedimos de Kyoto despertándonos bien temprano para acudir al Cube, la estación de trenes, por dos razones: la primera, llegar lo antes posible a nuestro próximo destino, Hiroshima, para aprovechar el día, y la segunda, que esa jornada comenzaba la Golden Week, es decir, la semana de vacaciones que la gran mayoría de los japoneses tienen a principios de mayo. Esperábamos encontrarnos un gran volumen de gente debido a que era sábado y comienzo de la Golden, pero… ¡no tanto! De hecho, tuvimos que ir de pie en el Shinkansen que iba desde Kyoto a Hiroshima…
Pero con paciencia y puntualidad japonesa, llegamos a Hiroshima, ciudad tristemente célebre por la bomba nuclear que recibió en 1945 (al igual que en Nagasaki), hecho que propiciaría, como ya sabemos, que Japón se rindiese y acabara la Segunda Guerra Mundial.
No voy a mentirles: Hiroshima fue completamente destruida y, por lo tanto, a día de hoy es una ciudad moderna, eficiente y con muy pocas cosas interesantes que ver, quitando los vestigios de la bomba atómica y el Parque Conmemorativo de la Paz. Nosotros íbamos con la intención de ver justamente eso, y se comprende que la inmensa mayoría de los visitantes también, puesto que tienen preparado un tranvía que te lleva cómodamente desde la estación de trenes hasta la cúpula y la entrada de dicho parque.
En la misma estación de trenes de la JR hay una oficina de turismo en donde pueden coger gratuitamente un mapa con las indicaciones necesarias para llegar hasta allí.
Como se puede observar en la foto, el trayecto en tranvía cuesta 150 yenes (1’5 euros, más o menos), y te lleva hasta la cúpula en unos 15 minutos. Una vez en la parada correspondiente, con solo andar un poco… te encuentras con esto.
La bomba atómica cayó a muy pocos metros de ahí, y milagrosamente la estructura del edificio se mantuvo en pie (fue el único edificio que no quedó reducido a escombros). Por ello, se decidió mantenerlo tal cual quedó, para que el recuerdo de la barbarie permanezca siempre en la memoria colectiva.
Quizás una fotografía no transmita tantas sensaciones, pero lo cierto es que a mí me impactó mucho verla, porque no puedes evitar imaginar que todo a tu alrededor, aquello por lo que pisas, era polvo. Tuvo que ser demoledor.
Actualmente, y con un día tan bonito como el que pillamos, es difícil imaginar que hace solo 68 años lo que ahora es un apacible parque, era símbolo de destrucción y muerte.
Hay muchos paneles informativos alrededor de la cúpula, pero tranquilos, porque dentro del Museo Conmemorativo, el visitante hallará toda la información que necesite (y más).
Como dije arriba, hacía un sol de justicia y mucho calor. Nos entretuvimos un rato en una fuente que estaba al lado de la cúpula, viendo cómo los pajarillos se refrescaban. Y me pareció una metáfora muy bonita de cómo la vida ha surgido de las cenizas.
Con solo caminar unos minutos sobre los numerosos puentes que conectan la ciudad, uno llega a los alrededores del Museo Conmemorativo de la Paz, un enorme parque con más de una sorpresa emocionante.
A mí, en particular, la que más me impresionó fueron las grullas de papel. Dentro del Museo había una parte de la exposición dedicada a la historia real de una niña víctima de la bomba que pasó sus últimos días en el hospital, aquejada de los males de la radiación. Según la tradición japonesa, si se hacen mil grullas de papel, se cumple el deseo que se pida. La niña empezó a hacer grullas en su cama de hospital para que se cumpliese su sueño de poder seguir viviendo, pero falleció antes de llegar a cumplir su propósito.
Desde entonces, y hasta la fecha, niños de todos los colegios de Japón hacen y envían grullas de papel a Hiroshima, que se almacenan en esta parte del parque, en recuerdo de esa niña y de todas las víctimas de la barbarie. También todas las personas de todas partes del mundo que quieran dejar sus grullas, pueden hacerlo.
Existe incluso un banco de datos para saber de dónde viene cada grulla, quién la ha hecho. A mí se me pusieron los pelos de punta.
Y tras acabar el paseo, llegamos al fin al museo. La entrada, por cierto, es totalmente gratuita.
Señores, no saqué fotos ni vídeos dentro del Museo. He de decir que he estado en varios museos bélicos a lo largo de mi vida, porque me interesan mucho (por citar uno, el de Londres dedicado a la II Guerra Mundial), y puedo afirmar que ninguno me ha impactado tanto como el de Hiroshima. En este museo se detallan los pormenores del lanzamiento de la bomba (por lo que pudimos leer en los paneles y ver en los vídeos, eran varias las ciudades marcadas como objetivos para lanzar la bomba, pero se eligió Hiroshima porque esa mañana hacía un día espléndido y despejado, y así se podría observar con niditez los efectos destructivos), se recopilan muchos enseres y restos, y lo más duro e interesante: cientos de testimonios de supervivientes, con fotografías y entrevistas en vídeo.
Es muy, muy duro. De hecho, aguantamos cerca de hora y media, pero cuando nos quedamos a visionar el testimonio de una madre, que perdió a una de sus hijas al no poder regresar a la casa ya derruida a buscarla, nos marchamos, porque nos agobiamos mucho.
Cierto es que solo se cuenta una parte de la historia, y se ignora el papel que Japón tuvo en la II Guerra Mundial, pero… Es durillo. Y por lo tanto, recomiendo ir. Porque solo conociendo el pasado, no se vuelven a cometer los mismos errores en el futuro.
Como ya habíamos tenido suficiente, decidimos regresar a la estación para comer algo y poner rumbo a nuestro destino final del día. Pero antes, detalle del cartel que vimos en la parada del tranvía, con un mensaje de gratitud a todos los que apoyaron a la nación de Japón tras el desastre del terremoto y tsunami de 2011.
Y muchos escolares sin Golden Week por las calles, todo sea dicho xD
Tras zamparnos un okonomiyaki delicioso al estilo de Hiroshima en un puesto en la estación (el okonomiyaki es una especie de tortilla típica de la región de Kanto, y que lleva, además de una masa de harina, mucha col, carne o marisco, verduras y una salsa buenísima; te la hacen a la plancha y se come troceándola con espátulas), tomamos otro tren que en unos 40 minutos nos llegó al puerto de Miyajimaguchi, en donde tomamos un ferry para ir a la isla sagrada de Miyajima, en donde pasaríamos la noche.
No me arrepiento de, a la hora de planificar el viaje, establecer que íbamos a pasar noche en Miyajima. De hecho, puedo afirmar que la tarde, noche y mañana que pasamos en Miyajima fueron mis horas favoritas de todo el viaje por Japón
Simplemente maravilloso, y se los recomiendo encarecidamente por una sencilla razón: la isla de Miyajima está considerada, además de enclave sintoísta sagrado, como uno de los parajes más hermosos y pintorescos del país. Y por lo tanto, está petada de turistas, pero, y he aquí la razón por la que decidí que pecnortaríamos allá, casi todos se marchan en el último ferry de la tarde, y en la isla, además de sus escasos 100 habitantes, quedan apenas unos pocos visitantes y puede disfrutarse con tranquilidad.
Hay multitud de compañías de ferry que te llevan a Miyajima, pero si van a Japón con el Japan Rail Pass, el ferry de la compañía JR es totalmente gratis. Nosotros lo tomamos, y fue de lo más divertido y agradable.
El trayecto es cortito, apenas 10 minutos, y el barco no se mueve casi nada. Además, las vistas, tanto de la bahía de Hiroshima a lo lejos, como de la isla, son tan bonitas que se te pasa volando.
Y cuando te quieres dar cuenta…
¡Ahí está, su famoso Toori rojo! Nosotros tuvimos la mala pata de verlo en obras… Apenas unas semanas atrás hubo un temporal y tuvieron que someterlo a restauración. La primera sensación fue de pena, pero después de pensarlo un poco, ¡qué demonios! Mucha gente ha visto el Toori tal cual, pero muy pocos lleno de andamios. Si es que el que no se consuela, es porque no quiere
Cuando llegas a tierra, lo haces por la acogedora y pequeña terminal de ferrys de la JR. Y nada más salir al exterior, te topas con otro de los elementos característicos de la isla…
¡Ciervos silvestres! Al igual que en Nara, los ciervos viven en libertad y están considerados como animales sagrados. Así que campan a sus anchas, más que acostumbrados a los seres humanos. Son una monada, pero ciudado… ¡que intentan comerse los mapas y todo lo que pillen!
Cuando estuve organizando el viaje, me costó dar con un ryokan (hospedaje tradicional) cuyo precio no se fuera de madre. Tras mucho buscar, di con uno. No resultaba excesivamente caro (tampoco barato, unos 100 euros la noche la habitación para dos), pero tenía onsen privado y me gustó que su web estuviese también en inglés y admitieran reservas por email. Así que me aventuré. Me alegro mucho de haberlo hecho, porque sin duda, fue el mejor alojamiento que tuvimos en Japón.
Hablo del ryokan Ryoso Kawaguchi, un ryokan tradicional regentado por un simpático matrimonio. Él no habla nada de inglés, pero si llamas al ryokan por teléfono (hay cabinas nada más salir de la estación de ferrys) al ryokan y se lo pides a su mujer, que sí habla inglés (lo suficiente para mantener conversaciones sencillas), el hombre te va a buscar gratuitamente a la estación en su coche.
El ryokan no está lejos, pero como no teníamos ni idea de cómo llegar, pedimos que nos viniera a buscar, y así hizo.
Nos quedamos encantados. Ese lugar tenía una atmósfera auténtica, tradicional pero acogedora, casera.
Además, el matrimonio es de lo más amable y te hacen sentir muy cómodo.
Y para rematar la faena, la habitación que nos dieron era enorme. Teniendo en cuenta el tamaño de las habitaciones que hasta entonces nos había tocado en los restantes alojamientos en donde nos quedamos, nos alucinó.
Además de un juego de té, nos esperaban en la mesita dos dulces típicos de Miyajima, con forma de hoja de arce y rellenos de pasta de judías. Los japoneses son muy aficionados a los dulces característicos de cada zona, pues acostumbran a llevárselos de recuerdo a sus seres queridos con cada viaje. No son baratos, así que nos hizo ilusión poder probar esos.
Rico, rico. Por cierto, por si a estas alturas del diario de viaje no les ha quedado claro, sí, nos pasamos el viaje jamando xD Pero como caminamos como cerditos, compensábamos.
Para colmo, los futones eran comodísimos (dormimos como santos esa noche), y el ryokan cuenta con dos onsen privados que se pueden disfrutar en intimidad. Simplemente accedes al que esté libre, cierras la puerta, y todo para ti. No saqué fotos, pero sí vídeos, así que cuando monte y suba el vídeo correspondiente a este día, edito la entrada y lo añado
Tras haber descasado un poquito, nos fuimos a dar un paseo por la preciosa avenida costera de Miyajima.
Primeras impresiones: muchos tooris de piedra, y muchos ciervitos.
Y apenas unos metros más allá, una vista que le quita a uno el aliento: el gran Toori.
Es simplemente precioso.
Como pillamos la marea tan baja, fuimos a la arena para acercanos todo lo posible a él.
Será que como buenos canarios, el mar es muy importante para nosotros. Estar ahí fue como sentirse casi en casa.
A mí me hacía ilusión tocar y probar el agua del Pacífico (soy así de friki), así que aproveché y lo hice Una atlántica convertida a pacífica, je, je.
Y para que quede constancia de que estaban en obras con el Toori…
La gente tira monedas a pies del Toori. Todas las que encontramos, muchas de ellas desgastadas por la acción del mar, lo demuestra.
¿Se creen que se nos había acabado la diversión por la zona? Todo lo contrario…
Hamburguesas flotantes, como en Humor Amarillo. ¡Eso había que inmortalizarlo!
Yo casi me pego un talegazo, jajaja.
Y tras hacer el pato, nos pusimos a investigar por los alrededores antes de que se pusiera el sol. Subimos un poco a lo alto para disfrutar las vistas al famoso e icónico Itsukushima, un templo erigido del mar que, cuando sube la marea, parece estar sostenido por las aguas.
Ya estaba cerrado, y al día siguiente teníamos planes, así que no nos dio tiempo de visitarlo.
Y ya de vuelta al ryokan para bañarnos, pasamos por la calle comercial, llena de tiendas de recuerdos y tenderetes de comida. Pedro no se pudo resistir a probar un manjar local: ostras a la plancha. Yo no las probé porque no son santo de mi devoción, pero él dice que estaban de muerte. Y para regarlas, un refresco viejuno japonés que nos compramos porque Pedro lo vio y exclamó: “¡El refresco que salía en 20th Century Boys!”, en referencia al manga de Urasawa que tanto nos gusta. Fíjense en la botella, tiene una canica de cristal en el cuello. Una vez vacía, la guardamos y la tenemos de recuerdo en casa :3
Yo no iba a ser menos…
Regresamos al ryokan, fuimos al onsen, descansamos un ratico, y fuimos a dar una vuelta para ver los mismos escenarios pero bajo el manto de la noche y con el juego de luces. A esas horas (apenas las 9 de la noche), Miyajima está desierta. Sus 100 habitantes ya se han retirado para descansar, los turistas que la masifican por el día se han marchado, y los que se quedan ahí son minoría, como nosotros.
Si se preguntan si existe en el pobladísimo Japón un lugar en donde a las 9:30 de la noche solo haya un restaurante abierto donde cenar, la respuesta es sí, en Miyajima.
Y las casualidades de esta vida quisieron que en el restaurante solo hubiese, además de nosotros, otra pareja cenando. La otra pareja también era española. Si es que el mundo es un pañuelo…
Al día siguiente tocaba madrugar, y mucho, puesto que a las siete de la mañana queríamos empezar el ascenso al Monte Misen, el lugar más alto de Miyajima. Fue una experiencia físicamente dura, pero maravillosa. Ya se las contaré