¡Editado! Vídeo del diario aquí:
Kyoto es una ciudad tranquila, llena de encanto y templos…, quizás demasiados templos. Tantos que estábamos un poco saturados y decidimos invertir nuestro último día completo allí (al siguiente nos tocaba tren y nuevo destino) en hacer una excursión de ida y vuelta a la cercana ciudad portuaria de Kobe.
Kobe es conocida por tres cosas: la primera, por su carne de buey, algo que les vale fama mundial; la segunda, que gracias al sector portuario y el comercio con el extranjero históricamente, es un lugar en el que puede notarse una atmósfera con claras influencias europeas, mucho más que en otras ciudades como Tokyo; y por último, un dato triste, porque en 1995 sufrió uno de los peores terremotos de la historia de Japón.
Pero bueno, vayamos por partes. Nos levantamos, fuimos caminando desde nuestro ryokan a Kyoto Station, nos compramos el desayuno y tras un tranquilo viaje de unos 40 minutos, llegamos a Kobe, una ciudad no demasiado turística, por lo que se puede pasear por ella sin agobios.
Había una oficina turística en la que pedimos un mapa. Con el plano y el de referencia a las afueras de la estación, nos dirigimos hacia el parque marítimo.
Pese a ser temprano (más o menos las diez de la mañana), hacía mucho calor y sol radiante. Por eso encontrar una calle comercial cerrada, de las que tanto abundan en Japón, nos vino de perlas.
Había poca gente, así que fue un gustazo pasear y cotillear escaparates y puestillos.
Había tiendas de ropa, de menaje y demás, pero solo me compré una cosa… ¡una bolsa de kit kats de té verde! Cuando edite el vídeo correspondiente a este día, ya lo verán.
Tras salir de nuevo a cielo descubierto, más detalles curiosos.
Una preciosa jardinera con detalles muy british y… ¿un candelabro judío? O.o
Una tapa de alcantarilla con la fecha que supuso un antes y un después en la ciudad: 1995, año del gran terremoto.
Tras caminar un poco más llegamos al parque marítimo conmemorativo del terremoto.
A la izquierda se puede observar a un nutrido grupo de escolares japoneses. De hecho, vimos un montonazo por la zona.
El mar… No hay nada que haga sentir mejor a un canario que el reencuentro con el océano. No era el Atlántico, pero nos relajó un montón verlo y olerlo. Y justo al lado de donde nos paramos a contemplarlo, está lo realmente interesante del parque marítimo, ya que han dejado una zona tal y como quedó tras el gran terremoto, para que se pueda apreciar los efectos que tuvo.
Es realmente impresionante. En la siguiente foto se puede comprobar el nivel de inclinación de la farola.
En esos momentos, y con el terremoto de 2011 tan reciente, traté de imaginar cómo ha de ser vivir una experiencia así. Tiene que ser sobrecogedor.
Imagino que el objetivo del parque es recordar a los japoneses la importancia de la prevención para evitar desastres causados por los terremotos. Como ya saben, tienen una de las tecnologías antisísmicas más avanzadas del mundo.
Pero no todo el parque marítimo está dedicado al terremoto. También hay expuestos numerosos prototipos de navíos, algunos de ellos de lo más curiosos. Yamatos a tutiplén.
De nuevo, puede observarse en la foto la enorme cola de escolares en plena excursión, esta vez para entrar al museo marítimo de Kobe.
El calor apretaba, pero seguimos paseando. Nos topamos con una noria enorme, una especie de barco pirata, un curioso hotel con forma de crucero…
Y cómo no… Si Tokyo y Kyoto tienen la suya, ¿cómo no iba a tener Kobe su torre?
Es muy curiosa, porque está retorcida.
En verdad la habíamos visto desde lo lejos y nos fuimos aproximando a ella.
Tanto pateo nos despertó el apetito. El objetivo era buscar luego un lugar donde poder comer carne de Kobe (si bien no de buey, porque era prohibitiva), pero qué mejor para tomarse un aperitivo que el animado barrio chino.
Puestillos por todas partes, gente joven, bullicio…
¡Y comida!
Yo me pedí una especie de empanada rellena de carne que estaba buenísima. Y luego nos quedamos flipando cuando vimos a las niñas todas felices gritando “¡ichigo!” y comprando como locas un simple pincho de madera con tres fresas pequeñas, al módico precio de… ¡300 yenes! Sí, 3 euros por tres minifresas ensartadas. En Japón la fruta es carísima.
Ya saliendo del barrio chino para ir a buscar donde comer, nos encontramos con esta preciosa máquina expendedora de bebidas decorada con dragones. Nótese lo bien cuidada que está y que pese a la gran variedad de bebidas, no había Coca-Cola. De hecho, esta bebida apenas se bebe allá en Japón si la comparamos con el té frío en múltiples versiones y marcas, o los refrescos raros como la Fanta de melón.
Y hablando de Coca-Cola, aquí están, haciendo publi a saco, pero vamos… Si bien no era excesivamente difícil encontrar máquinas donde hubieran latas o botellas, había que mirar varias.
Al final, tras mucho buscar, decidimos subir a un restaurante que estaba en una planta elevada en un edificio. Nos pusimos morados y hay vídeos de la comida (en plancha en directo), así que cuando lo monte ya lo podrán ver. Por lo pronto, les dejo esta foto de un local con un nombre desafortunado para los hispanohablantes…
Tras el almuerzo, paseíto tranquilo de regreso a la estación de trenes. Volvimos a través de la calle cubierta, y tuvimos el momento friki del día cuando vimos a un hombre con una camiseta con el emblema de uno de los grupos pirata del manga más popular del momento allá en Japón (y del mundo, podría decirse): One Piece.
En resumen, Kobe es una ciudad agradable, si bien no tiene nada que la haga especialmente atractiva, pero es buen lugar para hacer una excursión y conectar con el Japón moderno más tranquilo. Tras el viaje en tren, llegamos a Kyoto, en donde dimos un paseo por los alrededores de la estación. Regresamos al ryokan, nos bañamos, cenamos y a descansar. Al día siguiente nos íbamos a Hiroshima, y pasaríamos la noche en uno de los enclaves que más nos gustaron de Japón: la maravillosa isla de Miyajima.