PRÓLOGO
¿Cómo plasmar en un papel recuerdos y sensaciones?, ¿cómo transmitir la alegría que se siente al volver tras realizar un viaje maravilloso?, ¿cómo relatar las experiencias y anécdotas vividas sin olvidar un detalle para que los demás puedan entender el porqué de tu inmensa felicidad? No tengo respuesta a ninguna de esas preguntas; simplemente intentaré reflejar en este diario todo lo que recuerde de mi reciente viaje a Japón. Si sirve a alguien de ayuda, me alegraré; si hay quien, tras leerlo, se plantea visitar el país, aquí estoy para resolver dudas y, si se lee sin más, por curiosidad o entretenimiento, pues también bien.
Quiero dar las gracias a Bruce2000 por su inestimable ayuda; aunque me quedaré muy lejos de los suyos, él me enseñó cómo hacer el diario. Y, lo prometido es deuda. Pablo, va por ti.
8 y 9 de mayo 2008
No me lo puedo creer, por fin ha llegado el día. Hoy voy a iniciar el viaje con el que he estado soñando desde que era pequeña. Japón, ese país asiático conocido por su avanzada tecnología y a su vez por sus arraigadas tradiciones, resonaba en mi mente continuamente y me llamaba e invitaba a conocerlo. Tras una breve noche de sueño, en parte por los nervios y la emoción y en parte por el madrugón, me levanto a las 4:30. Al vivir en Fuengirola, anoche decidí quitarme la carretera de en medio (por si acaso) y duermo en la casa de mi hermano en Málaga, a diez minutos del aeropuerto.
Facturo mi maleta y veo que pesa 18 kilos, sobre un máximo de 20; no quiero ni pensar cómo tendré que hacer a la vuelta (la respuesta en el diario del último día). El vuelo es a las 7:05h y claro, no hay mucha gente por aquí a estas horas. Vuelo con Air France y hago escala en París, por lo que al poco de llegar aparece un grupo de padres con niños, con destino a Disneyland. A las 6:35h embarcamos y salimos sin retraso.
Aterrizamos en Charles De Gaulle con diez minutos de adelanto, pero el avión tarda más o menos eso en llegar hasta el punto de parada. Mientras avanza por las pistas veo montones de conejos corriendo alrededor de ellas. He estado varias veces en París y no recuerdo haberlos visto antes. Estoy en la terminal 2D y debo embarcar en la 2F, así que tomo el autobús interno del aeropuerto.
Apenas son las 10:00h y mi próximo vuelo es a las 13:15h así que me lo tomo con calma y me voy a desayunar, con la consiguiente clavada típica de aeropuerto. Escribo mis primeras palabras en el cuaderno de viajes que siempre llevo conmigo. Luego saco a mi compañero de viaje, el libro “El abanico de seda” y me sumerjo en sus páginas mientras mi alrededor es un hervidero de gente de aquí para allá. De vez en cuando miro las pantallas, aún queda. Sobre las 12:00h decido levantarme y me dirijo a las puertas de embarque, pero antes debo pasar el control y las colas son enormes. Cuando llego, bastante rato después, el monitor junto a la puerta F44 indica “dernier apel/last call”; tiene gracia la cosa, después de tanto rato esperando, casi me quedo en tierra.
Son las 13:45h, estoy sentada junto a la ventanilla y acabamos de despegar. Según el monitor situado frente a mi asiento, la duración del vuelo será de 11 horas y media y la ruta a seguir: París-Bruselas-Amsterdam-Roterdam-Gronningen-Ribe- Aarhus- entre Upsala y Estocolmo- bordear la costa rusa-Siberia- entrada a Japón por Niigata. Tenemos prevista la llegada a las 8:08h, hora japonesa (la 1:08h en España), por lo que cuando debería acostarme, tendré que sacar fuerzas para afrontar un nuevo día. Durante el vuelo rellenamos el formulario que luego entregaremos en el aeropuerto. Marco “tourism” para poder canjear el JR Pass. Con la diferencia horaria no veo la noche, del atardecer pasamos al amanecer.
Finalmente, tomamos tierra en el aeropuerto de Narita a las 8:23, llegando a la terminal quince minutos después. A pesar de que el avión venía lleno, pasamos el control de pasaportes bastante rápido; cuando llegas al mostrador te hacen introducir los dos dedos índices en una maquinita a la vez que te hacen una foto y ¡hala, ya estás fichado! Te comprueban el formulario y te grapan una parte de él en el pasaporte. Luego, a recoger la maleta, que ya está esperándome cuando llego a la cinta ¡qué rapidez! Me dirijo al ala sur, pues allí hay un amigo que ha llegado desde Barcelona vía Frankfurt y con el que compartiré viaje.
Como tenemos la firme intención de cargar con las maletas lo menos posible, compramos el ticket del limousine bus que nos llevará hasta el hotel; son 3.100 yenes y nos regalan un bono de un día para el metro. Después bajamos una planta y vamos a la oficina de JR, canjeamos el Rail Pass y sacamos el billete de reserva para ir el lunes a Nikko. Prácticamente es nuestra primera toma de contacto con personal japonés dedicado al turismo y comprobamos que es verdad que saben poquito inglés (como yo, vamos). También aprovechamos y sacamos la tarjeta SUICA, una especie de abono de transporte pero recargable, así no tenemos que sacar el ticket del metro cada vez.
Aún queda un ratito para que salga el limousine así que decidimos desayunar en el Starbucks (durante todo el viaje mis visitas a las cafeterías de esta cadena serán continuas, ¡cómo voy a echar de menos el chocolate caliente en las tardes de lluvia!). Por fin subimos al autobús, tenemos por delante más o menos una hora de camino así que pego la nariz a la ventanilla para no perderme ni una sola de las primeras imágenes niponas que veré. Incluso pasamos junto al parque de la Disney.
Llegamos al hotel, el Grand Prince Akasaka, un enorme edificio de 40 plantas diseñado por Tange Kenzo (el mismo arquitecto que proyectó el Ayuntamiento de Tokyo y el cenotafio de Hiroshima, entre otros). Hacemos el check-in y nos dan las habitaciones en la planta 38 ¿qué hago yo ahora con mi vértigo? Eso sí, las vistas son espectaculares. También recojo las entradas para los combates de sumo del miércoles, ya que les pedí el favor de que me las comprasen y sin problemas. Apenas tenemos tiempo de dejar las maletas y poco más, a las 14:00h hemos quedado con Masako, una chica que nos hará de guía en nuestro primer día en el país.
Cuando bajo me encuentro que hay una convención en el hotel y todas las señoras van vestidas con kimonos; ellos también llevan los kimonos de hombre (pantalones súper-anchos [hakama] y una especie de chaqueta negra, larga y cruzada [haori]).
Masako está ya aquí así que, tras ponernos de acuerdo, nos dirigimos a la estación de metro para coger la línea Ginza hasta Shimbashi y allí la línea del monorraíl Yurikamone hasta Daiba, también conocida como Odiaba, una isla que casi bloquea la entrada a la bahía de Tokyo. Este monorraíl no lleva conductor y realiza una serie de curvas antes de entrar en el puente Rainbow, que atraviesa por su nivel inferior y desde el cual vemos por primera vez el edificio de la Fuji TV.
Miro a mi alrededor y me encuentro con la Estatua de la Libertad ¿tú qué haces aquí? Le pregunto, pero es tan bonita y pequeñita que le perdono el despiste.
Para acceder al interior del edificio Fuji hay que subir por unas escaleras metidas en tubo que llevan directamente hasta la planta 5. Compramos la entrada para el observatorio (500 yenes), situado en la planta 25 (es esa esfera plateada que se ve en el centro del edificio) y pregunto si el ascensor es panorámico (por lo del vértigo). Me dicen que para subir no, para bajar sí, pero si se lo comento al personal de arriba, me dejan bajar en el que sube.
Subimos y tenemos una panorámica espléndida de la ciudad, lo malo es que está muy nublado y no se ve muy lejos; se supone que el Mt. Fuji se divisa desde aquí, pero hoy no es buen día. A la que sí descubrimos en el horizonte es la Tokyo Tower.
¡Cómo pasa el tiempo! Son las 17:00h y aún no hemos comido por lo que vamos al centro comercial junto a la Fuji TV, el Acqua Life y entramos en un restaurante llamado Mou Mou (vaca en japonés, nos explica Masako). Aquí nos quedamos extasiados ante las “cartas” de los restaurantes. Son réplicas en plástico de los platos, expuestos en grandes vitrinas de cristal. En Tokyo, y en Japón en general, no es fácil encontrar el menú en inglés, por eso se valen de este “truco” para que los guiris sepamos qué queremos comer. Tomamos una especie de empanadilla/sándwich buenísima.
Después nos dirigimos a ver la Tokyo Tower de cerca. Yo digo que es la prima de la Tour Eiffel de París; la japonesa es más alta y es de colores rojo y blanco, pero a mí la francesa me conquistó en cuanto la vi y ésta no. Mi compi y Masako suben al mirador, yo no, con una subida está bien por hoy. Mientras los espero, empiezo a notar que las fuerzas van desapareciendo y el sueño llega pisando fuerte. Son las 19:00h, la noche ha caído y empieza a hacer frío.
Cuando bajan tomamos un taxi para ver un poco más de la ciudad y volvemos al hotel. Masako debe irse ya, ha sido una gran ayuda y es muy amable y simpática (gracias Masako por todo). Junto al hotel hay un Spain Bar y como nos hace gracia y estamos cansados para seguir andando, decidimos cenar ahí. La camarera habla un poco de español y le gusta ver que nosotros venimos de España. Cenamos tortilla de patatas y ensalada de tomate con anchoas, bastante buenas ambas. ¡Venir a Japón a comer tortilla de patatas! Ya nos vale.
Son las 22:30h y tras una reparadora ducha, ya estoy en la cama. Las vistas de noche son aún mejores que de día. No cierro las cortinas, para qué, en un piso 38 no tengo vecinos que puedan verme. En la habitación hay una nota informativa diciendo que entre las 12:00h y las 16:00h puede haber gente colgada en la fachada limpiando los cristales. Vuelvo a mirar hacia la ventana, a mis pies la ciudad de Tokyo duerme… y yo con ella zzzzzzzz