SÉPTIMO DÍA. OSLO ✏️ Diarios de Viajes de Noruega

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Salimos a las 9 de la mañana para realizar la visita panorámica de la ciudad de Oslo con la guía local, Liv. La primera parada fue precisamente en el último edificio del que hablaba, la Ópera. Nos explican que pretenden recuperar esa zona de la ciudad, algo degradada, para que la gente vuelva a vivir en el interior de la ciudad de Oslo y que si volvemos dentro de unos años ya no reconoceremos absolutamente nada. Hoy por hoy sólo se ve que está todo patas arriba. Por cierto, o yo soy tonta o no veo un iceberg en la Ópera pero ¡imaginación al poder!. Pero sin duda la parada en la que todos disfrutamos más (y tengo que dar la razón a los que dicen que es uno de los platos fuertes de la ciudad) fue sin duda en el Parque Vigeland. La zona verde, parque en realidad, más grande de la capital noruega lleva el nombre de Gustav Vigeland, escultor para mí desconocido pero que allí es toda una institución en la actualidad. Después de atravesar una imponente puerta de hierro forjado llevamos a un puente de granito flanqueado por un buen grupo de esculturas que representan distintas etapas de la vida. En los pilares de entrada y de salida vemos una figuras humanas luchando con lagartos o abrazadas por ellos. Representa la lucha contra los problemas y cómo estos al final nos vencen. En el lado izquierdo del puente no tenemos que dejar pasar la estatua que se ha convertido en la preferida de visitantes y lugareños, la de un niño verdaderamente enfadado y pataleando. Tanta gracia hace que todo el mundo le coge de la manita para hacerse la foto y ésta está bien lustrosa. Pero nadie mira a la niña triste que está al otro lado y que parece decir “¿es que a mí nadie va a mirarme?”. Todas esas estatuas son tan llamativas que podrías pasarte horas haciéndote fotos en todas ellas, por ejemplo en la de un hombre que lleva bebés agarrados por todas partes, en brazos y piernas. Después del puente encontramos una imponente fuente, en restauración cuando yo fui. Unos gigantes aguantan una enorme pila con los hombros, unos con más dificultad que otros, mientras que alrededor se ven los ciclos de la vida unidos a árboles. Por cierto, vale la pena fijarse en el mosaico del suelo que representa un laberinto (al parecer es un laberinto auténtico). Y allí enfrente, alzándose en lo alto, vemos el monolito de más de 100 metros de altitud en el que un montón de figuras humanas se unen las unas a las otras y cuya interpretación exacta se desconoce. En las escaleras que rodean el monumento vemos otros grupos escultóricos que también representan los ciclos de la vida y que son verdaderamente interesantes. Por cierto, ojo a la hora de hacer fotos. Nos comentan que mucha gente se ha caído por la escalera cuando ha ido a hacer fotos. Más allá podemos ver un reloj de sol de granito decorado con los signos del zodíaco y al final una rueda de la vida formada por seres humanos.
Más tarde subimos con autobús a Holmenkollen, donde se encuentra el trampolín de saltos de esquí. Recientemente han construido uno nuevo (el que ahora se ve) que ha sustituido al anterior, el de toda la vida. Junto a él se encuentra una zona boscosa donde los habitantes de Oslo suelen ir a caminar o esquiar. Y es que en aquellas tierras es habitual que la gente haga muchos deportes y actividades al aire libre, en invierno o en verano.
Ya de bajada fuimos directamente al Ayuntamiento, modernísimo edificio (años 50) y que me parece bastante feo. Al parecer a los mismos ciudadanos les costó mucho acostumbrarse a esa estructura de ladrillo marrón oscuro, casi rojizo, de dos torres gemelas. No obstante, a pesar de todo, el edificio es importantísimo puesto que en su interior se otorga todos los años el premio Nobel de la Paz. Cuando una persona visita Suecia, Noruega o ambas debe ir preparada para que se le hable de esos célebres premios. El famoso inventor Alfred Nobel, padre de la dinamita, dejó escrito en su testamento que se concedieran anualmente los premios que llevan su nombre en los ámbitos de física, química, medicina y literatura. La influencia personal de una mujer, seguramente la baronesa Bertha von Suttner, hizo que se instaurara el de la paz. Los cuatro primeros ya sabemos que se dan en el Konserthuset de Estocolmo; en cuanto al de la paz, Nobel no dejó escritas las motivaciones de por qué debía darse en Oslo pero la razón más probable es que en aquel momento Suecia y Noruega formaban una sola nación (se disolvió en 1905). Los premios se deciden cada uno por un organismo distinto (la Real Academia sueca de ciencias escoge al premiado en física y al de química, el Instituto Karolinska al de Medicina, la Academia Sueca elige al laureado con el Nobel de Literatura y, finalmente, el Comité elegido por el Parlamento Noruego decide quién debe tener el Nobel de la paz) y el dinero surge de una fundación que administra la fortuna de Nobel, destinada por él a tales fines. También se explica que si bien actualmente existe un premio de Economía, éste no forma parte de los que instauró Nobel por testamento sino que se otorga por el Banco de Suecia con el permiso de la fundación para usar el nombre del inventor. Su nombre oficial es el de Premio del Banco de Suecia en Ciencias económicas en memoria de Alfred Nobel y se sufraga por el mismo Banco aunque en la misma cantidad que se atribuye a los premios Nobel.
En el interior del Ayuntamiento sólo visitamos la sala principal de ceremonias, donde tiene lugar la entrega del Nobel de la paz. Después de las explicaciones pertinentes nos fuimos a comer, no sin antes hacer una parada de rigor en la Galería Nacional, a mi entender obligatoria en una visita a Oslo. Aquel día, al ser domingo, tuvimos la suerte de que la entrada fuera gratuita. La guía local nos acompañó a la sala que está íntegramente dedicada a Edvard Munch porque el motivo principal de la visita era ver el celebérrimo cuadro El grito, del que el autor hizo varias versiones. El cuadro es famosísimo, no sólo por su importancia en la historia del arte sino por haber sido robado dos veces (distintas versiones, claro) y porque una de las copias se vendió por más de 119 millones de dólares, siendo la obra más cara vendida en una subasta.
El cuadro, al que no se puede fotografiar (igual que a sus compañeros de sala), tiene un tamaño medio, y quizás resulta algo empequeñecido al verlo junto a otros (El baile de la vida, por ejemplo). ¿Qué puedo decir?. Nunca he sido muy amante de ese tipo de pintura (confieso que soy más del Renacimiento italiano) pero tengo que admitir que te guste más o menos nadie debería ir a Oslo y no ver El grito. La Galería Nacional es un museo muy pequeño, nada qué ver con un museo del Louvre o un Hermitage, pero contiene importantes obras de arte que merece la pena ver. Quizás sea el museo excelente para los que somos amantes de la pintura pero también para los que no lo son ya que, al ser pequeñito, nadie puede cansarse recorriendo sus salas y viendo obras de Goya, Picasso, Monet, Degas, El Greco o Van Gogh. Personalmente me gustó mucho un cuadro de Lucas Cranach el joven que se llama La edad de oro.
Después de visitar la Galería nos fuimos a comer al restaurante del hotel Thon Europa (incluido). Tuvimos un buffet con bacalao rebozado (una especie de hamburguesas redonditas que se ven por todas partes), hamburguesas de carne de cerdo y reno, albóndigas, ensalada, pasta, cous cous, flan normal y de chocolate, natillas, etc. el café y el té estaban incluidos, algo que también es bastante habitual en este viaje.
Poco después salimos para hacer una visita opcional que en este caso creo que debería convertirse en obligatoria para los visitantes. Fuimos en autocar (aunque para los que vayan por libre es de acceso sencillo por barco) hasta la Península de Bygdoy, donde están algunos de los mayores atractivos de la ciudad y donde los reyes tienen su residencia de verano (al lado de la cuál pasamos). En primer lugar fuimos al Museo Popular de Noruega, también llamado Folklórico, que es muy parecido a Seurasaari y Skansen aunque no por ello prescindible. Reúne unos 150 edificios procedentes de todo el país, en su mayor parte antiguas granjas. Pero sin duda el más importante de todos es la Iglesia de Gol, que por sí sola ya justifica la visita al museo. Se trata de una típica iglesia escandinava en madera que se construyó alrededor del año 1200. Si es bonita en el exterior muchísimo más en el interior, con una decoración que tuvimos que mirar con ayuda de una linterna pero que nos dejó a todos con la boca abierta.
Después nos fuimos al museo más famoso de la península y uno de los más celebrados de la ciudad, el de los barcos vikingos. En una única y enorme sala alberga tres enormes barcos vikingos, dos de ellos magníficamente conservados, lo que hace de este museo uno de los más atractivos de Noruega. Los vikingos, al igual que otras culturas, no quemaban a los muertos sino que los enterraban (si eran nobles) en el interior de barcos que les ayudarían en su viaje a la eternidad. Junto a ellos ponían sus armas, joyas y demás objetos personales. En este sentido pueden encontrarse ciertas similitudes con los egipcios (basta recordar la barca funeraria de Keops junto a las pirámides de Gizah).
El primero de los barcos que vemos, nada más entrar por la puerta del museo, es el de Oseberg. La guía nos explica que tenía capacidad para 30 remeros y que se construyó alrededor del siglo IX. Antes de usarse como tumba se utilizó para navegar aunque su poca solidez (comparado con el otro barco que se conserva entero, el Gokstad, es pequeño y frágil) hace pensar que no se usaba para cruzar el Atlántico y emprender grandes conquistas sino como simple nave de recreo. En su interior se han encontrado los esqueletos de dos mujeres, una de unos 60 ó 70 años que sufría de artritis y otra mucho más joven, de unos 25 ó 30. Aunque no se sabe quién de las dos era la de mayor rango o si una fue sacrificada para acompañar a la otra en la muerte, sí se supone, por los hallazgos en la tumba, que era para una persona de alta jerarquía, quizás la esposa de un rey (últimamente se habla también de una sacerdotisa). La tumba fue profanada en la antigüedad, del mismo modo como pasaba con las egipcias, por lo que no se han encontrado joyas, pero sí se han hallado otras piezas de uso común y algunas de gran importancia como un carro de madera, el único carro de madera vikingo completo que se ha encontrado y que también se expone en el museo.
El otro barco que podemos ver completo, el enorme Gokstad, se construyó también sobre el siglo IX y ha quedado demostrado que sí se hizo para grandes travesías. Según he leído una réplica del Gokstad atravesó el Atlántico saliendo de Bergen en 1893. También en su interior se encontró un esqueleto, en este caso de un hombre maduro, posiblemente un rey. También esta tumba fue saqueada porque no se han encontrado joyas ni armas.
Los dos barcos se encuentran en buen estado de conservación porque habían quedado enterrados en arcilla y nos permite hacernos una idea muy clara de cómo eran los famosos drakars.
El tercero de los barcos expuestos es el de Tune, del año 900 aproximadamente y mucho más destruido. Justo detrás podemos ver lo que queda de la cámara funeraria. Además, en un piso superior se exponen los esqueletos de los que ya he hablado y que se encontraron en los barcos. Como última anotación, si bien no se hallaron joyas en las tumbas, en la tienda del museo (a la entrada) es posible ver réplicas actuales de las antiguas joyas vikingas para la venta.
El último de los museos que visitamos con la guía fue el del Fram, otro barco, en este caso mucho más reciente y que se usó en tres expediciones al Ártico en los siglos XIX y XX por Nansen, Sverdrup y Amundsen. Precisamente en 1911 Roald Amundsen se convirtió en la primera persona que alcanzó el Polo Sur. Se considera que el Fram era el barco de manera más resistente que se hubiera construido jamás (y lo ha demostrado con creces). Lo diseñó el constructor de barcos noruego Colin Archer para la expedición de Nansen al Ártico en 1893 (en la que la nave acabaría pasando tres años atrapado en el hielo). Se considera que es el barco de madera que ha viajado más al norte y más al sur y hoy en día la verdadera atracción es el mismísimo Fram, al que los visitantes podemos entrar y explorar. Además se conservan algunos objetos usados en las expediciones así como múltiples explicaciones de esos viajes. Como curiosidades decir que de vez en cuando se hace una recreación visual de una aurora boreal y que existe una cámara en la que se puede entrar (yo no lo hice) y recrea el frío que se pasaba en el barco y las visiones que ese estado puede generar.
Una vez fuera, y ya al margen del viaje organizado, cruzamos la calle para entrar en otro de los museos de la península, el del Kon-Tiki. Cuesta 70 coronas. En 1947 el explorador Thor Heyerdahl junto a una tripulación de cinco hombres atravesó en Pacífico con una balsa de madera llamada Kon-Tiki para demostrar que los suramericanos podían haber alcanzado la Polinesia en sus “frágiles” barcas. Ese barco se expone hoy en el museo junto con vídeos y demás objetos de las hazañas de Heyerdahl. Además se conserva también otra barca, Ra II, que usó para demostrar que los exploradores del oeste de África podían haber llegado a las Indias occidentales antes que Colón. Finalmente también usó una barca de juncos, el Tigris, para atravesar el Índico y demostrar que las antiguas civilizaciones del Indo y Egipto pudieron estar en contacto. El libro que Heyerdalh escribió se tradujo a muchos idiomas y se convirtió en un best-seller. También se filmó una película que ganó un Oscar al mejor documental en 1951. Al parecer este mes de agosto está previsto que se estrene una película, cuyo tráiler pudimos ver allí. He buscado algo de información y he sabido que se trata de la producción noruega más cara de todos los tiempos para la que incluso han hecho una réplica exacta de la balsa.
Justo al lado de los museos Fram y Kon-Tiki (aunque también muy cerca del de los barcos vikingos) podemos encontrar un embarcadero donde coger un barco de regreso. Sale uno cada veinte minutos aproximadamente y su precio es de 50 coronas (se puede comprar dentro del barco). En 10 minutos ha llegado al puerto. Y eso me hace pensar que aún no he hablado de él. Aker Brygge es una de las zonas de más ajetreo de Oslo. Situado a un tiro de piedra del Ayuntamiento, se trata de una zona comercial y de ocio, seguramente la mayor de la ciudad. Muchos de los viejos astilleros se han remodelado y hoy albergan restaurantes de precios prohibitivos (como casi todo en Noruega dicho sea de paso). Aunque no se vaya a tomar nada vale la pena acercarse aunque sólo sea para tener unas buenas vistas de la fortaleza de Akershus (si los barcos que van llegando lo permiten).
En Aker Brygge cogimos el tranvía número 12 para volver al Parque de Vigeland. El billete se compra en una máquina (cuesta mucho que te acepte los billetes; los escupe 20 veces antes de cogerlos), vale 30 coronas y sirve para una hora. Para ir a Vigeland debemos subirnos en la parte de las vías opuesta al agua.
Una vez que llegamos, nos detuvimos en ver una a una todas las esculturas, a hacerles fotos, a pasear un poco por el precioso y cuidado parque y llegamos hasta el museo de Vigeland (cerrado a esa hora) que alberga también su tumba. Ya de regreso cogimos de nuevo el tranvía 12 y nos fuimos hasta el barrio de Grünerlokka, antigua zona de trabajadores que se ha rehabilitado y que ahora supuestamente alberga la zona más intelectual de Oslo. Caminamos un poco hasta el otro lado para llegar hasta Gamle Aker Kirke, la iglesia de piedra construida en el siglo XI y que es el edificio más antiguo de Oslo. Llama la atención el enorme cementerio que la rodea. Desde allí, y con un paseo no demasiado largo, es sencillo llegar en línea recta (caminando hacia la izquierda una vez se sale de la iglesia) a la zona del Gobierno que resultó dañada en el atentado de 2011. Hoy permanece todo cerrado y en obras.

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