El viaje hacia Galle fue muy agradable.
En el camino, paramos en el blow hole. Calor, mucha calor.
El camino que lleva hasta las rocas es muy bonito. Hay paraditas de pescado frito y el olor a mantequilla es tan fuerte que casi marea.
De bajada, un Sprite fresco (más o menos) para intentar sobrellevar el bochorno irrespirable que hace por aquí.
Cuando estábamos a punto de irnos, llegó un camión con un pueblo entero dentro. El pueblo y los muebles, porque llevaban sofás, butacas (de cine o aeropuerto, no sabría decir) mesita de centro y una cuerda para bajar del camión. ¡Hay que estar preparados para la vida moderna!
Llegamos a Galle sobre la una. En el hotel nos esperaba una buena noticia: se habían equivocado y, en vez de la habitación más económica que habíamos reservado, nos habían puesto en la habitación más cara: la Headmaster Suite. Como el error era suyo, no nos cobraban la diferencia. The Fortprinters es un hotel pequeño que antiguamente fue un colegio (por eso las habitaciones se llaman Geografía, Historia, Arte…) y después una imprenta. Todos los cuartos están decorados diferentes. Nos recibieron con un zumo de piña buenísimo, por cierto, que nos tomamos con mucha calma al lado de la diminuta piscina. La calor nos tenía medio muertos.
Una ducha rápida y a la calle. Primero, recuperar energías con una buena comida: pescadito, calamares y gambas. Y después a pasear, pasear y pasear.
Galle es una ciudad muy agradable, llena de bares y restaurantes apetecibles. Esperaba más turistas (que los hay) y más gente. Fuimos de tiendas, nos tomamos un te, bebimos litros de agua, nos encontramos con una chica con la que habíamos coincidido en los Tea Trails, probamos la cuajada local (¡qué rica! Por las carreteras hay montones de tenderetes que la venden).
Al atardecer, acabamos nuestro paseo en el faro y dando la vuelta por la muralla.
Cena (otra vez gambas y un par de langostitas pequeñas) en el restaurante del hotel y a dormir. Desde la habitación se ve la luz del faro y me duermo con su intermitencia tranquilizadora.
En el camino, paramos en el blow hole. Calor, mucha calor.
El camino que lleva hasta las rocas es muy bonito. Hay paraditas de pescado frito y el olor a mantequilla es tan fuerte que casi marea.
De bajada, un Sprite fresco (más o menos) para intentar sobrellevar el bochorno irrespirable que hace por aquí.
Cuando estábamos a punto de irnos, llegó un camión con un pueblo entero dentro. El pueblo y los muebles, porque llevaban sofás, butacas (de cine o aeropuerto, no sabría decir) mesita de centro y una cuerda para bajar del camión. ¡Hay que estar preparados para la vida moderna!
Llegamos a Galle sobre la una. En el hotel nos esperaba una buena noticia: se habían equivocado y, en vez de la habitación más económica que habíamos reservado, nos habían puesto en la habitación más cara: la Headmaster Suite. Como el error era suyo, no nos cobraban la diferencia. The Fortprinters es un hotel pequeño que antiguamente fue un colegio (por eso las habitaciones se llaman Geografía, Historia, Arte…) y después una imprenta. Todos los cuartos están decorados diferentes. Nos recibieron con un zumo de piña buenísimo, por cierto, que nos tomamos con mucha calma al lado de la diminuta piscina. La calor nos tenía medio muertos.
Una ducha rápida y a la calle. Primero, recuperar energías con una buena comida: pescadito, calamares y gambas. Y después a pasear, pasear y pasear.
Galle es una ciudad muy agradable, llena de bares y restaurantes apetecibles. Esperaba más turistas (que los hay) y más gente. Fuimos de tiendas, nos tomamos un te, bebimos litros de agua, nos encontramos con una chica con la que habíamos coincidido en los Tea Trails, probamos la cuajada local (¡qué rica! Por las carreteras hay montones de tenderetes que la venden).
Al atardecer, acabamos nuestro paseo en el faro y dando la vuelta por la muralla.
Cena (otra vez gambas y un par de langostitas pequeñas) en el restaurante del hotel y a dormir. Desde la habitación se ve la luz del faro y me duermo con su intermitencia tranquilizadora.