La excursión a la isla Contoy me hacía mucha ilusión. La contraté por internet con un mes de antelación (soy un poco exagerada, lo sé), pero es un parque protegido con un cupo máximo diario de visitantes y no quería correr el riesgo de quedarme sin plaza. Yo no descubrí la forma de hacerla por libre (aunque luego me he enterado que la ofertan algunos taxistas) y tampoco encontré gente interesada en compartirla, así que nos hubiera salido más caro ir nosotros solos teniendo en cuenta la pérdida de tiempo y los desplazamientos. También incluía los traslados desde el hotel hasta Cancún, donde se cogen los barcos que van a la isla, que dista 50 kilómetros hacia el norte. Así que cada uno que se informe y opte por lo que prefiera.
Pese a mis recelos por si algo salía mal, no hubo ningún problema. Vinieron a buscarnos puntualmente al hotel a las 7:20 de la mañana. Desde aquí un recuerdo para el guía que nos recogió, un chico lituano encantador, con el que fuimos charlando animadamente todo el camino, haciéndonos más llevaderos el largo trayecto de más de 100 kilómetros. Además, al ir a recoger a otros excursionistas, tuvimos la oportunidad de conocer la parte más turística de Cancún, con grandes avenidas flanqueadas por enormes hoteles y tiendas de lujo. Demasiado urbano para mi gusto, sin duda prefiero la zona de Riviera Maya.
Este es el puerto desde donde salen los barcos para la isla Contoy:
Pese a mis recelos por si algo salía mal, no hubo ningún problema. Vinieron a buscarnos puntualmente al hotel a las 7:20 de la mañana. Desde aquí un recuerdo para el guía que nos recogió, un chico lituano encantador, con el que fuimos charlando animadamente todo el camino, haciéndonos más llevaderos el largo trayecto de más de 100 kilómetros. Además, al ir a recoger a otros excursionistas, tuvimos la oportunidad de conocer la parte más turística de Cancún, con grandes avenidas flanqueadas por enormes hoteles y tiendas de lujo. Demasiado urbano para mi gusto, sin duda prefiero la zona de Riviera Maya.
Este es el puerto desde donde salen los barcos para la isla Contoy:
Allí nos ofrecieron un desayuno en la barra del bar (café con leche, zumos, bollos y un bizcocho casero muy rico), nos distribuyeron en los barcos por idiomas y zarpamos hacia Contoy. De nuevo, el día era extraordinario y lucía el sol en todo su esplendor. Íbamos unos 25 excursionistas (españoles, rusos e italianos), los guías y los tripulantes; y ya sólo por surcar aquel mar de tonos increíbles, con la fina línea costera de playas y palmeras, ya merecía la pena el viaje (advierto que a mi me encanta ir en barco y no me suelo marear).
Contoy está 30 kilómetros al norte de Isla Mujeres, la cual pasamos de largo, y en menos de una hora avistamos nuestro destino. Inevitablemente te viene a la mente la isla de Robinson Crusoe; quizás no tienen nada que ver, pero es que al ver algo así...
Antes de llegar, el barco se detiene para que hagamos snórquel en el arrecife de Islaché, uno de los más importantes de Mesoamérica. El equipo (chaleco, gafas, tubo y aletas) está incluido. Nos advierten que lo que veamos abajo depende de cómo esté el mar, las corrientes y de lo transigentes que sean los biólogos que controlan. Hay una barca de vigilancia muy cerca. Se forman grupos de 10 personas y el guía y no podemos separarnos de nuestro grupo. En el agua, se nota una fuerte corriente. El fondo marino es realmente precioso, predomina el color rosa y morado, y se ven infinidad de peces de todos los tamaños y colores; hubo un momento en que me sentí rodeada de peces, como inmersa entre ellos, fue emocionante. Alguien ve un tiburón gato y se organiza un revuelo. Sin embargo, la presencia de la barca de vigilancia hace que los guías estén demasiado pendientes por si alguien se desmanda y apenas te permiten moverte un poco a tu aire. Veo un pez enorme a mi lado, pero estoy tensa por si me alejo o hago algo indebido y el pez se me escapa antes de enfocar. Las fotos me salen bastante peor que las de Akumal. Dejo una pequeña muestra.
El esnórquel sabe a poco. Ha estado muy bien, aunque yo disfruté más en Akumal.
Ya nos dirigimos hacia la isla. Se dice que su nombre proviene de la palabra maya "pontoj", que significa "pelícano", aunque no se sabe con certeza. Según nos vamos acercando, su visión impacta todavía más por los colores del agua, los cientos de aves que revolotean sobre su superficie, la vegetación y las playas vírgenes que se vislumbran.
Este es el pequeño embarcaderp:
Al bajar del barco, nos encontramos con esta playa:
Al bajar del barco, nos encontramos con esta playa:
Después de regodearnos un rato con las vistas, visitamos el pequeño museo y seguimos con un recorrido por los dos senderos ecológicos que existen para los visitantes. El primero nos lleva por estos preciosos parajes:
El guía nos explica que la isla tiene una longitud de 8,75 Km por 1 Km. de ancho, con una superficie de 230 ha. Pese a que es muy pequeña, tiene un altísimo valor ecológico por la enorme variedad de peces que se alimentan en sus aguas (incluidas especies como el tiburón ballena y la manta raya) y las aves que allí anidan (fragatas, cormoranes, garzas, pelícanos, golondrinas...). En determinadas épocas del año, también vienen a desovar diversas especies de tortugas.
Llegamos a una zona donde hay un perfume muy intenso, es lavanda marina, las plantas que aparecen en primer plano, con un tono de verde más claro:
Llegamos a una zona donde hay un perfume muy intenso, es lavanda marina, las plantas que aparecen en primer plano, con un tono de verde más claro:
Desde este lugar, se aprecia perfectamente la parte norte de la isla, que tiene la particularidad de que en su vértice se unen las aguas del mar Caribe (a la izquierda, color turquesa) con las del Golfo de Méjico (a la derecha, de un azul más oscuro e intenso).
Retrocedemos y subimos a la torre de vigilancia. Desde 20 m. de altura se divisa toda la isla: hacia el sur, se distinguen las lagunas donde anidan las aves:
Hacia el norte, dos islotes y playas al oeste; pequeños acantilados al este. El color del agua es indescriptible.
Continuamos por el segundo sendero, el que se dirige al punto de observación de aves, en una de las lagunas. También se sabe que allí habitan cinco cocodrilos.
Es muy bonito ver aves a cientos, sobrevolando el agua, pescando, en sus nidos...
Están tan camufladas entre la hojarasca que apenas se las ve, aunque el pecho rojo de uno de los machos se distingue bien:
Volvemos hasta las palapas de la playa, donde nos van a servir la comida. Por el camino aún vemos un águila posada en una palmera,
cangrejos ermitaños, cargando con su gran caparazón, y otros simpáticos personajes:
Nos preparan un estupendo pescado (coronado lo llaman, a mi recordó al atún) y pollo a la parrilla con arroz, aderezados con salsa yucateca, cuyos ingredientes son "secretos". Estaba buenísimo, sobre todo el pescado. Lo malo, una multitud de avispas que pretenden sumarse al banquete. Para distraerlas, colocad un vaso lleno de refresco de cola a tres o cuatro metros detrás de vosotros, os dejarán en paz y les pasará lo que a las moscas glotonas con la miel, jeje. Después una hora libre para pasear, tumbarse en la arena o, simplemente, deleitarse con el paisaje. Merece la pena, ¿verdad?
Es hora de marcharse. Salvo biólogos y soldados (hay una patrulla de vigilancia para evitar inmigración ilegal), nadie puede permanecer en Contoy más allá de las 4 de la tarde. Nos alejamos con esta preciosa imagen de postal ante nuestros ojos:
De regreso, parada en Isla Mujeres. Una pequeña isla muy turística en la que nos dicen que viven 15.000 personas, caramba. Tiene hoteles y hasta aeropuerto... Una hora libre para recorrer sus calles abarrotadas de gente y comercios. Todo lo contrario a Contoy. Hay quien dice que habiendo visto Contoy, Isla Mujeres no merece la pena, pero no sería justo comparar la una con la otra, sobre todo si uno se limita a ver las calles más comerciales en tan corto periodo de tiempo.
Sin embargo, cruzando sus 500 metros de ancho, al otro lado del puerto, encuentras un ambiente más reposado y natural, con un destartalado pero pintoresco paseo marítimo que posee un encanto especial, sobre todo a esta hora, casi anocheciendo, en que apenas hay nadie por allí.
Y también merece la pena perderse por las calles más apartadas, que recuerdan más a los típicos pueblos mejicanos que salen en las películas. No hay tiempo de mucho más.
Para terminar, en el animado puerto, al atardecer, nos despidió un amigo muy especial.
Son más de las 7 cuando llegamos al hotel, una paliza de coche, pero ha valido la pena: la visita a Contoy es un placer para la vista y los sentidos, sobre todo con este día espectacular de sol. El problema es que esa misma noche... tenemos reserva para ir a ¡Coco Bongo!