En varias ocasiones habíamos pasado muy cerca, pero nunca llegaba el momento de detenernos siquiera unas horas para visitar Toro y Zamora. En las vacaciones del año pasado por Castilla-León y Galicia, reservamos un día para conocerlas al menos un poquito.
TORO.
Se encuentra en la Vega del Duero, en un alto sobre el cauce del río. Cuenta con cerca de 10.000 habitantes y dista 33 Km. de Zamora, la capital de la provincia, y 220 de Madrid, desde donde se llega apenas en dos horas y media por la A6 hasta Tordesillas y desde aquí tomando la A11.
Los vestigios arqueológicos encontrados hacen suponer que ya existía un castro en este lugar en la Edad del Hierro, prueba de lo cual es el verraco de piedra que se encuentra junto a una de sus puertas. La importancia de la ciudad medieval creció a partir del siglo IX, al estar asentada en los límites del bastión defensivo de la línea del Duero contra los árabes. Vivió una época de pujanza en particular por su importante producción vinícola y a partir del Siglo XII se convirtió en una fuente de tensión entre Castilla-León, por encontrarse en las fronteras de ambos reinos. En Toro se celebraron Cortes en seis ocasiones y durante cuatro siglos fue una de las 17 villas y ciudades con voto en dichas Cortes, si bien fue la única población de esas 17 que con el tiempo no se ha convertido en capital de provincia. Entre otros muchos hechos destacables, en Toro tuvo lugar la victoria definitiva de las tropas de Isabel I de Castilla sobre las de Juana la Beltraneja en 1476, y también la proclamación de Juana la Loca como reina de Castilla por su padre Fernando en 1505, cumpliendo así el testamento de Isabel La Católica.
La verdad es que pensábamos que Toro tendría menos que ver de lo que luego resultó: así que habrá que volver con más tranquilidad. El día estaba fresquito y amenazaba tormenta: no sabíamos cuánto tiempo iba a aguantar el cielo tan negro sin descargar un buen aguacero. Dejamos el coche fuera del casco antiguo y nada más cruzar el Arco de la Torre del Reloj, con el magnífico cimborrio de la Colegiata de Santa María en el horizonte, ya nos pareció sumergirnos en el Medievo; lástima que la presencia de los coches rompiesen un poco el hechizo.
Los vestigios arqueológicos encontrados hacen suponer que ya existía un castro en este lugar en la Edad del Hierro, prueba de lo cual es el verraco de piedra que se encuentra junto a una de sus puertas. La importancia de la ciudad medieval creció a partir del siglo IX, al estar asentada en los límites del bastión defensivo de la línea del Duero contra los árabes. Vivió una época de pujanza en particular por su importante producción vinícola y a partir del Siglo XII se convirtió en una fuente de tensión entre Castilla-León, por encontrarse en las fronteras de ambos reinos. En Toro se celebraron Cortes en seis ocasiones y durante cuatro siglos fue una de las 17 villas y ciudades con voto en dichas Cortes, si bien fue la única población de esas 17 que con el tiempo no se ha convertido en capital de provincia. Entre otros muchos hechos destacables, en Toro tuvo lugar la victoria definitiva de las tropas de Isabel I de Castilla sobre las de Juana la Beltraneja en 1476, y también la proclamación de Juana la Loca como reina de Castilla por su padre Fernando en 1505, cumpliendo así el testamento de Isabel La Católica.
La verdad es que pensábamos que Toro tendría menos que ver de lo que luego resultó: así que habrá que volver con más tranquilidad. El día estaba fresquito y amenazaba tormenta: no sabíamos cuánto tiempo iba a aguantar el cielo tan negro sin descargar un buen aguacero. Dejamos el coche fuera del casco antiguo y nada más cruzar el Arco de la Torre del Reloj, con el magnífico cimborrio de la Colegiata de Santa María en el horizonte, ya nos pareció sumergirnos en el Medievo; lástima que la presencia de los coches rompiesen un poco el hechizo.
Realmente muy bonita la calle Mayor, algunos de sus edificios reconstruidos con bastante acierto. Simplemente hay que pasear y dejar correr la imaginación. Para reponer fuerzas, nada mejor que entrar en un bar o cafetería y tomar alguna de las estupendas tapas y/o raciones que ofertan, con un buen café o, si se prefiere, una copa de vino de Toro.
En la Plaza Mayor está el Ayuntamiento, obra del arquitecto Ventura Rodríguez. Se construyó en 1778, ya que el anterior quedó destruido por un incendio. Enfrente se encuentra la iglesia del Santo Sepulcro, del siglo XII, construida en estilo románico mudéjar, con varios nidos de cigüeñas coronando sus torres.
En el entorno, bastantes casas porticadas, edificios medievales bien reconstruidos y otros renacentistas, formando un conjunto muy agradable. Al final de la calle, llegamos al monumento más conocido de Toro: la Colegiata de Santa María la Mayor. Se construyó entre los siglos XII y XIII y mezcla los estilos románico y gótico de transición. A primera vista destaca el gran cimborrio, de aspecto similar al de la catedral de Zamora.
El acceso a la Colegiata es gratuito, pero hay que pagar 1 euro por hacer fotos en el interior y 2 euros por acceder a la capilla desde la que se puede contemplar una de sus más renombradas joyas: el Pórtico de la Majestad (si no se paga, no se ve), cuyos grupos escultóricos han recobrado su magnífica policromía original después de los trabajos de restauración realizados. Va en gustos, pero recomiendo pagar los dos euros de la entrada pues, en mi opinión, merece mucho la pena contemplar el pórtico. También se puede ver un vídeo explicativo.
Frente a la Colegiata, en la parte sur, hay una zona ajardinada con un fantástico mirador sobre la Vega del Duero. Desde aquí se divisa el puente medieval sobre el río y la campiña en un amplísimo horizonte. Además, se obtienen unas fotos muy bonitas del conjunto de la Colegiata.
A medio día se puso a llover con fuerza con lo cual tuvimos que dar por terminada nuestra visita un poco antes de tiempo, si bien todavía nos detuvimos en una vinoteca de la calle Mayor para comprar un par de botellitas de vino de Toro, naturalmente.