Sin duda, lo más destacado de Cardona, o al menos lo que más destaca ya desde lejos, es su espectacular castillo. Situado en lo alto de una colina de 154 metros de altura que vigila el núcleo urbano a sus pies, sobre el río Cardoner y la montaña de sal, su aspecto resulta imponente y está considerada la fortaleza medieval más importante de Cataluña. Actualmente alberga el Parador Nacional de Turismo Duques de Cardona y desde que lo vi en unas fotos quise pasar una noche allí. Este verano surgió la oportunidad y no la desaproveché.
Cuando se llega a Cardona en coche, ya a varios kilómetros se vislumbra su oscura estampa, dominando el horizonte. Veníamos desde Solsona por la carretera C-55 y nos recibió con esta pose:
Habíamos reservado una noche de alojamiento en el Parador Nacional, adonde fuimos directamente. Dejamos el coche en el segundo parking (el de arriba del todo, destinado a clientes, es muy pequeño y estaba lleno), desde donde se tienen unas vistas impresionantes de la ciudad y alrededores.
Una parte del casco viejo de Cardona.
La montaña de sal.
Los alrededores.
La montaña de sal.
Los alrededores.
El Parador tiene categoría cuatro estrellas, está decorado con aire medieval y las habitaciones tienen muebles de estilo rústico catalán; por cierto que las camas con dosel están reservadas a las habitaciones de categoría superior (pocas y muy caras). La habitación estándar nos costó 100 euros, era muy amplia (nos dieron una triple no sé por qué) y muy cómoda, con un cuarto de baño impecable y aire acondicionado que no vino nada mal con el calor que hacía. El servicio de restauración no lo utilizamos, así que no puedo opinar. Pero lo mejor de todo es el edificio: impresionante, sobe todo para los amantes de los castillos como yo.
Aun no siendo cliente, se puede visitar gratis el Patio Ducal y el Claustro. Se requiere entrada para pasar al interior de la Iglesia románica de San Vicente de Cardona (los clientes del Parador también) o apuntarse a una visita guiada (de pago) que se reserva en la Oficina de Turismo sita a la entrada del Parador. Tras hacer el registro, descansamos un rato en la habitación, vimos a nuestros chicos del basket ganar el bronce olímpico frente a Australia y, cuando pasó un poquito el calor, salí a investigar por los recovecos del castillo.
Castillo de Cardona.
Ya en el siglo III a.C. los íberos establecieron en este promontorio una torre de vigilancia posiblemente para defender las codiciadas minas de sal. Por aquí pasó también Carlomagno en el curso de sus incursiones contra los musulmanes en el siglo VIII, y se piensa que fue Luis de Aquitania el artífice de la primera fortaleza que se erigió hacia el año 798; aunque según otras versiones, fue Wilfredo el Velloso quien construyó el castillo primitivo en el 866.
Lo cierto es que a partir del siglo XI el castillo se convirtió en la residencia de los poderosos señores de Cardona, considerados como la segunda familia más rica e influyente del Reino de Aragón, solo a la zaga de la mismísima familia Real; tanto era así que se les consideraba “reyes sin corona”. A las construcciones propiamente defensivas, se le añadieron las dependencias palaciegas y la iglesia de Sant Vicenç, una de las obras cumbres del románico catalán. La importancia del lugar creció en consecuencia hasta que en el siglo XV los señores de Cardona se trasladaron a Barcelona, recuperando el bastión su finalidad eminentemente militar. A partir del siglo XVII, se reforzaron las defensas del cerro, instalando cañones que reafirmaron su fama de “fortaleza inexpugnable”. De hecho, nunca fue tomada al asalto, por las armas, pese a que sufrió interminables asedios durante las guerras de los Segadores, Sucesión, Independencia y Carlistas, y fue la última plaza fuerte que se rindió a las tropas borbónicas después de la capitulación de Barcelona en 1714. El paso de los siglos provocó su ruina hasta que fue rehabilitada para instalar un Parador de Turismo en 1976.
La visita del castillo por libre no es difícil porque hay bastantes paneles informativos que relatan bastantes detalles del recinto y de su historia. En sus tiempos de mayor auge, estaba dividido en dos mitades, una civil, que ocupaban la familia Cardona y sus sirvientes, y otra eclesiástica propia de los canónicos de Sant Vicente.
Enseguida atrajo mi atención el Patio Ducal, que se encuentra frente a la recepción del Parador. Se trata de un patio de armas de estilo gótico, rodeado por tres galerías de arcos, desde donde se articulaban todas las dependencias palaciegas. Cuenta con uno de los tres pozos del castillo. El agua de lluvia se almacenaba en cisternas, que garantizaban el suministro durante los asedios ya que el agua podía subirse a los pisos altos por una chimenea, que todavía se conserva, lo cual constituía un auténtico lujo para la época.
La escalinata norte daba a la llamada Sala Dorada, que ya no existe. Decorada de forma fastuosa, era donde se celebraban las audiencias. La familia no dudaba en demostrar el alcance de sus riquezas engalanando las zonas palaciegas con una auténtica exhibición de gigantescos tapices, alfombras, telas, muebles de las maderas más nobles y vajillas de plata; en el siglo XV, el castillo incluso contaba con un enorme jardín donde se criaban animales salvajes.
El claustro es de los siglos XIV y XV. No se conserva completo, pero se aprecia claramente su estilo gótico. Tiene un pozo en el centro de las arcadas.
La Iglesia de Sant Vicenç está considerada una de las mejores y más tempranas muestras del románico catalán y fue consagrada en 1040, diez años después de que el señor de Cardona encargase la obra a canteros lombardos. La basílica se declaró Monumento Nacional en 1931.
Si el interior del castillo ya resulta impresionante, me pareció que desde el exterior lo es todavía más tanto por la fortaleza en sí misma como por las fantásticas vistas que se obtienen en 360 grados, todo alrededor. Además, la tarde estaba tan clara que era posible distinguir panoramas muy lejanos.
Me orienté, siguiendo uno de los paneles informativos donde se ve el plano del castillo.
La Torre de la Minyona (de la Sirvienta) es la única que se conserva del castillo primitivo, erigido en el siglo IX. Se puede acceder a ella, pasando por la cafetería del Parador. Las vistas son sensacionales y alcanza a verse incluso las picudas aristas de Montserrat.
La Torre Minyona.
Cardona a vista de pájaro desde la Torre de la Minyona.
Arriba, en el centro, muy al fondo, se ven las aristas de la montaña de Montserrat.
Arriba, en el centro, muy al fondo, se ven las aristas de la montaña de Montserrat.
Después de recorrer el interior y el exterior del castillo, bajé por el llamado Camí Nou (Camino Nuevo) que lleva al centro histórico de la población, situada a los mismos pies de la fortaleza. Es un paseo de un cuarto de hora más o menos, por un camino adoquinado, durante el cual se van contemplando los bastiones y diferentes vistas de la ciudad, de la montaña de sal y de todo el campo alrededor, con bastante zona de bosque.
Al final del Camí Nou llegué a un cruce con una calle amplia, la Avenida del Rastrillo, desde donde pude acceder al casco histórico de Cardona. La villa medieval amurallada se creó a los pies del castillo durante los siglos X y XI, si bien el trazado urbano gótico que se conserva proviene del siglo XIV, época en la que ya contaba con más de 1.200 habitantes. En esta zona se encuentra una de las dos Oficinas de Turismo de la Ciudad (la otra está en la Plaça de la Fira), pero estaba cerrada: no abren los domingos por la tarde. Afortunadamente, un panel informativo indicaba perfectamente los puntos turísticos para visitar: saqué una foto y ya tenía mi plano en el móvil.
Plaça de Santa Eulalia. Situada al principio del Carrer de la Fira (Calle de la Feria), puede decirse que, en su origen, la población surgió en torno a esta plaza, que luego fue perdiendo importancia frente a las plazas de la Fira y del Mercat. La capilla de Santa Eulalia es del siglo XV. En esta Plaza también se encuentra el Museo de la Sal, Josep Arnau.
Plaza de Santa Eulalia.
Capilla de Santa Eulalia.
Capilla de Santa Eulalia.
Muy cerca vi unas escaleras con un indicador que ponía “al Mirador del Castell”, así que decidí ir antes de que hubiera menos luz diurna. Después de callejear un poco y subir más escaleras, llegué sin problemas al mirador ya que está el camino está perfectamente indicado. Hay bonitas vistas desde allí, pero si no apetece darse el paseo o no se tiene tiempo, existe otro mirador similar en la Plaça de la Fira.
Volví al punto de partida y continúe por el Carrer de la Fira, pero antes de llegar a la correspondiente Plaça vi un cartel que indicaba hacia la Iglesia de San Miguel. Era un pasadizo un poco destartalado, pero que me llevó directamente hasta la Plaça del Mercat, donde se encuentra también la susodicha Iglesia
. La Plaza del Mercado cuenta con soportales, no es muy grande y tiene su origen en el siglo XIII, cuando los comerciantes empezaron a reunirse frente a de la Iglesia de Sant Miguel para ofrecer sus mercancías, aprovechando un mercado que se celebraba desde el siglo X.
La Iglesia de San Miguel y San Vicente se encuentra entre la Plaça del Mercat y la Plaça de la Fira con fachada y puerta en ambas. Es de estilo gótico y fue construida entre los siglos XIII y XIV, en sustitución de un templo románico anterior, del que solo se conserva una parte del campanario. Estaba cerrada, así que no pude entrar.
Seguí unos metros hacia arriba, por el Carrer Major (calle Mayor), viendo casas y pasadizos con aire medieval, unas originales y otras no tanto.
Retrocedí de nuevo hasta la Plaça del Mercat y caminando apenas unos metros llegué a la Plaça de la Fira, que actualmente es la más importante de la ciudad. En la Edad Media quedaba fuera del recinto amurallado y era donde se celebraban las ferias y mercados. Es rectangular, se encuentra en dos niveles, y cuenta con casas porticadas y un amplio balcón-mirador desde el que se tienen bonitas vistas del Castillo.
Fachada de la Iglesia de San Miguel desde la Plaza de la Feria.
También se distingue desde aquí el entorno de la Montaña de Sal. Hay un Parque Cultural situado a dos kilómetros del centro urbano, que ofrece visitas guiadas al interior del montículo de sal gema, óxido de hierro y capas de arcilla, perforado por cuevas de gran tamaño. Es de fácil acceso y, aunque nosotros no fuimos, la promocionan como una visita muy recomendable, especialmente si se va con niños.
Vista del Castillo desde el mirador de la Plaza de la Feria.
Había instalado un escenario con graderío frente al Ayuntamiento (un edificio de estilo neo-renacentista de mitad del siglo XX), por lo cual no se podía conseguir una buena perspectiva de esa zona de la plaza, que es la que tiene soportales. Hay un monumento a Borrel II, que representa la entrega a la villa de su carta de población en el año 986, y una Fuente Monumental dedicada a Josep Campany, que recuerda la entrada en la ciudad de las tropas de Felipe V en 1714.
El Ayuntamiento.
Vista de la Plaça de la Fira con la escultura dedicada a Borrel II; al fondo la Iglesia de San Miguel.
Continúe después por el Carrer de Cambres hasta la Plaça de la Vall, con la Fuente de Martins, ahora llamada Mare de la Font. Me gustó la estampa sugerente que marcaba con el edificio del fondo, el Teatro Cultural Els Catolics.
Plaza de la Vall con la Mare de la Font y el Teatro Cultural Els Catolics.
Teatro Cultural Els Catolics.
Teatro Cultural Els Catolics.
Volví a la Plaça de la Fira por el Carrer del Teatre y el Carrer des Flors y luego, caminando por unas empinadísimas calles de trazado claramente medieval, llegué hasta el Portal de Graells o de Santa María, del siglo XV, que era la antigua puerta de salida hacia Solsona.
Exterior de la Puerta de Graells.
Interior y exterior de la Puerta de Graells y Calle Graells.
Interior y exterior de la Puerta de Graells y Calle Graells.
A su lado se encuentra una llamativa casa, el Casal de Graells, de estilo gótico, de los siglos XII-XV, donde está el Archivo Municipal. Enfrente pude ver un cercado dentro del cual se están llevando a cabo trabajos de excavación, del que se podía ver una llamativa arcada gótica.
Casa de Graells.
Por el Carrer dels Escasany regresé a la Plaça de la Fira, donde había quedado con mi marido para cenar. Había numerosas y concurridas terrazas de bares y restaurantes, pero se estaba levantando un aire un tanto fresquito y preferimos resguardarnos en unas mesas que estaban bajo los soportales. Tomamos unas cervezas y unas peculiares hamburguesas al estilo local, que estabanbastante buenas. Entre unas cosas y otras, en la Plaça de la Fira ya había anochecido.
Y el castillo se veía así de bonito desde el mirador de la Plaza:
Después fuimos a dar una vuelta por las mismas calles que habíamos recorrido con luz del día y que pasaron a mostrarnos su aspecto nocturno. Siempre he pensado que una tenue iluminación amarillenta le sienta muy bien a las callejuelas medievales, que ganan encanto y recuperan parte de su esencia. Y quizás noté más todavía esa sensación en Cardona, cuyo casco antiguo está deteriorado en algunas zonas, lo que se difuminaba bastante por la noche.
Vistas del castillo y su interior de noche.
A la mañana siguiente, de camino hacia el Monasterio de Montserrat, volvimos a vislumbrar la imagen del castillo coronando el cerro.
La verdad es que impacta desde cualquiera de sus lados. Por cierto que al ir a repostar a una gasolinera nos encontramos con otras vistas diferentes pero igualmente impresionantes de la fortaleza y sus alrededores, esta vez por la parte posterior, donde se apreciaba perfectamente el ábside de la Iglesia de San Vicente. Unas cuantas fábricas interferían en la idea medieval del conjunto, pero... no todo puede ser perfecto