SIERRA ESPUÑA. ESTRECHO DE LA ARBOLEJA. ALEDO. SANTUARIO DE SANTA EULALIA. MIRADOR DEL SAGRADO CORAZÓN. PLIEGO.
Habíamos estado ya en Sierra Espuña, donde hicimos un pequeño recorrido, que relato a continuación, y también nos asomamos al Desierto de Gevás, cuyo relato aparece otra etapa de este diario. Sin embargo, no quedaban ahí las sorpresas de esta zona de contrastes en Murcia, en la que podemos encontrar desiertos y bosques dándose casi la mano. Así, en un programa de televisión, vimos la referencia a un pequeño pero muy atractivo cañón con unas formaciones fósiles de lo más atractivo: el Estrecho de la Arboleja. Y al consultar su ubicación, nos llevamos la sorpresa de que está en Murcia, justo en las estribaciones de Sierra Espuña, muy cerca del pueblo de Aledo, famoso por sus uvas. De modo que decidimos pasarnos por allí en la primera oportunidad que tuvimos, una vez pasado el estado de alarma y el confinamiento, contando también con que a finales de junio aún no hacía demasiado calor. Además, se presentaba como una ruta corta y fácil, ideal para empezar a preparar las piernas para empresas mayores.
Situación de la ruta del Estrecho de la Arboreja según Google Maps.
Como la caminata en sí es muy corta (por el calor no quisimos hacer una variante larga combinando otra ruta a la que ya me referiré), aprovechamos también para visitar Aledo, el cercano Santuario de Santa Eulalia de Mérida, el Mirador del Corazón de Jesús y el pueblo de Pliego, conformando de ese modo una excursión muy completa de una jornada, cuyo itinerario fue el que pongo a continuación
:Para completar la información, voy a hacer una referencia a nuestra anterior visita a Sierra Espuña, que se podría incluir también formando parte de la misma escapada, en cuyo caso la excursión se alargaría unos 40 kilómetros y una hora más en coche, paradas aparte. Con esta opción, el itinerario sería el siguiente:
[PARQUE NATURAL DE SIERRA ESPUÑA.
Situado en el centro de la región murciana, a unos 55 Km. de la capital, está considerado uno de los pulmones naturales de la región de Murcia. Es un espacio natural protegido, dominado por inmensos pinares, consecuencia de repoblaciones modélicas realizadas por Ricardo Codorniu a finales del siglo XIX y principios del XX. Es posible hacer varias caminatas, de diversa longitud, duración y dificultad. El muy caluroso día de septiembre que tuvimos sólo nos permitió realizar la más corta de ellas, de apenas 45 minutos por el interior del bosque, evitando la exposición al sol en las cresterías. En el centro de visitantes ofrecen información sobre la zona y entregan un útil mapa con la ubicación de varios miradores, pozos de nieve y rutas que se pueden realizar.
Hace algún tiempo, en una visita anterior, además de detenernos en algunos de sus miradores, hicimos una pequeña ruta de unos 45 minutos, en el curso de la cual nos encontramos con varias acequias, cuyo curso se puede seguir, lo que nos permitió alargar un poco el recorrido inicial. Nos recordó a las levadas de las que tanto habíamos disfrutado ese mismo año en Madeira.
Sin embargo, esta etapa está dedicada a una ruta de senderismo que, aunque no se encuentra dentro del espacio del Parque Natural, está ubicada en las faldas meridionales de Sierra Espuña. Es bastante corta pero muy llamativa e interesante, puesto que se atraviesa un sorprendente desfiladero cuyas paredes están separadas entre sí por apenas un metro en muchas partes del recorrido en su interior, que se prolonga unos 500 metros, aproximadamente. En el cañón hay sombra y se percibe frescor, con lo cual es posible hacer esta pequeña caminata incluso en pleno verano; en cambio, habrá que tener cuidado en invierno o en épocas de lluvias, ya que el curso de agua que lo atraviesa puede hacer imposible o peligroso el paso. De hecho, nosotros a finales de junio tuvimos que descalzarnos en dos o tres puntos para poder pasar. Pero iré por partes.
RUTA DEL ESTRECHO DE LA ARBOLEJA.
Para llegar al inicio de la pequeña caminata, tuvimos que dirigirnos a la población de Aledo (no hace falta entrar en el casco urbano, aunque vale la pena parar a hacer una visita, sobre todo a la torre medieval) y desde allí seguir los indicadores. La carretera C-21 nos condujo hasta un área recreativa en cuyo aparcamiento dejamos el coche y donde encontramos varios paneles informativos. No tiene pérdida
Itinerario en coche desde Totana.
Aunque se puede hacer una ruta circular incluyendo el sendero 31, que rodea Aledo en parte por la carretera, dado el calor que hacía y que nuestro interés se centraba en principio en el desfiladero, decidimos centrarnos exclusivamente en la ruta a pie, también circular, que recorre el cañón primero por el interior y luego por la parte superior, viéndolo desde arriba.
Paneles informativos y área recreativa.
Según pudimos leer en uno de los paneles informativos, el desfiladero forma parte de la Rambla de Lebor y se asemeja a un túnel en cuyas paredes crece gran cantidad de musgo como consecuencia de la casi continua presencia de agua, lo que unido a la sombra que le proporcionan sus estrechas paredes aseguran el frescor en su interior incluso en verano, algo que pudimos comprobar después. Además, nos anunciaba que podríamos contemplar la erosión producida durante milenios por el viento, el agua y lo microorganismos, así como antiguos arrecifes de coral entre otros fósiles, ya que en estas tierras hubo playas en remotas épocas de clima tropical. Bueno, pues el asunto prometía.
Nos pusimos en marcha y cruzamos la zona recreativa hasta que vimos una bifurcación y otro panel informativo. Empezamos a bajar por la izquierda, siguiendo un camino delimitado por barandillas y cuerdas de color verde, que en un par de minutos nos llevaron a un mirador, desde donde pudimos contemplar una profunda hendidura en la tierra de aspecto bastante llamativo.
Después de sacar un par de fotos a aquel paisaje tan singular, continuamos descendiendo por unas amplias escaleras que nos introdujeron en una zona de vegetación más tupida, mostrándonos también unas curiosas formaciones de color amarillento y ocre que me recordaron a las que hay en la playa de Bolnuevo.
Ignoramos un camino también delimitado por cuerdas, que salía a la derecha, y seguimos descendiendo por las escaleras. Un brusco giro a la derecha nos posicionó directamente en la entrada del cañón. Cuatro días después de terminar el estado de alarma y el confinamiento estábamos solos allí, dispuestos a disfrutar de lo que prometía ser una improvisada aventurilla.
Enseguida nos encontramos entre paredes altas, que se retorcían en la zona superior como si se buscaran unas a otras, dejando filtrarse apenas unos rayos del sol de mediodía. Si hubiésemos ido a otra hora, no creo que dentro hubiese reinado la oscuridad pero sí la penumbra. Aunque puedo asegurarlo, no me parece que sea necesario llevar linterna salvo en días muy oscuros o ya cerca del anochecer.
El haz de luz natural reverberaba en las paredes, incidiendo en los colores naturales de las rocas y los fósiles. Entonces nos acordamos del panel informativo: antiguos arrecifes de coral...
Lo cierto es que vimos toda la gama de colores (verdes, marrones, amarillos, rosas, naranjas...) y de formas (arrugadas, alargadas, redondeadas, horadadas...), muchas colonizadas por el musgo, e incluso alguna estalactita perdida por allí. Recuerdo que se trata de luz natural, no de lámparas artificiales dirigidas como en muchas cuevas.
El cañón parecía retorcerse en espirales, como una escalera de caracol, pero el suelo estaba seco y el terreno no parecía ser problemático. En ese momento llegaron tres chavales y nos adelantaron muy decididos. Dos minutos después aparecieron de regreso, contándonos que el camino estaba cortado por el agua. Se dieron la vuelta y no les volvimos a ver. Ni a ellos ni a nadie más.
Casi nos resignamos a tener que hacer lo propio una vez llegásemos hasta el agua. Sin embargo, cuando vimos el panorama nos pareció que podíamos pasar. Había como cuarenta centímetros de agua, pero no era un sitio plano sino entre rocas, algunas resbaladizas por el abundante musgo y con las que había que tener cuidado; pero localizamos unos cuantos puntos de apoyo, nos descalzamos y seguimos adelante.
Y así tres o cuatro veces, con el cañón ofreciéndonos panoramas cada vez más llamativos. Incluso vimos sobre nuestras cabezas un puente peatonal que, deducimos, sería el que nos encontraríamos en algún momento al salir para ver el estrecho desde arriba, ya en el exterior.
Ni que decir tiene que este lugar puede resultar peligroso tras una tormenta o de lluvias importantes porque el agua podría arrastrar todo lo que se encuentre a su paso. De modo que hay que ser prudente y no tentar a la suerte si las condiciones meteorológicas son adversas.
El último obstáculo fue de nuevo una acumulación de agua sobre el cual se elevaba un talud de piedra que había que superar casi trepando. Unos cien metros después de este obstáculo se alcanza el extremo opuesto del túnel natural, donde volvió a aparecer un buen charco de agua con avispero incluido en la orilla.
La salida del desfiladero enlazaba allí con el sendero que nos condujo por la parte superior del cañón (y que provenía del que habíamos dejado de lado al principio), vislumbrando la hendidura, aunque poco permitían ver las paredes casi pegadas. Poco después pasamos por el puente que habíamos visto desde el interior.
Desde luego nada que ver lo espectacular del recorrido de abajo comparado con el de arriba, si bien el paisaje no desmerecía. Tras caminar unos centenares de metros aparecimos por el lado opuesto del aparcamiento donde habíamos dejado el coche e iniciado la ruta, con lo cual completamos un recorrido circular de unos tres kilómetros en el que tardamos algo más de una hora por las continuas paradas para hacer fotos, descalzarnos y calzarnos para cruzar los charcos.
En resumen, una ruta muy cortita pero bastante atractiva, sobre todo si se hace prácticamente en solitario como fue nuestro caso. De todas formas, los colores de las rocas son sorprendentes, un aliciente más del recorrido por este pequeño pero espectacular desfiladero
ALEDO.
Pasada la una, se aproximaba la hora de comer y decidimos acercarnos para visitar Aledo y, de paso, intentar comer allí si encontrábamos algún sitio en condiciones. Aunque llevábamos bocatas, no nos dio tiempo a tomarlos, pues la ruta había sido más corta de lo previsto al renunciar a añadir el sendero 31 de la ruta ecoturística, debido al calor y a que buena parte del mismo transcurre por una pista asfaltada en la que se permite circular en coche. Así lo hicimos y entramos a la población por la parte posterior, desde donde pudimos contemplar unas vistas estupendas, tanto del pueblo con su torre del homenaje, como de las tierras de alrededor que comprenden tierras de cultivos, viñas, las estribaciones de Sierra Espuña, llamativas formaciones geológicas parecidas a las que habíamos observado en el Desierto de Gebás, etc.
De camino, hay un mirador habilitado con panel informativo, en el que resulta imposible no parar porque realmente se desea hallar un sitio propicio para contemplar tranquilamente el panorama. Viniendo desde Totana habíamos divisado una llamativa estampa de Aledo, pero sin duda este punto es mucho mejor. Desde allí se ve perfectamente las antiguas murallas de Aledo (una de las primeras villas fortificadas del Reino de Murcia, que todavía conserva lienzos de muros de los siglos XI y XII formando parte de las casas), la Iglesia de Santa María la Real, la Torre del Homenaje, el Valle del Guadalentín, la Sierra, etc.
Aledo desde la carretera que llega de Totana.
Continuamos hacia el centro del pueblo, que estaba casi desierto. Avanzamos por una calle que nos llevó directamente hacia el casco antiguo, donde pudimos aparcar sin problemas, ya que apenas éramos cuatro los foráneos en ese momento. La población tiene forma alargada y los sitios históricos para visitar están en uno de los extremos, que además corona un cerro en forma de espigón rocoso, formado por arrecifes coralinos, con laderas sustentadas por areniscas costeras desde hace millones de años. Las vistas merecen una pequeña pausa en el viaje.
La Torre del Homenaje.
Tras ver la picota del siglo XVI (restaurada), decidí entrar a la Torre del Homenaje del antiguo castillo (dos euros). Conocida también como “La Calahorra”, sus orígenes se remontan al siglo XI, si bien lo que se conserva data del siglo XIII. En el interior está el Centro de Interpretación, donde una señora muy amable me explicó un montón de cosas, me dio varios folletos e incluso me hizo un plano de los tres restaurantes que estaban abiertos en las inmediaciones. Eso sí, con las medidas anti covid tuve que dar los datos del DNI y facilitarle el número de teléfono móvil, además de frotarme las manos con el inevitable gel desinfectante y llevar puesta la mascarilla, aunque la única visitante allí fuese yo. Naturalmente, lo consideré lógico y no me importó en absoluto. Hacía sólo cuatro días que había terminado el estado de alarma.
El interior de la torre, de forma cuadrada y de tres niveles, me llamó la atención porque al estar, digamos, “hueca” parece mucho más grande desde dentro que desde fuera. En cada uno de ellos se presentan varios paneles explicativos sobre la historia del castillo, que fue tomado en 1088 por el noble castellano García Giménez, que lo mantuvo en poder cristiano hasta 1091, cuando volvió a ser sometido por los musulmanes. Con la incorporación de la Taifa de Murcia (y por tanto de Aledo) a la Corona de Castilla en 1257, la torre fue reconstruida por la Orden de Santiago.
Desde el terrado rematado por almenas, al que accedí por una estrecha escalera, pude contemplar unas vistas espectaculares de Aledo, las alfarerías tradicionales (antiguamente dedicadas al barro y hoy a la cerámica), varios puntos altos destacados como Pedro López, el Morrón de Espuña y Peña Apartada, el Valle del Guadalentín, etc.
Iglesia de Santa María la Real.
Terminada la visita a la torre, me acerqué a la Iglesia de Santa María la Real, que está al lado. De finales del siglo XVIII, el templo, de estilo barroco con influencias neoclásicas, no es el original, que fue destruido por un incendio. En su interior hay dos tallas de Francisco de Salzillo.
La Iglesia de Santa María la Real desde lo alto de la Torre del Homenaje.
Interior de la iglesia.
Interior de la iglesia.
Después fuimos a comer. En Aledo solamente había un restaurante (como tal) abierto, el Pellizquito, y allá que fuimos. Un lugar sencillo, de comida casera, pero donde estuvimos muy a gusto; el menú de 10 euros estuvo muy correcto para el precio. Ningún foráneo: solo nosotros. Nos recibieron con una gran sonrisa. Necesitan turismo, sin agobios, pero visitantes al fin y al cabo.
SANTUARIO DE SANTA EULALIA DE MÉRIDA (TOTANA).
Cuando estaba mirando sitios para ver en torno al Estrecho de la Arboleja, me encontré con la mención de este Santuario dedicado a la Patrona de Totana. Se encuentra a unos seis kilómetros de Totana y a dos de Aledo. Su origen se remonta a la época medieval, cuando los caballeros de la Orden de Santiago llevaron la devoción a Santa Eulalia, después de que les fueran donadas esas tierras por Alfono X el Sabio.
El lugar donde está enclavado es muy bonito, rodeado de pinares y huertos; además, cuenta con varios jardines escalonados con algunas fuentes que proporcionan sombra y frescor cuando aprieta el calor, como era el caso. También hay un hotel-balneario con muy buena pinta, pero que todavía no había abierto tras el confinamiento. Anunciaba su vuelta para el 3 de julio.
El Santuario, también conocido como “La Santa”, fue construido en 1574 en un estilo denominado “toscano” y destaca por sus artesonados de madera mudéjares, el Camarín de la Virgen, barroco del siglo XVIII, y las pinturas murales de 1624, donde se reflejan la vida y milagros de la Santa, de Jesucristo y los franciscanos.
Lamentablemente, no pudimos entrar a verlo porque no nos coincidió el horario, que creo recordar era de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 19:00. De modo que se quedó pendiente para otro momento que espero no se demore mucho porque las pinturas murales me gustan mucho.
Cuando vayamos, actualizaré esta información, añadiendo, si es posible, la de otra visita que me han recomendado en las inmediaciones: el yacimiento argárico de La Bastida.
Entorno del Santuario de Santa Eulalia de Mérida.
EL MIRADOR DEL SAGRADO CORAZÓN.
Junto al Santuario de Santa Eulalia de Mérida, hay una pista asfaltada que conduce a este Mirador, que también puede hacerse como sendero circular con una longitud de 2,4 kilómetros y 50 minutos de duración. En realidad, es el camino de Vía Crucis, con 14 estaciones e inaugurado en 1970, que asciende desde el Santuario hasta una gran escultura del Sagrado Corazón, donde también nos encontramos con un espectacular mirador desde el que, según el panel informativo, podíamos ver el Valle del Guadalentín, Totana, la Sierra de Carrascoy, la Sierra de la Almenara, la Sierrecica, la Sierra de la Tercia o Sierra Espuña y Aledo.
En un día despejado como aquél, las panorámicas resultaban fantásticas. Curiosamente, sin saber por qué, desde aquella altura, la estampa que contemplábamos de Aledo nos recordó vagamente a alguna zona de La Alhambra vista desde los miradores del Albaicín.
Nosotros habíamos llegado en coche y no caminando, pero junto a la escultura vimos un sendero que bajaba entre los árboles y se unía a la carretera unos cientos de metros más abajo. Lo surcamos un ratito hasta que pudimos contemplar el Santuario a vista de pájaro y su precioso entorno. Después de sacar unas fotos, volvimos al coche.
PLIEGO.
Las jornadas cunden mucho en junio y todavía nos quedaban varias horas de luz, así que decidimos alargar la excursión hasta Pliego, otras de las poblaciones recomendadas en el folleto sobre que nos habían dado en Aledo. Y allá que fuimos, siguiendo la carretera MU-503, que bordea Sierra Espuña y que nos interesantes perspectivas del bosque y la piedra.
Al llegar a Pliego, el calor se hacía notar de verdad. Al igual que en Aledo, nosotros éramos los únicos turistas y no tuvimos problemas para aparcar en la Calle Mayor, junto a la Plaza del Ayuntamiento.
Con una población que se aproxima a los 4.000 habitantes, Pliego cuenta con un trazado urbano medieval cuyo origen se remonta al Caserío Mudéjar y que apenas se ha alterado con el paso de los siglos. Sin embargo, los asentamientos humanos en su entorno se remontan a la Edad de Bronce, según atestiguan las excavaciones realizadas en el yacimiento de la Almoloya, de cultura argárica, del segundo milenio antes de Cristo.
En la Calle Mayor pudimos ver varios edificios del siglo XVIII, como la Casa de la Tercia y la Casa Grande, de 1757, sede actual del Ayuntamiento y casa natal del poeta Federico Balart.
Caminando unos cuantos metros llegamos a la Plaza Mayor, un espacio amplio y atractivo, en el que destacan la fachada posterior de la Casa Grande y la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol, construida en 1667 y que luce en su puerta principal el medallón con el escudo de la Orden de Santiago, a quien está dedicado el templo, que no fue bendecido hasta un siglo después de su construcción. Estaba cerrada, así que no pudimos entrar.
En continuo ascenso, continuamos por calles empinadas que nos llevaron hasta el Museo de la Almazara, donde se conserva la maquinaria de una almazara tradicional, y a la Torre del Reloj, que forman parte de la llamada “Calle del Agua”.
Enseguida llegamos a la Fuente de los Caños, que recoge el agua del manantial natural de Los Caños, englobándose en el antiguo sistema hidráulico de la villa. Por restricciones debido a la pandemia, el agua no corría por los caños. ¡Qué pena!
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Aunque la calle se empinó hasta convertir la cuesta en un poco fatigosa por el sol, seguimos hasta alcanzar la Ermita de la Virgen de los Remedios, en un parque muy agradable donde por fortuna corría el aire. Se trata de un edificio barroco del siglo XVIII que, al parecer, sustituyó a otros anteriores, ya que la devoción a la Virgen de los Remedios en estos lugares tiene una tradición de más de 400 años.
Desde el parque de la Ermita pudimos contemplar unas bonitas vistas de todos los alrededores, incluyendo los restos del Poblado de la Mota o Castillo de las Paleras (siglo XII, primer asentamiento medieval islámico fortificado en Pliego), y del Castillo de Pliego (fortaleza triangular también del siglo XII, con siete torres, un torreón central mayor y un muro perimetral exterior levantado con tapial).
Y allí terminamos nuestra nueva excursión murciana, si bien todavía tuvimos tiempo de otear desde la carretera la estampa del castillo de Mula, adonde espero ir en algún momento.