Después del desayuno, afrontamos un día muy intenso. Su culminación sería el gran objetivo del viaje: Cabo Norte. La primera parte del recorrido por la E6 transcurrió por una zona de tundra elevada e inhóspita, barrida por los fuertes vientos. Paramos a descubrir plantas autóctonas y sus propiedades, y, también, a conocer unos “maravillosos” mosquitos igualmente autóctonos, tan grandes como la yema de un dedo: ¡aggg!. Encima se colaron algunos en el autobús y tuvimos que dedicarnos a su caza y captura un buen rato. Fue el único punto donde se pusieron pesados, el resto del viaje tuvimos suerte y ni los vimos ni los sentimos, jeje.
Por la carretera E69, de nuevo en la costa recuperamos los bellos paisajes típicamente nórdicos, pueblecitos pesqueros con sus secaderos de bacalao al sol, a orillas de Porsangen.
De camino al norte, nos encontramos gente paseando por las playas de guijarros y rebaños de renos que tenían la peligrosa ocurrencia de refugiarse del sol en los túneles de la carretera, con lo cual había que ir con mucho cuidado ya que los vehículos podían toparse de bruces con ellos.
Nuestro guía nos propuso detenernos en un pueblecito (creo que se llama Revbag) donde afirman que se crían (¿se dice así?) los cangrejos más grandes del mundo. No sé si son los más grandes, pero ciertamente los que vimos eran enormes:
La parada mereció la pena porque el lugar era muy bonito; bueno, todos los lugares eran bonitos y más con un día tan espectacular.
El viento estaba en calma y el agua era un espejo perfecto en el que se miraban desperdigadas nubes y montañas.
Los azules y los verdes adquirían unos matices muy sugerentes.
Paramos en una playa en la que abundaban los típicos montoncitos de piedras que tanto acostumbran a hacer los nórdicos para pedir un deseo o recordar a personas queridas. Desde luego, la playa como playa no vale gran cosa y el agua debe estar helada, pero el paisaje ofrecía una belleza salvaje que atraía nuestra atención, aunque hubo a quien no le gustó demasiado: aquí no hay árboles y si no fuese por la luz del sol, seguramente parecerían lugares un tanto inhóspitos.
A lo lejos empezábamos a distinguir la isla de Mageroya, donde se encuentra Cabo Norte. El corazón se aceleraba sin remedio.
Parte de la carretera que va hacia el Cabo discurre bajo el canal de Mageroy, en un túnel de unos 7 kilómetros a más de 200 metros de profundidad.
En estas latitudes, no hay bosques ni casi árboles debido a las inclemencias meteorológicas, el frío y los fortísimos vientos no lo permiten, pero los paisajes moteados de verde resaltaban hermosos reflejándose en el agua. Seguramente con mal tiempo, las vistas no serían tan agradecidas.
Al fin, llegamos a Honningsvag, a 35 Km. al suroeste del cabo. Es una animada población, con restaurantes, hoteles, tiendas y un puerto en el que hace escala, entre otros, el Hurtigruten.
Hicimos una visita al bar de hielo (El Artic Bar), propiedad de unos españoles que montaron su negocio allí y a los que, según nos contaron ellos mismos, les va realmente bien. Hay que ponerse unos ponchos térmicos especiales (mejor no pensar en la pinta que se te queda, son enormes y de color rojo, se te quitan las ganas de ver las fotos: parecemos morsas, jaja,) porque dentro la temperatura está bajo cero a fin de mantenerlo en pie, si bien cada año deben reconstruirlo. Es muy curioso de ver y siempre se agradece hablar con compatriotas tan lejos. Además, la tiendecita de recuerdos tiene buenos precios. Dentro todo es de hielo: la barra, las mesas, los taburetes, hasta los vasos… Tienen un trineo e incluso un igloo al que puedes acceder para hacerte una idea de cómo sería alojarse dentro:
En Honningsvag hay varios restaurantes en los que se come realmente bien a precios razonablemente noruegos. Así que aprovechamos y nos dimos un homenaje para finalizar las vacaciones. Por la tarde, nos apuntamos a una excursión a la Isla de los Pájaros. Por fortuna, el tiempo seguia espléndido. De camino, paramos en Nordkapphallen, con una estupenda vista panorámica de Honningsvag y la costa:
Un barquito nos llevó a la Reserva Natural de Gjesvaerstappan (15 Km. al oeste de Cabo Norte). En realidad, no hay una única isla sino tres (Storstappan, Kirkestappan y Bussestappan), donde anidan más de 350.000 aves. Desde este mirador se aprecian bien las tres islas:
Zarpando del puerto hacia las islas:
Así como el avistamiento de ballenas me gustó pero le faltó algo, sí puedo decir que aquí encontré uno de los puntos culminantes del viaje: sencillamente fascinante. Supongo que con mal tiempo no es lo mismo, pero lo que vimos mereció la pena con creces. Miles y miles de aves (no exagero: miles) anidando en las rocas, sobrevolando los peñascos, posadas en el agua: cormoranes, frailecillos, gaviotas, águilas… El espectáculo era bellísimo. Ni que decir tiene que las embarcaciones deben mantener cierta distancia con los acantilados y no está permitido desembarcar en las islas, que constituyen una reserva natural protegida.
También pudimos ver algunas focas, aunque no se aprecian muy bien en las fotos (aparece la cabecita, jeje); y un personaje inesperado que apareció cuando estaba fotografiando a los frailecillos: ¿quién eres tú?
De verdad, una maravilla; aunque posteriormente he visto en otros lugares preciosas islas en las que anidan las aves, ésta me caló muy hondo. Disfruté de la excursión minuto a minuto. La recomiendo si hace buen tiempo. Lástima que mi cámara ni yo fotografiando fuésemos lo suficientemente buenas para captar las imágenes en toda su belleza.