Antes de llegar a Nordkapp (Cabo Norte) hicimos algunas paradas, como en este mirador desde el que se ve el pequeño fiordo donde se encuentra el Cabo: volvían a aparecer los efectos raros por la luz.
Y esta otra, donde se aprecia muy bien el famoso cuerno:
La paradita más turística fue en una aldea sami, preparada para las típicas fotos con los renos, el joven vestido con la indumentaria típica y las inevitables tiendecitas de regalos. No nos quitó tiempo de nada, así que no había lugar a quejas.
Llegamos a Cabo Norte (a la plataforma, que se encuentra a 71º 10' 21", ya que el Cabo Norte geográfico o Knivsjkellodden se encuentra algo más al norte, a 71º 11' 08") sobre las 20:30, por lo que tuvimos tiempo de verlo todo bien y requetebién, incluido el museo y las películas. La cena en el restaurante estaba incluida (el menú aceptable, si se va por libre no sé si merecerá la pena el precio). Después dimos varias vueltas por los alrededores: la esfera armilar, las esculturas de los Niños del Mundo con las monedas, etc.
Nos alejamos para ver el promontorio en la distancia y hacer la famosa foto, bueno, no una sino unas cuantas porque empiezas y no paras, aunque la verdad es que luego tampoco hay mucha variedad de imágenes que captar.
Pero, claro, el sol de medianoche en Cabo Norte es algo especial aunque no lo parezca, jeje:
Hacía fresquito, pero la tarde era estupenda para pasear y esperar el sol de medianoche. Según se acercaba el momento, la gente se empezó a arremolinar en los miradores, queriendo obtener la mejor posición. Para ser sincera, resulta un poco pesado pasarse allí las horas muertas, esperando sin más. Menos mal que no hacía frío, no quiero imaginarme lo que puede ser eso nevando, lloviendo o con ventisca.
Y menuda caída que hay aquí:
De pronto, aparecen en el horizonte unas antipáticas e inesperadas nubes que impiden apreciar el fenómeno en todo su esplendor, aunque es más que nada una sensación interior y el hito de estar allí más que lo que se aprecia con la vista.
El sol se hunde en la nube ofreciendo destellos de colores, hay una leve penumbra y parece que va a oscurecer definitivamente, y, de pronto, la luz vuelve a filtrarse en un inminente amanecer. El fenómeno lo apreciamos mejor en Alta que aquí, por las nubes; pero es más bien algo que se vive más que se ve y, desde luego, menos aún se puede fotografiar.
Secuencia del sol de medianoche en el horizonte de Cabo Norte:
A la 1 de la madrugada emprendimos el regreso hasta nuestro hotel en Honningsvag. De camino, el sol sobrepasó la nube perturbadora y nos iluminó con todo su nocturno esplendor. Pero después de una semana de viaje sin noche, el fenómeno ya no nos sorprendía tanto y lo que queríamos es pillar la cama y dormir: estábamos hechos polvo. ¡Eran las dos de la madrugada! Estos días sin noches resultaban agotadores.
En la habitación, intenté colocar las cortinas para que no nos molestase la luz. Al fin un día que no teníamos que madrugar, qué bien. ¡A dormir hasta las 9! Cuando sonó el despertador, noté algo extraño y al apartar la cortina, me quedé pasmada: ¡llovía a cántaros!
Después de desayunar, dimos una vuelta por el pueblo y llegamos hasta el puerto donde atracan los cruceros. Se veía todo diferente con la lluvia, aunque no le faltaba encanto. A medio día nos recogieron para llevarnos al aeropuerto. Los paisajes seguían siendo bellos pero no tan deslumbrantes como ayer. Al ver las caras de desolación de los turistas que venían a sustituirnos en el viaje al bajar del avión y contemplar el panorama, no pude por menos que pensar en cómo sería su tarde en la Isla de los Pájaros con la lluvia. En fin, quizás una horas después volviese a brillar el sol. Por nuestra parte, otra vez tuvimos suerte con la meteorología. Debe ser que cruzamos bien los dedos, jaja.
Incluso después de despedirnos, nuestro buen paisano y guía aún me hizo un gran favor, pues en su costumbre de revisar punto por punto el autobús, encontró bajo un asiento mis zapatillas de deporte metidas en una bolsa. Como colaboró este hombre a que el viaje fuese tan grato. Gracias J.A., a nuestro servicio veinticuatro horas al día, siete días a la semana (ése era su lema, como nos hacía reír cada vez que lo repetía tan convencido).
Para finalizar, no puedo decir si este viaje me gustó más o menos que el de los fiordos y glaciares. Son muy diferentes, quizás más impactante la zona sur, pero la luz y las sombras del norte ofrecen unas visiones oníricas y tan sorprendentes de los paisajes que los vuelven casi irreales. Recomiendo ambos sin dudarlo y si es posible, la zona al norte del Círculo Polar Ártico en época del sol de medianoche. Claro que este relato responde a mi opinión personal y el juicio de los paisajes es algo muy íntimo y particular. Y lo más importante en Noruega son los paisajes. También hay que hacerse a la idea de lo caro que resulta todo aquí, así que el que venga buscando lujos africanos ya puede ir cambiando de destino o preparando la cartera. A cambio, todo cumple unos mínimos y ningún servicio aunque sea "barato" es cutre (al menos de lo que yo vi).
Por mi parte, en Noruega me quedé con ganas de conocer más a fondo las Islas Lofoten, en especial la zona de Reine. Y, en el sur, tengo la espinita clavada de Stavanger y la subida a Prekestolen. En fin, mejor que quede algo pendiente porque así es más fuerte el deseo de volver a ese bello país.
En la habitación, intenté colocar las cortinas para que no nos molestase la luz. Al fin un día que no teníamos que madrugar, qué bien. ¡A dormir hasta las 9! Cuando sonó el despertador, noté algo extraño y al apartar la cortina, me quedé pasmada: ¡llovía a cántaros!
Después de desayunar, dimos una vuelta por el pueblo y llegamos hasta el puerto donde atracan los cruceros. Se veía todo diferente con la lluvia, aunque no le faltaba encanto. A medio día nos recogieron para llevarnos al aeropuerto. Los paisajes seguían siendo bellos pero no tan deslumbrantes como ayer. Al ver las caras de desolación de los turistas que venían a sustituirnos en el viaje al bajar del avión y contemplar el panorama, no pude por menos que pensar en cómo sería su tarde en la Isla de los Pájaros con la lluvia. En fin, quizás una horas después volviese a brillar el sol. Por nuestra parte, otra vez tuvimos suerte con la meteorología. Debe ser que cruzamos bien los dedos, jaja.
Incluso después de despedirnos, nuestro buen paisano y guía aún me hizo un gran favor, pues en su costumbre de revisar punto por punto el autobús, encontró bajo un asiento mis zapatillas de deporte metidas en una bolsa. Como colaboró este hombre a que el viaje fuese tan grato. Gracias J.A., a nuestro servicio veinticuatro horas al día, siete días a la semana (ése era su lema, como nos hacía reír cada vez que lo repetía tan convencido).
Para finalizar, no puedo decir si este viaje me gustó más o menos que el de los fiordos y glaciares. Son muy diferentes, quizás más impactante la zona sur, pero la luz y las sombras del norte ofrecen unas visiones oníricas y tan sorprendentes de los paisajes que los vuelven casi irreales. Recomiendo ambos sin dudarlo y si es posible, la zona al norte del Círculo Polar Ártico en época del sol de medianoche. Claro que este relato responde a mi opinión personal y el juicio de los paisajes es algo muy íntimo y particular. Y lo más importante en Noruega son los paisajes. También hay que hacerse a la idea de lo caro que resulta todo aquí, así que el que venga buscando lujos africanos ya puede ir cambiando de destino o preparando la cartera. A cambio, todo cumple unos mínimos y ningún servicio aunque sea "barato" es cutre (al menos de lo que yo vi).
Por mi parte, en Noruega me quedé con ganas de conocer más a fondo las Islas Lofoten, en especial la zona de Reine. Y, en el sur, tengo la espinita clavada de Stavanger y la subida a Prekestolen. En fin, mejor que quede algo pendiente porque así es más fuerte el deseo de volver a ese bello país.