Nos reunimos con el grupo temprano y el plan era llegar a la tarde a Merzouga para dormir en el desierto. Era un día muy de autobús pero fuimos haciendo paradas por lo que se hizo ameno. Comenzamos haciendo una parada en Ifran, allí hay muchos monos sueltos y pasamos un rato muy divertido dándoles cacahuetes y jugando con ellos, aunque hay que llevar cuidado porque tienen una mala sombra que para qué!
Bajando hacia el sur uno se iba dando cuenta de cómo el tono del paisaje iba cambiando hasta el punto de terminar siendo un marrón desértico. Pasamos por paisajes abrumadores, pequeños pueblos de calles sin asfaltar hasta que llegamos a Merzouga un par de hora antes del anochecer. Allí cogimos los camellos e hicimos una incursión de una hora y media al desierto de Er Chebbi. Fue totalmente espectacular. Conforme nos íbamos adentrando te ibas dando cuenta de que estabas en el auténtico desierto. Se iba haciendo de noche y el cielo iba brindándonos una vista estrellada espectacular. Hay que decir que el camello es lo más incómodo que existe y al principio vas muy bien pero luego te duele hasta las pestañas. Al finalizar llegamos a una jaima en medio de la nada que se encuentra a los pies de una duna enorme. Allí nos dieron de cenar y nos amenizaron con música y tés, estuvimos disfrutando del ambiente e incluso nos decidimos a intentar subir la gran duna que había y al menos yo lo di por imposible, eso era como un edificio de siete plantas de grande, tenías que ir a cuatro patas y por cada tres pasos dabas uno para atrás eso si cuando te parabas y te tumbabas en la arena en medio del desierto con el cielo estrellado la estampa era inmejorable.