Hoy dejamos Chicago. Hasta las 9,30h no tenemos que recoger el coche en la oficina de Alamo, así que nos hemos hecho los remolones un poco más de lo normal, resistiéndonos a abandonar la ciudad que nos ha tratado tan bien y de la que siempre guardaremos un grato recuerdo. Tras hacer las maletas, hemos bajado a desayunar (a probar las tostadas que nos quedaban, las de arroz) y nos hemos dirigido a recoger el coche que teníamos reservado. Está bastante cerca del hotel así que hemos ido a pie. Antes de eso, por la calle constatamos que en América deben regalar los iphones con las cajas de cereales porque todo dios tiene uno, es increíble, no me extraña que Apple se forre…
Y aquí empieza a torcerse el día… una vez allí, rellenamos el papeleo y recogemos el gps Garmin pero nos dicen que el coche todavía no está listo. En la oficina hace un calor espantoso, es sábado y el aire acondicionado se ha estropeado; la sala de espera se empieza a llenar de gente y a todos nos toca esperar como hora y media. Hay un poco de todo: alemanes, americanos, japoneses… y por lo que escuchamos no somos los únicos que vamos a hacer la Ruta 66. Después de sudar la camiseta un buen rato, a las 11h pasadas nos bajan al garaje y nos entregan el coche que nos va a acompañar en la carretera, un Hyundai Elantra blanco nuevecito (con 90 kilómetros, la distancia supongo que separa el concesionario de la oficina de Alamo). Tras unas concisas explicaciones sobre su manejo y funcionamiento, por no decir ninguna, nos dan la llave y nos abren la puerta del garaje: “bye, bye!”.
“Bueno, no puede ser mucho más complicado que mi Honda Civic”, pienso. Salimos del garaje y nos aparcamos un momento para investigar un poco. Tras un breve reconocimiento de dónde está todo, ahora toca ubicarnos, salir de la ciudad. La verdad es que conducir un coche automático es lo más fácil del mundo, no tiene embrague y la palanca de cambios sólo tiene 3 posiciones: adelante, atrás y parada. La adaptación es rápida y nada traumática, lo que lleva más tiempo es amoldarse a las peculiaridades de la circulación. Por ejemplo, los semáforos están enfrente, es decir al otro lado del cruce, y aunque esté rojo puedes girar a la derecha haciendo un stop. En aquellos en los que no hay semáforo, pasa primero el que antes llega, nada de ceder la derecha como en España. Una cosa que es bastante práctica es que en cada salida te indican los alojamientos que hay, las gasolineras y las 'side attractions' (puntos de interés, por decirlo así), con sus respectivos nombres. En autopistas no existe eso de carril rápido o lento, circulan indistintamente por uno y se van cruzando para adelantar. Es un poco caótico para nosotros pero a ellos les debe funcionar.
Y aquí comienza el pequeño caos en el que se convierte nuestro primer día en carretera, peleando constantemente con el gps para no perder la 66. El aparatito se pone tontorrón (en perfecto castellano, eso sí) y no hace más que mandarnos por la autovía. He de decir que orientarse es complicado ya que sólo Chicago y su extrarradio ocupan varios kilómetros. Es como el Camino de Santiago, pero en lugar de buscar la concha hay que encontrar el cartel de 'Historic Route 66'.
El resultado fue un fifty-fifty, más que nada porque la salida del rent a car nos había hecho perder un montón de tiempo y, para colmo, cada vez que buscábamos la Ruta teníamos la mala suerte de cogerla al revés (es fácil confundirse), y no, no queríamos volver a Chicago por mucho que nos hubiese enamorado. Mientras nos peleábamos con el gps enlazamos casi de casualidad con la 66 e hicimos nuestra primera parada en el Henry’s Drive In, una cafetería histórica con un letrero de neón en forma de perrito caliente gigante.
El siguiente pueblo que atravesamos fue Joliet. Parece que el gps lo hubiesen fabricado allí porque no nos dejaba salir. Cuando pasamos había un puente levadizo que pillamos en movimiento, lástima que delante tuviéramos la ranchera gigante del Ranger Walker y no pudimos inmortalizar el momento. Dimos un pequeño paseo y vimos el estadio de béisbol del equipo local (se nota que es el deporte nacional; en cada barrio, en cada pueblo, hay un campo público para jugar) y la iglesia de St. Anthony de no sé qué culto, porque aquí ya hemos visto baptistas, católicos, musulmanes, judíos, metodistas, amish, de la primera iglesia de tal…
En Dwight estuvimos bajo las piernas del gigante Gemini junto al Launching Pad Drive In, uno de los símbolos de la Ruta 66 a su paso por Illinois. A la salida del pueblo nos paramos en la Ambler’s Texaco Gas Station, una preciosa gasolinera de 1933 que estuvo en servicio hasta el año 1999 y que ha sido completamente restaurada. Al ser sábado la pillamos cerrada, pero se intuía que dentro ha sido reconvertida en tienda de souvenirs.
Como llevamos un retraso descomunal, cogemos la autopista I-55 (la 66 corre paralela a ella durante buena parte del trayecto) para ahorrar tiempo, una lástima porque dejamos de ver algunas cosas de la Ruta, pero hoy ya no tenemos tiempo material. Es así y ya nos estamos chupando unos 400 kilómetros hoy… Antes de llegar a nuestro destino hacemos una breve parada en la ciudad de Springfield, capital de Estado de Illinois. Dimos un breve paseo en los alrededores del Capitolio, en cuyos jardines hay varias estatuas, entre ellas una de Abraham Lincoln, que comenzó su carrera política por estos lares. De hecho, el mausoleo donde reposan sus restos se encuentra en un cementerio a las afueras de la ciudad que es visitado por miles de personas todos los años.
De allí nos dirigimos sin perder más tiempo hacia Litchfield, nuestro destino final del día. Nos alojamos en un Super 8, una cadena de moteles que, junto a Motel 6, tienen establecimientos en prácticamente todas las localidades. Teníamos previsto ir a ver una película al autocine pero cuando llegamos ya había empezado, oooh... Qué se le va a hacer, más adelante habrá nuevas oportunidades. No quedan muchos autocines en Estados Unidos, pero tenemos unos cuantos localizados en nuestro recorrido.
Esperemos que mañana podamos ir un poco más relajados: cambiamos de Estado (entramos en Missouri) y visitamos St. Louis, la puerta hacia el Oeste…
Por cierto, lo de que en la mesita de noche de cada motel en USA hay una biblia no es un mito, adjuntamos pruebas gráficas
Biblia en la mesita de noche del motel, todo un clásico...
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