01/07/13 Tallinn ✏️ Diarios de Viajes de Cruceros y Mares

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Hoy visitaremos la capital de Estonia, que está en el euro desde 2011. Aunque en la información del barco indicaba que se utilizaba la antigua moneda, con el consiguiente despiste para los no europeos.
La ciudad tiene un casco antiguo fácil de recorrer a pie, con sabor medieval, un montón de torreones y cúpulas que vemos desde la cubierta del barco. La silueta a lo lejos invita a pasear bajo los rojos tejados y nos disponemos a ello.

*** Imagen borrada de Tinypic ***


Salimos del barco y, en la terminal, nos ofrecen un mapa de la ciudad. Nos detenemos a observar al barco vecino, el Arcadia de P&O, amarrado junto al Eclipse, y vemos un tronco enorme a modo de banco gigante con un cartel presentando a Tallin como una ciudad moderna con un toque medieval.

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Dejamos atrás el puerto y, en 10 minutos, llegamos frente a María la gorda, un torreón de grandes dimensiones que hace honor a su nombre. Allí se encuentra una de las puertas del recinto amurallado y entramos a la ciudad por la calle Pikk.

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A nuestro paso vemos una biblioteca infantil, los escaparates con ámbar, objetos de lana, cafeterías, pero Tallín apenas está despertando y no hay mucha gente.
La recorreremos con tranquilidad y nos topamos con una iglesia en cuya fachada está el reloj más antiguo de la ciudad, hecho en madera y que todavía funciona.

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Muy cerca hay un callejón llamado Sajakang o callejón del pan que conduce a la plaza mayor donde pasamos a ver el ayuntamiento, las cafeterías con terrazas vacías y, en una esquina, la que se conoce como farmacia más antigua de Europa: la apotheke. Subimos por las escaleras y vemos la puerta cerrada con un cartel que indicaba que, precisamente los lunes, cerraba. Como la puerta tenía una parte de cristal observamos un poco la decoración desde el exterior. El ayuntamiento es un edificio de estilo gótico y se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad.

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Nuestros pasos se dirigen hacia la calle Vene y entramos en el pasaje de Catalina, un lugar recogido, que nos encontramos vacío, con arcadas de piedra a modo de pasadizo y que más tarde se anima con terrazas.

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Salimos hacia una calle pegada a la muralla donde multitud de puestos con gorritos de lana, zapatillas, orejeras y otras prendas, llenan un espacio que empieza a cobrar vida. En una esquina vemos un carrito donde venden almendra garrapiñada unas chicas ataviadas con vestimenta medieval.
Seguimos paseando y nuestros pasos nos conducen a un famoso restaurante cerca de la plaza mayor, el Olde Hansa.

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En la puerta, una joven estonia vestida al modo medieval, toma nota de los pedidos y te acomoda en una de las mesas de madera repartidas en la terraza exterior o en el interior del local. Está decorado con mapas antiguos, candelabros, objetos de piel y de madera que hace que te transportes a otra época.

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Pasamos dentro a curiosear y subimos al piso de arriba pero todavía estaba cerrado; salimos a la pequeña tienda que tienen al lado y que conecta con el restaurante donde venden jabones artesanales, velas de distintos tamaños y colores, especias y distintos objetos preparados con mimo y buen gusto.

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Abandonamos el lugar y paseamos por las tiendas donde se exhiben pieles que serán agradecidas en el invierno estonio.
Un poco más adelante topamos con una plaza ajardinada y, justo en el centro, vemos la iglesia de San Nicolás, protector de los mercaderes y de los marineros. La observamos sólo por fuera y continuamos el ascenso hacia las murallas en la zona de Toompea. Allí vemos unas empinadas escaleras de piedra flanqueadas por antorchas a los lados y decidimos subir. Arriba, en un estrecho corredor, están las mesas de una pequeña cafetería donde la gente disfruta de un descanso contemplando las vistas a la iglesia de San Nicolás.

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Bajamos y atravesamos una puerta de la muralla que conduce a un parque y, en una ladera, se presenta ante nosotros la catedral ortodoxa de Alexander Nevsky, con su fachada blanca ornamentada y las cúpulas bulbosas, legado de las presencia rusa en el pasado y que no hace mucha gracia a los estonios, haciendo propuestas incluso, para su demolición.
La catedral está muy concurrida y pasamos a verla entre la muchedumbre de excursiones y grupos. Unas fotos al exterior y continuamos hacia arriba encontrándonos a nuestro paso con varios jóvenes que pintan en la calle en lienzos y caballetes, la verdad es que el día acompaña.

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Torcemos a la derecha y nos encontramos en poco recorrido con la catedral de Santa María la Virgen, la única de las iglesias medievales de Tallin que sigue funcionando como tal. Aquí, en el punto de cruce de ocho calles en el centro de la colina de Toompea, ya estaba una casa de oración, incluso antes del siglo XIII.

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No pasamos a verla por dentro porque observamos a un grupo de gente asomado en un mirador, desde el que se contemplan los tejados rojos y torreones de la ciudad, y nos dirigimos hacia allí. El sitio es muy bonito pero sería más agradable si no estuviera tan masificado. Hay tiendas de recuerdos por todos lados, con mucha lana y mucho ámbar también.

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Nos asomamos a otro mirador desde donde se podía ver a lo lejos el Eclipse. Abandonamos la zona y regresamos a la plaza del ayuntamiento y decidimos entrar en la iglesia con el reloj de madera en el exterior, la más antigua de Tallin. Casualmente había un recital de música donde tres personas portaban instrumentos medievales y explicaron un poco el origen de lo que iban a tocar, comentando que las partituras se encontraban en una iglesia de Florencia. Tocaron 3 melodías distintas y la sensación en la iglesia fue muy agradable, de recogimiento y paz.

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Salimos antes de que terminara y nos dirigimos a las murallas. Allí vimos a gente caminando por la parte alta y nos acercamos a la entrada donde, previo pago de euro y medio por cabeza, pudimos subir a los torreones.

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Atravesamos varios corredores de piedra y madera y nos asomamos a los ventanucos para contemplar las vistas.

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De nuevo al suelo y callejeamos por una zona donde las casas estaban menos arregladas, pero que también presentaba cierto encanto. Despuntaba en lo alto la iglesia de San Olaf, cuya aguja se utilizó para las telecomunicaciones secretas durante la época de la KGB.
La entrada a la iglesia es gratuita pero, para subir a la torre, pagamos 4 euros cada uno. Qué torre, qué escaleras, qué espiral, qué escaleronesss. Creo que es la torre con las escaleras más largas y empinadas que he subido hasta ahora, incluso tenían habilitados una especie de banquitos a mitad de camino para tomar aire y descansar. Y, como todo lo bueno se hace esperar, tras el duro ascenso salimos al exterior de la improvisada terraza cubierta de tela metálica.

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Las vistas son muy bonitas, contemplas Tallin en 360 grados, casi sobrevolando los tejados rojos tan característicos, los distintos torreones, los jardines con flores y la catedral que se ve pequeñita al fondo.

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En el otro extremo se alcanza a ver el puerto, donde nos espera el Eclipse y, un poco más arriba, la terraza del museo naval que visitaremos más tarde.

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Bajamos de nuevo los empinados escalones y ya desde arriba se empezaba a nublar el cielo.
Nos acercamos a la muralla por la parte de fuera donde había unos carteles anunciando un festival de flores. Podemos comprobar, en un bonito paseo, las distintas composiciones florales que adornan los jardines. Paseamos con tranquilidad, apreciando la combinación de piedra y verde en esta coqueta ciudad.

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Decidimos regresar al barco para comer y antes paramos en el torreón de María la gorda que a primera hora habíamos visto desierto. Entramos al museo naval, sin intención de visitarlo, porque íbamos a la heladería que hay en la terraza así que no sacamos la entrada. Pero para acceder a la terraza atraviesas el museo por unas amplias escaleras de caracol por lo que vimos algunos trajes de buzo, maquetas de barcos y otros objetos de la exposición.
Una vez arriba comenzó a chispear y el camarero ya recogía las sillas, echamos un vistazo por última vez desde las alturas y pusimos rumbo al puerto. Antes de llegar nos tocó abrir el paraguas porque descargó algo de lluvia. Nos detuvimos en los puestos de la terminal a ver más calcetines de lana, gorros, objetos trabajados en cuero y pronto subimos al barco.
Después de comer pasamos la tarde en la piscina y luego nos cambiamos para ir al restaurante. Esta noche se celebró la segunda noche formal. Nada más entrar por la puerta del Sonata nos vio el encargado de los maitre, David, un brasileño muy simpático y nos dijo que nos había preparado un regalito en la mesa.

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Días atrás bromeaba con que Brasil nos iba a golear a lo grande en el partido de fútbol y, finalmente, así fue. Al sentarnos nos encontramos su regalito sobre la mesa. Donde aparecía a diario el nombre de los camareros esta vez había una bandera de Brasil y consiguió arrancarnos una sonrisa.

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El día siguiente fue de navegación para llegar al otro a la última parada del recorrido y a una de las capitales que más me gustó: Cophenague.

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