Empezaba la primera aventura de nuestro viaje. Cinco días después de haber pisado Madagascar teníamos todo preparado para llegar a Miandrivazo, el caluroso pueblo que sería punto de partida del descenso por el río Tsiribihina, uno de los primeros tours por territorio “salvaje”. A las 10 habíamos quedado en la puerta de Chez Billy donde nos recogería una furgoneta para salir de Antsirabe, pero empezaba también el momento de ir descubriendo el signifcado del mora mora y aprender que, cuando un malgache queda contigo a una hora, aparecerá al menos una hora y media más tarde. Nos dió tiempo de sobra incluso de acercarnos a un supermercado, el primer y último que vimos en todo el viaje, para comprar algunos paquetes de galletas, y de almorzar en la terraza del hostal mientras esperábamos que llegase la hora de partir.
Casi a las 12 del mediodía, al fin, el guía nos dijo que bajásemos las mochilas puesto que el vehículo ya estaba aparcado en la puerta. Dos horas más tarde de la hora oficial aquello parecía que iba a ponerse en marcha. Llenos de mochilas y trastos bajamos por las escaleras y pasando por el restaurante del hostal vimos que también esperaba una pareja, Françoise y Florence, unos franceses que vendrían con nosotros en el tour y a los que también les había tocado esperar.
Por fin tenemos la furgoneta “casi” a punto!
La carretera en buen estado duró bien poco y los socavones y las curvas excesivamente cerradas hicieron acto de presencia para amenizar las 5 horas de viaje, tiempo de sobra para empezar a conocer a nuestros nuevos amigos. Florence, que estuvo viviendo 10 años en Antananarivo y además hablaba bastante español, era la persona perfecta para entretenernos con anécdotas de Madagascar, así que no nos dió prácticamente tiempo de aburrirnos en todo el viaje. Hicimos unas cuantas paradas para estirar las piernas y vimos algunos pueblos y cascadas durante el recorrido. En uno de los descansos aprovechamos para comer en un hotely de carretera en el que lo único que servían era arroz, carne y huevos, pero aunque no disfrutásemos de la comida pasamos un buen rato con las niñas que nos atendieron, pues no paraban de reírse cuando les enfocábamos con la cámara de video.
Uno de los bonitos paisajes que vimos
Las niñas del hotely donde paramos
Una segunda parada, en un pequeño pueblo con casas alrededor de la carretera por la que íbamos, nos distrajo un poco con una manada de niños que vinieron a galope a ver quienes eran esos guiris que cruzaban sus tierras. La gente más mayor seguía su rutina aunque alguna mirada nos echaba, pero los niños estuvieron haciendo todo el rato carantoñas para que Toni les sacase fotos.
¡Menuda jauría de niños!
Una de las fotos que les hizo Toni
El tramo final antes de llegar a nuestro destino es digno de mención, pues más que en una furgoneta parecía que habíamos montado en una atracción de feria y nuestras cabezas bailaban al compás de la carretera de arriba hacia abajo y de delante hacia atrás. Los socavones hacían que circulasemos a 5 km/h dando saltos y por fin y casi a las 5 llegamos a Miandrivazo. Las altas temperaturas de la zona ya nada tenían que ver con el fresquito de Antsirabe.
A ver quien se levanta del pousse-pousse con tanto calor
El calor de la calle reinaba también en el hotel y cada soplo de aire tímido que llegaba era recibido con suspiros de alivio mientras, poseídos por una extraña sensación de fatiga, subíamos las mochilas a las habitaciones a trancas y barrancas. Para contrarrestar el sofocante calor nada como una fría cerveza en el bar del hotel La Gite de la Tsiribihina, donde nos íbamos a quedar a dormir, pero se empezaba a hacer tarde y Leonard nos dijo que teníamos que ir a firmar el contrato del tour, así que de un trago nos bebimos la birra y nos fuimos. Nos llevó a una especie de oficina que alguien dijo que era la comisaría y me costó bastante creer, pero lo cierto era que allí dentro había dos personas trabajando con un par de máquinas de escribir y un ordenador, redactaron el contrato y nos lo hicieron firmar.
Esperando a que termine Florence de firmar
Lo siguiente era ir a comprar bebidas para el viaje que no entraban en el presupuesto, refrescos, cervezas y ron, y nos fuimos a buscar una tienda por Miandrivazo. Quedaban escasos minutos de sol pero la gente seguía por las calles, así que encontramos enseguida una pequeña tienda abierta y cogimos provisiones. Nos dio tiempo incluso, antes de que anocheciese, a dar un pequeño paseo de 10 minutos por la calle principal de la ciudad mientras observábamos todo lo que se vendía por allí.
Un puesto de comida callejera al atardecer
Cuando volvimos al hotel era demasiado tarde para pasear y recorrer tranquilamente Miandrivazo; ya estaba todo oscuro porque la iluminación por las calles no es nada habitual en Madagascar, así que darnos una ducha y disfrutar un rato de la terracita del hotel fue la decisión más acertada. Toda construida de madera, con unas hamacas y un hasta con un columpio, parecía recoger un resquicio de aire fresco del ambiente, o al menos esa era la sensación que notabas cuando salías de la calurosa habitación. Allí estuvimos tumbados hasta que nos sonaron las tripas y bajamos a cenar con Florence y Françoise al restaurante.
Yo ya me he duchado, que pase el siguiente…
Después de una cena que sirvió para ir conociéndonos las dos parejas, subimos a la habitación. El lento ventilador del techo no era suficiente para refrescar aquella caldera, queríamos descansar para empezar el tour con energía, pero intentar dormir allí dentro era como querer hacerlo en una olla a presión y sabíamos que iba a ser tarea difícil…