SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS ✏️ Blogs de Francia

El viaje a París no la olvidaremos jamás. Viajamos 3 y sólo pagamos por 2, y eso que no realizamos ninguna triquiñuela. El misterio es muy fácil de resolver. Mi mujer estaba embarazada, así es que no nos hacía falta hacerle ningún encargo a la cigüeña y nos podíamos dedicar por entero a la Ciudad de las Luces.

Llegamos al aeropuerto Charles de Gaulle procedentes del Prat. El viaje sin contratiempo alguno. Así que recogimos las maletas y nos fuimos directo a la estación del RER del propio aeropuerto. Previamente compramos 2 Carte Orange de las zonas 1-5 para poder desplazarnos libremente por París, llegarnos a Versalles y de retorno al CDG.

Tras el trasbordo oportuno con el metro llegamos a eso de la 12:30 del mediodía al hotel Pavillon Louvre Rivoli. Un tres estrellas pequeño pero muy acogedor y sobretodo en una zona insuperable para visitar la capital francesa, a unos 300 metros del Louvre y unos 400 de la Ópera Garnier.

Después del almuerzo en un restaurante que estaba justo delante del hotel, nos propusimos adentrarnos en la ciudad sin más espera. Teníamos mono de París y las piernas pedían trote sin dilación.

El planning de la tarde era muy completo. RECORRIDO: Ópera Garnier-Madeleine-Plaza de la Concorde-Champs Elisee, Puente de Alejandro-Paseo por el Sena- Llama de la Libertad y, como no, Torre Eiffel. No sabíamos si las distancias eran muy largas (luego comprobamos que sí), pero las ganas de empezar a tomar la ciudad nos animaron durante todo el trayecto. Os paso sendos mapas del recorrido. El itinerario que he marcado en plano es bastante parecido al que hicimos. Sólo comentar que no lo he marcado en el mapa, pero detrás de la Ópera están la galerías Lafayette. (en el Boulevard Haussmann nº 40). Pasamos por delante pero no entramos. Fue una lástima, ya que aparte de ser un centro comercial de lujo, si se sube hasta el último piso se tiene una panorámica de París genial y además gratuita. Pero bueno, otra vez será.

Empezamos pues el recorrido desde el Hotel Pabellón Louvre Rivoli, para tomar al final de la calle la avenida de la Ópera. Como muestra de lo bien situado que teníamos el hotel, os diré que si mirábamos hacia la izquierda, se intuía parte del Museo Louvre, y hacia la derecha la Ópera Garnier (1). Así pues nos dirigimos hacia la Ópera para realizar las primeras fotos del viaje. Quedamos maravillados por este edificio, que al igual que muchos de los edificios o monumentos alzados en la época de Napoleón III, está repleto de detalles acabados en oro, como la impresionante cúpula donde aparece el dios Apolo entre la Danza y la Música, elevando entre sus manos una lira, que como no podía ser de otra manera, también es de oro.

Dimos la vuelta por el perímetro de la Ópera y tras ver brevemente la fachada de las Galerías Lafayette, nos dirigimos hacia el siguiente punto de interés que era la Madeleine (2).

Bueno, si la Ópera nos impresionó, la iglesia de la Madeleine no nos decepcionó ni mucho menos. Esto descubrimos que es una constante en París. Ves un edificio que cres insuperable, y al cabo de un rato te encuentras con otro que no tiene nada que envidiar al anterior. Esa es la grandeza de París.

La Madeleine está inspirada en los edificios de culto religioso griegos y la hizo levantar Napoleón para dedicarlo a la gloria militar. Sus 52 columnas corintias son realmente gigantescas así que no sentamos a los pies de una de ellas para descansar un rato y echarnos unas fotos.

Bajo el pórtico del Juicio Final de la entrada se puede ver a lo lejos nuestro siguiente objetivo de la tarde, la place de la Concorde, y más allá del Sena aparece el Senado Francés, y hasta la cúpula del Dome. Todo esto en línea recta. Así que teniendo tan clara la ruta seguimos camino de la Concordia por la calle Royal, donde tuvimos la oportunidad de ver (que no entrar) el famoso restaurante parisino Maxim’s.

Así pues, llegamos por fin a la place de la Concorde (3) con su obelisco, hermano del que habíamos visto tan sólo 5 meses antes en Luxor (Egipto). Dicen que Francia consiguió el obelisco a cambio de un reloj que nunca llegó a funcinar. Dicho reloj se encuentra hoy en el patio de entrada de la gran mezquita de Mohamed Alí en El Cairo (no son nadie los franceses haciendo negocios). Así que le dimos recuerdos de su alejado hermano y contemplamos las ostentosas fuentes y farolas de la plaza. El recuerdo que nos vino a la memoria, fue el de tantas y tantas etapas finales del Tour que pasan por la plaza, y justamente faltaban unos días para que la carabana de corredores volvieran a ocupar París. De ahí la tribuna que habían colocado al lado del Obelisco.

Antes de seguir con el planning, otra sorpresa más, ya que pudimos ver por primera vez la cabeza de la Torre Eiffel saliendo de entre los árboles de los Champs Elysees, todo un impacto que nos ha restado para siempre en la memoria.

Desde allí mismo es fácil encontrar los Champs Elysees, más que nada porque están al lado mismo, y porque al final de los campos está otro monumento inseparable de esta urbe, el Arco del Triunfo. Así pues, alentados por los últimos “descubrimientos” tomamos camino hacía el río Sena, no sin antes pasar entre dos palacios construidos para la Exposición Universal de París de 1900, el Petit (4) y el Grains Palace (5) que se hallaban en plena restauración. El pequeño es, actualmente, la sede del Musée des Beax-Arts de la Ville de París, y el Grande es el museo de los descubrimientos científicos.

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Y por fin llegamos al Sena, y con él otro de los iconos de la ciudad, el Puente de Alejandro III (6) con su exuberante decoración art nouveau de angelitos, caballos alados y otras decoraciones no menos peculiares. También se construyó para mostrar la grandeza de Francia para la Exposición Universal. Es un punte magnífico que conjunta a la perfección con el estilo del Grand Palais. Cabe decir, que el puente tiene un solo arco de acero y que se construyó teniendo muy en cuenta no tapar la visón de los Inválidos (que está justo a la otra orilla del Sena) como los Campos Elíseos.

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La cámara sacaba chispas, que si fotos a los Inválidos, que si al Puente. Desde ese punto, tanto hubiésemos podido adentrarnos hacia los Inválidos como hacia la Torre. Bueno, no cabe decir que ganó el pulso la Torre, así es que proseguimos la ruta con un paseo tranquilo paralelo al río, para terminar llegando (después de una buena caminata) al Pont de l’Alma, aunque no nos detuvimos en él, ya que cruzamos la calle para llegar hasta la Llama de la Libertad (7) (monumento que homenajea a los que lucharon con la resistencia durante la II Guerra Mundial) y de paso buscar un bar para tomar descansar, tomar algo, y tener la primera toma de contacto con los lavabos parisinos. Buena fue la elección, en la terraza de un bar con vistas a la Llama de la Libertad y creo recordar que a la Torre Eiffel también (ya hace unos años del viaje y la memoria me traiciona). Después de reponer fuerzas y de aligerar el pesó de la cartera, nos dirigimos, ahora sí, hacía la más romántica y mundialmente famosa de las torres (con el permiso de las desaparecidas Torres Gemelas): la Torre Eiffel (8).

¿Qué decir de ella? Bueno, yo seré un poco más prudente que uno de mis compañeros de trabajo que tras haber ido a París de viaje de novios, y haberse dejado un pasta tremenda en los restaurantes y tiendas, pues no guarda muy buen recuerdo que digamos de todo lo parisino y la definió como “esa mierda de hierro grande” (sin palabras). Nuestra impresión dista mucho. La verdad es que tiene su encanto. No se si es porque cuando llegas ahí ya estás hechizado por la ciudad y por todas la veces que has visto fotos o reportajes de ella, pero es que hay algo que te atrae. Además, con la perspectiva de los años te das cuenta que es una obra ingenieril brutal para la época, con mecanismos hidráulicos en los ascensores y todo el entramado de vigas para dar estabilidad a la construcción. Vamos hombre, que eso se tiene que tener muy en cuenta cuando entras a valorarla. Además, a medida que caminas por la ciudad y te la encuentras a lo lejos, ves que es un complemento brutal e inseparable de la ciudad.

Por fin decidimos hacer cola y subir a la Torre. Tuvimos suerte y solo tardamos unos 20 minutos en poder entrar al ascensor. Subimos hasta el primer piso y las vistas eran estupendas. A mi me gusta mucho ver las panorámicas desde las alturas, pero mi pareja padece de vértigo, así es que cuando íbamos a subir hasta el segundo nivel, el viento nos jugó una mala pasada ya que soplaba con mucha fuerza. Cuando le vi la cara, me di cuenta que ese no era el día ideal para subir hasta arriba del todo (si es que no se ni cómo se lo hizo para aguantar estoicamente el rato que estuve haciendo fotos). Así es que lo dejamos pendiente para una futura visita. Eso sí, durante el viaje tuvo tiempo de demostrar que no siempre se tira atrás ni mucho menos.

Así pues, pusimos los pies en tierra firme y dimos una vuelta por el Parc des Champs de Mars para ver la torre desde el otro lado. A estas alturas de la tarde los pies ya no daban para mucho más. Convenimos no acercamos al Dome para llegar así al Puente del Alma (10), hoy lugar de peregrinación para los nostálgicos de Lady Di, y desde su construcción (Napoleón lo encargó), punto de encuentro de los parisinos para saber el nivel del agua del Sena que viene marcado por la estatua del Zuabo. Esta es la estatua de un soldado que según se inunda se sabe si sube o baja el nivel del río. Se dice que en 1910, el agua llegó a alcanzar las barbas del soldado.

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Una vez visto el puente cogimos el RER en la parada del Pont de l’Alma para bajar en Invalides y así cruzar el puente de Alejandro, ya que queríamos verlo de nuevo. Después, emprendimos el retorno al hotel, donde llegamos con las fuerzas justa para asearnos, cambiarnos, e ir cenar a un restaurante italiano cercano al hotel. Eso sí, una vez cenados, aun nos quedó humor para ir a ver la Ópera iluminada de noche, así como el Palacio del Louvre, y es que aunque estábamos rebentados de tanto trote, seguíamos teniendo ansias de París.

👉 Ver Etapa: Un largo paseo hasta la Torre Eiffel ⏫ Volver arriba Compartir:

¿No quieres sopa?, pues dos tazas. Nos levantamos bastante temprano para combinar, en el primer día entero en París, caminatas con visitas. Así es que fuimos andando por delante del Louvre (1) hasta la parada de metro de Louvre-Rivoli para llegar hasta Hotel de la Ville.

La idea era ir al Centro Pompidou (2) para comprar la Paris Museum Pass y de paso hacerle una visita rápida. Pero la cosa se empezó a torcer de buena mañana, ya que, el museo del arte moderno por excelencia de Francia, cierra los martes. Así que buscamos una alternativa rápida y la hallamos a unos pocos metros del museo, ya que cerca de él se encuentra Le Défenseur du temps (3), un reloj mecanizado que a las horas en punto representa la alegoría de la lucha contra el paso del tiempo en medio del sonido de terremotos, huracanes y del mar enfurecido. Nosotros no llegamos a la hora en punto y nos quedamos con las ganas de saber si era tan espectacular como lo pintaba nuestra guía o no.

Aun teníamos pendiente comprar la Paris Museum Pass, por eso tomamos la Rue du Beaubourg en dirección a la Ille de la Cite, pasando antes por el Hotel de Ville (4) (el ayuntamiento de la ciudad) y así comprar las tarjetas de visitas en la catedral.

Cruzamos el río por el puente que lleva el mismo nombre que la más famosa de las catedrales y por fin llegamos al siguiente objetivo del día, Notre-Dame (5)Sobra decir, que aunque era temprano la cola que se montó para comprar las entradas que te permiten visitar las torres de la catedral, era larga de campeonato.

Como no teníamos ni idea de donde comprar la tarjeta de los museos, nos fuimos hacia delante de todo de la cola. Allí había un encargado de seguridad que gestionaba los pequeños altercados que se suelen dar en este tipo de colas. Total que en una mezcla de Esperanto formado por el castellano, el catalán y el inglés, le pregunto al buen hombre si allí se compraban las entradas de los museos. Sorprendido, me mira y me viene a decir “¿quiere ir a los museos o subir a la torres?” Pero bueno, ¿cómo se le ocurrió preguntarnos eso a nosotros que ya teníamos la experiencia de colarnos en la Fortaleza de la Punta de La Habana? En medio segundo, mi mujer y yo nos cruzamos una mirada que hablaba por si sola. Así que los dos al unisón le empezamos a decir “No, no. Queremos ir al Louvre”, “museo del Louvre, museo del Lovre”. Menuda representación. Seguro que nos tomó por dos pueblerinos de la montaña que salen por primera vez de su aldea. Así que el hombre, separa una verja que impedía el acceso al recinto y no dice con una amable sonrisa entrer. Así fue como de esta manera entramos por una puertecilla que está en la pared del lado izquierdo de Notre-Dame y que es donde venden los pases.

La taquillera, después de vendernos la tarjeta de los museos, nos indicó muy amablemente que subiendo las escaleras se accedía hacia las torres, y como ésta entraba en la Paris Museum Pass, pues que podíamos acceder hasta ellas. Así es que, ni cortos ni perezosos, subimos el repecho hasta llegar a una sala donde venden recuerdos y te hacen esperar antes de darte acceso a los tejados de la catedral. Nos habíamos saltado de un tirón cerca de una hora de cola.

Esta es otra prueba de fuego para aquellos que pasan un mal rato en las alturas. Por suerte, el viento no soplaba. Además está toda la azotea protegida por tela metálica, que aunque no perjudica a la visión del paisaje, también impide que te precipites hacia el vacío.

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Así es que, superadas las dudas iniciales, no pusimos a pasear por la azotea en busca de las famosas gárgolas, y ahí estaban, petrificadas en esa posición insuperable para ver París, y es que desde aquí se divisa desde la Torre Montparnasse, el Panteón, la Cúpula del Dome, la Torre Eiffel, por supuesto, y hasta el Sacré Coeur.

Echamos las fotos de todo lo que vimos, paisajes, gárgolas, la aguja con las estatuas de los santos, los monumentos que antes nombré, y una vista maravillosa del animado Barrio Latino. Realmente guardamos un muy buen recuerdo de la subida a las torres, esos sí, para llegar se tienen que superar no pocos escalones (387 para ser exactos), así es que se llega arriba sacando la lengua.

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Una vez bajamos, quisimos visitar la catedral por dentro. Es un edificio impresionante con detalles tan destacados como los preciosos rosetones a banda y banda, la estatua de la Piedad, o el Cancel del antecoro. Sobra decir que aquí era el lugar de coronación de los reyes franceses y donde se bendecían a los cruzados. También aquí es donde Napoleón se coronó Emperador.

Al salir, aprovechamos que con la tarjeta de los museos entraba la visita a la Cripta arqueológica (6) para entrar. No es una visita imprescindible ni mucho menos, pero ya que la teníamos gratuita lo aprovechamos. Al salir, foto con la estatua de Carlomagno de fondo y hacia otra de las joyas de la isla, la Sainte-Chapelle (7)

Encontrarla no es tan fácil como consultar el mapa, ya que esta iglesia no se ve desde la calle, tienes que entrar por una puerta que luego da acceso a un patio en el que está la Sainte-Chapelle. Claro que como había cola, pues ya nos pensamos que se encontraba por allí. Presentando la tarjeta de los museos, nos saltamos la cola y pudimos entrar sin más a contemplarla, porque eso es precisamente para lo que se construyó esta magnífica capilla, para ser vista.

Se trata de una construcción del siglo XI nada menos, y se alzó para albergar las reliquias donadas por Balduino II a la France. Según recuerdo, entre las reliquias constan la corona de espinas de Cristo y un trocito de la cruz. Para la gente religiosa esto es un buen reclamo, pero para los que no, también vale la pena visitarla para contemplar sus 15 espléndidas vidrieras multicolores, en las que aparecen diferentes escenas de la Pasión de Cristo. También impresiona el techo abovedado y pintado con una infinidad de pequeñas estrellas. Además, no es sólo una capilla, ya que consta de dos pisos. La parte alta, evidentemente, era reservada para la realeza y la inferior destinada a los sirvientes.

Como ya era hora de comer, salimos de la Ille de la Cite para ir andando tranquilamente hasta el hotel, y así acabar de ver los edificios destacados de la zona, como la Conciergerie (9), o el Louvre otra vez de pasada. Así que la visita a la prisión de la revolución francesa (Maria Antonieta estuvo presa allí), nos queda pendiente para una futura visita.

Finalmente llegamos al hotel donde, despues de cambiarnos, fuimos a comer en un buffet cercano que ya habíamos visto y que estaba a buen precio. Luego, tras un breve descanso en el hotel para recuperar fuerzas, proseguimos nuestras visitas.

Salimos hacia Rue Rivoli, donde nos pasamos un rato mirando los souvenirs que están bajos los arcos de los edificios de esa calle. Luego cruzamos la rue para pasar por el Jardín des Tuileries (1) y así cambiar por unos instantes los edificios por estos relajantes jardines. Una vez fuera de los jardines, no encontramos nuevamente con la Concorde (2). Cruzamos por el Pont de la Concorde para ver por fuera el edificio de l’Asamblea Nacional francesa (3), que por cierto, tiene una retirada con su vecina del otro lado del Sena, la Madeleine. Y es que desde este lado se tiene la visión opuesta a la que encontrados el día anterior: Plaza de la Concordia con el Obelisco y Madeleine al fondo.

Y por fin llegamos al primero de los museos que visitamos el D’Orsay (4). Este impresionante edificio que, sea dicho de paso, antes fue utilizado como terminal del ferrocarril Orleáns, y que de poco que no acabó siendo destruido. Suerte que los parisinos se plantaron y consiguieron salvarlo.

La tarjeta de los museos nos permitió la entrada sin colas y pudimos pasar un buen rato observando las diferentes obras de arte expuestas, y también el edificio en sí, que a nuestro entender, es otra obra de arte. Este fue el museo que más nos gustó de todos. Seguramente su amplitud, así como la luz influyó mucho en que nos sintiésemos tan a gusto en él. De la misma forma, nos encandiló el reloj del final de la sala y que da al interior un toque de calidad.

El museo combina tanto cuadros como esculturas de diferentes autores y estilos. La sala en la que estuvimos más tiempo fue en la de los pintores modernistas. Una sala habilitada para que las obras no pierdan la pigmentación, por eso la iluminación está muy atenuada.

Teníamos intención de pasear por el Barrio Latino y coger el Batobus (una espécies de bus acuático que realiza un bonito recorrido desde la Notre-Dame hasta los pies de la Torre Eiffel, pero aun teníamos tiempo. Así es que al salir del museo, optamos por coger el metro para llegarnos al Panteón.

Miramos la mejor combinación para llegar lo más cerca posible de esta “última morada de los grandes hombres franceses” . Así es que bajamos en Cardinal Lemoine y empezamos a subir la cuesta de la Rue Clovis. Dios mío, cuando pienso en el nombre de esa calle aún me vienen escalofríos. Nunca lo he querido comentar. Ni tan siquiera en el hilo sobre lugares peligrosos en París para no asustar a la gente, pero creo que ahora es el momento y el lugar adecuado para hacerlo.

Sin aviso previo, entramos en una zona de bombardeo selectivo. Así es que a media cuesta noté un duro golpe a la altura del brazo izquierdo. Fue muy rápido. Demasiado... primero un ruedo seco, como metálico, y después esa mancha que indicaba el lugar del impacto. De rebote, mi mujer también se vio afectada por el proyectil. Ella recibió el impacto en toda la espalda. Casi sin poder articular palabras, nos miramos y al unisón dejamos descargar nuestra impotencia: “merda de colom!” (“mierda de paloma”!). Si amigos, una de las miles de palomas de la ciudad de las luces había acertado su objetivo, y allí nos tenías a los dos maldeciéndo las plumas del pajarraco. ¿Y es que encima tuvimos la desgracia que el plumífero parecía que era hijo de mamá paloma y papá elefante! Si hubieseis visto el tamaño del regalito, más que una paloma parecía de una pavo real. ¡Maldita la suerte!

De los gritos e improperios que dejamos escapar, hasta un chico que estaba aparcando su moto se percató e intentó ayudarnos. Pero al darnos cuenta de la situación, cuando nos cruzamos las miradas nos echamos a reír del contratiempo. ¡Que carai!, no todo el mundo puede decir que se le ha cagado encima una paloma en París! Así que nos lo tomamos a guasa y sacamos unos pañuelos de papel para intentar eliminar lo más rápido posible los rastros del impacto. No tuvimos suerte, así que fuimos a un bar que quedaba detrás del Panteón y aprovechamos para pedir un par de cervezas e ir al baño para acabar de limpiar las chaquetas.

Una vez salimos del bar, nos encontramos con la puerta del Panteón cerrada. Vaya suerte. Si no es porque nos colamos en Notre-Dame, este sería un día para olvidar. Por postres, resulta que un olor desagradable parecía que nos acompañaba. Entonces descubrimos que era nuestra amiga la mancha de la paloma que desprendía un olor fétido como pocos hemos olido (y os aseguro que no exagero). Así es que decidimos dar marcha atrás para llegar al hotel. Cuando subimos al metro, que evidentemente tuvimos la suerte que iba lleno hasta la bandera, no sé porque, pero creo que fuimos el centro de atención. “La colonia de paloma” tenía buena culpa de ello.

Una vez aseados, salimos del hotel que ya la tarde estaba cayendo, así que volvimos a ir hacia la zona del d’Orsay en metro para coger el Batobus que salía desde casi delante del museo. Fue un acierto, primero porque así realizamos la ruta completa (dio la vuelta hasta la Ille de la Cite) y porque al ser el último viaje del día, nos dejó bajo una torre Eiffel iluminada.

El Batobus es una buena manera de conocer las zonas colindantes al Sena y descansar a la vez, ya que te puedes sentar y admirar el paisaje. Especialmente bonita es la parte del recorrido que pasa al lado de Note-Dame, pero cuando llegas a la Torre, la verdad es que es insuperable. Deciros que el Batobus no nos entró con la Carte Orange, pero que la enseñamos y nos hicieron un descuento en taquilla.

Por fin bajamos del barco y subimos hasta la zona del Trocadero. Fue un acierto, ya que desde allí tienes una panorámica maravillosa de la Torre iluminada, así es que aprovechamos y para tirar una de las mejor fotos del viaje.

Llevábamos ya dos jornadas agotadoras. Lo mejor que podíamos hacer era subir al metro e ir a cenar al mismo italiano que la noche anterior, por eso de la proximidad con el hotel. Esta vez pedimos pasta para recuperar energías, y poco después, ya estábamos descansando en la habitación del Pabellón Luvre Rivoly.

👉 Ver Etapa: La Ille de la Cite, el Batobus, y una ruta peligrosa ⏫ Volver arriba Compartir:

La primera visita del día fue el museo más famoso del mundo, el Louvre (1). No tuvimos que caminar mucho ya que el hotel quedaba muy cerca del museo.

Entramos por la pirámide de cristal y así pudimos ver al otro lado del patio el Arc de Trimphe du Carrusel. Un arco del triunfo que Napoleón hizo construir como entrada de la Tuileries.

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Poco después de acceder al interior de la pirámide y con las hojas informativas en la mano, abrieron las diferentes puertas, y la gente como loca empezó a correr por las escaleras para ser los primeros en entrar. Así es que nosotros cogimos el ascensor hasta la planta de La Gioconda. Otra vez fuimos de los primeros en llegar y pudimos incluso hacernos tranquilamente fotos con la mujer de la enigmática sonrisa. Luego, al salir de esa sala, aprovechamos para ver la Victoria alada de Samotracia, así como multitud de cuadros que, muchos años antes, habíamos podido conocer en nuestros libros de estudio.

Como no podía ser de otra manera, entre tanta obra maestra, va y nos metemos en la zona egipcia. La verdad, hacía muy poco que habíamos estado en Egipto, así es que intentamos pasar por esa zona lo más rápido posible. No fue así. Nos perdimos y tuvimos que “aguantar” a los egipcios durante un buen rato. Finalmente pudimos salir de esa zona y como premio, Napoleón corono como emperatriz de Francia a mi pareja.

Con un par de horas tuvimos suficiente para hacernos una idea general del museo. No queríamos perder más tiempo, ya que es tan inmenso que necesitarías más de 4 o 5 visitas para poder verlo todo. Así es que cogimos el metro para acercarnos al Dome (2) y a los Inválidos (3).

Al igual que en el Louvre, la Tarjeta de los museos nos permitió acceso a estos dos edificios (empezábamos a amortizar la tarjeta). Entramos en la Iglesia del Dome donde se hallan los restos del famoso emperador francés dentro de un sarcófago de pórfiro rojo que encierra hasta seis féretros. El último contiene los restos de Napoleón. También se poden encontrar los féretros de diferentes militares franceses de alta graduación, como el mariscal Foch.

Luego pudimos contemplar el altar mayor del Dome, así como el patio de armas del Hotel des Invalides. Al salir a por su puerta principal, tuvimos la suerte de contemplar el puente de Alejandro y Los Palacios Petit y Grands, en el otro margen del Sena.

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Como íbamos bien de tiempo, nos fuimos con el metro (a estas alturas también estabamos ya amortizando la Orange) y después de un cambio de línea llegamos hasta Cluny la Sorbonne, para pasear, ahora sí, por las calles del Barrio Latino. Una zona, ésta, encantadora. Muy diferente de todo lo que habíamos visto hasta el momento. Calles muy animadas, repletas de todo tipo de gente, algún parque para descansar y de también con sorpresas que suelen escaparse de las rutas normales de París. Había llegado la hora de disfrutar del “momento de calidad del viaje”. Pero primero os hablo un poco del itinerario que hicimos cuando salimos del metro.

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Rodeamos un pequeño parque para encontrar la entrada del Museo del Cluny (1) (en el mapa no he marcado el rodeo si no quedaba bastante ininteligible). Como no sabíamos si nos sobraba tiempo para otro museo, decidimos posponer esta visita, y al final no lo visitamos más que por fuera. Luego llegamos a la Rue Galandre que era el lugar de las casa de los adinerados del siglo XVII, aunque luego fue famoso por sus tabernas. Hoy se puede pasear y disfrutar de alguno de los múltiples bares de la zona. Luego pasamos por delante de St-Julien-le-Pauvre (2) hasta encontrar la zona próxima al Sena.

Durante todo este recorrido habíamos ido encontrado lugares que salían en la película "Antes del atardecer" (protagonizada por Ethan Hawke, Julie Delpy). De echo, este trayecto a la inversa lo habíamos preparado deliberadamente para encontrar un lugar insólito que aparece al principio del film. Me stoy refiriendo al antes citado “momento de calidad del viaje” y ese “momento” correspondió a la visita de la peculiar librería Shakespeare & Co (3) que se encuentra en el nº 37 de la Bucherie.

Es esta una librería repleta de libros que están colocados por todos los sitios y de todas la maneras posibles. De echo, el adjetivo que mejor existe para definirla es caótica. La primera cosa fuera de lo común ya nos la encontramos a fuera. La gente de la librería estaba haciendo inventario en la calle. Así es que unas decenas de cajas de cartón ocupaban la vía. Después de ver que, por desgracia nuestra, la fachada estaba en obras, entramos dentro para comprobar que se cocía. No nos defraudó de ninguna manera, libros de todas clases, modernos, de anticuario, de fotos, guías de París, bueno de toda clase, amontonados unos encima de otros. A demás, las paredes estaban repletas de mensajes, fotos, dibujos... vaya un caos total. En estas que encontramos una escalera de madera sin barandilla, y decidimos subir al piso superior. Tremendo. Continuaban habiendo libros por todas partes, pero también una cocina en la que si te apetecía, te podías tomas una tacita de café. También encontramos una par de camas habilitadas entre un mar de fascículos viejos, y en una de ellas una chica durmiendo. Peculiar, ¿verdad? No quisimos marchar de la Shakespeare & Co sin comprar un libro, así que adquirimos uno de fotos de París, donde el vendedor tuvo a bien estampar en la primera página el sello de la librería.

Proseguimos con nuestro avance por el Barrio Latino, y al poco rato nos topamos con algo realmente curioso. Ya nos había pasado anteriormente lo mismo en nuestro viaje a Cuba, aunque la verdad es que la de París era mucho más estrecha... sí, sí, estoy hablado de la calle más estrecha de París (4). Los que habéis leído los otros viajes que hemos hecho por Praga y Londres, sabréis que esto ha acabado siendo una constante en nuestros viajes. Y que conste que no lo buscamos a drede. Sólo en Egipto no podría decir cual de las calles era la más estrecha, porque en el mercado de Jan al Jalili también está repleto de calle estrechas. Así que no le dimos importancia, y craso error, no echamos la foto. La que podeis ver está sacada de la Wikipedia, para dejar constancia que realmente existe. Si alguien está interesado en ir os paso la dirección: rue du Chat-qui-Pêche, y hace de enlace entre Quai Saint-Michel y Rue de la Huchette.

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Seguimos sin más hasta la Iglesia de St-Séeverin (5), pero no entramos porque nos estábamos muriendo de hambre y además, necesitábamos realizar algo que ya hacía un buen rato que teníamos pendiente. Así es que seguimos buscando por el barrio. La intención era tomar algo rápido, sencillo, pero que nos llenara un poco el estómago. La verdad es que en esta zona de París hay muchos restaurantes y a buen precio, pero preferíamos algo más austero. Entonces llegamos al final de Rue de la Harpe y lo vimos... un magnífico Mc Donald’s con todos sus complementos necesarios, ¡y no era un espejismo!. Así es que más contentos que unas castañuelas, entramos por turnos a buscar el WC del local de comida rápida, ya que eso era lo que teníamos pendiente desde hacía un buen rato. Salimos muy agradecidos por esta labor humanitaria que gentilmente nos proporciona en cada viaje la cadena americana, y justo al lado compramos un par de frankfurts por cabeza y unas bebidas, (ya que, por dignidad viajera, el Mc Donald’s solo los utilizo para vaciar la bufeta) y nos fuimos tan felices a los jardines que habíamos visto detrás del Cluny, a comer con tranquilidad y a disfrutar del sol parisino que hasta el momento había tenido a bien acompañarnos.

Este parque pequeño (6), es un muy buen lugar para hacer un alto en el camino y comer algo. Allí nos encontramos tanto turistas como parisinos que buscaban la comodidad de los bancos del parque para tomar algo con tranquilidad.

Una vez terminamos, fuimos en búsqueda de la parada de metro de Saint-Michelle para acercarnos al hotel.

Por la tarde, cambio de tercio. Había llegado el momento de visitar Montmartre.

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Tomamos la línea 12 en la parada de Concorde en la avenida de la Ópera hasta Pigalle, y de ahí pasamos a la línea 2 hasta Blanche, parada que nos dejaba casi en frente del Mouline Rouge (1). Ahí sigue hoy en día este famoso cabaret, símbolo del desenfado y la alegría nocturna parisina, e inmortalizado frecuentemente en la obra de Toulouse-Lautrec. Luego llegamos a Abbesses (2), habiendo tomado previamente Rue Le Pic, y nos introducimos en las calles cercanas al Sacre Coeur, famosas por sus pendientes y escaleras, muchas de ellas aparecen en diversas películas.

Así, entre foto y foto llegamos a Rue Tardieu. Aquí tuvimos que decidir entre subir por los 300 escalones que te llevan hasta los pies de la basílica, o ir cómodamente sentados en el funicular (3). Sobran comentarios, así es que el ingenioso trenecito nos ahorró enfrentarnos a las escaleras.

Desde los últimos escalones se puede observar la grandeza de la iglesia neorrománica-bizantina del Sacré-Coeur (4) con las estatuas ecuestres de Juana de Arco y san Luis. Nos dispusimos a entrar, pero otra vez nos topamos con una cola de entrada bastante numerosa. De echo, toda la zona estaba plagada de turistas. Quizás fue el sitio de París donde la avalancha de visitantes era más notable.

Cada cual tiene sus cosas. A nosotros, la verdad y sin querer molestar a nadie, esto de las colas no va con nosotros, además, para una mujer embarazada no es aconsejable estarse en medio de una cola con apretujones y tensiones. Así es que fuimos hacia el lado que salía la gente de la visita y al más puro estilo "me he dejado el niño dentro", nos colamos sin más. Parece ser que el gran mosaico de Cristo de la bóveda del presbiterio, tampoco le supo mal, ya que nos recibió con los brazos abiertos.

Como nos habíamos ahorrado el tiempo de cola, pensamos que estaría bien subir hasta la cúpula ovoide de la basílica, así que salimos a fuera y pasamos por un callejón en el lado izquierdo (mirando a la basílica), para pagar la entrada, ya que aquí no vale la tarjeta de los museos y subir hasta el punto más alto de la ciudad.

Otra prueba de fuego, ésta para la futura madre. Claro está, que para acceder a la cúpula, has de subir tal cantidad de peldaños, que embarazada como estaba, y cansada como llegó, ni se percato del vértigo que le podía entrar. Desde arriba, la panorámica de París es total, ya que se ven todas las zonas, incluida La Defense, la Torre Eiffel, el Panteón, etc.

*** Imagen borrada de Tinypic ***

Pensábamos que era el vértigo, pero algunos se ponían la mano, o un pañuelo en la boca. Entonces nos percatamos de lo que pasaba. Un olor no desconocido, pero no por eso agradable ni mucho menos, llenaba todos los rincones de esta gran atalaya. Incluso nos empezamos a marear. ¿Qué podría ser? Fue entonces ella quien dio con la solución: “¡Coloms!... corre surt depressa” (“¡Palomas!... corre sal deprisa”). Los pájaros atacaban de nuevo. Se conoce que también anidan por la cúpula, y claro, van dejando recuerdos por todos lados. No cronometramos el tiempo, pero estoy seguro que tenemos el récord mundial de bajar de la cúpula.

Una vez en la calle, paseamos en dirección al barrio de los artistas (en el mapa no he señalado todo el recorrido porque hubiese sido muy difícil de interpretar, pero os aconsejo que os entretengáis por sus calles que son muy agradables de pasear). Así que llegamos hasta Place du Tertre (5) donde encontramos multitud de pintores trabajando y exponiendo sus obras. Vimos la gran mayoría de ellos y decidimos que antes de marchar compraríamos un par de cuadros pequeños que nos habían gustado.

La vuelta por las calles adyacentes fue muy agradable. No se definir que hay en esa zona, pero todo el mundo parecía feliz. Aprovechamos las múltiples tiendas para compramos algunas postales y alguna que otra cosa más. Después de pasar por delante del club Au Lapin Agile (el conejo ágil) conocido por sus tertulias de intelectuales, volvimos sobre nuestros pasos hasta la plaza de los pintores para hacernos con los dos cuadros que habíamos visto antes.

Esta vez, decidimos no utilizar el funicular y bajamos los 300 escalones. Luego, pasamos el rato deambulando por las calles de la zona, para coger finalmente el metro en la parada de Abbessess, que es una de las pocas estaciones art nouveau originales. Así es que valía la pena coger el metro allí.

No terminó aquí la jornada. Después de dejar las compras en el hotel, salimos para cenar en un lugar próximo, y luego volvimos a dar una vuelta.

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Con el metro nos hacercamos hasta la Ille de la Cite, para dar un paseo nocturno por el entorno de la catedral. Después, nos apeteció visitar el barrio del Marais. Así que tomamos la linea 1 para bajar en Bastille.

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Pasamos por delante de la Opéra Bastille y contemplamos el monumento a los muertos en las batallas callejeras de julio de 1830, el Colonne de Juillet, una columna de más de 50 metros coronada por una figura dorada del “genio de la libertad”.

También descubrimos otro Mc Donald’s, con el payaso en la puerte y todo. Así que no le hicimos un feo y entramos a visitar sus WC, antes de adentrarnos en el Marais.

Pasamos después en búsqueda de la parte más bonita de la zona, la Place des Vosges. Esta es una plaza que fue en su momento escenario de peleas y justas, y que ha tenido algunos vecinos mundialmente famosos como Madame de Sévigné, Victor Hugo (se puede visitar su casa aquí mismo), y el no menos conocido Cardenal Richelieu. Es una preciosidad de plaza para pasear, incluso de noche, aunque a esas horas cierran el acceso hasta el centro de la misma.

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Al volver por la zona cercana a la Bastilla, descubrimos alguna fuentes de agua potable muy bonitas, en las que aparecen 4 mujeres sosteniendo una especie de cúpula. Según parece son de finales del XIX y están esparcidas por diferentes lugares de la ciudad.

Este fue nuestro último descubrimiento del día, ya que de allí cogimos el metro y a la cama.

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