Mi ruta por la Toscana ✏️ Blogs de ItaliaUnos días en la fabulosa Toscana dan para mucho. Es una región extensa con multitud de pueblos y lugares con encanto en los que perderse o directamente comprarte una casita en el campo y quedarte para siempre.Autor: Suslazaro Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.6 (5 Votos) Índice del Diario: Mi ruta por la Toscana
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Etapas 1 a 3, total 5
Existen varias opciones para recorrer La Toscana. Por un lado encontrarás excursiones organizadas en las que pasarás medio día dentro de un autobús para ver un pedrusco en un museo, comprarás souvenirs en todas las tiendas que te diga el guía y volverás al hotel con los pies destrozados y la cartera vacía o bien decantarte por un plan más personalizado en el que tú serás el dueño de tu tiempo. Sólo necesitas un coche de alquiler y algo de información previa obtenida de internet para recorrer a fondo los lugares más representativos y hermosos de esta región italiana y regresar a casa con la sensación de haber vivido una verdadera experiencia toscana.
En nuestro caso optamos por la segunda variante y fue EL VIAJE DE NUESTRAS VIDAS con mayúsculas y negrita . Sí, porque era nuestro 20º aniversario juntos y ya nos tocaba. El plan era sencillo, 3 días en Florencia y 4 para recorrer La Toscana. Tras mucho documentarnos sobre qué queríamos hacer y cuáles eran las mejores opciones en cuanto a alojamiento y desplazamiento (gracias a Los Viajeros) nos decantamos por alquilar un coche nuestro último día en Florencia que devolveríamos en el aeropuerto de Pisa para regresar a España y un apartamento para 2 personas en el pueblo de Bettolle. Este pequeño pueblo está ubicado en el sur de la Toscana pero se encuentra muy bien comunicado por carretera a escasos 5 kms. del acceso en Sinalunga a las autopistas A1 y Siena-Perugia que atraviesan la región de norte a sur y de oeste a este. Más tarde descubriríamos que las "autostradas" italianas no son como las españolas pero eso es otra historia. Tras 2 horas de atasco por un accidente en la A1 llegamos (tarde) a Bettolle. Nuestro casero, que hablaba un español perfecto , nos recibió en el bar del pueblo (como está mandado) y nos mostró el que iba a ser nuestro cuartel general durante 4 días. El apartamento era una monada, no se podía pedir más. En una única estancia se encontraba la cocina equipada con todo lo imaginable incluida una barra con banquetas que hacía las veces de mesa de desayunos y cenas, al lado un par de sillas y un "puff" para contemplar boquiabiertos las maravillosas vistas pues enfrente se abrían 4 grandes ventanales hacia la Toscana. Un armario separaba la cama del resto, había una TV colgada en la pared frente a la cama y, tras la única puerta, un baño precioso, nuevecito con una ducha inmensa, secador de pelo, vamos, de todo. Parecía que lo habían sacado del catálogo de Ikea. Además tenía aparcamiento privado y una coqueta taberna, Betulia, justo debajo en la que cenamos nuestra primera noche. Teníamos claro que íbamos a visitar 3 lugares que eran totalmente imprescindibles durante nuestra estancia; Siena, San Gimignano y una bodega en las inmediaciones de Cortona con la que había contactado previamente en Madrid y en la que disfrutaríamos de una cata de vinos con antipasti (comida) el 2º día. Así pues, esa misma noche trazamos el plan de ataque para los siguientes 4 días que prometían ser intensos e inolvidables. El primer día, ya que veníamos de Florencia y estábamos habituados a madrugar para recorrer la ciudad y hacer colas para entrar en museos y monumentos, nos propusimos ir a los 2 lugares más distantes de Bettolle: Siena y San Gimignano. Durante la cena unos turistas españoles nos aseguraron que a ellos les había dado tiempo a ver Siena, San Gimignano y Volterra en un día sin prisas y con un bebé en sillita por lo que descubrimos que las distancias en el mapa no eran tan grandes como suponíamos y nos lanzamos a emularles. Etapas 1 a 3, total 5
Amaneció nublado y pronto comenzó a llover de camino a Siena. ¡Qué complicado fue aparcar! Por fin estábamos en la ciudad callejeando en busca de la catedral cuando apareció frente a nosotros un inmenso edificio de mármol blanco y negro (tan típico en la Toscana), una torre altísima (el Campanile) y un friso decorado en oro que nos dejó con la boca abierta . Comenzó a diluviar y nos decidimos a entrar. Teniendo en cuenta que habíamos pasado los 3 días anteriores en Florencia poco ya podía sorprendernos en cuanto a belleza y arte pero hay que afirmar que el interior de la catedral de Santa María dei Fiori en Florencia es muy vasto, poca ornamentación y paredes más bien diáfanas. Echaron el resto en la cúpula y el baptisterio pero la decoración brilla por su ausencia en el interior del templo. Nada que ver con lo que nos deparaba el interior de la magnífica catedral de Siena. Es inmensa y no hay lugar en el que no encuentres un fresco, una escultura de Donatello, Bernini o Miguel Ángel, un púlpito, un cuadro, incluso los suelos de mármol representan escenas de la biblia, la cúpula es enorme, pintada de azul y llena de estrellas. A pesar de la cantidad de personas que había dentro pudimos recorrer el lugar con pausa admirando todos sus detalles. Entramos en la biblioteca Piccolomini esperando encontrar libros pero no; se trataba de una sala decorada con pinturas al fresco del suelo al techo, ahí es nada, una escultura de las Tres Gracias adornaba el centro de la estancia que rodeamos para admirar en detalle las pinturas de la vida de Pío II, llenas de colores.
Salimos de allí totalmente abrumados por el despliegue de medios que se gastaban ya en el siglo XIII y rodeamos el edificio para fotografiar la fachada trasera desde la que parte una escalera (apenas llovía ya) que desemboca en una calle bastante transitada. Descubrimos que por allí se iba a la Plaza del Campo. Probablemente si os digo la Plaza del Palio os suene más el nombre por las carreras de caballos que aquí se celebran cada año en agosto. La plaza en sí es bastante grande y está muy inclinada para correr con los caballos a lo loco entre la multitud. No me lo puedo ni imaginar siquiera. Por lo visto durante la competición vale todo y al ganador lo tratan como a un dios. En el centro pero no exactamente en medio hay una fuente vallada recubierta de mármol bastante grande. En fin, el lugar es precioso, lleno de tiendas, cafés, gente tumbada almorzando. Tiene vida y bullicio. En un extremo de la plaza se encuentra el Palazzo Pubblico y la torre del Mangia de 88 metros a la que no pudimos subir pues en días de lluvia y viento la cierran al público, una lástima. Volvía a llover y aunque la ciudad prometía, recorrimos deprisa algunas de las calles que circundan la plaza para terminar tomando un trozo de pizza y un café que nos quitó el hambre y nos resguardó del aguacero. Sobre la 1 nos dirigimos a la carrera, empapados hacia el coche con la sensación de no haber visto todos los tesoros de Siena y tan tristes como el día para poner rumbo a la ciudad de los rascacielos. ¿Nueva York en La Toscana? No, San Gimignano. El camino hacia San Gimignano fue precioso, por una carretera secundaria llena de viñedos y suaves colinas. En cada curva se divisaba cada vez más cerca nuestro destino. San Gimignano fue durante la Edad Media un lugar en alza, pujante donde las mejores familias de la comarca tenía sus palazzos y en ellos edificaban unas torres que indicaban el poder que cada familia ostentaba, cuanto más alta era la torre, más poder tenía la familia. Así, San Gimignano llegó a albergar hasta 72 torres de una altura considerable de las que, hoy en día, quedan 14 en pie debido entre otras causas a que cuando una familia caía en desgracia o perdía su poder las desmochaban para vergüenza de sus propietarios. Unos aparcamientos disuasorios a la entrada de la ciudad nos indicaban que debíamos dejar el coche extramuros. Los 3 primeros parkings estaban repletos así que lo dejamos en el P4 del que partía un ascensor hasta lo alto de la muralla. Serían como las 2:30 de la tarde y las calles no estaban muy llenas. La buena noticia era que había dejado de llover y enseguida empezamos a ver de qué iba todo aquello. La sensación era la de haber retrocedido 600 ó 700 años en el tiempo. De verdad, este pueblo podría ser perfectamente el escenario de una película ambientada en la Edad Media. Calles estrechas y empinadas, altísimos edificios de piedra, plazas llenas de gente, un mercadillo callejero de frutas y verduras, rincones con flores y escaleras también de piedra. Fue como estar en un cuento esperando que aparezcan las princesas y los caballeros retándose en duelo. Una auténtica pasada. No hubo necesidad de entrar en ningún edificio, ni en el ayuntamiento ni en la iglesia para contagiarnos del espíritu de la ciudad. Nos dejamos llevar por nuestros pies recorriendo el pueblo tratando de capturar en nuestras cámaras la esencia y el recuerdo de este lugar. Sentados en una terracita en la Plaza de la Cisterna, llamada así por el gran pozo que se sitúa en su centro, sin prisas, disfrutamos de un plato de pasta mientras contemplábamos el lugar. Los italianos entregados a sus quehaceres diarios y los turistas por todas partes, la cola de gente en la heladería ganadora de varios premios... Paseando por sus rincones nos topamos con varias galerías de arte, tiendas de artesanía, tiendas gourmet, incluso un Museo de la Tortura (jajaja, había uno de estos en cada pueblo pero no entramos en ninguno). Hay que decir que este pueblo te atrapa y pierdes la noción del tiempo. Y así, llegó el momento en el que, con mucha pena, tuvimos que marcharnos rumbo a Volterra que no dista mucho de San Gimignano. En este punto tengo que decir que yo estaba empeñada en ir a Volterra porque había leído que tenía un pasado etrusco, romano y medieval muy importante. Estábamos un poco cansados cuando por fin, llegamos. De nuevo aparcamos en el disuasorio. Una advertencia: la mayoría de pueblos de la Toscana están en lo alto de una colina, amurallados mientras que los parkings suelen estar abajo en las afueras. Llevad calzado cómodo y buenas piernas para subir cuestas. No os perdáis las increíbles vistas sobre la campiña toscana que se divisan desde lo alto del pueblo. Enseguida nos adentramos en la plaza del pueblo, el típico palazzo toscano que aloja el ayuntamiento nos lo indicó y una pared de mármol blanco y negro con una puertecita dejaba entrever que se trataba de una iglesia. Volterra no tiene el tamaño ni la importancia de Siena pero el interior de la catedral es muy bonito e incluso recuerdo una capilla muy sencilla que nos gustó mucho. A su espalda encontramos el edificio del baptisterio, ya nos habíamos acostumbrado a que así fuera en la Toscana y entramos en él junto con una excursión de chavalitos italianos. En la muralla localizamos la Porta dell'Arco, de origen etrusco del siglo III a.C., todo muy bien señalizado, no hay pérdida. El resto de la tarde lo pasamos deambulando por las calles muy bien conservadas y menos artificiales que en San Gimignano. Al llegar al final de la calle que atraviesa Volterra giramos a la izquierda y de repente... ¡booooom!, un teatro romano en bastantes buenas condiciones. Eso sí, cubierto de hierba, increíble. ¿Es que en Italia tienen de todo? La respuesta es sí. Los romanos estaban locos como decía Obélix. Sí, sí, locos pero por su tierra. De vuelta al coche ya estaba atardeciendo y nos tomamos un café en la calle principal. Coincidimos en que este pueblo, sin duda, es uno de los que más nos gustó por su autenticidad, su encanto y su importante pasado histórico. Se recorre de arriba a abajo en hora y media y te vas satisfecho de haberte acercado hasta él. Un broche de oro para nuestro primer día en La Toscana. Etapas 1 a 3, total 5
Para nuestro segundo día en tierras toscanas ya os adelanté que tenía organizada a las 13:00 una visita a una bodega local con cata de vinos y almuerzo por lo que no podíamos alejarnos mucho de esos contornos. Por la mañana, después de realizar unas compras en el supermercado local, decidimos acercarnos hasta el municipio de Cortona, a 25 kms. de Bettolle y cerca de la bodega Villa Loggio, nuestro destino de ese día.
Cortona pertenece a la provincia de Arezzo y goza de un emplazamiento privilegiado en lo alto de una colina de la Val di Chiana con vistas al lago Trasimeno. Posee además un pasado histórico de relevancia y fue el lugar de inspiración para la novela Bajo el sol de la Toscana de la escritora Frances Mayes cuyo domicilio se encuentra aquí. Dejamos el coche a la entrada de la ciudad, fuera de la muralla y nos dirigimos al mirador desde el que se divisa gran parte del sur de la Toscana y el gran lago Trasimeno. Muy cerca se encuentra la iglesia de San Domenico en la que entramos. Olia a madera y a incienso y no había nadie en su interior así que nos encaminamos hacia el acceso a Cortona. Atravesando un arco nos introdujimos en un pueblecito muy coqueto plagado de cafés y tiendas de comestibles, calles estrechas y muy empinadas (aquí sí que hicimos piernas ya que algunas de sus iglesias se hallan en lo más alto de la ciudad), repleto de alojamientos rurales con encanto y muy buen ambiente. En la puerta del Palazzo Comunale se celebraba una boda civil y tras un largo paseo de una hora arriba y abajo ya nos habíamos hecho una idea de cómo era el pueblo. Entramos en la iglesia de San Francesco después de subir una calle con una pendiente infernal y una escalera peligrosísima y fuimos a tomar un cappuccino y una galleta (ni qué decir tiene que el café es excepcional) y allí mismo nos facilitaron la contraseña wifi para programar nuestro navegador y buscar la bodega que estaba en medio del campo en dirección a Montepulciano. Resultó ser una mañana muy provechosa y, a pesar de que estaba nuboso y hacia un poco de viento, no tenía aspecto de que fuera a llover. Como era de esperar, en cuanto abandonamos la carretera principal nos perdimos y, tras unos 20 minutos de pánico en los que pensábamos que no saldríamos de allí (no teníamos cobertura en los móviles), finalmente, dimos con el camino a la bodega. Nos recibieron con los brazos abiertos y con la mesa puesta y empezaron a hablarnos de su proyecto y de sus vinos. Nos dieron a elegir cuales queríamos catar y nos acomodamos para disfrutar del almuerzo. Había queso, pan, fiambre, un guiso de lentejas y varias especialidades toscanas pero como mi acompañante no habla inglés y ellos no hablaban ni español ni italiano la conversación se desarrolló en inglés y casi no pude comer entre las traducciones y las 4 copas enormes de vino que me bebí. Tras la comida nos mostraron el edificio que también era su casa y después nos dirigimos caminando hacia la zona de producción paseando entre las viñas. Allí nos explicaron el proceso de elaboración de los vinos y nos enseñaron la bodega. Además producían aceite para su propio consumo. Una maravilla. Finalmente les compramos varias botellas de vino en la tienda y nos despedimos de ellos. Lo pasamos fenomenal pero queríamos aprovechar la tarde para visitar Montepulciano que dista sólo unos 10 kms. de allí. Nada más llegar encontramos un lugar para dejar el coche a la entrada y una oficina de turismo donde nos hicimos con una mapa de la localidad y empezamos la subida a este municipio a 500 metros sobre el nivel del mar. Hay que destacar que la subida desde la entrada del pueblo hasta la Plaza es una sucesión de rincones con encanto, cuidados cafés e iglesias en los que detenerse para terminar el ascenso en la hermosa Plaza Grande con la catedral y el ayuntamiento con su torre que domina todo el conjunto del pueblo. Desde la torre pudimos disfrutar de unas maravillosas vistas sobre la Valdorcia y de la plaza que tiene unas enormes dimensiones. Existen varios miradores en los que detenerse para gozar del paisaje pero la mejor panorámica sin duda la obtuvimos desde la torre. Montepulciano es muy conocido por sus vinos y bodegas, todo el pueblo gira en torno a esta actividad. Su Nobile de Montepulciano es uno de los mejores caldos de Italia y aquí se puede degustar directamente en las bodegas (o mejor dicho, enotecas, como las llaman allí) que hay diseminadas por todas partes. Nosotros accedimos a las Bodegas Redi en plena Plaza Grande situadas en un palacio medieval y de acceso gratuito. Nos entretuvimos recorriendo los pasadizos y salas donde se almacena el vino. De vuelta al coche nos topamos con algunos alojamientos rurales y restaurantes muy convenientes. Agotados pero felices regresamos a Bettolle a descansar y cenar en nuestro nidito pasta al pesto con una botella de vino. Etapas 1 a 3, total 5
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