¡Buen Camino ✏️ Blogs de España

Para alguien cuyo único deporte habitual es el “levantamiento de vidrio”, plantearse El Camino de Santiago era una cuestión peliaguda ¿me estaba dejando llevar por unas ganas insensatas? ¿sería mi cuerpo, que estaba adoptando peligrosamente la misma forma que mi sofá, capaz de asumir el reto?

Inconsciente que soy, lié a unos amigos y nos dispusimos a planificarlo. Respecto al cuándo, teníamos claro que no queríamos hacerlo en verano, para evitar la masificación de la ruta... porque para caminar rodeado de gente como si fuera Gran Vía, mejor ya nos quedábamos por aquí... Valoramos los inconvenientes de hacerlo ahora, que el frío aprieta y la lluvia es particularmente inclemente... Nos informamos, y nos enteramos de que no había problema con encontrar abiertos los albergues, ya que los de la Xunta están abiertos todo el año y algunos sitios como Triacastela, Sarria y Santiago tienen además albergues privados.
A la hora de planificarlo, tuvimos también en cuenta que el albergue público de Santiago, el situado en el Monte do Gozo, está fuera del centro urbano... así que decidimos quedarnos en un hotelito en el centro para poder celebrar convenientemente el fin de nuestra “hazaña”.
Respecto al dónde, consideramos que el Cebreiro sería un punto de partida suficientemente intrincado para unos inexpertos.
Respecto al cómo: a pie... Aunque quisimos contratar la ayuda de uno de esos servicios que te llevan las mochilas de tramo en tramo, consultamos con Itineris y nos dijeron que hasta Semana Santa no empezaban... no nos rompimos más la cabeza y decidimos ir de la forma tradicional.
Para eso fuimos en avión a Lavacolla, y luego cogimos un autobús que nos llevó al Cebreiro. Los billetes pudimos comprarlos directamente en la web de Alsa gracias a la información que leí en internet. Por un poco más de 15€ llegamos a Pedrafita desde la estación de autobuses de Santiago (el bus desde el aeropuerto fatal) en cerca de 3 horas y media. Nada mal.
Salimos un viernes, con intención de hacer el camino con calma, llegando a Compostela el sábado siguiente, y quedándonos esa noche para disfrutar de la ciudad un día más... y regresar el domingo para ya el lunes reincorporarnos al trabajo y a la rutina.
El Cebreiro, por sí mismo, ya merece la pena la visita. Está situado a 1.300 metros de altitud, entre las sierras del Caurel y los Ancares. Se han rehabilitado las “pallozas”, las viviendas prerrománicas típicas de esa zona, para que podamos hacernos una idea de cómo era la vida en aquellas épocas. Gracias a que la familia compartía espacio con el establo y el pajar podían sobrevivir a los duros inviernos de la zona . También nos acercamos a visitar el Santuario en el que cuentan que se produjo el milagro del Santo Grial cuando un paisano se acercó a oír misa a pesar de la gran nevada que estaba cayendo. Al verlo muerto de frío, un fraile le preguntó despectivamente que cómo, a pesar de la tempestad, acudía a la iglesia únicamente para ver un poco de pan y un poco de vino en sus manos. Según la leyenda, durante la Consagración el vino adquirió apariencia de sangre, y el pan de carne, al mismo tiempo que la imagen de la Virgen se postraba de rodillas para reverencia al cuerpo y a la sangre de Cristo. La noticia del milagro llegó a oídos de los Reyes Católicos, que visitaron el Santuario y regalaron a los monjes un relicario en el que se supone que todavía se conserva la carne y la sangre y que se puede ver en la capilla del Santo Milagro. Este cáliz es uno de los símbolos de Galicia y figura en el logo de la Xunta.
Cenamos en un restaurante de la aldea y nos fuimos a dormir temprano, ya que nos tocaría madrugar durante toda la “aventura”.

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Al día siguiente nos despertamos con niebla y un frío impresionante que daba la sensación de colársete entre los huesos.

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Un café con tostadas después, nos dispusimos a bajar desde el Cebreiro hasta la carretera general y seguimos unos 3 kilómetros hasta Liñares. Tras una serie de subidas y bajadas (características del Camino en su tramo gallego) alcanzamos el alto de San Roque (1.270 metros de altitud y unas vistas alucinantes), donde nos vimos reflejados en la estatua del peregrino que contempla el valle.

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Continuamos por el camino señalizado con las flechas amarillas y los mojones que indican la distancia a Compostela y llegamos al Padornelo... y ahí empezó la subida hasta el alto de Poio, el punto más alto del Camino Francés.
La cuesta de subida es tremenda... pero al llegar a la cima hicimos un alto para reponer fuerzas en un bar que encontramos.
Pero si la subida es dura... la bajada es brutal. Aunque no lo parezca, descender es casi peor que subir, porque te carga mucho las rodillas y los gemelos. Tanto en las bajadas como en las subidas empinadas sirven de gran ayuda los bastones, tanto los típicos palos como los plegables modernos (mucho más ligeros y cómodos).
Aunque la bajada se hace eterna, los últimos kilómetros de la etapa son una gozada, ya que transcurren entre una sucesión de senderos angostos, cuestas empinadas, muros de piedra, verdes prados y aldeas: Fonfría, Viduelo, Filloval, As Pasantes y Ramil.

A los que somos de fuera nos llama la atención lo dispersa que está la población. Es raro encontrar un pueblo con muchas casas e infraestructuras... pero te vas topando con viviendas rodeadas de robles y castaños a lo largo de casi todo el recorrido.
A pesar de que en invierno el Camino no está tan frecuentado como en primavera y verano, te encuentras igual con otros peregrinos, y es habitual intercambiar impresiones y contar la propia experiencia. Parte de este tramo lo hicimos con un grupo bastante numeroso que viajaba con “coches escoba” y estaban culminando el camino desde Roncesvalles. Todos destacaban el radical cambio de paisaje respecto al castellano.
...Y todos hablábamos del frío. No es por ser quejica, pero las fuentes heladas que encontrábamos por el camino daban fe de que era algo más que una sensación térmica...


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Al llegar a Triacastela recordamos lo que habíamos leído durante la preparación del Camino. Antiguamente, los peregrinos cogían una piedra de una cantera que hay en la zona y la llevaban hasta el horno de Arzúa (prácticamente al final de la Ruta) que trabajaba para la Catedral... así contribuían a la construcción del templo transportando las piedras con las que luego se haría la cal.
Yo, agotado y sudoroso, no quería ni imaginarme lo que sería sumar la carga de una piedra a mi esfuerzo.
El albergue de Triacastela fue una liberación... no sé si porque fue el primero, pero dormí como un bendito.

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Hay dos maneras de llegar a Sarria desde Triacastela. Nosotros escogimos Samos porque, aunque es 5 kilómetros más largo y prácticamente transcurre toda por asfalto, todos nos decían que era mucho más interesante.

Hay que decir que, a pesar del frío, tuvimos muchísima suerte con el tiempo. Aunque comenzamos a caminar envueltos en la niebla, el día fue dejando paso a un agradable sol de invierno que hizo más llevadera la ruta.

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Nos llevó unas tres horas (con una pequeña parada para reponer fuerzas) divisar el Monasterio de Samos.
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De este impresionante edificio, reflejo del poderío del que gozó en la Edad Media, me gustaron especialmente sus claustros. Uno, presidido por una estatua del Padre Feijoo, es de los más grandes de España, y el otro cuenta con curiosidades como la inscripción en clave: “¿Qué miras, bobo?” , que es un buen ejemplo de la picaresca medieval, y la fuente de las Nereidas que le da nombre.
Según la leyenda, una autoridad eclesiástica decidió trasladar la fuente (formada por las cuatro figuras femeninas de las Nereidas) a otro lugar menos visible. Desmontaron la estructura, pero cuando quisieron transportar las piezas fue imposible debido al “milagroso” aumento de peso de éstas. Dice la tradición que no quedó otro remedio que dejar allí la fuente.
Continuamos nuestra ruta, y, además de peregrinos, nos fuimos encontrando con los curiosos efectos de la “comercialización” del Camino, como una máquina de bebidas situada en el interior de una finca privada.

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En un primer momento se me antojó mezquino, ¿Cómo alguien puede colocar delante de una casita de piedra semejante armatroste para ganarse unos euros?... Después pensé en la infinidad de veces que los peregrinos habrán llamado a su puerta para pedir un vaso de agua, sin importar la hora ni el día... ni que un segundo antes lo hubiesen hecho otros...

Los últimos kilómetros de la ruta confluyen ambas variantes (la de Samos y la de San Xil), con lo que volvimos a encontrarnos con los que habían optado por seguir la senda original. Hay que decir que la entrada en Sarria y el acceso al albergue están muy bien señalizados con las benditas flechas amarillas.

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Sarria también nos gustó. Dimos una vuelta por el pueblo y, además de tomarnos unas cañas y unas tapas, fuimos a darle una ojeada a los restos del pasado medieval de la que es la localidad más poblada del Camino Francés en Galicia. En Sarria murió Alfonso IX mientras hacía precisamente la ruta Jacobea, y de eso tiempos se conserva la iglesia del Salvador y el convento de la Magdalena, cuyo hospital daba cama y limosna a los peregrinos.

*** Imagen borrada de Tinypic ***

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Cenamos un pulpito acompañado de un Rías Baixas que se reveló como el mejor de los bálsamos para el cansancio.

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