El conjunto de la ciudad, perfectamente homogéneo, se ofrece al que lo descubre como la ilustración de un cuento medieval o un espejismo romanticista, con su caserío macizo apiñado en lo alto de un farallón y colgado sobre el abismo roquedo y sus colores ocres y malvas (el color del rodeno de la zona, que les da su aspecto característico) pintando el gris moteado de verde —por los pinos y los enebros— de la serranía.