Para acceder hay que llegar hasta el pueblo de Lumbier y allí seguir las indicaciones que hay por todas partes, no hay pérdida. Se accede por un camino hasta el aparcamiento de coches ( de pago, excepto el jueves que es día de descanso y no está el guarda) y desde este punto se sigue el camino a pie, dos km de ida y otros tantos de vuelta por un camino amplio, llano y bien cuidado, perfecto para ir con silla de ruedas o de bebé.




Este camino discurre sobre las antiguas vías del ferrocarril, siguiendo el curso del rio y empieza y acaba en los túneles excavados en la roca. Un camino impresionante: farallones a ambos lados, el río abajo con su sonido siempre presente, árboles y arbustos a lo largo de todo el sendero y, en el cielo la presencia constante de los buitres.


El asunto de los buitres fue lo más impresionante de todo el camino: volaban a nuestro alrededor a una altura que daba la impresión de que podrías tocarlos, aterrizaban en la peñas, despegaban, podías seguir todas las fases del vuelo, incluso ver como sacaban el “tren de aterrizaje”, estaban posados en las peñas, en fin, observarlo como yo nunca creí que pudiera llegar a hacerlo. Solo por esto merece la pena el paseíto.