Otoño en Flandes ✏️ Blogs de BelgicaCuatro días en Brujas, Gante y Bruselas.Autor: Scofield Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (12 Votos) Índice del Diario: Otoño en Flandes
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El otoño es la estación del año que sienta mejor a los destinos que parecen haber quedado atrapados en un momento lejano de la historia. El adoquín, la madera, el ladrillo rojo gastado, los árboles caducifolios... son elementos que ven su encanto natural potenciado por la melancolía y los colores propios del otoño.
Las personas que, como yo, pasamos el año esperando a que llegue esta estación, esperamos encontrarla -movidos por el impulso romántico- en su máximo esplendor allí donde decidimos viajar. Así que la elección del viaje, esta vez, no va a depender del precio de los vuelos, de la exposición temporal de turno, o de la lista de los lugares que quedan por visitar, sinó del volumen de hojas secas y de la capacidad que tenga el destino escogido para favorecer la exaltación de los sentimientos otoñales. Edimburgo es una ciudad que bien podría encabezar cualquier lista de destinos otoñales ideales, pero como tuve la suerte de poder visitarla hace algunos noviembres, tenía que pensar en una ciudad con elementos similares, y la primera en la que pensé fue Brujas. Brujas lo tiene todo, y además, ofrece el plus de estar muy cerca de otras ciudades Belgas con muchísimo encanto, como Gante, Amberes o Bruselas. Además, no es difícil encontrar vuelos frecuentes y a buen precio a Bruselas desde Barcelona, y el país puede presumir de tener sus ciudades perfectamente conectadas mediante el tren, que es rápido, cómodo y puntual. El tren en sí mismo también es un elemento que beneficia al conjunto, porque es el medio de transporte más rómantico que hay, así que llegar a Brujas en otoño en tren significa acabar de redondear la jugada. Pasado el momento de lirismo inicial, toca bajar a la realidad para cuadrar un viaje en el tiempo del que disponemos, que será desde el jueves por la tarde hasta el lunes, víspera de Todos los Santos. Disponemos de casi 4 días completos, contando el medio de ida, los tres días completos, y el otro medio de vuelta, y cuatro noches. Tenemos claras varias cosas: que queremos pasar, como mínimo, una noche en Brujas, que Gante es una parada casi obligada porque queda a medio camino entre Brujas y Bruselas, y no visitarla supondría perder una gran oportunidad, y que Bruselas es una ciudad muy interesante y con muchos contrastes. Una planificación ideal, seguramente se traduciría en pasar una noche en Brujas, otra en Gante, y dos en Bruselas, o una en Brujas y tres en Bruselas, parando de camino en Gante. Pero nuestro objetivo es Brujas y decidimos pasar allí dos noches, y las dos restantes en Bruselas, que serán suficientes teniendo en cuenta que ya estuve hace unos años y pude visitar algunos de sus museos y monumentos. Esta vez, el viaje consistirá en pasear y disfrutar de lo que estas ciudades ofrecen a pie de calle. Otro de los aspectos a tener en cuenta es qué ciudad visitar primero. Escogemos Brujas, que es la que está más alejada del aeropuerto. Pasaremos allí las dos primeras noches, y después podremos visitar Bruselas con la tranquilidad de estar a 15 minutos del aeropuerto de Zaventem, que es a donde llega y desde donde sale nuestro vuelo. Dejamos fuera del recorrido ciudades como Amberes o Lovaina, que seguro que merecen la pena si se dispone de algún día más, o si se viaja a otro ritmo. Nuestro recorrido queda así: Día 1: Llegada a Brujas por la noche, durmiendo allí. Día 2: Brujas, con noche. Día 3: Mañana en Brujas, mediodía y parte de la tarde en Gante, y llegada a Bruselas con noche en la ciudad. Día 4: Bruselas. Día 5: Medio día en Bruselas y vuelta a casa. Etapas 1 a 3, total 9
Volamos con Vueling desde Barcelona hasta el aeropuerto de Zaventem, al que llegamos con 10 minutos de antelación, a eso de las 17:30h., mientras disfrutamos de las vistas sobre las llanuras Belgas, en las que abundan las casitas tringulares, los prados y los árboles vestidos de otoño.
Allí, nos tenemos que dirigir a la planta -1, donde está la estación de tren, que es el medio de trasporte que vamos a escoger para movernos por Bélgica. La razón de nuestra elección es, además de la comodidad, el descubrimiento de un abono de trasporte de 10 viajes, multipersonal, por 87€. Teniendo en cuenta que no vamos a viajar a Brujas en fin de semana, cuando los billetes de tren cuestan la mitad, es la mejor de las opciones, saliendo cada viaje a 8,7€. Compramos nuestro billete en una de las máquinas expendedoras que encontramos en la misma terminal del aeropuerto, antes de llegar a la planta donde se encuentra la estación de tren, donde también hay máquinas. Se imprime nuestro billete, que hay que rellenar a mano especificando el origen, el destino, el día de la semana y la fecha. No hay que especificar la hora. Nos explican que tenemos que tomar el siguiente tren hacia Bruselas, y que allí, tenemos que cambiar de tren para llegar a Brujas. Las indicaciones en las pantallas y los cambios de andén no tienen ninguna pérdida, todo está muy bien organizado. Llegamos a Brujas cuando ya es de noche, aproximadamente una hora y media después, trasbordo incluído. La estación está a unos 20 o 25 minutos del corazón de la ciudad. Se puede llegar dando un paseo, pero el viaje ha sido largo y tenemos que arrastrar una maleta, así que tomamos un autobús por 2,50€ que nos deja en menos de 10 minutos en la plaza Markt. Hay que tener en cuenta que, para comprar el billete del bus con tarjeta de crédito, hace falta una tarjeta por billete. No se pueden comprar varios con la misma tarjeta. No nos paramos demasiado porque queremos llegar a nuestro hotel, a menos de 5 minutos caminando de la plaza. Hemos reservado dos noches en el Black Swan, situado en el centro histórico. Habitación triple con desayuno por 130€ cada noche. La recepción está cerrada, pero me han enviado un código de acceso y me han dejado un sobre en el mostrador de recepción con la llave de nuestra habitación. Entramos abriendo un portón de madera que da acceso a la recepción. La decoración es justo como lo que se espera de Brujas: butacas estilo Luis XVI, molduras en las paredes, pintadas de azul oscuro, y lámparas con cuentas de cristal. Esto ya nos ha conquistado. Nuestra habitación está en esta misma planta. Es un dormitorio amplio, sencillo, con el suelo enmoquetado, con grandes ventanales que aislan muy bien del ruido de la calle, y está muy limpio. Dejamos nuestras cosas y salimos para establecer la primera toma de contacto con la ciudad. Volvemos a la plaza Markt, la más emblemática, con sus casitas de tejados escalonados y colores encendidos a un lado, y al otro, la torre Belfort (el campanario), a la que la iluminación nocturna le queda muy bien. No sabemos si es por el cansancio de una jornada muy larga de viajes, pero nos sentimos misteriosamente atraídas por los restaurantes de las casitas rojas de la plaza, y nos sentamos en una de las terrazas para cenar allí, sabiendo que nos van a timar. Y así es: pizzas comestibles entre 16 y 18 euros, botella de agua que llega abierta a la mesa por 6€ y una cerveza de barril de 33cl. por 6,5€. La cerveza sí está muy buena, pero pedir cerveza es Bélgica siempre es una apuesta segura... Timadas y con el estómago tranquilo, nos vamos a pasear buscando el canal. Tomamos la calle Wollestraat y, justo antes de llegar al canal, encontramos un portalón que nos conduce por un pasadizo hasta el primer rincón de magia de Brujas: el viewpoint Passage Bourgondisch. El callejón está iluminado por algunos farolillos a ambos lados del canal, y por el interior de los restaurantes y hoteles que hay justo allí. Es un rincón muy acogedor Y a pocos pasos de allí encontramos el lugar más fotografiado de la ciudad: el Rozenhoedkaai (Muelle del Rosario). Lo hemos visto muchísimas veces en fotos, tanto de día como al atardecer, con el cielo cubierto de nubes y a la luz de la luna, y aun así, impresiona tenerlo justo delante, en vivo. Creo que su fama está completamente merecida y me atrevo a decir que es, posiblemente, uno de los rincones más encantadores del planeta. La iluminación nocturna, cálida, también le favaorece mucho. Las casas medievales, acompañadas por un sauce que ha sabido escoger el mejor lugar en el que crecer, se reflejan en las aguas tranquilas del canal, igual que el Belfort, que asoma justo por detrás del conjunto. Es la postal perfecta. Además, tiene el añadido de estar rodeado de agua, así que da igual a qué hora del día se visite porque jamás encontrarás a alguien que bloquee las vistas en tus fotos. Siempre está rodeado de gente pero siempre parece estar en calma y soledad. Paseamos un rato más de vuelta al hotel. No es demasiado tarde, pero las calles están prácticamente desiertas. Parece que solo unos pocos hemos decidido pasar en Brujas la noche del jueves, y pienso que ha sido uno de los mayores aciertos de este viaje. Etapas 1 a 3, total 9
Nos despertamos temprano para ir a desayunar y salir cuanto antes. Queremos ver Brujas antes de que lleguen las supuestas hordas de turistas desde la estación.
El desayuno del hotel es muy completo, con embutidos, huevos, fruta, leche animal y vegetal, bollería... y se sirve a partir de las 8:00 en una sala con el techo de cristal que tiene acceso a una terraza, así que desayunaremos fuera. Debería estar haciendo frío, pero la temperatura es bastante suave, y se está bien con una manga larga fina. Salimos del hotel, y en lugar de dirigirnos hacia el Markt, hacia el sur, vamos hacia una de las calles que conecta con el canal. Cualquier calle del centro de Brujas merece la pena ser recorrida. Cruzamos el puente Peerdenbrug y llegamos hasta el paseo Groenerei. Es un tramo adoquinado, igual que todo el centro de la ciudad, que transcurre a lo largo del canal y en el que no hay tiendas ni apenas pasan coches. Las casitas que lo acompañan son de piedra, de ladrillo, pintadas en colores suaves y con enredaderas de hojas secas cubriendo parte de sus fachadas. Parece mentira que este remanso de paz esté a pocos minutos de las zonas donde se concentran más turistas. También parece mentira que, pese a el volumen de gente de visita la ciudad, sobre todo en fin de semana, vayamos a encontrar rincones como este, casi vacíos, en muchos otros puntos del recorrido turístico. El Groenerei conecta con la calle que lleva hasta el Vismarkt, el antiguo mercado del pescado, del que se conserva su estructura cubierta sustentada por columnas, y que ahora funciona como mercadillo de bisutería, cuadros de la ciudad, y alguna otra cosa. Nos paramos a ojear los puestos. Llegamos al Muelle del Rosario, que impresiona tanto a la luz del día como por la noche. Vemos que todavía no hay mucha gente. De hecho, la mayoría de la gente que hay en la ciudad debe estar aquí o en el Markt, porque las calles de los alrededores están practicamente vacías. Enlazamos con el Djiver, otro paseo paralelo al canal que tiene tanto encanto como el anterior. Hay zonas arboladas con bancos justo al lado del canal, y los edificios que asoman al otro lado del agua son igual de fotogénicos. Pasamos muy cerca del Groeningemuseu, que alberga obras de Hans Memling, Jan Van Eyck y algunos otros pintores flamencos, y otras de artistas Belgas más modernos. Decidimos no entrar, aunque seguro que merece la pena hacerlo. En lugar de eso, tomamos un pasadizo desde el Djiver que nos conduce hasta unos jardines, donde hay algunas esculturas y desde donde se llega al puente de San Bonifacio. Desde aquí, se ve la parte trasera de la iglesia de Nuestra Señora, y un tramo del canal con casitas de madera que aparecen entre la vegetación y que parecen formar parte de algún decorado, pero que son reales. El puente es picudo, de piedra, y realmente pequeño, y está rodeado de gente haciendo cola para tomarse una foto en él. Este es otro de los puntos de la ciudad donde hay más gente reunida. El lugar tiene un encanto fuera de lo común, pero no más que el que tienen otros de los puentes que hemos atravesado. Está claro que la popularidad de algunos lugares está marcada por el impacto que tienen en las redes sociales. Yo soy bastante contraria a este tipo de turismo, el de pasar, hacerte la foto y seguir hasta el siguiente check point. Es verdad que, teniendo en cuenta lo que nos queda por ver en la ciudad, Brujas se puede ver en un día (en medio si se apura), pero no creo que sea la mejor manera de disfrutarla. A una ciudad anclada en el tiempo, las prisas le van mal, y el consumo rápido de sus monumentos le resta todo el peso histórico que pueda tener. Y entiendo que cada persona tiene sus prioridades, y que el tiempo con el que se cuenta hoy en día es limitado, pero pienso que, algunas veces, no hacer nada es hacer más, y que a Brujas hay que darle la oportunidad de dejar que nos atrape, disfrutándola sin prisas y paseando por sus calles adoquinadas cubiertas de hojas secas, guardando el recuerdo de esos paseos en la memoria (no me refiero a la del teléfono) para que no haya que revisar la galería de fotos cuando se piense en ella. Llegamos a la parte delantera de la iglesia de Nuestra Señora, con su imponente torre, y justo delante, vemos otro pasadizo de esos que aparecen en muchas de las calles de la ciudad. Entramos y vemos que hay lo que parece ser una escuela de música con un jardín con vistas al canal. Se anuncian conciertos gratuitos de arpa, varios durante la tarde, y pensamos que, si nos pilla cerca, podríamos ir a escuchar alguno. Después, cruzando el Mariabrug, aparece el antiguo hospital Sint-Jan, que alberga el Museo Memling. Es una de las fachadas más características de la ciudad, de ladrillo desgastado y con sus ventanas con cuarentones de colores. Pienso que, pasando medio día más en la ciudad, escogería visitar este museo. Se pueden recorrer algunas salas del antiguo hospital medieval, contemplar las obras que Hans Memling realizó expresamente para este, y visitar la antigua farmacia del hospital. Finalmente, llegamos al Minnewaterpark. Es un parque rodeado de árboles y de algunas casitas de los pocos privilegiados que pueden vivir allí. Caminamos por el césped hasta llegar al Bargebrug, que es, seguramente, uno de los puentes más modernos de Brujas, de metal rojo. La arboleda continúa hacia ambos lados de la calle, y hay gente paseando en bici por los caminos que rodean en casco antiguo. La naturaleza separa esta parte de la ciudad de la parte moderna, donde están la carretera que rodea el centro de Brujas y la estación de tren. Cruzando un puente que conduce hasta la Torre de la Pólvora, nos encontramos con el Minnewater (lago del amor). Teníamos muchas ganas de estar aquí solamente por su nombre, y el paisaje no decepciona en absoluto. Damos un paseo bordeando el lago, por el parque que hay justo delante, todo muy otoñal. Aunque esta parte de la ciudad es muy bonita, tampoco vemos mucha gente paseando por aquí. Las vistas al lago siempre están presididas por el pequeño Castillo de la Faille, con su restaurante, de estilo gótico, y por los sauces, que aparecen en cada rincón de la ciudad, y que aquí sirven como refugio para los patos que buscan tranquilidad. Desde aquí, llegamos a otro de mis rincones favoritos de Brujas. Cada calle, plaza o paseo junto al canal, se han convertido en mis lugares favoritos hasta que me he encontrado con el siguiente, pero esta vez lo digo de verdad. Se trata de la plaza Wijngaardplein, a la que llamaré rincón donde descansan los cisnes. Es un rinconcito con árboles, un canal que se bifurca y deja un espacio verde en el centro que está lleno de hojas secas, algunos puentes pequeños, y un restaurante con vistas a todo esto. Las vistas a la torre de la iglesia de Nuestra Señora también son muy bonitas desde aquí. Empiezan a llegar las barcas que dan paseos por el canal, y el prado se empieza a llenar de cisnes que abandonan las aguas, ya no tan tranquilas. Nosotras nos sentamos en la terraza del Maximiliaan a tomar un café. Pido un café con leche, y, literalmente, me traen un café, y la leche a parte. Estos días en Brujas me voy a dar cuenta de que la manera en que se pide el café con leche puede determinar la manera en que me lo van a servir. Nos quedamos un rato en la terraza para ver como van aparcando los cisnes sobre las hojas secas. Me gustaría encontrar alguno negro, que conecte el nombre del hotel en el que estamos con este rincón de la ciudad, pero supongo que no hay ninguno. Nos sorprende que un lugar con estas vistas no esté lleno de gente tomando algo, porque además, la cuenta no ha sido nada cara. Vemos que en el restaurante-cafetería-salón de té, ofrecen un menú al medio día por 18,5€. Un precio que no está nada mal para Brujas. El puente que hay justo al lado del restaurante conecta con el Begijnhof (beaterio), el “remanso de paz” más popular de la ciudad. Cruzamos el puente y accedemos a él. Consiste en unas casitas blancas que rodean un pequeño bosque de álamos altísimos, o al menos lo parecen en comparación con las casitas, del siglo XIII. Se construyó para acoger a las mujeres que quedaban viudas durante las guerras, que se dedicaban aquí, entre otras cosas, al bordado de los encajes típicos de la ciudad. Hay un pequeño museo a la entrada del recinto donde se explica toda su historia. Rodeamos el bosquecillo y escuchamos a una guía explicando que no hacía falta pertener a una orden religiosa en particular para ser acogida en los beaterios, y que la razón principal por la que se acogía aquí a las mujeres era que, si quedaban viudas y se mantenían solas, se las podía considerar brujas, y a las brujas, se les ataban piedras y se las tiraba al canal. Para la próxima vez, miraré de contratar un free tour en el que me expliquen algunos detalles oscuros de la ciudad y otras curiosidades. Vemos que hay otro acceso al beaterio, a través de una calle en el extremo opuesto al puente. Hay carteles que avisan de que no se puede hacer ruido, y el silencio del paseo ayuda a conectar con el significado del enclave. Miro el mapa y veo que tenemos muy cerca la Catedral de Brujas (Sint-Salvatorskthedaal). De las 3 torres de Brujas, es la que nos queda por visitar. Llegamos hasta allí, a la plaza con escaleras en las que descansa la gente. Lo que más descata es su torre de estilo neogótico. Es la catedral más antigua de la capital, pero también podría ser la más moderna, porque el templo, de estilo gótico brabantino, fue destuído varias veces a lo largo de la historia y no han parado de reconstruirlo, así que, del original, no estoy segura de si queda algo. Hay que empezar a buscar algún restaurante, y volvemos hacia el centro para comer algo mientras miramos los escaparates de la calle Wollestraat, una de las más comerciales de la ciudad, que está llena de chocolaterías. El escapatismo en Brujas es siempre excesivo, pero saben llevar el exceso con cierta gracia. Enlazamos con alguna otra calle comercial en la que vemos tiendas de encajes, de souvenirs, salones de té, pero no encontramos nada que nos llame la atención y pensamos en ir hacia una placita que hemos visto de pasada bajando hacia el lago del amor. Se llama Walplein y está llena de terrazas y de encanto. Ahora estamos caminando a buen paso y vemos que desde el centro hasta cerca del beaterio, debe haber solamente unos 10 minutos a pie. En la plaza hay una escultura con varios dioses griegos representados, entre ellos Zeus transformado en cisne. Habiéndolos observado en Brujas de cerca, no me extraña que Leda se haya sentido atraída por una criatura como esa. No sabía nada, el tío... Nos sentamos en la terraza del restaurante que parece tener la mejor relación entre aspecto y precio. Se llama De Zevende Hemel, el cartel tiene una tipografía muy chula, y tiene un menú por 24€ que consiste en una croquette, que viene a ser una croqueta de las nuestras pero enorme, acompañada de ensalada y una salsa, y un plato principal. Nos recomiendan el carbonades flamandes, que es el estofado típico flamenco y viene con las patatas que tantas ganas tenemos de probar. En la carta también hay opciones vegetarianas, pero casi todo está cocinado con mantequilla. También nos dejamos aconsejar sobre la cerveza, y nos traen una Tripel LeFort que está increíblemente buena. En general, comemos bastante bien, aunque por el grosor de las patatas, diría que son congeladas, algo que tendría que ser denunciable en un país como Bélgica, y que no se corresponde con la calidad de los platos que nos han servido. La Tripel LeFort empieza a hacer estragos y pensamos que sería buena idea ir al hotel a descansar un poco. Las acompaño a la puerta, pero me voy a dar un paseo para aprovechar las horas de luz que nos quedan. Quedaremos en la plaza Jan Van Eyck a las 18:00, así que aprovecharé para ver toda esa parte de la ciudad dando un poco de vuelta. Salgo en dirección contraria a la plaza Markt, que, pensándolo bien, todavía no la he visto a la luz del día. Ni ésta ni la plaza Burg, las principales de Brujas. En las calles aledañas al hotel, que está en Riddersstraat, veo que hay algunas galerías de arte y muchas tiendas de decoración. El estilo de Brujas es ecléctico, colorido y desacomplejado, muy libre. Veo piezas de mobiliario que podrían pertenecer al salón de cualquier palacio, decorando estancias con papeles pintados propios de un salón de té de la campiña inglesa, y cuadros abstractos decorando las paredes. Encuentro el Museo de la Tortura, y a pocos pasos, me llama especialmente una tienda que se llama Vie de Vue, que tiene en el escaparate algunas figuras antiguas y muchos insectos y mariposas gigantes disecados y enmarcados. También hay murciélagos. El escaparate me atrae a pesar de causar en mi un gran rechazo, y acabo entrando a la tienda. Dentro, hay también los esqueletos de algunos animales, y lo que parecen ser sus fetos conservados en formol, entre algunos minerales, jarrones y muebles antiguos. No sabría decir si estoy en la mansión de los horrores o en una sala naturalista. Continúo por Hoogstraat hasta el puente Molenbrug. Justo al lado del puente hay un bar con una terraza con vistas al canal, muy chulo. El paseo Groenerei, al otro lado del canal, muere en esta intersección de aguas. Sigo por el canal hacia el norte, por una calle muy bonita que se llama Verversdijk, con varios puentes muy fotogénicos y sin apenas gente en los alrededores, solo algunas bicis y coches circulando. El canal también se divide en este punto, y puedo ver a los lejos la plaza Jan Van Eyck. Cruzo el punte Carmersbrug, que tiene muy buenas vistas de la curva del canal, y me encuentro con la que es (por enésima vez) la terraza más bonita de Brujas. No sé si lo es, pero entra en la competición seguro. Se llama Cafe Terrastje y es una casita con las ventanas rojas en la esquina de la calle, con una pequeña terraza cubierta por la hiedra y, como no, con vistas al canal. A unos pasos de allí, descubro otro rincón mágico: el paseo Gouden-Handrei y su canalito, por el que pasean los cisnes, los patos, y casi nadie más. Otra vez, no entiendo como es posible que no haya un tumulto aquí admirando las vistas. Sigo el recorrido del pequeño canal practicamente en soledad. No sé si es porque es viernes o porque esta calle no entra dentro de los recorridos turísticos de la ciudad para la gente que viene a pasar aquí solo unas horas, pero os recomiendo muchísimo que, si tenéis tiempo, os acerquéis hasta aquí. A parir de aquí, sigo caminando sin rumbo hasta encontrarme de frente con el museo de las patatas fritas, y más delante, encuentro una chocolatería de las de toda la vida, la Jan de Clerck, con el escaparate abarrotado. Para haceros una idea, aquí, los palitos de naranja cubiertos de chocolate están a 30€ el kilo, mientras que más hacia el centro, los he visto sobre los 50-55€. Al final de la calle, encuentro la plaza Jan Van Eyck, y voy a la cafetería que hay justo allí para tomar un café y hacer un poco de tiempo. Le pido a la camarera un café con leche, y me trae un capuccino. Otra vez, veo que hay algo que no estoy haciendo bien con los cafés, pero, pensándolo bien, he pedido lo mismo en dos cafeterías y me han servido cosas muy diferentes. Me tomo el capuccino en las mesas que hay en la calle, con vistas al canal, y llegan mis compañeras justo cuando empieza la puesta de sol. He leído que este es un buen lugar para verla, pero hacia la plaza, hay un contraluz que no es demasiado agradable, y hacia el canal, el cielo no está del color que esperaba. Caminamos un poco siguiendo el canal y, mirando a la izquierda, vemos el cielo y el agua tiñéndose de rosa. Hemos encontrado el sitio perfecto. También vemos algo más de tránsito en el pequeño canal. Cuando el color empieza a apagarse, volvemos hacia la plaza y vemos que la iluminación nocturna del puente Koningsbrug hace resaltar mucho la piedra y los edificios de alrededor. Volvemos hacia el Markt por Sint-Jakobsstraat, una calle bastante animada con restaurantes, sobre todo de comida rápida, y muchas terrazas. Encontramos uno de patatas fritas y nos las llevamos mientras paseamos por el centro. Las mayoría de las tiendas ya ha cerrado y los escaparates de las tiendas de productos "típicos" se encargan de la iluminación a pie de calle. Cruzamos el Grote Markt hasta llegar al Burg, que vemos por primera vez con la iluminación nocturna. Puede que esta plaza tenga menos atractivos que el Markt, sin contar con el edificio del ayuntamiento, pero me parece bastante más acogedora que la otra, con toda una zona arbolada y con bancos al otro lado. Pasamos bajo el arco que está justo al lado del ayuntamiento en dirección al canal, y llegamos hasta el Djiver, donde nos sentamos en un banco para comer las patatas, que, por cierto, están muy buenas. Qué mejor plan para despedir el día que comer unas patatas con vistas a los edificios iluminados del canal. Etapas 1 a 3, total 9
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