El plan de hoy es escapar de Lisboa, así que decidimos acercarnos a desayunar unos pastelitos a Belem, y a aprovechar el día soleado que ha amanecido. Después de coger de nuevo el bus 36 al Cais (muelle) de Sodré, punto de partida hacia Belem y Cascais, vamos a la parada de la Avda 24 de Julio emparedada entre la estación de “comboios” (trenes) en lado río y el mercado de la Ribeira en lado montaña,
y después de ignorar nuestra primera intención de coger el tranvía 15E para no ir como en el metro de Tokio, nos montamos en el menos romántico bus 727, sentados tranquilamente todo el trayecto. En aproximadamente ½ hora, tras dejar atrás el barrio de Alcântara bajo el puente 25 de Abril, actual zona de marcha nocturna lisboeta, desmontamos en la Pza de Alfonso de Albuquerque de Belem.
En la primera cafetaria que detectamos, en la esquina contraria al Museo Nacional dos coches, nos regalamos unos excelentes pastelitos recien hechos y un café, mientras disfrutamos del espectáculo gratuito de un desfile de la caballería de la Guardia Nacional, y del que nos ofrece un cachondo y rechoncho guardia de tráfico que regula con comicidad el tráfico, haciendo gesticulaciones de cine mudo y ofreciendo un concierto de silbato, que provoca corrillos de fans en la acera y sonrisas en los conductores.
Seguimos calle adelante hasta topar con el “manuelino” Monasterio de los Jerónimos del siglo XVI, construido bajo el reinado de Manuel I mientras se miraba el ombligo.
Echamos un vistazo a la Iglesia, y sin demasiada tardanza para no empaparnos de fervor religioso o de éxtasis ante el pupurri de estilos arquitectónicos del “manuelino”, continuamos marcha por la misma calle hacia las afueras del pueblo hasta las viviendas donde no llegan los turistas, en dirección a la Torre de Belem, segunda atracción turística de la zona.
Nos desviamos hacia el río y después de cruzar un puente elevado para saltar la autovía y el tren, peregrinamos hacia la torre a la vista que se divisa junto al borde del Tajo, donde una hilera de gentes entra, sube, sale, y fotografía, creo que sin saber muy bien porqué. No es que esté mal la torre en cuestión, que no lo está, sino que no tiene sentido una excursión para hacerle una foto y entrar a hacer el indio jugando a soldado oteando el horizonte desde las almenas. Nosotros fuimos, y aunque no entramos, el paseo mereció la pena.
Después de pasear por el vado del río al descubierto por la bajamar, mirando de no pisar las medusas marcianas varadas por la retirada de las aguas, entramos a tomar una cerveza en el mirador acristalado del vacío bar de un embarcadero de una compañía de botes turísticos, donde nos pasan una película con el fondo del puente 25 de Abril, en la que se ve la torreta de un submarino emergiendo de las aguas del Tajo rumbo a mar abierto y que, siguiendo el curso pausado de nuestros tragos de cerveza, se va perdiendo a los lejos.
Pagamos 3$ por las dos cañas de Sagres y emprendemos el regreso al pueblo. De camino de vuelta, pasamos sin parar por el tocho vertical del Monumento a los descubrimientos, y continuamos hasta encontrar un paso subterráneo que nos cruza al otro lado de los coches y el tren.
En un bar de la calle principal, pedimos menú de 6’5$ consistente en una sopa de feijâo verde (judías) de único primer plato, y elegimos de los segundos, unos jaquinzinhos (pescadito frito) y un bacalhau grelhado servidos con generosas guarniciones, y una jarrita de buen vino tinto. Rematamos, fuera de menú, catando un pastelito de cerveza de la casa y un café, y salimos para ir directamente a la parada de buses a por el 727 de vuelta, con parada en Picoas, para ducha y un rato de sesteo en el hotel.
De noche, con la voluntad de palpar algo de ambiente nocturno callejero, cogemos el metro por 1’35$ billete, para dos paradas después bajarnos en Rato. Antes de virar hacia las ondulaciones del Barrio Alto, seguimos en línea recta hasta la Basílica da Estrela. El frío y el tráfico de la Avda Álvares Cabral hace el paseo inhóspito, hasta llegar al Jardim da Estrela que separa de la basílica y que atravesamos caminando por unos senderos sombríos, sin apenas luz ni almas, hasta llegar a la salida opuesta marcada por la iluminación que desprende el interior de un bar con terraza, en la que se intuyen grupos de gente tomando algo. Una vez cruzado, entramos en la basílica, atrayente a las luces de la noche, pero como nos encontramos con la celebración de oficio, salimos casi de inmediato previo breve vistazo al interior.
Embocamos la Calçada da Estrela que parte de la puerta y que va a clavarse directamente a la panza del Barrio Alto, pero después de una buena caminata por la noche fría y la solitaria calle, bordeamos las farolas de la Asamblea de la República hasta enlazar con la rua de Sâo Bento, para tras otro buen rato de recorrido de persianas bajadas y almas solitarias, tropezar con algo de movimiento y algún bar abierto. En uno de ellos, el J&D esquinero al final de la calle, el simpático dueño en un perfecto castellano, sacándonos del error de creernos en el Barrio Alto, nos informa sobre plano, que a medio camino hemos virado mal hasta acabar en Rato, nuestro punto de partida, dónde nos encontramos en ese momento.
Ante nuestra sonrisa y decisión de desistir y pedir algo de comer, el posadero se explaya a gusto sobre la composición, preparación y origen de algunos platos de la carta, hasta que nos decantamos por una Açorda de gambas para los dos, plato hecho a base de miga de pan empapada en el líquido de la cocción del producto con el que se hace (gambas, pescado, marisco, …) y revolviéndolo luego con ajo, cilantro y un huevo crudo, y por 2 Sagres para beber. Lo cierto es que resultó ser un plato excelente.
Tras pagar los 12$ de la cuenta, y despedirnos del simpático tipo, cogemos reventados el metro en la estación de Rato, a la vuelta de la esquina, para trasladarnos al hotel y dejar que la ley de la gravedad nos tumbe en la cama. Vinculo a la red de metro Lisboa: www.amadeus.net