Blogs / Diarios 
El menú del día es paraguas, o techo. Pasamos de ir con la mano levantada agarrando un palo, y optamos por buscar refugio en los dos templos estrellas de Estambul.
Empezamos por la maravillosa Mezquita azul o de Sultahmet, cuya entrada es gratuita, con donativo voluntario, y con un horario diario de 9 a 18 h, excepto durante las oraciones, 5 al día de una media hora. En la entrada, te proporcionan bolsas de plástico para los zapatos, y se han de guardar unas normas de “decoro” comunes a estos lugares sagrados: para ambos sexos, no ir en pelotas, no pegar mocos en el corán, no orinar en la alfombra, no ponerse a cantar a grito pelado “viva la vida loca”, y de propina para las mujeres, no menear la melena como una actriz de anuncio de champú, y cubrirse con un poncho hasta los tobillos.
Una vez adecentado, ya se puede entrar a disfrutar de esta maravilla, contruida entre 1609 y el 1616, para aplacar a Alá por las guerras perdidas con los persas, y una paz humillante con los austrohúngaros, por voluntad del chaval que le da nombre, Ahmed I, que llegó a sultanito con 13 añitos, y gobernó el imperio hasta que murió con 27 años en el 1617, después de unos últimos años de abandonarse a una vida disoluta y a los placeres de palacio, y durante los cuales se disparó la corrupción enel imperio. A diferencia de sus antecesores que construyeron sus mezquitas con los botines de guerra, el chavalín, como no ganó ni una, tuvo que tirar de fondos públicos, con el consiguiente cabreo de los jerifaltes y sabios islámicos.
A la mezquita, que fue construida en pack, con escuela coránica (madrasah), asilo, centro comercial de artesanía, caravanserai (alojamiento para viajeros de caravanas y sus camellos, los animales no los proveedores), centro socio-religioso, y una fuente, se la apoda azul por los 20 mil y pico azulejos de Iznik, -de donde iban a ser si no-, que se utilizaron al principio para su decoración, aunque luego, por el ojo de la cara que costaban, se tuvieron que poner azulejos de peor calidad, o incluso reciclados del haren del palacio de Topkapi tras su incendio en 1574.
La mezquita azul, levantada para competir con Ayasofya, provocó la compra de varios palacios a precio de oro, y de partes de la tribuna del hipódromo, para luego tirarlos abajo y dejar el solar suficiente para la construcción de la nueva obra. El joven sultán, también tuvo que soltar más pasta, para poder colocarle a su mezquita los 6 minaretes que luce, ya que tuvo que calmar a los mosqueados colegas de La Meca por igualarles a orgullo minaretístico, construyéndoles un séptimo alminar para que siguieran manteniendo el número uno del hit parade sagrado.
La visita es agradable. Miramos al techo para ver los lamparones de araña y las cúpulas, hasta que se empieza a agarrotar el cuello, y bajas la mirada para apreciar la alfombra, el mimbar (púlpito de los sermones del imán), y el Mihrab (nicho que señala la dirección de la Meca, hacia donde deben dirigirse las pregarias de los fieles). Durante nuestra visita, coincidimos con dos o tres feligreses rezando en el extremo opuesto de la cinta que impide el acceso a la zona de oración. Uno que parecía el imán, arrinconado en una esquina frente a las ventanas, no paraba de alzar los brazos al techo, y los otros dos, más al centro, hacían flexiones lumbares. Al rato, un grupo de unos veinte turistas musulmanes, entraron en fila india por un lateral de la cinta siguiendo a un guía, tras dejar los zapatos que llevaban en la mano, detrás de una columna. Unos vigilantes islámicos, rondaban por el área permitida a los guiris, acallando a los que metían jaleo, reían de manera estridente, o hablaban con un volumen que perturbaba a los que habían establecido conexión con Alá.
Terminada la visita, en el exterior sigue lloviendo, y aunque las comparaciones son odiosas, no hay comparación posible, y no son comparables, cruzamos al otro lado de los jardines, para visitar el templo bizantino de Ayasofya, actualmente museo de Santa Sofía, que con 3,250.000 visitantes en el 2010, es el segundo lugar más visitado de Estambul después del palacio de Topkapi. Su horario es de martes a domingo de 9 a 17 h (en verano se alarga hasta las 19 h), y la entrada cuesta 20 liras. Los menores de 12 años no pagan. No está permitido el uso del flash de las cámaras, por una cuestión de protección de los mosaicos.
El primer templo, llamado “Gran Iglesia”, origen de Santa Sofía (“La Sabiduría Divina”), edificado sobre las ruinas de un antiguo templo pagano, fue fundado por Constantino y consagrado en el 360. Este edificio, del que no queda ninguna constancia original, probablemente fue construido como una basílica latina tradicional con columnas, galerías, paredes de piedra y techo de madera, y sirvió como iglesia imperial hasta el año 404 en el que se incendió totalmente.
De la segunda Santa Sofía, ordenada levantar por el emperador Teodosio II "el calígrafo", y consagrada en el año 415, sólo se conserva algunas partes del pórtico, ya que el resto fue totalmente destruido por otro incendio, durante la revuelta del pueblo de Constantinopla del año 532 contra el emperador Justiniano, que se inició durante una carrera de cuádrigas en el hipódromo. La mujer del emperador, Teodosia, consiguió que su marido no se largara por la puerta de atrás de palacio, antes de que sus generales, mientras fingían negociar, ordenaran a sus tropas rodear a los rebeldes en el hipódromo, y masacrarlos. Se calcula que en la matanza murieron 30.000 insurrectos.
Justiniano, que mandó reconstruirla, consagró la tercera Santa Sofía, en el año 537. Para la realización de la obra, el emperador contrató a dos arquitectos, tal como era corriente en las construcciones de tal magnitud. Uno se ocupaba de la teoría y la planificación, y el otro, como ingeniero, de llevarla a la práctica. La construcción de Ayasofya fue encargada a Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, que aparte de arquitectos, eran físicos expertos en energías cinética y estática, matemáticas, geometrías varias, además de tener conocimientos de escultura y pintura, ser campeones de billar artístico, hackers informáticos, y aficionados a los sudokus. Aunque la cúpula sufrió grietas, y tuvo que ser reconstruida tras su derrumbe durante los terremotos que tuvieron lugar en los años posteriores, el resultado es el mismo que podemos ver en la actualidad, una cúpula de 32 metros suspendida en el aire a 57 metros, sin estructuras de apoyo, muros o columnas. La planta tiene unas dimensiones de 71 X 77 metros.
Santa Sofía, cambió de bando religioso a partir de la conquista de Constantinopla por los turcos en el año 1453, siendo el primer recinto al que entraron los soldados del sultán, pensando que habría un montón de tesoros acaparados, con carta blanca del sultán para tres días de saqueo en propio beneficio. Después de derribar la puerta de la iglesia, abarrotada de feligreses y refugiados celebrando la liturgia, las huestes del sultán Mehmet, asesinaron a ancianos y enfermos, y encadenaron y esclavizaron al resto. El Sultán, la convirtió en la mezquita imperial ese mismo año, agregándole un minarete, al que se fueron añadiendo los tres restantes durante los sultanatos posteriores.
Ayasofya fue desacralizada por el todopoderoso presidente Ataturk en el año 1931, convirtiéndose desde entonces en lo que es en la actualidad: un museo.
La iglesia se siente notoriamente primigenia, mientras caminas por las losas de mármol del suelo, y se fantasea con todas las suelas que se han desgastado caminando antes que tú por allí, durante más de 1.500 años. La sensación que se tiene en el interior es de grandiosidad, de la consecución exitosa de una obra representativa del poder divino, erigida por el poder terrenal, y que en parte se logra tanto con la inverosímil cúpula central que se apoya encadenándose con dos bóvedas, que a su vez se derraman en otras cuatro más pequeñas, como con su anillo de ventanas que, al tiempo que refuerza la sensación de ingravidez de la misma, proporciona junto a las luces laterales, una iluminación mágica que transmite una sensación de misticismo.
La visita es encantadora, sobre todo cuando tras tomar conciencia de las arrugas de la piel del templo, que son las huellas de haber sido cuna de la cristiandad y mezquita imperial casi al mismo tiempo, de haber sufrido incendios, terremotos, reconstrucciones, masacres y saqueos, cambios de culto, y de haber alojado pueblos, cruzados, sultanes y emperadores, se consigue imaginar todo ello en las piedras, rincones, paredes, mosaicos, iluminación ...
Si las vistas de abajo arriba son impresionantes, no lo son menos las que se pueden hacer desde las galerías del primer piso, donde personalmente, se acrecientan esas imágenes del pasado, ya que aparte de no estar tan concurridas, te invaden de evocaciones más misteriosas y de aires de susurros y secretismo.
Salimos encantados de ambas visitas, con la sensación de un remate perfecto al viaje, y con un buen ánimo para el regreso, a pesar de la lluvia y el frío. Marchamos hacia el hotel en Beyazit, y en el recorrido se produce una última anécdota de viaje, quedándome la duda de si anécdota es la palabra adecuada. A medio camino, cerca de Cemberlitas, un peque de unos 7 u 8 años abrigado únicamente con un jersey, está sentado al pie de la persiana bajada de un comercio cerrado, temblando de frío, y con la mirada perdida calle abajo, ignorando la gente que pasa a su lado por la acera, agarrando un paquete de pañuelos de papel, y una bolsa de plástico conteniendo unos cuantos paquetes más. Le doy tres liras sin cogerle los pañuelos, y en ese momento una familia turca se para a su lado, le dice algo una mujer joven, le da un billete de 10 liras que se saca del monedero, y entiendo que le dicen que se vaya a casa, porque el niño señala con el brazo extendido en una dirección, coge el dinero, se levanta, les entrega el paquete suelto y la bolsa, y se pierde girando por la esquina.
A las 5 hacemos el check out del hotel, y media hora después, marchamos al aeropuerto, haciendo en dirección contraria, el mismo recorrido que a la llegada; tranvía hasta la parada del barrio obrero de Zeytinburnu, y transbordo al metro para coger la línea hasta la última estación del Ataturk Havalimani. Embalamos en plástico una de las dos bolsas, en un servicio del aeropuerto, para facturar los objetos que no pueden subirse al avión, y tras el buen servicio de mostrador, y unos ágiles y educados controles aduaneros, despegamos de Estambul a las 9 de la noche, hora prevista, llegando tras un buen vuelo a Barcelona, a las 23’15 h.
Ciao.
Etapa anterior
Últimos comentarios al diario: 
Tema: 
Ir a tema del foro
