Todavía con secuelas de la excursión en el barco, bajamos a tomar el escueto y triste desayuno; la señora nos vigila por si acaso, aunque hay poco que llevarse a la boca. Hoy el vecino sigue con su reforma tempranera y no nos ha dejado levantarnos muy tarde. En principio pensábamos ir directamente a Taormina, pero, a última hora, hemos decidido para un ratito en Messina, ya que nos pilla de paso.
En menos de media hora hemos llegado desde Milazzo, pero el acceso a la ciudad está colapsado, sólo hay una estrecha carretera y perdemos mucho tiempo entre el tráfico y los semáforos. Desde la carretera de acceso se ve la Calabria, en la península itálica, es muy curioso lo cerca que está a través del estrecho de Messina; del puente que uniría Sicilia al continente no existen más que promesas. Desde muchas panorámicas se puede ver la gigantesca escultura de la Madonna de la Lettera(Virgen de la Carta), patrona y protectora de Messina (dudamos de si ha cumplido muy bien su función), que domina todo el estrecho.
Conseguimos aparcar el coche en la Via Garibaldi; como es zona azul, hay que poner un ticket, pero no encontramos dónde comprarlo. Se vende en los estancos y kioskos y se debe rascar la hora en que lo has puesto; según el tiempo que quieras estar, así es el precio. Por unas dos horas pagamos un euro más o menos, ya que conseguimos encontrar un kiosko por los alrededores. La ciudad no es muy monumental que digamos, ya que ha sido destruida en numerosas ocasiones, aunque sí conserva algunos monumentos de interés; entre incendios, maremotos y la Segunda Guerra Mundial, toda la ciudad histórica ha sido destruida y no ha ganado para sustos. Hoy es puerto de atraque de numerosos cruceros, ya que los cruceristas van a Taormina desde aquí, por lo que se ven los enormes monstruos flotantes por encima de los edificios cercanos al puerto y muchos buscavidas que intentan ganar algunos eurillos con ellos.
Estrecho de Messina y Madonna della Lettera.[/size
La Catedral, en piazza Duomo, no tiene pierde. La visita es gratuita y está abierta desde las 7,30 para los más madrugadores. Pese a los seísmos y los bombardeos de la última guerra mundial, ha sido reconstruida de manera más o menos fiel al edificio normando original del siglo XII; se han realizado réplicas de piezas desaparecidas y se han recuperado otras. Lo más interesante es el triple pórtico de entrada, de estilo gótico tardío (siglo XV), con la característica combinación italiana de mármoles de colores y, como también es característico en Italia, muy buenas esculturas; merece la pena detenerse en los detalles. El campanile, enorme (más de 69 m), se nota que es prácticamente nuevo, aunque más o menos fiel al original; destaca por el interesante reloj astronómico, dicen que el mayor del mundo, pero no penséis que es muy antiguo, ya que fue incorporado en 1933. Al mediodía es todo un espectáculo: música, autómatas, animales con sus correspondientes sonidos, la Madonna della Lettera que entrega la carta a un ángel por la que protege a los mesineses...un encanto para quienes gustan de los juguetes antiguos.
[size=9]Campanile del Duomo de Messina.
Pórtico e interior del Duomo de Messina.
El interior es muy similar al de la catedral de Cefalù, aunque aquí todavía permanecen los añadidos manieristas en los muros laterales con espléndidas esculturas, por cierto. Destaca la techumbre de madera pintada, una maravilla de influencia árabe, que escapó de las distintas destrucciones, así como los mosaicos reconstruidos del ábside central.
Interior del Duomo de Messina.
En la misma Piazza Duomo encontramos la magnífica Fuente de Orión, lo más interesante de Messina. Es una obra de un discípulo de Miguel Ángel, realizada en el siglo XVI para conmemorar la inauguración de un acueducto. El protagonista, sobre la taza superior, es Orión, fundador mítico de la ciudad. Acompañándole encontramos alegorías de cuatro ríos: Tíber, Nilo, Ebro y Camaro, el río local y origen del acueducto. Destacan también las numerosas escenas en relieve y los detalles decorativos, todo un compendio de la mejor escultura manierista con sus preciosos desnudos. Se ha salvado también milagrosamente de todas las catástrofes.
Fuente de Orión, Messina.
Detalles de la Fuente de Orión, Messina.
A dos pasos, en la Via Garibaldi, encontramos la sorprendente iglesia de la Annunziata dei Catalani, también de visita gratuita. Nos sorprendió muy gratamente, ya que no habíamos visto imágenes de ella; merece la pena acercarse. Fue construida en estilo árabe-normando en el siglo XII, con algunas reformas posteriores. Destacan sus pórticos del siglo XIII y su fachada con juegos geométricos bícromos; en el interior, muy austero, sorprende su cúpula de estilo bizantino. Recibe el nombre por los mercaderes catalanes, de los que fue parroquia durante mucho tiempo.
Iglesia de la Annunziata dei Catalani, Messina.
Antes de irnos de Messina, pues se nos agotaba el ticket del parking, nos pasamos por la Via Cesare Battisti para saludar a Don Juan de Austria, muestra del dominio español de la isla, en una pequeña placita llena de sabor, con edificios de época y ambiente de ciudad marinera. Ya no da para más y todavía nos queda la odisea para salir de Messina e incorporarnos a la autopista rumbo a Taormina. Hoy va a ser un día muy largo.
Monumento a Don Juan de Austria, Messina.
En dos patadas por la autovía llegamos a la famosa y architurística Taormina. A pesar de todos los inconvenientes, nos ha gustado mucho más de lo que esperábamos, por algo se ha hecho mundialmente conocida. La entrada desde la autopista estaba colapsada, ya que tiene poca capacidad para el gran número d turistas, y la subida al pueblo merece una buena Biodramina, no apta para los que tienen vértigo. Como todo el centro histórico es peatonal y con un trazado complicado, se debe dejar el coche en uno de los aparcamientos de los alrededores. La llegada a Taormina me recuerda esas reuniones de los hoteles donde venden productos y tienes que presentar un billetes de 50 euros para que te den el regalo. Así es más o menos. Dejamos el coche en el aparcamiento de Porta Catania, cubierto y no demasiado lejos del centro; por unas tres horas nos cobraron 7 euros y un autobús gratuito te deja en la zona de Porta Messina, desde donde todo el centro está a un paso.
La ciudad ha sido el centro del turismo de lujo/glamour de una isla que tenía poco, pero muchos viajeros románticos, intelectuales de todas las épocas y estrellas de cine eligieron esta localidad, lo que le ha dado un aire de meca, hoy en día, para nuevos ricos. Goethe, Maupassant y muchos otros románticos vieron la conjunción perfecta de ruinas antiguas, vistas espectaculares, encanto rural aún no corrompido por los vicios de las ciudades, sanos baños de mar, buen clima...Las estrellas italianas de cine y las familias adineradas norteamericanas encontraron un reducto de libertinaje y permisividad, donde tener sus uniones libres y alternar. Los nuevos ricos encuentran un lugar perfecto donde gastar sus fajos de billetes y mostrar a sus amistades que pueden comer en los carísimos restaurantes y alojarse en los prohibitivos hoteles. El resto de los mortales nos conformamos con disfrutar de la singularidad y el encanto de este lugar.
Desde Porta Messina nos acercamos al Palazzo Covaja, hoy en día oficina de información turística dentro de un encantador patio gótico; resultan curiosas sus ventanas geminadas, su toque rústico y su estilo chiaramontano, con sus almenas con forma de cola de golondrina.
Palazzo Covaja, Taormina.
Desde el propio palacio, en la Piazza Vittorio Emanuele II, nos dirigimos al Teatro Griego a través de la Via del Teatro Greco. Es la mayor concentración de tiendas de souvenirs que jamás hemos visto y los turistas se tienen que sortear, literalmente. Los precios son bastante elevados, como en toda la localidad. De ella parten algunas calles con grandes pendientes o escaleras con casas tradicionales y buganvillas o geranios, que le dan mucho colorido. La entrada al teatro es un poco cara, 8 euros, pero se aprovechan de que ir a Taormina sin visitar el teatro griego debería tener cárcel. Lo más sorprendente del edificio, además de su valor artístico e histórico, son las geniales vistas que proporciona: la costa azul intenso del mar Jónico, las casas apiñadas de Taormina y el impresionante y aterrador Etna, en el que se pueden observar las fumarolas. El edificio fue construido en el siglo III a. C., labrado en la roca en un declive montañoso, como todos los teatros griegos, aunque fue remodelado en época romana. Es inmenso, espectacular, ya que acogía a más de 5000 espectadores, aunque la scena se vino abajo para regocijo de los que quieres disfrutar del maravilloso paisaje sentados en sus gradas. La celebración del Festival de Taormina afea un poco el lugar por el utillaje del escenario y los asientos, a lo que se une un tremendo calor que dejaba las gradas desiertas y los espacios abovedados atestados de gente. Aún así, merece la pena.
[size=9]Teatro griego, Taormina.
Vistas desde el teatro griego de Taormina.
Pegado al teatro se encuentra el Grand Hotel Timeo, un ejemplo de los hoteles con sabor para los viajeros europeos de antaño que hacían el Grand Tour, en el que se formaban y conocían las antigüedades greco-romanas y los encantos de Italia. En aquella época, como en ésta, sólo es apto para bolsillos muy abultados.
Grand Hotel Timeo, Taormina.
Seguimos nuestro recorrido con dos granite all'arancia (naranja) para amenizar el paseo y mitigar un poco el calor; son un poco más caras que en otros sitios de la isla, pero estaban buenísimas. Continuamos por el Corso Umberto, en el que desembocan numerosas calles típicas con escaleras, amenizado por numerosos negocios para el turista y algunos edificios interesantes, entre ellos un encantador palacio gótico.
Corso Umberto, Taormina.
Desembocamos en la Piazza IX Aprile, el corazón de la Taormina actual y punto de reunión de todos los visitantes. En ella encontramos una iglesia gótica, otra barroca un poco pastelosa, pero que encanta a todas las parejas que quieren una boca romántica en Taormina y un magnífico mirador abierto al mar. También la Torre dell'Orologio (Reloj), antigua puerta en la muralla que da acceso a la Taormina medieval.
Piazza IX Aprile, Taormina. [/align]
Piazza IX Aprile y vistas desde el mirador, Taormina.
Recorremos el Corso Umberto, ahora a través de la ciudad medieval, también repleta de restaurantes y tiendas para el turista. Llegamos al Duomo, una grata sorpresa. La visita es gratuita, algo extraño en Taormina; sorprende su austero estilo y su aspecto de edificio fortificado, de ahí sus almenas. Es un ejemplo modesto del estilo normando del siglo XIII, pero muy interesante. En la misma plaza, encontramos una magnífica Fuente barroca del siglo XVII, coronada por un centauro femenino que se ha convertido en el emblema de la ciudad.
Duomo de Taormina.
El hambre aprieta y decidimos buscar algo para comer. Los restaurantes son prohibitivos para el turista medio, aunque todos muy compuestos. Por suerte, encontramos el Murabito Cristina, en via Strabone, a dos pasos de la catedral; se trata de una rosticceria con pizza al taglio, focaccie y deliciosos arancini; esta vez probamos los de pistacho, que estaban buenísimos y eran enormes. Nos sentamos en la piazza Duomo, bajo la centaura, a comer y, a pesar de dar la sombra, te quemas el trasero. El calor era asfixiante.
Comida de Murabito Cristina, Taormina.
Con la panza llena, seguimos nuestro camino hasta la Porta Catania, el final del Corso Umberto. Junto a ella se encuentra el Palazzo dei Duchi di Santo Stefano, un precioso edificio junto a un hermoso jardín. Es una obra maestra del arte gótico árabe-normando, del siglo XIII. Destaca la combinación de la piedra volcánica y la blanca, creando formas geométricas. Actualmente es una sala de exposiciones.
Porta Catania y Palazzo dei Duchi di Santo Stefano, Taormina.
Son las tres de la tarde y el calor se hace insoportable, así que decidimos darnos un baño en la playa. La más bonita de todas es la de Isola Bella. Regresamos al aparcamiento y nos dirigimos a la salida hacia la autopista; justo al lado sale la carretera que recorre la costa. Muchas playas son inaccesibles, debido a las vías del ferrocarril, y otras son privadas, ya que sólo tienen acceso a través de los hoteles. Tras equivocarnos un par de veces, dejamos el coche en cualquier sitio, en el arcén de la carretera, como hacía todo el mundo; tuvimos suerte de que no nos multaran.
La playa es preciosa, aunque llena de rocas. Las aguas son color turquesa, transparentes y fresquitas, donde darse un baño es una delicia. Un cordón arenoso une la pequeña isla, en realidad un gran peñón rocoso, con la propia playa; nosotros llegamos a ella nadando. En la propia isla hay una mansión y un jardín botánico que puede ser visitado a determinadas horas.
Playa de Isola Bella, junto a Taormina.
Playa de Isola Bella, junto a Taormina.
Nos quedamos con las ganas de acercarnos a Castelmola, un encantador pueblo a 5 km de Taormina, encaramado sobre un peñasco rocoso. Como la carretera era muy mala y no teníamos demasiado tiempo, lo dejamos para otra ocasión, cuando regresemos a Sicilia. Desde la Porta Messina vimos los autobuses que salían hacia el pueblo. Nos conformamos con fotografiarlo desde abajo.
Castelmola desde Taormina.
Nos dirigimos rumbo a las Gargantas del Alcántara (Gole dell'Alcantara), siempre disfrutando de las vistas espectaculares del Etna. El camino es bastante sencillo y no tardamos más de media hora en llegar. ¡Atención con la entrada!: el coche lo podéis dejar en un gran aparcamiento gratuito al que se accede desde la carretera, aunque un gorrilla os pedirá un eurillo por la molestia de señalaros el sitio que queda libre; desde el aparcamiento se tiene acceso a una zona con algunos restaurantes, tiendas de recuerdos y las taquillas del parque natural. Nos pedían 11 euros por entrar y nos quedamos boquiabiertos del abuso, tanto que estábamos a punto de irnos; tras preguntar, nos dimos cuenta de que la entrada es sólo para bajar a la playa fluvial por el ascensor y entrar en una serie de senderos señalizados. Si sólo queréis ir a la playa fluvial y entrar en las gargantas a través del río, lo que hace el 99% de la gente, no paguéis la entrada, ya que, andando unos metros por la carretera desde el aparcamiento, hay una escalera que permite acceder gratuitamente.
Se sitúan cerca de Francavilla de Sicilia y están muy bien señalizadas por la zona; a lo largo de la carretera hay varios restaurantes donde comer algo si tenéis necesidad. Las gargantas se formaron a partir de una colada de lava horadada por el río Alcántara a lo largo de milenios; se trata de una quebrada de unos 50 m de alto abierta en el basalto, que ha formado espectaculares columnas. La playa fluvial, en la zona más abierta, está estropeada por un horroroso ascensor, aunque es un buen lugar para comer al fresco, ya que la temperatura baja considerablemente respecto al aparcamiento; el agua no te llega más arriba de la rodilla y conviene llevar chanclas, porque es un terreno muy pedregoso. El agua no está fría, está helada, increíble que no llegue a la congelación, a pesar de que hace 40 grados. Se puede pasear por la zona, aunque es un poco complicado bañarse; si se sigue el curso del río se encuentran pequeñas cascadas muy agradables entre grandes rocas y pequeñas balsas de agua. El recorrido más interesante se hace contracorriente, desde la playa fluvial, para introducirse en las gargantas; a veces la corriente es fuerte y hay que tener cuidado. Cuesta acostumbrarse un poco al principio por la temperatura del agua, aunque al cabo de un rato ya tienes el cuerpo casi dormido y no sientes nada. Es difícil caminar con mochila, ya que hay varias hondonadas en las que el agua puede llegar a cubrir, aunque en la mayoría del recorrido el agua te llega a la cintura. El recorrido es espectacular, fascinante, lleno de formas curiosas en el basalto, a veces geométricas, otras a modo de columnas, prismas, gigantescas escamas...Merece realmente la pena, porque es un lugar increíble. Al cabo de unas decenas de metros, le corriente se hace más fuerte, ya que las gargantas se estrechan más aún y aparecen varios saltos de agua que es imposible superar por la corriente, por lo que hay que dar marcha atrás. En la recepción del parque alquilan trajes de neopreno, botas altas y realizan excursiones guiadas a favor de la corriente para el que quiera recorrer las gargantas enteras. Es una visita totalmente recomendable, un lugar que nunca se imaginaría en Sicilia.
Playa fluvial y entrada a las Gargantas del Alcántara.
Inicio del recorrido por las Gargantas del Alcántara.
Gargantas del Alcántara.
Detalles de las formaciones rocosas de las Gargantas del Alcántara.
Con el cuerpo mucho más fresquito, nos dirigimos a Catania, donde vamos a pasar dos noches. Llegamos casi de noche. La entrada a la ciudad no es demasiado complicada y es fácil orientarse, ya que el trazado, tras la última gran destrucción causada por el Etna, es cuadriculado. Nos alojamos en el Hotel Best Western Mediterraneo ( www.hotelmediterraneoct.it/ ) por 65 euros la noche, reservado a través de www.booking.com; no es excesivamente caro dados los precios de Catania. Es un hotel de los años 70, aunque renovado y bastante cómodo, pero se encuentra algo alejado del centro; según la recepcionista a 10 minutos, por lo que la estuvimos maldiciendo unas cuantas veces. Se sitúa en un barrio residencial más o menos cercano a la larguísima Via Etnea, nada peligroso y muy tranquilo. Las habitaciones son enormes y tienen todas las comodidades, con camas gigantescas y baños más grandes que mi casa, todo impoluto, aunque un poco anticuado decorativamente. En las calles que lo rodean se puede aparcar sin necesidad de pagar la zona azul, lo que es una gran ventaja.
Aprovechamos la noche para dar un paseo y familiarizarnos con la ciudad. Nos llamaron la atención unas calles engalanadas con luces de feria, por lo que las seguimos hasta llegar al gigantesco Santuario del Carmen, que estaba en fiestas. Es una gran monasterio, gigantesca mole barroca cuya iglesia estaba abierta hasta muy tarde, ya que se estaba celebrando la procesión de la Virgen por las calles del barrio. Todo estaba lleno de puestos de cirios, ya que los devotos los ofrecen al paso de la Virgen, que parece una gigantesca antorcha. En la plaza había muchos puestos de comida típica, por lo que decidimos cenar allí; en este caso, unas crespelle, especie de buenísimos buñuelos rellenos de anchoa o de ricotta que no podíamos parar de comer (y más tarde nos hicieron bebernos dos litros de agua).
Santuario della Madonna del Carmine, Catania.
Procesión de la Madonna del Carmine y crespelle, Catania.
Un poco más tarde, sin soltar la botella de agua, damos un paseo por el centro de la ciudad, cuajado de enormes edificios barrocos, iluminados por la noche, lleno de gente paseando y tomando helados; hacemos lo propio y regresamos al hotel, ya que ha sido una jornada muy intensa y mañana nos espera aún más.