Bueno, nos preparamos para hacer el trayecto más largo de todo el viaje, el que nos va a llevar desde Fez hasta las dunas de Merzouga, el comienzo del Gran Sahara. Un viaje de alrededor de 500 km, ahí es nada, por carreteras que no teníamos ni idea de cómo serían y sin saber a ciencia cierta cual iba a ser el plan de ruta.
Salimos por la mañana de Fez, en dirección sur, atravesando la parte más meridional de la meseta central marroquí. Conforme avanzábamos, el paisaje iba poco a poco cambiando, entrando en una zona más montañosa, con densos bosques y ricos huertos de frutales.
Pero nuestra primera parada fue Ifrane, "La pequeña Suiza", una ciudad situada en medio del bosque, de veraneo para los ricos de Casablanca, y que se llama "La pequeña Suiza" porque las casas tienen una construcción similar a la de las suizas, con tejados de teja roja inclinados y con las vigas de madera visibles desde el exterior.
La verdad que es un contraste interesante, el encontrarte en medio de Marruecos con una ciudad puramente alpina, pero, para mí, ése es todo su encanto, ya que la ciudad se encontraba totalmente vacía y sin ningún tipo de vida. Así pues, paramos lo justo y decidimos seguir con el viaje.
A partir de este punto, el paisaje se convierte en una sucesión de bosques por donde transita una carretera ya prácticamente vacía, hasta llegar a Azrou, el siguiente punto del camino, donde nuestra ruta se une a la que viene desde Meknes, la N13.
Poco después del cruce, entramos (de refilón) en uno de los puntos fuertes para los amantes del trekking: un maravilloso bosque de cedros y encinas por donde se pueden hacer varias sendas que en todas las guías especializadas recomiendan para aquellos con tiempo suficiente como para aprovecharlas (nosotros no, una pena ).
Uno de los atractivos de este bosque es una colonia de babuínos que vive en su interior, pero como todo en este país, están explotados turísticamente, y pararte al lado de uno significa que te van a cobrar sólo por ello.
Seguimos hacia el sur, que paulatinamente se fue convirtiendo más y más en paisaje semi-desértico, con el Atlas Medio como horizonte hacia el que parecía que nunca nos acercábamos. En esta zona empezamos a conocer cómo son de verdad los pueblos marroquíes, en los que la única vía asfaltada es la carretera y donde la pobreza comienza a estar más que presente en todo, desde las casas de adobe hasta la ropa de los niños corriendo para acercarnos a nosotros. Pero, por suerte, la carretera está en buen estado, con un firme considerablemente mejor que las del norte y además con menos gente y animales en los arcenes de los que preocuparse.
Nuestro siguiente alto en el camino lo hicimos en Midelt, la última ciudad antes del Atlas. Ya era la hora de comer, por lo que paramos para ver si encotramos algo de comer (por si no os acordáis, era ramadán). Mientras yo iba a por comida, una grata sorpresa iba a cambiar el futuro de nuestro viaje:
Atraído por la matrícula española de nuestro coche, un joven marroquí se acercó a hablar con nosotros. Pero no con la agresividad y descaro del que quiere dinero, sino más bien con ganas de hablar y en un español casi perfecto: Moha
Resultó ser novio de una chica de Ayamonte, que estaba volviendo a su casa en autobús y estaban parados durante unos minutos en Midelt. Pero no sólo eso, sino que nos contó que su familia era dueña de un albergue situado al pie de las dunas en Merzuga, ¡¡justo hacia donde nos dirigíamos!!, por lo que después de hablar tranquilamente tomando un te marroquí, decidimos llevarle hasta allí en el coche y quedarnos a dormir y a pasar la noche en el desierto en su albergue.
No estuvo mal, la verdad, por nuestra parte conseguimos conversación, un guía de las costumbres y de la zona y nos ahorramos un día de viaje, porque para hacer la noche en el desierto hay que reservar con suficiente antelación y no lo sabíamos, mientras que él se ahorraba casi 5 horas de autobús y se llevaba un par de clientes agradecidos.
Ya con Moha en el asiento trasero (el pobrecito no se como entraba, porque íbamos como los gitanos), llegamos hasta el Atlas. Allí nos esperaba una de las joyas del trayecto, las gargantas del Ziz.
Es el mayor palmeral de Marruecos, un corte en medio del Atlas, de cortados de tierra rojiza, y en la zona inferior, un oasis regado por el río Ziz.
Fue nuestra primera toma de contacto con los palmerales, y no estuvo nada mal, la verdad. La carretera habitualmente va paralela al río, pero hay un momento en el que cruzamos el río y nos metemos dentro del palmeral. Fue entonces cuando vimos la vida que esconde, porque junto a la carretera oímos jaleo de niñós y descubrimos ¡una piscina llena!
Al salir de las gargantas, entramos en la parte más llamativa de Marruecos: EL SUR, una tierra árida, rojiza y atrapada entre el Atlas y el Sahara, jalonada por vergeles de los oasis y donde se encuentran las famosas kasbahs, que empezamos a ver por todos los lados.
Después de pasar por Er Rachidia y Erfoud, dónde se termina la vegetación que produce el Ziz, nos dirigimos directamente a las dunas del desierto, a Erg Chebbi, pocas horas antes del anochecer.
ERG CHEBBI
El Erg Chebbi es una gran duna de más de 20 km de largo por más de 5 de ancho, con una altura máxima que dicen los de por ahí que llega a los 200m, ¡tela para una duna!y se considera como la primera duna del Sahara. Es el objetivo de todo el viaje, llegar para dormir en medio del desierto, ahí, en medio de la nada. Llegamos muy justitos al alberge, donde ya nos estaban esperando con los camellos y una pareja de alemanes, que nos iban a acompañar en la excursión. Las dunas son espectaculares desde lejos, pero es al acercarte, cuando puedes valorar el verdadero tamaño de la gran duna, estábamos ansiosos de llegar ya...
Así, deprisa y corriendo, porque se nos hacía de noche, nos adentramos en las dunas, todo un espectáculo digno de disfrutar.
Siendo ya de noche, llegamos al pequeño campamento que tenía montado al pie de la gran duna. Estaba formado por un par de jaimas, pero mientras se hacía la cena, nos montó el guía, con unas cuantas mantas y cojines, una especie de salón bajo las estrellas, donde pasamos una velada interesante entre dos alemanes, dos españoles y un bereber del desierto, mezclando el inglés, el español y el francés, ¡¡la verdad es que nos lo pasamos bastante bien!!
Cuando llegó la hora de irnos a la cama, nos acostamos mirando a las estrellas, porque hacía suficiente calor como para dormir a la intemperie con unas buenas mantas, ansiosos por ver lo que nos deparaba el siguiente día...
Salimos por la mañana de Fez, en dirección sur, atravesando la parte más meridional de la meseta central marroquí. Conforme avanzábamos, el paisaje iba poco a poco cambiando, entrando en una zona más montañosa, con densos bosques y ricos huertos de frutales.
Pero nuestra primera parada fue Ifrane, "La pequeña Suiza", una ciudad situada en medio del bosque, de veraneo para los ricos de Casablanca, y que se llama "La pequeña Suiza" porque las casas tienen una construcción similar a la de las suizas, con tejados de teja roja inclinados y con las vigas de madera visibles desde el exterior.
La verdad que es un contraste interesante, el encontrarte en medio de Marruecos con una ciudad puramente alpina, pero, para mí, ése es todo su encanto, ya que la ciudad se encontraba totalmente vacía y sin ningún tipo de vida. Así pues, paramos lo justo y decidimos seguir con el viaje.
A partir de este punto, el paisaje se convierte en una sucesión de bosques por donde transita una carretera ya prácticamente vacía, hasta llegar a Azrou, el siguiente punto del camino, donde nuestra ruta se une a la que viene desde Meknes, la N13.
Poco después del cruce, entramos (de refilón) en uno de los puntos fuertes para los amantes del trekking: un maravilloso bosque de cedros y encinas por donde se pueden hacer varias sendas que en todas las guías especializadas recomiendan para aquellos con tiempo suficiente como para aprovecharlas (nosotros no, una pena ).
Uno de los atractivos de este bosque es una colonia de babuínos que vive en su interior, pero como todo en este país, están explotados turísticamente, y pararte al lado de uno significa que te van a cobrar sólo por ello.
Seguimos hacia el sur, que paulatinamente se fue convirtiendo más y más en paisaje semi-desértico, con el Atlas Medio como horizonte hacia el que parecía que nunca nos acercábamos. En esta zona empezamos a conocer cómo son de verdad los pueblos marroquíes, en los que la única vía asfaltada es la carretera y donde la pobreza comienza a estar más que presente en todo, desde las casas de adobe hasta la ropa de los niños corriendo para acercarnos a nosotros. Pero, por suerte, la carretera está en buen estado, con un firme considerablemente mejor que las del norte y además con menos gente y animales en los arcenes de los que preocuparse.
Nuestro siguiente alto en el camino lo hicimos en Midelt, la última ciudad antes del Atlas. Ya era la hora de comer, por lo que paramos para ver si encotramos algo de comer (por si no os acordáis, era ramadán). Mientras yo iba a por comida, una grata sorpresa iba a cambiar el futuro de nuestro viaje:
Atraído por la matrícula española de nuestro coche, un joven marroquí se acercó a hablar con nosotros. Pero no con la agresividad y descaro del que quiere dinero, sino más bien con ganas de hablar y en un español casi perfecto: Moha
Resultó ser novio de una chica de Ayamonte, que estaba volviendo a su casa en autobús y estaban parados durante unos minutos en Midelt. Pero no sólo eso, sino que nos contó que su familia era dueña de un albergue situado al pie de las dunas en Merzuga, ¡¡justo hacia donde nos dirigíamos!!, por lo que después de hablar tranquilamente tomando un te marroquí, decidimos llevarle hasta allí en el coche y quedarnos a dormir y a pasar la noche en el desierto en su albergue.
No estuvo mal, la verdad, por nuestra parte conseguimos conversación, un guía de las costumbres y de la zona y nos ahorramos un día de viaje, porque para hacer la noche en el desierto hay que reservar con suficiente antelación y no lo sabíamos, mientras que él se ahorraba casi 5 horas de autobús y se llevaba un par de clientes agradecidos.
Ya con Moha en el asiento trasero (el pobrecito no se como entraba, porque íbamos como los gitanos), llegamos hasta el Atlas. Allí nos esperaba una de las joyas del trayecto, las gargantas del Ziz.
Es el mayor palmeral de Marruecos, un corte en medio del Atlas, de cortados de tierra rojiza, y en la zona inferior, un oasis regado por el río Ziz.
Fue nuestra primera toma de contacto con los palmerales, y no estuvo nada mal, la verdad. La carretera habitualmente va paralela al río, pero hay un momento en el que cruzamos el río y nos metemos dentro del palmeral. Fue entonces cuando vimos la vida que esconde, porque junto a la carretera oímos jaleo de niñós y descubrimos ¡una piscina llena!
Al salir de las gargantas, entramos en la parte más llamativa de Marruecos: EL SUR, una tierra árida, rojiza y atrapada entre el Atlas y el Sahara, jalonada por vergeles de los oasis y donde se encuentran las famosas kasbahs, que empezamos a ver por todos los lados.
Después de pasar por Er Rachidia y Erfoud, dónde se termina la vegetación que produce el Ziz, nos dirigimos directamente a las dunas del desierto, a Erg Chebbi, pocas horas antes del anochecer.
ERG CHEBBI
El Erg Chebbi es una gran duna de más de 20 km de largo por más de 5 de ancho, con una altura máxima que dicen los de por ahí que llega a los 200m, ¡tela para una duna!y se considera como la primera duna del Sahara. Es el objetivo de todo el viaje, llegar para dormir en medio del desierto, ahí, en medio de la nada. Llegamos muy justitos al alberge, donde ya nos estaban esperando con los camellos y una pareja de alemanes, que nos iban a acompañar en la excursión. Las dunas son espectaculares desde lejos, pero es al acercarte, cuando puedes valorar el verdadero tamaño de la gran duna, estábamos ansiosos de llegar ya...
Así, deprisa y corriendo, porque se nos hacía de noche, nos adentramos en las dunas, todo un espectáculo digno de disfrutar.
Siendo ya de noche, llegamos al pequeño campamento que tenía montado al pie de la gran duna. Estaba formado por un par de jaimas, pero mientras se hacía la cena, nos montó el guía, con unas cuantas mantas y cojines, una especie de salón bajo las estrellas, donde pasamos una velada interesante entre dos alemanes, dos españoles y un bereber del desierto, mezclando el inglés, el español y el francés, ¡¡la verdad es que nos lo pasamos bastante bien!!
Cuando llegó la hora de irnos a la cama, nos acostamos mirando a las estrellas, porque hacía suficiente calor como para dormir a la intemperie con unas buenas mantas, ansiosos por ver lo que nos deparaba el siguiente día...