El día amaneció gris y lluvioso. Tras un trayecto de una hora en tren llegamos a Brujas y fuimos a nuestro hotel, el Ibis Budget Brugge Centrum Station. Está muy cerca de la estación, pero un poco escondido, menos mal que preguntamos en el puesto de información allí mismo, que si no, todavía lo estamos buscando. Según se sale por la puerta principal de la estación, hay que subir por unas escaleras mecánicas que hay como a 20 metros, a la izquierda, y después subir en ascensor. Es un hotel moderno y muy básico. Las habitaciones un poco raras, con la ducha y el lavabo sin una separación real de la zona de la cama. Lo único separado por una puerta es la taza del WC.
No está muy alejado del centro, a un corto paseo, pasando por el Lago del Amor (Minnewater) y el Beaterio. Se trata de un recinto de casitas pequeñas y encaladas alrededor de un jardín, donde antiguamente vivían beatas, viudas y otras mujeres que, sin ser monjas, dedicaban su vida a Dios. Hoy está ocupado por monjas benedictinas. Hace unos días el jardín tuvo que estar precioso, porque se veía que las flores acababan de secarse.
Recorriendo pequeñas calles estrechas, con casas de ladrillos, llegamos a la Iglesia de Nuestra Señora. Muy cerca había un embarcadero desde el que salían barcos que recorrían los canales y, aprovechando que no llovía en ese momento, decidimos hacer este paseo en barca. Pagamos los 7,60 euros que cuesta por persona y esperamos unos 10 minutos hasta que llegó una barca y empezamos el recorrido. El embarcadero está junto al Hospital de San Juan, así que la espera no se nos hizo larga con las buenas vistas que teníamos.
Hay otros embarcaderos, pero todos hacen el mismo recorrido, desde el beaterio hasta la plaza Van Eyck, y dura una media hora. Nos debió de tocar el barquero más soso de Brujas. Veías a otros micrófono en mano, explicando los lugares por lo que pasaban, pero el nuestro llevaba una grabación, en inglés, francés, alemán y neerlandés, y como mucho señalaba a algún edificio. El paseo es muy bonito, y yo creo que merece la pena, ya que ves los canales desde otra perspectiva, pasando por debajo de puentes, y viendo algunos lugares que de otra forma no visitarías. Además, te sirve para hacerte una idea de la ciudad y su sistema de canales.
Hicimos fotos, pero entre que había mucha gente en la barca y que se movía, no salieron bien. Os dejo un vídeo del principio del recorrido, en la zona del beaterio, entre los cisnes. No he mencionado que en los canales de Brujas hay muchos cisnes, y debe ser un milagro que las barcas no los atropellen, porque casi les rozan.
Entramos a visitar la Iglesia de Nuestra Señora, que está en obras por dentro. De lo que se puede visitar, hay una parte gratuita, que actualmente es básicamente ver la iglesia desde la parte de atrás, y otra de pago, lo que ellos llaman “museo” y donde se encuentra la figura de la Virgen y el niño, de Miguel Ángel. El acceso esta parte cuesta normalmente 6 euros, pero debido a las obras la han reducido temporalmente a 2 euros.
Dejamos esta visita para más adelante, ahora tocaba aprovechar que no llovía para seguir viendo la ciudad. Atravesamos los jardines del Hospital de San Juan, y callejeamos hasta llegar a la Catedral de San Salvador. Nos la encontramos cerrada, sin ningún cartel que indicara si era por temas de horarios o porque no se podía visitar.
Junto a la catedral vimos un restaurante de pasta para llevar, “Pasta Maria”, que había visto recomendado en el foro, y como ya teníamos hambre, nos pedimos una ración grande de pasta con salsa de la casa (5 euros) y una sopa del día (1,75 euros). La sopa estaba buenísima, y nos sentó muy bien así calentita, que nos habíamos quedado un poco fríos en el barco.
Nos dirigimos al Grote Markt, con la espectacular atalaya, de 83 metros de altura. Se puede subir a la torre, por una escalera de 139 escalones, pero nosotros decidimos no subir. El frío, nuestras piernas cansadas y los 8 euros que costaba nos hicieron desistir.
La plaza en general es muy bonita, con edificios preciosos como el palacio provincial, y casitas típicas. Hay muchos restaurantes y friterías.
Seguimos hasta la Plaza del Burg, muy cerca de la Grote Markt. Aquí está el ayuntamiento, un edificio gótico precioso. La visita cuesta 4 euros, excepto la planta baja que es gratuita.
En esta plaza está también la Basílica de la Santa Sangre, que es muy pequeña, y guarda una reliquia de la sangre de Cristo. La entrada a la Basílica es gratuita, pero para ver la reliquia hay que pagar. Un par de veces al día la exponen en una ceremonia para devoción pública. Y nosotros llegamos justo en ese momento, así que vimos el recipiente con la sangre, pero de lejos, no quisimos participar en un acto religioso en el que no creemos solo por ver de cerca la reliquia, aunque me consta que muchos turistas lo hacen. Nos quedamos allí un rato haciendo fotos a la iglesia, muy colorida.
Cuando salimos había empezado a llover, y ya no paró hasta que nos volvimos a España.
Bajo la lluvia, seguimos paseando por la ciudad, recorriendo algunos de sus puentes y de sus preciosos rincones.
Volvimos a la Iglesia de Nuestra Señora y entramos en el museo. La figura de Miguel Ángel es preciosa, la expresión del semblante, la caída de las ropas de la Virgen,… Lástima que no te dejen acercarte mucho, y la estatua es pequeña, por lo que tienes que esforzarte para apreciar los detalles.
También están allí los sepulcros de María de Borgoña (la madre de Felipe el Hermoso) y su padre Carlos el Temerario. Junto a los sepulcros se han descubierto unas tumbas románicas, que pueden verse en el suelo protegidas por unos cristales.
Desde allí nos fuimos a la Catedral de San Salvador, que esta vez sí que nos la encontramos abierta. Por fuera es muy sobria, pero por dentro es muy bonita.
Tras las visitas a las dos iglesias nos apetecía sentarnos a tomas una cerveza, pero por la zona centro no encontramos cervecerías, como las que habíamos visto en Gante y en Bruselas. Podías tomar cerveza, claro está, pero los locales eran restaurantes, sobre todo orientados al turista, o los que se anunciaban como tee-room. Finalmente entramos en uno de estos restaurantes, y no nos gustó, la verdad. Ni el ambiente, ni las cervezas (la carta no era variada ni de calidad), ni el trato de la camarera. En otras cervecerías solíamos pedir primero una cerveza para los dos, para probarla y no mezclar sabores, y luego ya probábamos otra diferente o repetíamos de la misma. Aquí nos dijeron que eso no se podía, y nos pedimos dos cervezas diferentes, que no estaban muy buenas.
Nuestra siguiente parada fue la Plaza Van Eyck, donde destaca la torre del Poorterslodge. Se construyó como un lugar privado para los comerciantes extranjeros, en el lugar que antes era el puerto de Brujas. En una de sus esquinas está el famoso oso de Brujas.
Desde allí, nos fuimos a hacer la ruta de los molinos, paseando paralelos a uno de los canales hasta que empieza el parque donde están los cuatro molinos de viento de Brujas. Seguía lloviendo, pero no por ello nos íbamos a ir al hotel. Pero empezó a apretar y no disfrutamos mucho de el paseo, que es precioso y en otras condiciones tiene que ser muy agradable.
De los cuatro molinos que hay, los dos primeros son los más auténticos, los dos siguientes parecían más restaurados. Según leí, dos de ellos se pueden visitar, pero claro, a esas horas esa posibilidad ya no existía.
Junto al tercer molino (Sint-Janshuis) entramos en un bar que nos gustó mucho, el Verloren Hoek. Era una especie de pub, donde servían comida, pero con muy buen ambiente y una buena carta de cervezas.
Para cenar habíamos decidido ir al restaurante Venice, que habíamos visto por la mañana, en Oude Burg. Por el camino vimos las famosas “Casas de caridad” de Brujas.
La experiencia en el restaurante no fue muy satisfactoria, yo no lo recomendaría. Teníamos intención de pedir el menú básico de un plato y bebida por 13,50 euros. Pero, una vez sentados, nos dijeron que ese menú solo lo servían para comidas, no para cenas. Llovía y estábamos cansados, así que nos quedamos allí y pedimos otro menú, de 17,50 euros, que incluía un primero, segundo y postre, sin bebida. De primero pedimos sopa, que estaba amarga, mucho peor que otras que habíamos probado en puestos de la calle. De segundo pedimos la carbonade, y el plato que nos trajeron tenía 4 trozos pequeños de carne. Y mejillones, que yo creía que iba a ser lo peor de la cena, y al final fue lo que mejor estaba, y abundantes, con apio y cebolla al vapor… mmmmm. Y de postre una bolita de mousse de chocolate del tamaño de una pelota de pin-pon en un plato enorme.
Nos fuimos al hotel, nuestra intención era disfrutar de las vistas de la ciudad por la noche, con la iluminación, pero no nos pareció muy apetecible seguir paseando. No se veía a nadie por las calles, el camino hasta el hotel pasando por Minnewater y las inmediaciones del beaterio estaba desierto, parecía una ciudad fantasma.