PLAYA ANCÓN.
La carretera desde Topes hasta Trinidad es corta, unos 14 Km., pero empinada y tortuosa, y deja buenas vistas de la sierra, la costa y de la ciudad.
Trinidad y la bahía de Ancón al atardecer:
Nuestro alojamiento estaba a unos 10 kilómetros de distancia, en la playa de Ancón, situada en la península del mismo nombre, donde se contemplan bonitos amaneceres y puestas de sol, como pudimos comprobar.
El hotel en el que nos alojamos fue lo más cutre de todo el viaje. Un todo incluido de estilo soviético, en teoría remodelado pero completamente infumable para mi gusto, con el típico restaurante mucho de nada; no es que estuviera especialmente sucio (aunque tampoco era un dechado de limpieza, nos dejaron una única toalla y una pastilla de jabón), ni que le falten servicios (tiene piscina, hamacas y tumbonas para la playa, juegos varios, centros de ocio, etc), ni que el personal no sea amable… No sé, fue el aspecto general, no lo puedo explicar, pero no volvería allí ni loca. La playa está bien, de arena blanca, bordeando aguas limpias y turquesas, pero, vamos, tampoco me pareció un lugar por el que merezca la pena recorrer ocho mil kilómetros; ni comparación con las de los cayos por mucho que ésta sí fuese una playa caribeña. En fin, en el hotel estuvimos apenas unas horas para dormir y el espectáculo de cabaret nocturno no estuvo mal, por lo demás mejor correr un tupido velo.Por la mañana, antes de desayunar, en cuanto vislumbré un poquito de luz, baje a caminar por la arena para ver el amanecer, bonito y tranquilo, apenas había tres personas paseando en toda su longitud.
TRINIDAD.
Después del desayuno, volvimos a Trinidad (donde habíamos estado ya la tarde-noche anterior), encantadora ciudad colonial, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que precisamente este año de 2014 celebra el 500 aniversario de su fundación.
Y eso era bueno y malo a la vez para nuestra visita. Bueno, porque la ciudad lucía espléndida, remozada y embellecida; malo porque todavía quedaban retoques por dar y algunos edificios estaban cerrados, pendientes de finalizar su restauración, la ubicación de los muebles y dar la última mano de pintura. En estos trabajos parecía involucrada toda la población, muchos de sus habitantes en plena calle colaborando cada cual como mejor podía y sabía.
Por eso fue imposible acceder a alguno de sus habituales puntos altos para obtener buenas vistas de la ciudad: ni la torre de la Iglesia de San Francisco (con andamios), ni la del Palacio Cantero, ni otras similares, todo cerrado al público. Vi a una pareja canadiense, que había ido a hacer un reportaje fotográfico, suplicando el favor del acceso a alguno de esos lugares, no sé que pasaría al final. Por lo demás, Trinidad lucía sus mejores galas. Lo considero uno de los lugares imprescindibles en Cuba. El tema de los jineteros y vendedores que acosan a los turistas, simplemente hay que decir “no, gracias”, y se acabó. Si te abordan para venderte collares u ofrecerte alguna otra cosa, no hay que pararse a curiosear o darles carrete si no se desea comprar porque entonces lo llevas crudo. Si ven que realmente no quieres nada, te dejan en paz enseguida.
Como en casi toda Cuba, es habitual ver largas colas de personas para entrar en las tiendas oficiales a comprar productos; aquí esperan pacientemente sentados en la acera:
La Plaza Mayor es una postal mágica, detenida en el tiempo, sus bellas casas de colores brillando al sol.
Uno de sus edificios más insignes, el Palacio Brunet, sede del Museo Romántico, estaba cerrado, así que visitamos el cercano museo de Arte Colonial que conserva entre otras cosas una curiosa ducha del siglo XIX.
Próximos también están la iglesia y convento de San Francisco (la que sale en casi todas las postales de Trinidad), la Casa de los Conspiradores, la iglesia parroquial de la Santísima Trinidad, el Palacio Cantero… Toda Trinidad es una obra de arte, amenizada por la música de sus cantantes callejeros entonando el himno al Che.
Estuvimos en la Canchánchara, ubicada en un edificio del siglo XVIII, tomando su típico cóctel y escuchando a un grupo tocar y cantar; y vimos la Bodeguita del Medio que ha abierto sus puertas en un edificio cercano.
Y la casa de la música, al final de la famosa escalera. Entramos a visitar una casa particular, de una señora muy mayor, que nos la mostró orgullosa de su herencia. No se puede uno imaginar la belleza que encierran esos muros algo faltos de mantenimiento pero con detalles encantadores como los cojines de ganchillo, la lámparas, el precioso patio interior y la inevitable mecedora.
También estuvimos en una escuela de primaria, viendo a los niños en su clase, los colores de sus uniformes según su edad, siempre con la sonrisa dibujada en sus caras. Pero al margen de todo esto, de los monumentos y los edificios, lo mejor de Trinidad es pasear por sus calles, fijarse en las coloridas fachadas de sus casas, las puertas (a menudo una puerta central con otras más pequeñas recortadas para entrar), en sus ventanas casi tan grandes como las puertas, con rejas y adornos de hierro forjado o con barrotes de madera las más antiguas, y con contraventanas en vez de cristaleras, para dejar pasar el aire pero no el sol. Toda una galería en la que resulta difícil escoger escenario para la fotografía.
Una visita a Trinidad puede durar una hora, un día o tres, depende de cada cual, pero siempre valdrá la pena.
Y también hay algo más para ver al margen del bonito centro de la pequeña ciudad, una Trinidad más pobre, pero que sabe conservar los colores brillantes en sus maltrechas fachadas:
En el trayecto de Trinidad a Cienfuegos recorrimos la carretera que va por el sur de Cuba, con el mar Caribe de fondo a la izquierda y las elevaciones de la sierra de Escambray a la derecha.
Plantaciones de arroz:
CIENFUEGOS.
El centro histórico de Cienfuegos también es Patrimonio Cultural de la Humanidad. La ciudad fue fundada en 1819 por colonos franceses y sus calles presentan un trazado en de cuadrícula neoclásica. Cuenta con un conjunto de edificios coloniales realmente significativos, con soportales y hermosas fachadas, los que están restaurados lucen realmente muy bonitos. Tiene un paseo del Prado incluso más largo que el de La Habana y la esencia marinera se percibe yendo a la entrada de la bahía, dominada por el castillo de Jagua y el puerto pesquero de Perché.
Alrededor de la plaza Mayor, que tiene en su centro el parque Martí, se encuentran construcciones muy significativas, por ejemplo el Teatro Tomás Terry, construido entre 1886 y 1889, que pudimos visitar. Muy bonito su interior.
Punta Gorda era el barrio aristocrático de la ciudad a principios del siglo XX, se encuentra en el extremo sur de la bahía y conserva estupendos edificios, como el suntuoso Palacio del Valle, con una decoración neomudejar impresionante, el palacio azul, que actualmente es un hotel y el edificio del Club Naútico, construido en 1925 y hoy restaurado para fines turísticos. Comimos precisamente aquí, mirando al mar.
Me gustó bastante Cienfuegos. Es muy diferente a Trinidad, pero me pareció una visita de las que se pueden recomendar si se tienen unas horas libres y pilla de paso.
Después largo regreso de viaje a La Habana, vía Varadero. Vimos tierras de cultivo, arrozales, cítricos, caña de azúcar... Lo que no me gustó demasiado fue Varadero, pasamos también por Matanzas, pero ya era de noche y no vimos nada.
Trinidad y la bahía de Ancón al atardecer:
Nuestro alojamiento estaba a unos 10 kilómetros de distancia, en la playa de Ancón, situada en la península del mismo nombre, donde se contemplan bonitos amaneceres y puestas de sol, como pudimos comprobar.
El hotel en el que nos alojamos fue lo más cutre de todo el viaje. Un todo incluido de estilo soviético, en teoría remodelado pero completamente infumable para mi gusto, con el típico restaurante mucho de nada; no es que estuviera especialmente sucio (aunque tampoco era un dechado de limpieza, nos dejaron una única toalla y una pastilla de jabón), ni que le falten servicios (tiene piscina, hamacas y tumbonas para la playa, juegos varios, centros de ocio, etc), ni que el personal no sea amable… No sé, fue el aspecto general, no lo puedo explicar, pero no volvería allí ni loca. La playa está bien, de arena blanca, bordeando aguas limpias y turquesas, pero, vamos, tampoco me pareció un lugar por el que merezca la pena recorrer ocho mil kilómetros; ni comparación con las de los cayos por mucho que ésta sí fuese una playa caribeña. En fin, en el hotel estuvimos apenas unas horas para dormir y el espectáculo de cabaret nocturno no estuvo mal, por lo demás mejor correr un tupido velo.Por la mañana, antes de desayunar, en cuanto vislumbré un poquito de luz, baje a caminar por la arena para ver el amanecer, bonito y tranquilo, apenas había tres personas paseando en toda su longitud.
TRINIDAD.
Después del desayuno, volvimos a Trinidad (donde habíamos estado ya la tarde-noche anterior), encantadora ciudad colonial, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que precisamente este año de 2014 celebra el 500 aniversario de su fundación.
Y eso era bueno y malo a la vez para nuestra visita. Bueno, porque la ciudad lucía espléndida, remozada y embellecida; malo porque todavía quedaban retoques por dar y algunos edificios estaban cerrados, pendientes de finalizar su restauración, la ubicación de los muebles y dar la última mano de pintura. En estos trabajos parecía involucrada toda la población, muchos de sus habitantes en plena calle colaborando cada cual como mejor podía y sabía.
Por eso fue imposible acceder a alguno de sus habituales puntos altos para obtener buenas vistas de la ciudad: ni la torre de la Iglesia de San Francisco (con andamios), ni la del Palacio Cantero, ni otras similares, todo cerrado al público. Vi a una pareja canadiense, que había ido a hacer un reportaje fotográfico, suplicando el favor del acceso a alguno de esos lugares, no sé que pasaría al final. Por lo demás, Trinidad lucía sus mejores galas. Lo considero uno de los lugares imprescindibles en Cuba. El tema de los jineteros y vendedores que acosan a los turistas, simplemente hay que decir “no, gracias”, y se acabó. Si te abordan para venderte collares u ofrecerte alguna otra cosa, no hay que pararse a curiosear o darles carrete si no se desea comprar porque entonces lo llevas crudo. Si ven que realmente no quieres nada, te dejan en paz enseguida.
Como en casi toda Cuba, es habitual ver largas colas de personas para entrar en las tiendas oficiales a comprar productos; aquí esperan pacientemente sentados en la acera:
La Plaza Mayor es una postal mágica, detenida en el tiempo, sus bellas casas de colores brillando al sol.
Uno de sus edificios más insignes, el Palacio Brunet, sede del Museo Romántico, estaba cerrado, así que visitamos el cercano museo de Arte Colonial que conserva entre otras cosas una curiosa ducha del siglo XIX.
Próximos también están la iglesia y convento de San Francisco (la que sale en casi todas las postales de Trinidad), la Casa de los Conspiradores, la iglesia parroquial de la Santísima Trinidad, el Palacio Cantero… Toda Trinidad es una obra de arte, amenizada por la música de sus cantantes callejeros entonando el himno al Che.
Estuvimos en la Canchánchara, ubicada en un edificio del siglo XVIII, tomando su típico cóctel y escuchando a un grupo tocar y cantar; y vimos la Bodeguita del Medio que ha abierto sus puertas en un edificio cercano.
Y la casa de la música, al final de la famosa escalera. Entramos a visitar una casa particular, de una señora muy mayor, que nos la mostró orgullosa de su herencia. No se puede uno imaginar la belleza que encierran esos muros algo faltos de mantenimiento pero con detalles encantadores como los cojines de ganchillo, la lámparas, el precioso patio interior y la inevitable mecedora.
También estuvimos en una escuela de primaria, viendo a los niños en su clase, los colores de sus uniformes según su edad, siempre con la sonrisa dibujada en sus caras. Pero al margen de todo esto, de los monumentos y los edificios, lo mejor de Trinidad es pasear por sus calles, fijarse en las coloridas fachadas de sus casas, las puertas (a menudo una puerta central con otras más pequeñas recortadas para entrar), en sus ventanas casi tan grandes como las puertas, con rejas y adornos de hierro forjado o con barrotes de madera las más antiguas, y con contraventanas en vez de cristaleras, para dejar pasar el aire pero no el sol. Toda una galería en la que resulta difícil escoger escenario para la fotografía.
Una visita a Trinidad puede durar una hora, un día o tres, depende de cada cual, pero siempre valdrá la pena.
Y también hay algo más para ver al margen del bonito centro de la pequeña ciudad, una Trinidad más pobre, pero que sabe conservar los colores brillantes en sus maltrechas fachadas:
En el trayecto de Trinidad a Cienfuegos recorrimos la carretera que va por el sur de Cuba, con el mar Caribe de fondo a la izquierda y las elevaciones de la sierra de Escambray a la derecha.
Plantaciones de arroz:
CIENFUEGOS.
El centro histórico de Cienfuegos también es Patrimonio Cultural de la Humanidad. La ciudad fue fundada en 1819 por colonos franceses y sus calles presentan un trazado en de cuadrícula neoclásica. Cuenta con un conjunto de edificios coloniales realmente significativos, con soportales y hermosas fachadas, los que están restaurados lucen realmente muy bonitos. Tiene un paseo del Prado incluso más largo que el de La Habana y la esencia marinera se percibe yendo a la entrada de la bahía, dominada por el castillo de Jagua y el puerto pesquero de Perché.
Alrededor de la plaza Mayor, que tiene en su centro el parque Martí, se encuentran construcciones muy significativas, por ejemplo el Teatro Tomás Terry, construido entre 1886 y 1889, que pudimos visitar. Muy bonito su interior.
Punta Gorda era el barrio aristocrático de la ciudad a principios del siglo XX, se encuentra en el extremo sur de la bahía y conserva estupendos edificios, como el suntuoso Palacio del Valle, con una decoración neomudejar impresionante, el palacio azul, que actualmente es un hotel y el edificio del Club Naútico, construido en 1925 y hoy restaurado para fines turísticos. Comimos precisamente aquí, mirando al mar.
Me gustó bastante Cienfuegos. Es muy diferente a Trinidad, pero me pareció una visita de las que se pueden recomendar si se tienen unas horas libres y pilla de paso.
Después largo regreso de viaje a La Habana, vía Varadero. Vimos tierras de cultivo, arrozales, cítricos, caña de azúcar... Lo que no me gustó demasiado fue Varadero, pasamos también por Matanzas, pero ya era de noche y no vimos nada.