Tras un buen desayuno en la cocina del hotel, recogimos y nos fuimos hacia Leiria, para ver su castillo. Nos perdimos un poco en las indicaciones, hasta que por fin llegamos a la entrada del castillo. Construido en 1135 por D. Alfonso Henriques, primer rey de Portugal, tras la conquista de Leiria a los moros, el castillo domina desde la altura la cuidad. Más tarde, en 1195, se construyó la muralla y posteriormente se transformó en un palacio, que serviría como residencia real.
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La visita cuesta 2,40 euros y se comienza por la Casa del Guarda, donde se compran las entradas. Se continúa por la Torre dos Sinos y las ruinas de la Iglesia de Santa Maria da Pena. Desde allí se accede a las ruinas de la colegiada.
Continuamos por los Paços Novos, la parte palaciega del castillo. Lo más bonito es la gran balconada en forma de arco, vista inconfundible desde la ciudad.
Después subimos a la Torre del Homenaje. La verdad es que por dentro no queda nada, pero merece la pena subir, por las buenas vistas del resto del conjunto fortificado y la ciudad.
Por último, dimos un paseo por los caminos interiores del castillo, que llevan a lugares como la cisterna, dando por finalizada la visita. A pesar de estar en ruinas, merece la pena visitar este castillo, dada su antigüedad y tamaño.
Desde allí nos fuimos a la ciudad de Tomar, para ver el Convento de Cristo, otro de los monasterios Patrimonio de la Humanidad. A diferencia de los Monasterios de Batalha y Alcobaça, no se encuentra en el centro del pueblo, así que primero bajamos a buscar un restaurante. Comimos en “A brasinha”, un pequeño restaurante que solo ofrece un par de platos al día. Ese día había arroz de tamboril (rape), del cual pedimos media ración, y picanha, del que cayó una ración entera. El arroz estaba muy bueno de sabor, aunque un poco pasado, parecía que lo hubiesen cocinado aparte del guiso de pescado. Y la picanha tierna y bien acompañada (frijones, arroz, patatas, ensalada). Con una cerveza y una jarra pequeña de vino y dos cafés nos costó 19,50 euros.
El Convento de Cristo de Tomar está ubicado dentro de los muros de un castillo templario, y las líneas rectas de la fortaleza que se ven desde fuera no dejan adivinar la maravilla arquitectónica que esconde dentro. El castillo y el germen del convento se construyeron el siglo XII, después de la conquista de Tomar a los musulmanes.
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Comenzamos la visita por la parte exterior del castillo, recorriendo el adarve de sus murallas y el jardín que los monjes usaban para meditar. También se puede acceder a la huerta, en la que hay naranjos y que aún hoy se cuida. Nos llamó la atención que tenían un acueducto para llevar el agua al convento.
Pagamos los 6 euros de la entrada y entramos al convento. En primer lugar se visita el Claustro del Cemitério, en el que había una pareja haciéndose fotos de boda, y que veríamos en las diferentes estancias del convento durante la visita. Desde allí se accede a otro claustro gótico y a la sacristía, ambos decorados con azulejos.
Por un pasillo se llega a la iglesia y en ese momento se nos quedó la boca abierta, por la belleza de la Charola, una capilla circular en torno a una capilla central, decorada con frescos de vivos colores. Una verdadera preciosidad, nos encantó. Fue el elemento primitivo a partir del cual se construyó el complejo monacal y la iglesia anexa, uno de los máximos exponentes del arte manuelino, con su famosa ventana del capítulo y la impresionante portada.
Bajamos las escaleras y visitamos la Sala del Capítulo, en ruinas. Después el Claustro de João III, el más grande del convento, con una preciosa fuente y líneas renacentistas. Tiene dos pisos, pero antes de subir, fuimos a los otros claustros que se pueden visitar. Desde la parte de abajo del Claustro de la Hospedería ya pudimos ver la ventana manuelina del Capítulo, aunque decidimos verla más detenidamente más adelante.
Hay varios claustros más, que yo recuerde, vimos el de los Corvos y de la Micha, desde el que se accede a la cocina y al refectorio. La cocina no es tan impresionante como la del Monasterio de Alcobaça, pero muy bonita. Aquí la chimenea no es más pequeña pero hay más fogones. Se ve que aquí comían más sopa y menos bueyes.
Seguimos la visita por las celdas de los monjes. Son numerosos pasillos y los dormitorios son individuales. Tanto los claustros como las celdas están separados en tres espacios principales, que no se mezclaban entre sí: monjes, novicios y hospedería. Algunas de las celdas están abiertas para ver cómo eran por dentro y desde una de ellas, en la zona de los novicios, hay una vista privilegiada de la ventana del capítulo.
Subimos por una pequeña escalera de caracol hasta la terraza que está junto a la ventana, para poder observarla más de cerca. Impresionantes todos los detalles de la decoración, maromas marineras, motivos florales, esferas armilares, cruces, y el musgo que le da un aire muy especial. Es uno de los más famosos exponentes de la arquitectura manuelina.
Por último volvimos al Claustro principal para subir a la terraza por las escaleras de caracol que hay en las esquinas del mismo. Quizá no sea el orden más lógico de visita, pero con tantos claustros y escaleras puedes llegar a perderte un poco. Desde allí arriba se aprecia perfectamente la decoración y estructura de la iglesia, y de la portada manuelina. Nos recreamos un buen rato en los detalles, antes de dar por finalizada la visita. Estuvimos más de dos horas en total.
Desde allí nos fuimos a Castelo Branco, donde íbamos a pasar un par de noches para conocer un poco de la región de la Beira Interior. Nos alojamos en el Tryp Colina do Castelo. Un buen hotel, con piscina climatizada y jacuzzi, que fuimos a probar en cuanto dejamos las cosas en la habitación. Está situado en una colina, junto a las ruinas del castillo que dan nombre al pueblo. Las vistas desde la habitación son fantásticas. La única pega es que para bajar al centro hay que bajar muchas cuestas y escalones, que hay que subir a la vuelta. No se hace mal, solo hay que tomarlo con paciencia.
Después de un bañito relajante bajamos a cenar. Nos dejamos guiar por Tripadvisor y cenamos en “O retiro do Caçador”, muy cerca de la catedral. Pedimos dos menús completos, por 7,50 euros cada uno. Sopa de primero, y de segundo, yo pedí pescado frito con açorda y mi pareja lubina a la brasa, que iba con abundante guarnición, y para beber cerveza de tercio. Todo muy bueno, incluidos los postres caseros. Estos días en Portugal han pasado factura en la dieta, ¡qué bien se come! Menos mal que para bajar la comida tuvimos el paseo cuesta arriba camino del hotel.