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Martes 22 de marzo y empieza nuestra aventura a la cántabra. Teníamos que estar un poco antes de las 11 y media en la Cueva del Soplao para hacer la visita a esta maravilla natural. Después nos recorrimos la cuenca del Nansa hasta llegar a Tudanca, para volver sobre nuestros pasos y cruzar al valle del Saja con parada en Carmona y cerrando el día en Bárcena Mayor, uno de los pueblos más bonitos de la región.
TOTAL: 245kms.
Salimos de Avilés con tiempo, a las 9 pasadas y vamos a desayunar a Los Tánagos, el famoso bar de las corbatas de Unquera. Como siempre no decepciona (esta parada al ir hacia el Este y la de Barreiros hacia el Oeste son totalmente fijas como podréis ver jeje). El día está malo y llueve, si bien las previsiones son que vaya remitiendo hasta parar ya definitivamente la lluvia (y se cumplieron, menos mal)
Llegamos un poco antes de las 11 y diez a las Cuevas del Soplao y nos ponemos a la cola para retirar las entradas. Se compran con antelación en cajeros de la red Liberbank (Cajastur, Caja Cantabria...) o en la web de las cuevas, y deben retirarse en taquillas o en el propio cajero. Nosotros hicimos la visita turística, la aventura tiene buena pinta y nos quedamos con ganas, pero no había horarios para la fecha de nuestra escapada.
Estas cuevas son una auténtica maravilla natural, con un sinfín de estalácticas y estalagmitas de diversas formas y con peculiaridades que la hacen preciosa. Fue además un yacimiento minero desde el siglo XIX (fueron los propios mineros quienes descubrieron la preciosa galería que se visita hoy en día) Lo malo es que no se pueden sacar fotos en el interior, así que esta parte está un poco pobre (una pena, porque es preciosa)
Para recrear el ambiente minero desde el centro de recepción vamos a coger un trenecito por una especie de galería de mina.
Y un tren nos lleva hasta el interior de la mina, es una forma original de entrar, y sobre todo les encanta a los niños (vaya cara de ilusión tenían cuando lo veían llegar al "andén o se subían)
(Os dejo un par de fotos tomadas de Google del interior para que os hagáis una idea de lo que es esta maravilla natural.
Fuera, al salir de esta increíble visita (tremendamente recomendable, nos impresionó muchísimo, no conocía estas cuevas pero las veo como una visita obligatoria en Cantabria) hay un mirador. El día estaba un poco más abierto y nos paramos a hacer unas fotos (al llegar la niebla tapaba todo el paisaje)
Información práctica
Acceso: Se accede desde Cades, en la carretera que recorre el Nansa (CA-181); de todas formas ya desde la A-8 hay indicaciones de las Cuevas, no tiene pérdida.
Horario: Muy variable, consultar aquí Recomiendo encarecidamente comprar la entrada con tiempo, y es que si no podéis estar 2-3 esperando que haya un turno con huecos. Portal de compra
Precio: 12€; 9.5€ (estudiantes, jubilados, discapacitados, grupos (+20 personas), niños (-16años)
Web: www.elsoplao.es
CONCLUSIONES DEL SOPLAO: Las cuevas son increíbles, dejan con la boca abierta. Valen cada céntimo de lo que cuesta la entrada. La visita dura una hora, entre sacar las entradas, salir de la cueva y demás ponedle hora y media, y considero que es una visita imprescindible para el viajero que quiera conocer Cantabria.
Cogimos el coche y nos fuimos a Tudanca, el otro sitio que visitamos en este viaje y que no conocía. Es un pequeño pueblo en la parte alta del curso del río Nansa y es conocido al dar nombre a la raza bovina propia de Cantabria, la vaca tudanca. Tiene 100 habitantes escasos, pero eso no impide que hayan pasado por aquí auténticos genios de la pluma española, como Unamuno o Alberti; aunque de esto mejor hablo luego. Creo que basta como presentación de este increíble (e increiblemente apartado del turismo -estábamos completamente solos durante nuestro paseo-) pueblo un fragmento de la novela naturalista La Tablanca de Peñas Arriba, de Jose María Pereda:
Después, al trazar en el aire con el mismo dedo el curso de cada río de los que en ella nacen y por el fondo de sus negras barrancas se despeñan, llegó a encararse al Oeste; y marcando tres rayas casi verticales, me nombró el Saja, el Nansa y el Deva; y allí le atajé yo con el pensamiento, diciéndome a mí propio: «Junto a uno de esos tres ríos (creo que el Nansa), más arriba o más abajo, debe de andar el solar de mis mayores.» Y a esto solo se redujo, por segunda vez, «el grito de la sangre» que llevaba en las venas. Como decoración, me enamoraba aquel rosario de escalonadas montañas que de este a oeste, por el Sur sirven de marco grandioso a la admirable bahía; ¡pero como tierras habitables!... Tales eran, pico más, pico menos, mis antecedentes personales cuando recibí la carta en que mi tío Celso me llamaba a su lado, y por tiempo indefinido, desde lo más recóndito y montaraz de la región cantábrica...
Metemos el coche en el pueblo y aparcamos en la parte de arriba, dejando a nuestro paso en la parte más baja la Iglesia de San Pedro, un pequeño templo medieval y reedificado en el 1723.
Tras dejar el coche empezamos nuestro paseo. La lluvia paró practicamente justo al llegar y lo agradecimos sobremanera, sobre todo después de tener que cancelar el viaje a La Rioja por mal tiempo.
Es una auténtica aldea cántabra, toda ella de piedra, tanto las casas como las calles, si bien muy diferente a los típicos pueblos castellanos como Pedraza o Castrillo de los Polvazares. Es un viaje en el tiempo, pero de otra manera diferente, más a la Edad Media ganadera y cuyos habitantes tenían que enfrentarse constantemente a la lluvia, la nieve y el viento helador.
Además la teníamos para nosotros solos, y es que pese a su enorme belleza no vienen apenas turistas por aquí. Sin duda otro punto a favor.
El fin de venir hasta aquí (está 20 minutos al sur de Puentenansa, el principal cruce de carreteras de la zona) aparte de patear la aldea (nombrada conjunto histórico-artístico en 1983) era visitar la Casona, un curioso museo situado en la casa que tenía aquí el escritor José María de Cossió (autor de la Enciclopedia Taurina, la obra de referencia en todo el campo de la tauromaquia)
Acoge una enorme biblioteca con más de 25.000 volúmenes (incluyendo manuscritos de grandes escritores como Cela, Lorca o Alberti), y Cossío invitó a sus amistades aquí, a relajarse unos días en Tudanca. Aunque claro, las amistades de un escritor reputado tienen nombre propio, como Miguel de Unamuno, Rafael Alberti, Gregorio Marañón o Carlos Gardel.
Y he aquí el problema de no planificar los viajes, aunque sean a sitios conocidos; estaba cerrada a cal y canto, y es que fuera de verano solo abre los fines de semana. La idea de volver para verla por dentro (la pinta que tiene es espectacular) está ahí, pero claro, Tudanca pilla muy fuera de mano de todo; espero poder sacarme esta espinita algún día.
Información práctica
Acceso: En el centro de Tudanca
Horario: Ver foto (resto del año solo se abre los fines de semana bajo reserva previa)
Precio: 3€ (1.50€ niños hasta 12 -gratis hasta 4- y grupos de +10 personas)
Web: www.museosdecantabria.es/ ...ar_elmuseo
Pero la verdad es que relativamente nos dio igual, descubrimos un pueblo precioso, auténtico, tranquilo y que nos enamoró desde que lo vimos desde la carretera general. ¿Qué más se puede pedir?
Nos volvimos tranquilamente dando un paseo al coche, comimos los bocatas y levamos anclas de este tranquilo rincón de la Cantabria más profunda que nos ganó por completo.
CONCLUSIONES DE TUDANCA: Es una aldea cántabra, totalmente original y alejada del turismo; si queréis conocer la Cantabria profunda y auténtica, este es vuestro sitio. Es muy pequeña y destaca la Casona (que tiene muy buena pinta)
Para verla con media hora da de sobra para el viajero medio, a lo que habría que sumarle la visita guiada a la Casona (sobre una hora creo). El viaje hasta aquí es muy bonito (la carretera es preciosa) y creo que es una parada a hacer si se va a visitar esta comarca del Saja-Nansa, aunque si se va corto de tiempo queda a la sombra de Carmona o Bárcena Mayor (sobre todo por su ubicación)
Nuestra siguiente parada fue el pueblo de Carmona, uno de los pueblos más bonitos de Cantabria y con cierto turismo, aunque alejado del de masas (al menos fuera de la temporada estival); forma parte del municipio de Valle de Cabuérniga (del que ya no saldríamos en todo el día)
Aparcamos a la entrada del pueblo, nada más cruzar el puente sobre el Río Quivierda (afluente del Nansa) que da acceso a esta maravilla cántabra.
Carmona no tiene ningún monumento en especial, todo el encanto reside en pasear por sus calles con varios siglos de historia.
Esta historia data principalmente de los siglos XVI-XVII, manteniéndose el pueblo practicamente inalterado desde entonces; dando lugar a una bella muestra del barroco montañés, lo que le vale para ser conjunto histórico-artístico.
El rincón que más nos gustó del pueblo fue uno de los últimos que vimos, la plaza del antiguo ayuntamiento; un precioso conjunto como colofón a la visita a este pueblo tan bonito.
Y este es el precioso edificio barroco del Antiguo Ayuntamiento
Y ya de vuelta al coche nos encontramos con esta escultura de unas albarcas cántabras (madreñas en asturiano, más conocidas en castellano como zuecos), en homenaje a los artesanos del pueblo. Para los que no seáis del norte unas albarcas/madreñas son un calzado que usan los campesinos para ir a realizar sus labores. Son de madera y tienen cuatro tacos para estar elevados y evitar mojarse.
Cogemos el coche y empezamos a subir al Collado de Carmona, que separa los valles de Saja y Nansa, al poco llegamos al Mirador de la Vueltuca, justo por encima de este precioso pueblo, y paramos a deleitarnos con las vistas.
Carmona tiene un barrio un poco apartado, el de San Pedro, también de piedra y con buena pinta, aunque no entramos a verlo por dentro.
Y al fondo tenemos la Sierra de Lamasón, que separa el valle del Nansa con el del Deva (el conocido Desfiladero de La Hermida); si el día estuviera claro seríamos capaces de ver al fondo los Picos de Europa, una pena las nubes (aunque por suerte ya no llovía)
CONCLUSIONES DE CARMONA: Es un pueblo precioso, y aunque es turístico no pierde para nada el encanto, y es que no hay una gran cantidad de gente que pueda agobiar. No tiene monumentos destacados, pero el conjunto en sí es increíble, así que lo mejor que se puede hacer es patear sus calles empedradas.
Para el viajero medio con menos de una hora tendrá suficiente para visitar Carmona; y es una visita muy importante (casi imprescindible) para el viajero que va a Cantabria con un cierto tiempo para explorarla.
Nuestra siguiente (y última) parada fue Bárcena Mayor, el tercero de los pueblos nombrados conjunto histórico-artístico de estos valles. Es un destino mucho más turístico y se notaba, aunque al evitar viajar en la Semana Santa en sí no había demasiados turistas. Por aquí pasaron las legiones romanas, los foramontanos cántabros que fueron a repoblar la Meseta o incluso el gran emperador Carlos I; y actualmente es un destino turístico, ya que desde su fundación en el siglo IX mantiene un aire medieval que sorprende a propios y extraños.
Centrándonos en la visita debemos aparcar fuera del pueblo, en una gran explanada (es gratuito aparcar aquí), está a apenas 200 metros del pueblo en sí.
Y entramos al pueblo por la parte alta. Desde el principio impresiona su aire medieval.
Creo que hicimos bien en disponer las visitas de menos a más, y es que los 3 pueblos son bien parecidos (es todo arquitectura típica montañesa) por lo que podríamos cansarnos de ver lo mismo, pero dejar el más bonito para el final sin duda hace que lo cojas con más ganas.
El lugar más conocido de Bárcena Mayor es el Corral de la Franca, una hilera de casas balconadas, muy típicas de la arquitectura montañesa como ya habréis apreciado.
Muchas de las casonas del pueblo acogen talleres y tiendas artesanas, donde se venden tanto productos tallados como alimentos locales. Sucumbí a la tentación y me compré un queso de oveja de Cabuérniga (muy fuerte, riquísimo) y una artesanía de Corocotta, el líder cántabro que se enfrentó a Roma en las guerras astur-cántabras para adornar la habitación.
Pasamos por la Iglesia de Santa María, construída en el siglo XVII con estilo barroco montañés, con una torre-campanario que acoge también el reloj del pueblo.
Delante de la iglesia se abre otro lugar increíble, aunque no tan conocido como el Corro de la Franca; es la plaza del pueblo, toda una delicia para la vista rodeada de casonas montañesas y manteniendo un aire muy original.
Seguimos el paseo pasando por rincones increíbles. Al igual que en Tudanca y Carmona no hay ningún monumento destacable, no hay como patear sus estrechas calles empedradas.
Y tras llegar al río empezamos a subir de nuevo hacia el coche, aunque yendo por otras calles y descubriendo nuevos rincones, preciosos todos ellos.
CONCLUSIONES DE BÁRCENA MAYOR: Muchos dicen que es el pueblo más bonito de Cantabria, si bien al ser preparado para el turismo en la década de los 90 pierde un poco de la originalidad e ingenuidad montañesa que bien aporta Tudanca; si bien el pueblo es espectacular, es totalmente un viaje al pasado cántabro.
Una hora es tiempo más que suficiente para visitar Bárcena Mayor, que es una visita imprescindible si se viaja a Cantabria, y es que muestra perfectamente como era una aldea montañesa, al ser practicamente original; además está preparada para el turismo (tiene tiendas de artesanía, restaurantes...) aunque no da la impresión de pasear por un parque temático; si queréis algo diferente y genuino vuestro destino sería Tudanca.
Cogemos el coche y nos vamos a Selores, a nuestro hotel, el Camino Real de Selores. Como ya os dije en la intro voy a subir algunas fotos porque nos pareció un lugar espectacular, y es que está situado en una antigua casona montañesa en el pequeño Selores, todo un oasis de paz y tranquilidad.
Los detalles, tanto del exterior como del interior están cuidados, y es que la remodelación para convertir la antigua casona en un hotel rural se hizo con la idea de dejarlo tal y como era originalmente.
Nos fuimos a descansar y a darnos un baño a la habitación y decidimos cenar en el restaurante del hotel (te recomiendan reservar al hacer el checkin) Quedamos muy contentos, el menú cuesta 20€, tienen varios platos a elegir y son platos locales de una calidad exquisita y en la cantidad justa (es cocina moderna pero no de la que te vas con hambre del restaurante, las raciones son abundantes)
De primero cayeron unas croquetas de queso cántabro (Ana pidió ensalada Caprese) y de segundo carrilleras de corzo (para ella chuletón de vaca Tudanca) De postre unas tartas artesanas. ¡Ah! Y el menú incluye vino, pero no una copa, si no una botella entera, menos mal que no teníamos que coger el coche después
:mrgreen:
El restaurante también está ambientado en una cocina típica montañesa, y encima tiene la biblioteca de la casona.
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