Después del palizón de la caminata por la Reserva de Muniellos, habíamos terminado con la parte más aventurera de nuestro viaje a Asturias, al menos de momento. La noche anterior fue larga porque habíamos quedado con unos familiares y la cena se prolongó hasta la madrugada, primero en un restaurante y luego tomando una copita en una terraza de Cangas del Narcea. Hacía fresquito, pero se estaba bien al aire libre. Terminé la noche agotada, pero pude descansar perfectamente en la comodísima cama de nuestra habitación en el Parador Nacional del Monasterio de Corias, que está a un par de kilómetros de Cangas.
CANGAS DEL NARCEA.
Cangas del Narcea es la capital del Concejo del mismo nombre, que es el más extenso de Asturias. Con una población que supera los 13.000 habitantes, dista 89 kilómetros de Oviedo y por ella pasan los ríos Narcea y Naviego. No se la conoce como una de las localidades asturianas más bonitas, pero tiene un centro histórico interesante, goza de ambiente nocturno especialmente en verano y, sobre todo, cuenta con un entorno natural magnífico que culmina en el Parque Natural de las Fuentes del Narcea, al que me he referido en anteriores etapas.
El controvertido puente colgante sobre el río Narcea, que une el centro urbano con el barrio de Fuejo.
El centro de Cangas al atardecer.
Debido a sus 373 metros de altura sobre el nivel del mar (dato de Cangas), el clima del concejo es algo diferente al del resto de Asturias, con temperaturas más extremas tanto en invierno como en verano y menor índice de precipitaciones. En cuanto a la flora, en las partes altas predominan robles, hayas y castaños, aunque también aparecen alcornoques y encinas, además de tejos y acebos; en las orillas de los ríos abundan avellanos, fresnos, brezos y helechos. Tiene un relieve montañoso muy accidentado, con profundos valles originados por el río Narcea y sus afluentes, y, prácticamente, solo hay terreno llano en las riberas. Existen muchas rutas de senderismo para realizar.
Muy cerca de Cangas se encuentran minúsculos pueblecitos, aldeas apenas, tanto a pie de carretera como colgados de la montaña, que proporcionan un encantador viaje a otros tiempos y unas vistas increíbles, que requieren, eso sí, surcar carreteras estrechas, pura curva todas ellas, y con unas pendientes increíbles. En un par de minutos, la casa que dejaste junto a la vía principal se habrá convertido en una diminuta mota perdida a tus pies. En particular, me gustan los alrededores del río Coto, uno de los afluentes del Narcea. Tiene pozas para bañarse y senderos para caminar, tanto por sus orillas como por el monte.
Río Coto.
Volviendo a Cangas, entre sus monumentos más importantes se encuentran la Basílica de Santa María Magdalena, de estilo barroco, la Iglesia de Santa María, de origen románico, reformada en el siglo XV, la Capilla del Carmen del siglo XVIII, los Palacios de Pambley y de Omaña, ambos del siglo XVI, el de Toreno, del siglo XVII, y otros varios palacios y casonas rurales. Sin embargo, el más imponente de todos es el Monasterio de San Juan de Corias, conocido como El Escorial asturiano por su estilo y sus enormes dimensiones.
Entorno del Monasterio.
MONASTERIO DE SAN JUAN BAUTISTA DE CORIAS.
Se encuentra a 2,5 kilómetros del centro de Cangas, en el borde de la carretera AS-15, que comunica este Concejo con la costa cantábrica y con la Meseta. Actualmente el edificio está rehabilitado y es Parador Nacional de Turismo de catergoría 4 estrellas. Nos alojamos allí una noche y estuvimos muy a gusto, las habitaciones son muy amplias y modernas, igual que el cuarto de baño. El aparcamiento exterior es grande y gratuito, tiene piscina climatizada cubierta y spa de pago, que no utilizamos. Nos costó 100 euros la noche. Ofrecen visitas guiadas gratuitas a los clientes de media hora de duración. No incluye la Iglesia, que costaba 3,5 euros.
La habitación en la que nos alojamos:
El Monasterio tiene un aspecto impresionante, sobre todo por sus dimensiones. Según se dice tiene 365 ventanas, las mismas que días del año. El edificio que alberga el Parador tiene 8.000 m2 y cuenta con dos patios, el de servicio y el claustro. El interior me pareció muy bien rehabilitado y, además, tiene una zona de museo en el sótano, donde se han encontrado restos arqueológicos de su estructura original. Se puede recorrer libremente y es muy interesante.
Historia del Monasterio.
Se remonta a la primera mitad del siglo XI, cuando en 1032 los condes Piñolo y Aldonza erigieron un cenobio en este lugar, que pasaron a ocupar monjes benedictinos. Existe una leyenda que cuenta otra versión sobre su fundación. Como los condes no tenían descendencia, decidieron levantar un monasterio en secreto. Sin embargo, no encontraban el lugar propicio y la obra se fue demorando hasta que Dios se apareció a un criado de los condes para indicarle el lugar donde debía erigirse y su advocación a San Juan Bautista. Por miedo a ser tomado por embustero o loco, el criado no se lo contó a sus amos. El sueño se repitió tres veces hasta que en la última el criado recibió una bofetada en la mejilla cuya marca quedó como prueba de que decía la verdad.
Fachada lateral del Monasterio desde la carretera.
Aunque durante la Edad Media conoció muchos conflictos con la nobleza local, el monasterio prosperó e incluso recibió privilegios del rey Alfonso XI. Se extendió y llegó a poseer amplias tierras por el occidente asturiano e incluso en León, hasta que entró en decadencia durante el siglo XV. Su peor momento acaeció el 24 de septiembre de 1763 cuando un incendio destruyó el edificio monacal, del que solo se salvaron la biblioteca, el archivo y la iglesia.
La biblioteca.
Para la reconstrucción, los monjes contactaron con el arquitecto Miguel Ferro Caaveiro, maestro mayor de la Catedral de Santiago. Las obras se ejecutaron entre 1774 y 1808 dando como resultado un edificio de enormes dimensiones, de estilo neoclásico, sobrio y casi exento de ornamentación, excepto la fachada principal, en cuya construcción se utilizó mármol blanco de Rengos.
Me fue imposible sacar la fachada entera, así que salió en dos partes: ésta es la de la derecha, con la Iglesia.
Aquí está la parte izquierda y detalles de las imágenes y escudos que hay sobre ambas puertas.
Aquí está la parte izquierda y detalles de las imágenes y escudos que hay sobre ambas puertas.
La Iglesia data de la primera mitad del siglo XVII ya que se salvó del incendio. También tiene grandes proporciones y el interior es muy austero. La fachada original queda oculta tras la del monasterio.
La maqueta que está en el museo lo explica muy bien:
La visita guiada del Monasterio no estuvo mal, pero me pareció algo corta. El edificio se merecía más, menos mal que estuve pululando por mi cuenta a primera hora de la mañana viendo, por ejemplo, los claustros.
El claustro noble.
Interior del Monasterio, convertido en Parador Nacional.
Interior del Monasterio, convertido en Parador Nacional.
Dejamos Cangas y nos dirigimos a la siguiente etapa de nuestro viaje, ya rumbo al mar. Hay varias posibilidades para hacer este recorrido, por ejemplo, pasando por Tineo, pero esta zona la descartamos porque ya la conocíamos.
Zona de Tineo.
Así que estudiando las opciones, en el foro me comentaron varias cosas interesantes que podíamos ver de camino hacia Luarca, las Cascadas de Oneta, por ejemplo. Y el itinerario final quedó como aparece en el mapa sacado de Google. La carretera era muy quebrada, pero esperábamos que las vistas lo compensaran. Y así fue.
Tomamos la A-15 hasta El Puelo y allí la A-14, hasta que en lo alto de un puerto, el navegador nos hizo girar a la derecha, por la carretera AS-364. En fin, poco importa la nomenclatura de las carreteras porque después de transcurridos tantos días ya no recuerdo el nombre exacto de los lugares por donde fuimos pasando. Al principio era terreno muy alto, con monte casi desnudo de árboles, no de vegetación, seguramente habituado a los fragores del viento. Apenas nos cruzamos con cuatro o cinco coches en todo el trayecto y casi no vimos núcleos habitados, pero sí muchas vacas y caballos aposentados incluso en medio de la carretera. Los paisajes eran impresionantes y nos detuvimos varias veces a contemplar el panorama. El día estaba abriendo y comenzaba a asomar el sol.
Fue un itinerario largo y lento porque la carretera y sus curvas permitían poca alegrías, pero los paisajes, diferentes a los del típico prado asturiano, atraían nuestra atención. Merecía la pena el desvío por aquí.
Según fuimos perdiendo altura, volvió a aparecer la arboleda, y al llegar a Oneta, el pueblo del que sale el sendero hacia las Cascadas del mismo nombre, su estampa era ya la de una típica postal asturiana. Muy bonita su ubicación y muy fácil el acceso, junto a la carretera AS-25 que va de Navia a Villayon, a cuyo municipio pertenece Oneta
.Me acerqué a la Oficina de Turismo, donde muy amablemente me dieron unos mapas y me explicaron con todo detalle cómo llegar al sendero que va hacia las cascadas, que están declaradas Monumento Natural. Está indicado y no tiene pérdida. Además, estaban haciendo un aparcamiento justo en el inicio. Notamos que el pueblo quiere atraer al turismo, y reclamos no le faltan.
Como eran casi las dos, nos quedamos a comer en un restaurante del albergue que hay junto a la Oficina de Turismo. Se trata de un pequeño autoservicio con platos más o menos caseros. Estaba bien para el precio, creo recordar que el menú costaba 10 euros. Después emprendimos la ruta hacia las cascadas.
CASCADAS DE ONETA. RUTA A PIE.
Ruta lineal de ida y vuelta. Recorrido 2 kilómetros. Duración: 1 hora en total. Nivel: fácil.
Saliendo de la Oficina de Turismo (está a la entrada del pueblo), a la izquierda, se toma una pista ancha y plana, que deja el río a nuestra izquierda. La ruta irá siempre paralela al río, con este a la izquierda, salvo al llegar a la segunda cascada, donde hay que cruzarlo.
Con unas vistas muy sugerentes del campo circundante, caminamos entre prados hasta llegar al bosque, que atravesamos por un sendero fácil hasta que una pendiente en bajada nos llevó rápidamente a la primera cascada, llamada la Firbia o Firvia. Qué bonita la cortina de agua rodeada de una densa vegetación de alisos, sauces y fresnos, con el musgo alfombrando las piedras.
Aunque se veía bien desde el mismo acceso, nos acercamos todo lo que pudimos hasta casi tocarla. Hay que saltar algunas piedras, pero se llega después de unos pocos equilibrios. Allí pudimos descubrir que la caída vertical de más de 20 metros tiene varios escalones escondidos en la parte más alta. El agua al caer forma una poza, en la que se estaban bañando un par de valientes. Apenas habíamos tardado 15 minutos desde el pueblo hasta allí, menos de los que transcurrieron hasta que dejamos aquel lugar tan encantador.
Seguimos por el sendero que continua paralelo al río y enseguida nos encontramos un antiguo molino, el Molin de Abaxo. Hay paneles explicativos de cómo funcionaba y se puede entrar a comprobarlo porque conserva la maquinaria en buen estado. Resulta entretenido y pasamos un ratito allí, curioseando.
Continuamos hacia la segunda cascada por un bosque cada vez más frondoso. Había una roca con una fisura enorme: daba cosa pasar tan cerca, no se fuera a caer. Nos encaramamos a un muro y vimos el río correr formando pequeñas cascaditas. Dicen que con suerte también se pueden ver nutrias y mirlos acuáticos por aquí, pero supongo que será en otra época con menos presencia humana.
Después de otra una bajada pronunciada, llegamos a un segundo molino, también con paneles informativos y al que igualmente se podía acceder pues estaba en perfecto estado de conservación. Se nota que cuidan las rutas turísticas por aquí.
Siguiendo los indicadores, continuamos el sendero que buscaba el agua formando pequeños saltos. En pocos minutos estábamos frente a la segunda cascada, la Ulloa, no tan vertical porque más que caer se desliza sobre la pared de roca, pero igual de bonita que su hermana mayor. De nuevo tocó mojarse y hacer equilibrios sobre las piedras para conseguir la mejor perspectiva.
Hay una tercera cascada, la Maseirúa, pero no supimos dónde estaba. Parece que el acceso es bastante complicado.
Tardamos casi dos horas en hacer la caminata completa, ya que nos entretuvimos mucho, contemplando las cascadas, saltando de piedra en piedra, viendo los molinos… En fin, ni que decir tiene que nos gustó. Además, aunque había bastantes turistas, tampoco llegaban a ser multitud, con lo cual la excursión fue muy agradable y no hacía falta sacar invitados no previstos en las fotos.
Dejamos Oneta. Nos hubiera gustado ir al Castro de Coaña, que está cerca, pero nos habíamos entretenido mucho en las cascadas y ya no nos daba tiempo. Así que enfilamos directamente hacia la costa cantábrica, en concreto a Puerto de Vega, donde haríamos nuestra siguiente parada.
PUERTO DE VEGA.
Desde Oneta era un trayecto corto: 27 kilómetros, que hicimos en 40 minutos. Pese a estar muy cerca de Luarca, no conocíamos este pintoresco pueblo marinero, que pertenece al municipio de Navia. La verdad es que no recordábamos haber oído hablar de él hasta hace unos meses, y eso que tiene bastante historia tras de sí, ya que fue un activo puerto comercial y ballenero entre los siglos XVI y XVIII. En 1.586 se erigió un baluarte para defender estas costas de los piratas y fue destacado puerto de cabotaje entre los siglos XVII a XIX. Según se asegura, tuvo la primera Aduana que existió en Asturias, y aquí murió el ilutrado Jovellanos en 1811. En la actualidad cuenta con algo más de 1.800 habitantes y su economía sigue basándose igual que antaño en la pesca e industrias relacionadas, como conservas, salazones y escabeches. La subasta del pescado en su lonja se puede presenciar los lunes, miércoles y jueves a las 17:30.
Fue fácil aparcar muy cerca del muelle. A las cinco de la tarde apenas había visitantes por allí. Vimos varios restaurantes que como buen pueblo marinero ofrecen principalmente pescado y marisco, así que supongo que la mayor afluencia de gente será a las horas de comida y cena. Lo ideal hubiese sido que nos hubiera coincidido la hora del almuerzo allí, pero no pudo ser.
No resulta difícil enterarse de lo que hay que ver, porque un panel informativo que se encuentra frente a la lonja lo explica todo con claridad, con una foto de cada sitio destacado y su ubicación en un plano. Todo un detalle.
Aunque Puerto de Vega requiere más tiempo si se desea conocer más a fondo o entrar en alguno de sus museos, como el Etnográfico o el de Historias del Mar, nosotros le dedicamos unas dos horas, lo suficiente para dar un paseo por el puerto pesquero, que conserva almenas centenarias, y recorrer el Mirador del Baluarte, que exhibe cañones del siglo XVIII y desde el que se obtienen unas bonitas perspectivas del pueblo, del puerto y del mirador de la Riba, inaugurado en 1992 como homenaje a los antiguos balleneros y que muestra dos quijadas de ballena. También caminamos por algunas de sus calles, que además del típico caserío marinero asturiano conserva antiguos edificios solariegos, casas blasonadas y buenos ejemplos de la llamativa arquitectura indiana, sobre todo en la periferia.
PLAYA BARAYO.
A unos pocos kilómetros de Puerto de Vega está la playa Barayo, de la que habíamos leído que está catalogada como paisaje protegido y Reserva Natural Parcial por su alto valor ecológico. Así que decidimos echar un vistazo y de paso, si se terciaba, pasear por la orilla y mojarnos un poco los pies. Se encuentra en el estuario que forma la desembocadura del río Barayo, entre los Concejos de Navia y Valdés y constituye un magnífico ejemplo de vegetación de dunas y playas. Tiene una longitud de 670 metros y es de arena.
Aquí el navegador nos hizo una jugarreta ya que en vez de dejarnos guiar por los indicadores de carretera (que los había), preferimos seguir a la maquinita, que nos llevó al pueblo de Barayo, en cuyas proximidades, efectivamente, hay un aparcamiento y un sendero que conduce a la playa del mismo nombre. Sin embargo, no era el camino a pie corto y sencillo, con mirador incluido, que estábamos buscando, sino otro diferente. Dejamos el coche en el aparcamiento y, siguiendo un indicador, fuimos caminando por una pista que se dirigía al mar. Después de unos minutos andando, vimos la playa bastante a lo lejos. Todavía nos quedaba una buena caminata, yo calculo que casi un kilómetro por un terreno bastante incómodo para ir con las chanclas que nos habíamos puesto para nuestra incursión playera; así que se nos quitaron las ganas de avanzar más y volvimos al coche. Entonces me fijé en un panel informativo que explicaba claramente nuestra equivocación: no teníamos que haber entrado por Barayo, sino por Vigo (el asturiano, no el gallego), donde se encuentra el acceso principal, con aparcamiento y mirador incluidos. Para que no os pase como a nosotros, os pongo la foto del indicador que se muestra claramente los accesos.
CABO BUSTO.
No nos apetecía retroceder hasta el Vigo asturiano, pero aún era pronto para ir al hotel, así que decidimos acercarnos hasta el Cabo Busto, que nos quedaba a unos 20 kilómetros, en un trayecto cómodo y rápido por la Autovía A-9 hasta salida 455, ya pasado Luarca. No tiene pérdida, está perfectamente indicado. Hay varias formas de ver el Cabo, que también forma parte del paisaje natural protegido de la costa occidental de Asturias. Una es hacer la ruta que va desde el pueblo de Busto hasta el Faro, denominada PR AS-4. Se trata de un recorrido fácil y circular, con una longitud de casi 9 kilómetros y una duración en torno a las tres horas. No teníamos tiempo para hacerla entera, pero como hay una carretera que permite llegar hasta el mismo Faro, avanzamos por ella hasta uno de los aparcamientos (sin llegar al faro) y luego fuimos caminando por la senda que va pegada al acantilado. Está todo muy bien preparado, con bancos, merenderos, paneles informativos y miradores desde donde se contemplan unos panoramas espléndidos de la costa occidental asturiana, incluidas varias playas y calas escondidas bajo las imponentes paredes verticales de del Cabo, algunas accesibles desde tierra y otras no.
Paisaje litoral y sierras de Valdés.
Los colores de los acantilados de cuarcita, la vegetación marina y las flores se volvieron de un color brillante espectacular cuando comenzó a asomar el sol, lo que nos permitió presenciar unos preciosos panoramas. La senda seguía avanzando, paralela a los acantilados. No sé hasta dónde llega, pero no me hubiera importado haber seguido caminando un buen rato más.
Si se está cerca, recomiendo dar un paseo por este Cabo, a ser posible al atardecer, cuando los reflejos dorados en la roca le confieren un encanto especial, suavizando el salvaje envite de las olas.
Ya no salimos a la autovía, sino que seguimos por la carretera que va más cerca de la costa hasta Luarca, donde nos alojaríamos esa noche. Pero eso lo contaré en la siguiente etapa.