[size=18]ARRIONDAS.
Cuando llegamos a Arriondas (Les Arriondes, en bable), ya era de noche. Aparcamos sin dificultad muy cerca del hotel La Estrada, de dos estrellas, donde teníamos reservada una noche de alojamiento. El hotel está muy bien ubicado, en el centro y cerca de todo; en cuanto a lo demás, nos pareció correcto: por 45 euros no pueden esperarse muchos lujos.
Frente a nuestra habitación estaba esta bonita pero deteriorada casa de indianos.
Tras descansar un rato, fuimos a cenar. La calle Ramón del Valle, perpendicular al río y a la calle Argüelles (la principal) copaba todo el ambiente: varios restaurantes y sidrerías con sus terrazas a tope. Elegimos una al azar y cenamos divinamente de tapas, a buen precio. Ya escarmentados, pedimos medias raciones para no sufrir un empacho en vísperas de nuestra “travesía” en canoa.
Luego dimos un paseo por Arriondas, que nos ofreció estas imágenes nocturnas con varias casas de indianos y la Plaza Venancio Pando donde se encuentra el Ayuntamiento.
Por la mañana, después de desayunar, fuimos a la empresa de las canoas y nos dijeron que se había retrasado la salida hasta las 11:30 (la hora la deciden las autoridades), así que para hacer tiempo fuimos a dar otra vuelta por Arriondas, esta vez de día.
A 65 kilómetros de Oviedo, la villa cuenta con cerca de 3.000 habitante y es la capital del Concejo de Parrés. Aunque no tiene un centro histórico especialmente bonito ni con monumentos dignos de mención, su situación estratégica a los pies de la Cordillera de Sueve y en la confluencia los ríos Piloña y Sella la han convertido en centro de servicios turísticos. Además, está muy cerca de lugares tan emblemáticos como Cangas de Onís (8 Km), el Mirador del Fitu (10,5 Km) o Ribadesella (18 Km).
Los lugares más destacados para visitar son:
- La Plaza de Venancio Pando, donde se encuentra el Ayuntamiento.
- El Puente sobre el río Sella, a cuya altura salen las canoas y que ofrece unas bonitas vistas de todo el entorno. Nos llamó la atención un edificio, la Casona del Sella, con unas preciosa galería acristalada, que actualmente es un restaurante.
- Además, hay cuatro casas de indianos muy interesantes: la Casa Cepa o Chalet de los Valle (estaba frente a nuestra habitación), de estilo montañés y construida en 1920. Se encuentra a la venta y muy deteriorada. Una pena. En mejor estado están Villa Juanita, Casa Labra y la Casa Campoamor.
Villa Juanita.
Casa Cepa.
Casa Cepa.
DESCENSO DEL RÍO SELLA.
Sin embargo, el principal reclamo turístico de Arriondas está sin duda en ser el punto de partida del famoso descenso del Sella, que realizan miles de personas cada año, muestra de lo cual son las sempiternas canoas que se ven por todas partes. Y para eso, precisamente, también habíamos ido nosotros allí.
El Descenso Internacional del Sella se celebra cada año el primer sábado de agosto posterior al día dos del mes (me recuerda al galimatías de la fecha de las elecciones presidenciales de EE.UU.). Tras algunas iniciativas anteriores, el primer descenso del Sella con salida de Arriondas y llegada en Ribadesella se celebró en 1932. Desde entonces, salvando el periodo de la Guerra Civil, su importancia no ha dejado de crecer, adquiriendo carácter internacional en 1952 con la inscripción de palistas italianos y portugueses. Actualmente, está considerada una de competiciones piragüistas más importantes y son cientos los deportistas de todo el mundo que se dan cita tanto para competir o simplemente para participar. Coincidiendo con el descenso se celebra la Fiesta de las Piraguas que atrae una enorme afluencia de gente a Arriondas, donde incluso se disponen espacios de acampada. Nosotros estuvimos justamente el viernes de la semana anterior al evento y ya se notaba que estaban ultimando los preparativos, incluyendo el montaje de casetas para una gigantesca verbena.
Este recorrido se ha convertido en algo más que una competición deportiva, pues lo realiza mucha gente de todas las edades y condición física, con la simple idea de pasar un rato entretenido y hacer un poquito de ejercicio. Aunque se puede realizar el mismo día de la competición, para evitar el maremágnum lo más aconsejable es dejarlo para cualquier otro día, ya que el alquiler de canoas está disponible todo el año. En invierno, hay empresas que facilitan trajes de neopreno, pero no se recomienda hacerlo porque el agua puede estar realmente fría y tampoco se podría disfrutar a tope de la parte festiva del descenso. La mejor época es en verano, cuando mojarse no importa y además de remar apetece darse un chapuzón y parar en las orillas para comer un bocata o tomar algo en alguno de los chiringuitos. Vamos, la liturgia pagana propia del descenso.
Son varias las empresas que ofrecen alquiler de canoas. No hay más que consultar en internet y aparecen unas cuantas y en casi todas cuesta lo mismo, 25 euros por persona. Aunque no es imprescindible, si se va en verano, no viene mal reservar anticipadamente en la web o por teléfono, pues tiene la ventaja de obtener un descuento, que en nuestro caso fue del 20 por ciento. El precio (se nos quedó en 20 euros por persona) incluía la canoa con sus remos, los chalecos salvavidas, un tanque estanco para guardar las cosas (ropa seca para cambiarse, móvil, comida, etc.), una bolsa de pic-nic (a cada uno nos dieron un botellín de agua, un trozo de empanada, un pastelito y algo más que no recuerdo, nada del otro mundo) y el transporte de regreso a Arriondas desde el punto en que se haya concluido el recorrido, que se puede hacer completo (15 km) o solo la mitad, aunque creo que vi alguna empresa que ofrece hasta tres lugares de recogida.
Y llegó el momento de tomar la salida. Aunque las previsiones meteorológicas anunciaban lluvia, afortunadamente no fue así. Salió un buen día para la canoa, nublado pero con excelente temperatura, así que ni nos quemó el sol ni nos importó mojarnos. Entregamos el papel de la reserva, enseñamos los DNI, pagamos y nos dieron el tanque y la bolsa de la comida. Nos pusieron los chalecos y nos dijeron que era obligatorio llevar un teléfono móvil. Además, recomendaban camiseta, traje de baño y sandalias de agua o escarpines sujetos al pie, nada de chanclas. Antes de salir nos dieron una charla en grupo sobre cómo utilizar los remos y demás.
Iniciando el recorrido.
Por fin, teníamos delante la canoa y el río: la canoa para nosotros solos, el río para compartir con unos cuantos . Eran las 11:34. Podíamos escoger dos puntos de llegada, a 7 kilómetros (mitad del recorrido) y a 15 km (total). Se elige sobre la marcha, no hace falta decidirse con antelación. Dan como referencia unos puentes y había carteles. No es que haya peligro de perderse, naturalmente, pero hay que fijarse un poquito para no pasar de largo.
Llegando al puente:
No era la primera vez que "manejábamos" una canoa. El año pasado hicimos un recorrido similar en Francia, en el río Tarn. Allí tuvimos nuestros más y nuestros menos, el río llevaba mucha corriente e incluso volcamos. No fue nada grave, ni peligroso, simplemente nos dimos un chapuzón y se nos estropeó una cámara de fotos (la de reserva, afortunadamente), pero yo no las tenía todas conmigo aquí. Esta vez llevaba la cámara de fotos acuática y me la colgué del cuello con una cinta para no perderla, además, así se puede utilizar mejor, que no siempre resulta fácil tomar fotos yendo en canoa: la sujetas, enfocas, disparas y la sueltas tal cual, aunque hay que limpiarla de vez cuando porque se empaña y salen marcas de agua en las fotos...
En eso, como en todo, se notó la experiencia. Pronto me di cuenta de que las cosas iban mejor que en el Tarn. El Sella llevaba más agua que el Tarn, y aunque había zonas de piedras donde la canoa se quedaba varada y había que bajarse a empujar, y otras donde se volvía un poco loca con los remolinos, éstos no eran ni mucho menos tan diabólicos como los del río francés. Así que, salvo en puntos muy concretos, avanzamos a buen ritmo pero con tranquilidad y tiempo para contemplar el paisaje, enmarcado por las decenas de canoas que nos rodeaban.
Pasamos por el Puente Toraño, el punto intermedio, a las 13:30. Llevábamos dos horas remando, pero no lo parecía. No se nos había hecho pesado en absoluto. De modo que decidimos cumplir nuestra idea inicial y hacer el recorrido completo.
Había mucha gente junto a aquel puente, así que paramos a comer. Compramos bebidas y unos bocatas en uno de los chiringuitos. No son baratos, pero el pic-nic que llevábamos no era gran cosa y apetecía una cervecita fresca con un bocata de lomo o jamón. Después de un rato, continuamos de corrido todo el trayecto hasta el final. Los paisajes estaban un poco diezmados por las nubes bajas, pero aun así se mostraban bonitos y nuestra piel agradecía la ausencia del sol.
A las 15:01 vimos el cartel de nuestra empresa, anunciando el final del recorrido. Fuimos a la orilla y a los pocos minutos ya estábamos montados en la furgoneta que nos devolvió a Arriondas sanos, salvos y satisfechos. Nos lo habíamos pasado muy bien, incluso yo disfruté: la verdad es que estuve más tranquila que en Francia. El Sella no es tan revoltoso como el Tarn, por lo menos no lo fue aquel día. Recomiendo animarse a hacer el descenso: es una experiencia muy divertida y para todos los públicos (incluso vimos algunos perros).
De nuevo en el coche, emprendimos viaje hacia la costa oriental asturiana. Nos hubiera gustado ver los Bufones de Pria, muy cerca de los que pasamos, pero como la marea estaba baja y el mar en calma, no hubiera supuesto nada especial, así que decidimos dejarlos para otra ocasión más propicia y continuar hacia las playas de Llanes. Pero eso lo dejo para la siguiente etapa.
CANGAS DE ONÍS, SANTUARIO Y LAGOS DE COVADONGA.
Son los típicos lugares que quieren visitar todos los turistas que van por primera vez a Asturias. Yo tampoco fui una excepción. A Cangas de Onís volví luego, más veces, a Covadonga, no. Cuando estuvimos en Covadonga hace más de veinte años, se podía subir tranquilamente a los lagos, no había autobuses, ni reservas, aunque sí bastante tráfico por la empinada carretera. Pasado tanto tiempo, no puedo dar demasiados detalles, solamente que recuerdo un paisaje espléndido con los lagos iluminados por el sol. Eran tiempos de cámara voluminosa con carretes y pocas fotos disponibles, necesariamente compartidas por personas y paisajes, pues el revelado costaba un dinero y no se podían desperdiciar. En aquella época tomabas durante todas las vacaciones el mismo número de fotos que haces hoy estando dos horas en cualquier pueblecito… Como recuerdo, pongo una reliquia personal de esos tradicionales destinos, en aquellos tiempos.