Y, definitivamente, afrontábamos la última escala de nuestro crucero, que nos llevaría a otra de las islas griegas más famosas y visitadas: Santorini (Tera o Thera). Tal como nos habían recomendado, después de comer fuimos a la cubierta más alta del barco para contemplar la llegada a este pequeño grupo de islas, perteneciente a las Cicladas, que cuentan con una población de unos 15.000 habitantes censados ya que si contásemos los forasteros serían unos cuantos miles más, pues actualmente se ha convertido en uno de los destinos turísticos más importantes a nivel mundial. No en vano se podría decir que es "la postal del Egeo", porque casi todo el mundo reconoce el rosario de casas blancas con puertas de colores colgadas del acantilado, sus molinos, los azules intensos del mar y del cielo de fondo y sus doradas puestas de sol. Y es que, seamos sincer@s: ¿quien no ha deseado hacerse una foto ahí, al menos una vez?
Realmente resultó espectacular ver al crucero abrirse paso entre las afiladas rocas que parecían emerger de un mar tranquilo de color turquesa, coronadas por una hilera de casas blancas de Fira, que de no ser por el clima caluroso, podían tomarse por nieve cubriendo las colinas.
La verdad es que resulta muy bonita la llegada a Santorini en barco.
Antiguamente, la isla se llamaba Thera, igual que su ciudad principal. Según se dice, el nombre de Santorini deriva de Santa Irene, como la bautizaron los mercaderes venecianos de la Edad Media. Sin embargo, hay otra teoría que afirma que fueron los francos quienes le dieron el nombre de Santorini. Cuando volvió a ser griega, oficialmente recuperó su primitiva denominación, Thera, pero entre los extranjeros sigue utilizándose mayoritariamente la de Santorini.
Se piensa que en la antigüedad, formaba parte de la civilización minoica o, al menos, tenía grandes lazos comerciales con los cretenses. Tal como la conocemos ahora, la isla surgió de una gigantesca erupción volcánica que tuvo lugar entre los años 1628 y 1627 a.C. y que, según afirman muchos estudios, fue la mayor de la historia que ha sido documentada, del mismo tipo que la tan famosa de Krakatoa (Indionesia) en 1883. Como consecuencia de las explosiones, la tierra se hundió bajo el volcán produciendo una enorme caldera que quedó sumergida, con lo cual perdió buena parte de su superficie. Se aprecia muy bien en las fotos aéreas, ya que de ser casi circular quedó en forma de media luna.
Así se ve Santorini desde el aire, según GoogleMaps.
Casi todo lo existente con anterioridad quedó destruido y tendrían que pasar casi 3.500 años hasta que se descubrieron unas ruinas en 1866, aunque las excavaciones arqueológicas no se comenzaron hasta 1967, cuando salieron a la luz algunos antiguos tesoros anteriores a la explosión, en el yacimiento de Akrotiri, como los frescos de los "niños-boxeadores" que pueden contemplarse en el Museo Arqueológico de Atenas.
Foto que tomé en el Museo Arqueológico de Atenas.
Posteriormente a la erupción, parece que los primeros visitantes que se aventuraron por allí fueron los fenicios y, según la mitología, Cadmos, hijo del rey de Tiro, fundó en la isla una colonia (Kallisti) durante el viaje que emprendió para rescatar a su hermana Europa, que había sido raptada por el dios Zeus. Después llegaron los dorios, que le dieron el nombre de su jefe, Thera. Por aquí anduvieron egipcios, romanos, bizantinos, otomanos, venecianos... hasta que en 1830 pasó a formar parte del estado independiente de Grecia.
Los colores del acantilado sobre la caldera.
Vista de Fira al atardecer.
La erupción fue de tal magnitud que provocó un enorme maremoto en todo el Mediterráneo Oriental, posiblemente tuvo que ver con el fin de la civilización minoica de Creta y el fenómeno se notó en lugares tan distantes como China, e incluso en Canadá se han encontrado vestigios de aquel evento. Naturalmente, no faltó quien lo relacionó con el mito de la ciudad perdida de la Atlántida. Sin embargo, no fue ése el único desastre natural que tuvo que sufrir la isla, situada en una zona sísmica de especial relevancia, y durante el siglo XX padeció fuertes seísmos, como el ocurrido en 1956, que produjo una gran devastación, sobre todo en Oia, la emigración de muchos de sus habitantes y una gran crisis económica. Por fortuna para sus gentes, el desarrollo turístico fue muy rápido a partir de 1970 y la isla, nuevamente, renació de sus cenizas hasta convertirse en uno de los destinos más visitados de las costas mediterráneas en la actualidad.
Volviendo a nuestro viaje, lo que en principio iba a ser una estancia de tres días, se había transformado en una escala de una tarde, así que no había tiempo para entretenerse en demasiadas consideraciones. Me hubiera gustado hacer alguna caminata o alguna excursión por la zona del volcán, pero entonces no hubiéramos podido visitar Fira, que corona la caldera, ni Oia (Oya), otra de las joyas de la isla; así que las preferencias estaban claras. No podíamos prescindir de nuestras "postales" (al menos yo, claro ).
El primer punto a solucionar era el del desembarco, que tendríamos que hacer en botes, ya que los cruceros no pueden amarrar en el puerto, al menos los más grandes o, por lo menos, ni el nuestro ni otros que estaban por alli lo hicieron. La cuestión se presentaba complicada porque queríamos aprovechar el tiempo de la mejor manera posible, así que, por una vez, decidimos aceptar el transporte en autobús de la naviera, lo que nos permitiría desembarcar antes. No fue demasiado caro porque no cogimos la excursión organizada por la isla, sino simplemente el transporte. Lo que nos ofrecieron fue llevarnos en bote hasta el puerto de Athinos; allí nos esperaba un autobús que nos trasladaría a Oia, donde podríamos estar a nuestro aire el tiempo que quisiéramos. Cada media hora saldría un autobús desde Oia para llevar a quienes quisieran a Fira; desde allí, cada cual bajaría por su cuenta al viejo puerto de Fira para montar en los botes rumbo al crucero, antes de la hora de "todos a bordo", por supuesto. Creo recordar que nos cobraron 15 euros por persona.
Recorrido por el que nos llevó el autobús sacado de GoogleMaps.
Otras posibilidades eran coger los autobuses públicos (un lío con cientos de cruceristas llegando a la vez), ir en taxi (más de lo mismo), coger el teleférico desde el puerto de Fira Skala o subir desde aquí (hasta donde habría que llegar primero), andando o en burro por un camino empedrado que serpentea por la montaña, lo cual no resulta aconsejable ni por lo empinado ni por el tráfico de burros que puede llegar a resultar peligroso para la integridad física de las personas a pie. Luego se podía llegar a Oia en autobús, en taxi o alquilando una moto. Un tanto complicado dada la cantidad de personas que éramos y la duración de la escala (en realidad toda la tarde, pero el tiempo se hace muy corto realmente). Como he mencionado, el no complicarnos la vida y la rapidez en llegar arriba fue lo que nos hizo decidirnos.
En el bote, rumbo al puerto de Athinos.
Desde el puerto de Athinos, subimos en autobús por una vertiginosa carretera que trepaba dando vueltas y revueltas por la montaña, ofreciendo unas bonitas vistas.
Carretera en zig-zag por la que subimos desde Athinos y vistas. Se ven los barcos que iban y venían desde el crucero para llevarnos a tierra.
Después fuimos por una carretera que corre al otro lado de la isla, mostrando playas y unos parajes también áridos, pero diferentes a los acantilados volcánicos, de color negro de la zona de la caldera.
La zona de la isla que normalmente no se ve en las fotos.
Espectacular vista de Fira y los sorprendentes colores del acantilado sobre la caldera.
La puesta de sol desde Fira es fabulosa (al menos eso habíamos oído decir), pero se ve mejor desde Oia, así que aprovechamos el autobús, que recogía a la gente según iba terminando de visitar Fira, y fuimos hasta allí. Apenas son cinco minutos en coche.
OIA.
Ubicada sobre el lateral empinado de la caldera, tuvo que ser reconstruida tras un devastador terremoto que sufrió a mediados del siglo XX. Algunas casas están excavadas en la roca y es un placer (caluroso) recorrer sus callejuelas, subiendo y bajando, que se asoman al mar de aguas de un azul indefinible, mostrando sus casas blancas y sus emblemáticos molinos.
Se encuentra a 11 kilómetros de Fira, la capital de Santorini. Y es como te la describen las guías: una sucesión de casas blancas de aspecto un tanto árabe, con iglesias de cúpulas bizantinas azules colgadas de un acantilado volcánico negro veteado con los más asombrosos colores, que emerge sobre un lecho de impresionantes aguas profundamente azules, y un cielo brillante y despejado. Todo lo que se cuenta es cierto y asomarse a la caldera en cada recodo que forman las casas, dispuestas en escalera sobre la ladera de la montaña resulta fascinante.
Lo que no resulta tan fascinante es el sol abrasador, el horrible calor, la cantidad ingente de personas que se apiñan en sus callejuelas y los precios exagerados que cobran en cualquier bar por un café, un helado o una simple botella de agua fría.
Iglesias de Oia.
Tiendas.
Claro que estas postales… todo lo valen (bueno, casi ).
No tenía nada más que hacer, no había historia que consultar, ni monumentos para describir, solamente quería pasear y asomarme al acantilado, descubriendo un panorama distinto en cada rincón
El atardecer es larguísimo en Santorini, el sol parece que se rezaga mucho más allí que en otros lugares. No digo que la puesta de sol sea la más bonita que he visto, porque no es verdad, creo que se exagera con esto, o quizás es que los atardeceres que más me gustan coinciden cuando hay nubes que se tiñen de colores, y aquella tarde no había ni una pequeña brizna de algodón en el cielo; pero también es cierto que los colores dorados que adquieren las casas blancas sobre el acantilado son difíciles de igualar.
Fira.
Para muestra algunos botones, aunque las fotos (mucho menos las mías con la cámara que tenía entonces) no lo cuentan tal como era. Pero si alguna vez vuelvo a Santorini (creo que volveré para pasear por los rincones y recorrer la tierra volcánica, no en plan playero) tengo muy claro que no será en verano por el exceso de gente y el calor.
Decidimos bajar a pie por el camino empedrado por el que suben los burros. Por fortuna, a esa hora apenas nos cruzamos con un par de reatas. Y, de verdad, no lo recomiendo cuando suben a montones. Los pobres animales van a toda mecha, como quien conduce por una carretera que se sabe de memoria y no cambian de “carril” aunque esté ocupado. Ojo, que puede ser peligroso, igual que la cantidad de “cacas” que hay por el camino. Y no sólo por mancharse sino por resbalar.
Camino empedrado por donde suben los burros.
El dorado atardecer sobre Fira desde el bote que nos llevaba al crucero.
El dorado atardecer sobre Fira desde el bote que nos llevaba al crucero.
Desde el barco, seguimos contemplando la inacabable puesta de sol.
Lamentablemente, nuestras vacaciones sí que se estaban acabando. ¡Qué poco nos quedaba ya! Esa noche sería la última de nuestro crucero.