Alcalá del Júcar se encuentra a 53 kilómetros de Albacete capital y a 288 kilómetros de Madrid, desde donde se llega por la A-3 hasta pasada la población de Graja de Iniesta, desde se toma la salida nº 237 hacia la CM-3201 en dirección a Villalpardo. Unas tres horas de viaje en total.
Llegamos por otro camino, procedentes de Alarcón. Y, la verdad, habiendo circulado durante kilómetros por terreno llano y raso, resulta sorprendente (bueno, ahí tenía que estar, claro) empezar a descender las cerradas curvas de la carretera hacia el cañón y ver aparecer, de pronto, a la derecha, tras unas rocas, un enjambre de casas encaramadas a un espolón rocoso, con iglesia y castillo incluidos. ¡Menuda impresión! Y, además, al atardecer. Una perspectiva bonita de verdad. Lo malo fue que el mejor mirador se hallaba justo al lado contrario de la carretera, con línea continua. Así que seguimos hacia el pueblo, dejando la paradita para el día siguiente.
Era ya tarde, pasadas las ocho. Así que fuimos directamente a nuestro alojamiento de esa noche. Habíamos reservado en el Hostal Alcalá del Júcar, de dos estrellas. Todo un acierto, lo recomiendo sinceramente. Está ubicado enfrente del núcleo antiguo de casas, pero al otro lado del río, con lo que no padece ninguno de los inconvenientes que eso representa. Hay varios aparcamientos públicos muy cercanos, todos gratuitos excepto uno donde pueden aparcar las caravanas. Cuidado, no os metáis ahí, no hay que pagar innecesariamente. El hostal está nuevo, impecable, tiene ascensor, las habitaciones son comodísimas, incluidos almohadas y colchones, con aire acondicionado y cuarto de baño moderno, con ducha. Botellas de agua pequeñas de cortesía y desayuno muy aceptable con un vaso grande de zumo de naranja natural incluido. Nos dieron una habitación llamada Monarca. Precio: 55 euros, en alojamiento y desayuno. En fin, bueno, bonito y barato. Lo único que no tenía eran vistas destacadas, pero tampoco hacía falta.
El hostal tiene restaurante, pero no estaba abierto esa noche, así que fuimos a cenar a otro que vimos por allí, frente a la Oficina de Turismo. Tomamos una cerveza y unas tapas. No teníamos demasiado apetito. Luego, ya de noche, fuimos a dar una vuelta por el pueblo, que tenía un aspecto estupendo, iluminado con bastante acierto.
ALCALÁ DEL JÚCAR DE NOCHE.
Cruzamos el puente sobre el Júcar, subimos por una escalinata de piedra y nos encontramos con la Iglesia de San Andrés y el Ayuntamiento. Callejeamos por el enrevesado laberinto de casas blancas, muchas excavadas en la roca, hasta alcanzar las proximidades del Castillo, que se levanta en la zona más alta de la población. Fue una primera toma de contacto, un anticipo de lo que veríamos al día siguiente. Y nos gustó. Como muestra, pongo unas fotos de nuestro recorrido nocturno.
Iglesia de San Andrés.
Ayuntamiento.
Calles del pueblo.
Castillo.
Otras vistas.
Ayuntamiento.
Calles del pueblo.
Castillo.
Otras vistas.
ALCALÁ DEL JÚCAR DE DÍA.
Antes de comenzar el turisteo diurn, unos cuantos datos interesantes. Esta población, situada en la comarca de La Manchuela, está situada al norte de la provincia de Albacete y cuenta con algo más de 1.200 habitantes censados, que se dedican en su mayoría a la agricultura y al turismo. Fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1882 y figura en la Asociación de los Pueblos más bonitos de España, que actualmente cuenta con 57 localidades. Y bonito es, vaya que si lo es. Además, está perfectamente cuidado y conservado. Pero iré por partes.
Paneles informativos junto al Castillo.
Alcalá, junto a Jorquera y Garadén, formaba parte de las defensas musulmanas frente a los asedios cristianos que se sucedían a principios del siglo XIII. Tras la batalla de las Navas de Tolosa estas plazas fueron conquistadas definitivamente por el rey Alfonso VIII en 1212. Por entonces, Alcalá era una aldea que dependía de Jorquera. Se repobló con colonos venidos de Alarcón, fue cedida a Alonso Pérez Vivero y terminó en manos del Marqués de Villena, lo que supuso que en sus tierras se libraran cruentas batallas contra los Reyes Católicos, ya que Juan Pacheco apoyó a Juana la Beltraneja en contra de Isabel. A finales del siglo XIV, volvió a poder real y se convirtió en villa independiente.
El Jueves Santo amaneció espléndido de sol y temperatura, y los visitantes empezaban a aparecer en masa. Después de desayunar, fuimos caminando hasta el puente de origen romano, reconstruido en el siglo XVIII, desde donde se tienen unas vistas fantásticas de la población, con su Iglesia y su Castillo, cuyas casas trepan por el escarpado terreno, apareciendo casi colgadas del barranco ante nuestros ojos.
El meandro del río, que la envuelve, le proporciona un aspecto brillante y fresco, brindándole un atractivo todavía mayor. El gran número de restaurantes nos advierte de que debe ser un lugar muy visitado, sobre todo en verano, con muchas actividades para realizar. Tiene incluso hasta una coqueta playa fluvial. Por cierto, que en la zona del puente, hay unos miradores en los que unos carteles advierten que es un lugar peligroso por los bruscos cambios de caudal en el nivel del agua. En el pasado hubo riadas importantes aquí y hay que llevar precaución si se anuncian lluvias torrenciales.
Playa fluvial.
Tras hacer unas fotos, nos pusimos las botas para iniciar nuestro recorrido a pie. No queríamos que nos ocurriera lo del día anterior, en Alarcón, cuando nos pilló la caminata a la hora de más calor, después de comer. Sin embargo, dejo la explicación del sendero para el final, así no aburro a quienes no quieran hacerlo.
Caserío
Plano de la villa que nos dieron en el hotel, con los lugares para visitar.
Antes de comer, nos dio tiempo a ver la Plaza de Toros, que es única por su forma irregular. Sus gradas son de piedra, no sabe con certeza la fecha de su construcción, si bien fue reconstruida en 1902. Su estilo es el llamado tapial, que consiste en un encofrado de cal, cantos, barro y paja. Se puede comprar una entrada conjunta para ver la plaza y el castillo por un precio de 3 euros, que fue lo que hicimos.
Plaza de toros.
Intentamos reservar mesa para comer en un restaurante que nos habían recomendado, “Los Fogones del Chato”, pero no había sitio a la sombra y almorzar bajo aquel sol de justicia no era una opción a considerar. Así que, teniendo en cuenta que era Jueves Santo y todo estaba a tope, decidimos comer en el primer restaurante que vimos con un menú del día potable (13 euros, dos platos, bebida, postre y café). Comida normal para salir del paso, nada destacable. Por lo demás, hay bastantes restaurantes con terrazas y buenas vistas tanto en el pueblo como en las afueras, pero aquel no era el mejor día para pararse a elegir.
Vistas desde las inmediaciones de la plaza de toros.
Después fuimos a recorrer el pueblo, en dirección al castillo, que queríamos visitar, preparados para subir empinadas cuestas y bastantes escaleras. Llegamos hasta la el inicio de la Cuesta de la Hondanera, caminando por la llamada Ruta del Agua, un corto trayecto a pie desde un puente peatonal que cruza el río (paralelo al de la carretera) y que, girando a la izquierda, continúa siguiendo el canal, a la sombra de los árboles, con las casas colgadas, prácticamente encima. Es una caminata cortita y muy agradable, recomendada para todos los públicos.
Vistas desde la Ruta del Agua.
De nuevo junto al puente de origen romano, no pude resistir la tentación sacar más fotos a un escenario repetido, pero que ofrece una de las vistas más bellas de Alcalá del Júcar.
Subiendo la Cuesta de la Hondanera, enseguida aparecimos en la pequeña plaza donde se encuentran el Ayuntamiento y la Iglesia de San Andrés, que se comenzó a construir en el siglo XVI y se acabó en el XVIII, lo que acarreó una mezcla de estilos que van desde el gótico flamígero de una de sus bóvedas al neoclásico del pórtico y la torre. No conseguimos verla abierta en todo el tiempo que estuvimos allí, así que nos fuimos sin conocer su interior.
Iglesia de San Andrés y Ayuntamiento.
Antes de recorrer el largo trecho que lleva hasta castillo, por el camino fuimos surcando encantadoras callejuelas de casas blancas bastante bien cuidadas y adornadas con maceteros y flores. También nos llamaron la atención los dibujos que había en algunos de los pavimentos, al parecer correspondientes a las fiestas anuales de la localidad. El caso es que el conjunto quedaba colorista y bonito.
Algunas de las casas están excavadas aprovechando las cuevas del barranco, formando las llamadas casas-cueva, muy típicas de esta zona, donde las condiciones meteorológicas extremas con calor agobiante o frío intenso no permitían otro tipo de construcciones. Actualmente, algunas funcionan como restaurantes o museos y se pueden visitar. Mi marido visitó las Cuevas del Diablo y yo las Cuevas de Masago y la Cueva del Duende. Hablaré de las que vi yo, que fueron estas últimas, de origen almohade.
Interior de las Cuevas de Masago y la Cueva del Duende.
La entrada (no me acuerdo si fueron 3 euros o 5, lo siento) incluye una consumición. La verdad es que se agradecía el fresquito que hacía dentro comparado el calor del exterior, en realidad tienen la ventaja de las cuevas, de mantener una temperatura con pocas variaciones a lo largo del año. Tiene dos accesos, y lo más aconsejable es entrar por cualquiera de ellos y salir por el otro. Entremedias se pasa por diferentes cuevas con diferentes estancias, algunas exhiben colecciones de fósiles, billetes, monedas y muy diversos objetos antiguos. Después atravesé un largo túnel, que perfora la montaña, y que se asoma al otro lado del meandro, desde donde unos ojos de buey ofrecen vistas espectaculares de las hoces a 60 metros de altura. A ese lado hay una terraza, un restaurante y un bar, donde me ofrecieron una bebida a elegir. Por una puerta se accede a un pasadizo que desciende por el interior de la montaña y por donde se ve y se oye correr el agua. Mientras surqué los túneles, no había nadie más y fue divertido tomármelo en plan aventura (bueno, mini aventura, jaja). Al final, hay otra zona de museo y el segundo acceso, por el que salí al exterior.
Túneles que socavan la montaña y museo.
Por lo que me contó mi marido las del Diablo son parecidas a las que vi yo, aunque enlazan con las de Garadén. No está mal visitar alguna de ellas para conocer el sorprendente entramado de túneles y cuevas que horadan la montaña.
Vistas de la parte posterior de la Hoz del Júcar.
Al Castillo se puede acceder en coche (hay una entrada directa desde la carretera) o a pie, sorteando las callejuelas del pueblo. En mi opinión, ésta es la mejor opción porque permite conocer también el pueblo. Pero bueno, va en gustos. Lo que sí hay que hacer si se va a pie es seguir escrupulosamente las flechas indicadoras que guían hasta el castillo porque, aunque en casi todo momento tienes el torreón a la vista, muchas veces no sabes cómo alcanzarlo. Además, es muy divertido meterse por algunos lugares tan vericuetos como éstos:
Castillo y accesos.
Por fin, llegamos a la fortaleza, de origen almohade y reconstruida por los cristianos en varias épocas y ocasiones. La entrada cuesta 2 euros, si bien nosotros llevábamos el ticket combinado con la plaza de toros, que nos costó 3 euros por persona. Si no queréis entrar, vale la pena llegar hasta allí y asomarse al mirador para ver las vistas.
Interior del castillo.
El interior no tiene gran cosa, pero me gustó subir hasta las almenas y contemplar el espléndido panorama. También fue bonito pasear por el pequeño jardín del castillo, plagado de amapolas y flores silvestres, que parecían agasajar a la primavera casi recién estrenada.
Preciosa vista primaveral del castillo.
Vistas panorámicas desde el castillo:jardines, iglesia y murallas, puente y plaza de toros.
Deshicimos el camino y volvimos al coche, que habíamos dejado en el aparcamiento de la entrada al pueblo. Ya motorizados, subimos hasta el mirador que se nos quedó pendiente la tarde anterior e hicimos unas fotos. A esa hora, sobre las seis, la panorámica no lucía tan bonita como el día anterior, al caer la tarde; o quizás fuese también que ya llevábamos unas cuantas panorámicas durante la jornada, jajaja. Pero, bueno, vale la pena detenerse un par de minutos.
Otros lugares interesantes que están algo más alejados y que no visitamos son la Ermita de San Lorenzo, del siglo XVIII y fachada barroca; y la Cueva del Garadén, fortificada por los árabes y en torno a la cual existen numerosas leyendas. También hay un Museo del Cine, del que no puedo opinar porque no entramos.
SENDERO DEL CORCIOLICO (Ruta a pie).
Se trata de una ruta corta, muy recomendable por los bonitos panoramas que se divisan. Su longitud es de 5,3 kilómetros. Se tarda en hacer entre hora y media y dos horas, y la dificultad es baja, si bien hay una cuesta bastante empinada al principio del recorrido, pero nada de particular para quien esté acostumbrado a caminar por el campo. El punto de inicio es la playa fluvial, junto al puente romano. El sendero está indicado con los colores blanco amarillo.
Panel informativo del sendero.
Salida del sendero y giro a la izquierda desde el río.
Salida del sendero y giro a la izquierda desde el río.
Aquí se pueden tomar fotos bastante bonitas mirando hacia el pueblo, con las rocas de frente. Hay que ir con cuidado para no pasarse del desvío a la izquierda, que parte de unas escaleras con barandillas de madera. En este punto iniciamos la ascensión por un sendero que serpenteaba en zig-zag por la montaña. Lógicamente, las vistas panorámicas se hacían más amplias y espectaculares según íbamos ascendiendo.
Vistas desde la pista que subía en zig-zag por la montaña, enfrente de la villa.
Coronamos el alto y giramos hacia la izquierda, en dirección a la pedanía de Casas del Cerro, cuyo mismo centro atravesamos, viendo la Plaza Mayor y la Iglesia.
Plaza Mayor e iglesia de la pedanía Casas del Cerro.
Salimos del núcleo de casas y seguimos caminando hacia nuestra izquierda, vislumbrando Alcalá con una perspectiva diferente, como si la estuviésemos rodeando en el sentido de las agujas del reloj, contemplándola desde lo alto.
Llegamos a un punto donde hay que dejar la calle para tomar un sendero que se interna en el bosque y que baja desde la colina donde nos encontrábamos hasta el nivel del río, yendo a parar a la carretera que llega a Alcalá desde el sur. Aquí hay que tener cuidado (está indicado con un cartel de peligro) de tomar el sendero de la izquierda y no seguir de frente. En un día claro no existe problema porque el precipicio se ve perfectamente, pero si está oscuro o hay niebla, mejor ir con precaución ya que el frente termina en un picudo espolón que cae al vacío.
Cuidado con este paso.
Desde aquí las vistas son extraordinarias y la fotito, obligada.
Descendimos por el Barranco de la Noguera hasta la carretera. No retrocedimos hasta el mirador preparado para que puedan detenerse los vehículos porque las vistas son las mismas (mucho peores, en realidad) que las que hemos ido contemplando según bajábamos por el sendero. Seguimos unos doscientos metros por el estrecho arcén de la carretera (ojito, que en algún tramo puede ser peligroso porque hay curvas con poca visibilidad y los coches van deprisa) hasta alcanzar la población. Y fin de la caminata.
JORQUERA.
Luego, dimos la vuelta y seguimos por la carretera que lleva a Jorquera, que se encuentra a unos quince kilómetros de allí y cuya visita, si se tiene tiempo, resulta recomendable, sobre todo por su ubicación, en lo alto de un promontorio cercado por otro meandro del Júcar, ofreciendo la equivocada sensación de ser una isla. Hay un mirador concreto donde esto se aprecia muy bien, pero confieso que no lo encontramos. Debía estar por otra carretera.
Jorquera fue una población importante durante la dominación musulmana, pasando a manos cristianas en el siglo XIII para integrarse más tarde en el señorío de Villena. Es una plaza fortificada, con restos de las murallas almohades del siglo XII y puertas de acceso ya de época cristiana, como la de Doña Blanca, de mediados del siglo XV. Se puede ir dando un paseo hasta la Iglesia de Santa María de la Asunción, de estilo gótico flamígero y torre barroca, a la que pudimos acceder pero sin entretenernos mucho ni hacer fotos porque estaban dando misa. También hay una pista que baja directamente hasta el río (“el Balcón del Júcar”), en cuyos alrededores supongo que se pueden hacer agradables caminatas.
Y aquí se acabó nuestra visita a La Manchuela albaceteña, donde no nos olvidamos de comprar unas botellitas de vino de la zona, que nos gustó bastante. Por cierto, que también llevamos vino de la bodega del jugador de fútbol Iniesta (nuestro querido Iniesta, pese a ser del Barça ), que es de la zona, y que estaba buenísimo.