San Sebastián o Donostia en euskera, también conocida como la “Bella Easo” o la “Perla del Cantábrico”, es una de esas ciudades con tanto encanto que se puede visitar en cualquier momento y ocasión, y que nunca decepciona. Siempre vale la pena detenerse, aunque solo se disponga de unas horas de paso, como hicimos en un viaje hacia Francia.
Afortunadamente, los sitios de mayor interés están bastante cerca unos de otros y se puede disfrutar mucho de una estancia corta, sobre todo si el tiempo acompaña, como fue nuestro caso con un precioso día de julio, en que brillaba intensamente el sol y hacía calor. Espero que resulte útil este recorrido que nos permitió ver bastantes cosas en poco tiempo, aunque desde luego no tantas y con la atención que nos hubiese gustado.
Llegamos en coche desde Madrid y aparcamos cerca de la Plaza del Funicular, que, como es fácil adivinar, debe su nombre a que desde allí sale el funicular que sube al Monte Igueldo. Supongo que se puede subir a pie, pero no podíamos perder tanto tiempo. En lo alto, hay un parque de atracciones que data de 1912 y que actualmente combina atracciones antiguas con otras modernas, muy curioso de ver en estos tiempos de artefactos casi de ciencia ficción. Hay que pagar para utilizar las atracciones, claro, pero no se cobra entrada al recinto y se puede dar un agradable paseo entre las casetas y artilugios. Con todo, el principal atractivo de este lugar para el turista son las maravillosas vistas que se tienen de la ciudad, en especial de la playa de la Concha y el Monte Urgull. Las vistas desde las terrazas a mi juicio son suficientemente buenas como para no pagar por otras posibilidades que se ofertan.
Afortunadamente, los sitios de mayor interés están bastante cerca unos de otros y se puede disfrutar mucho de una estancia corta, sobre todo si el tiempo acompaña, como fue nuestro caso con un precioso día de julio, en que brillaba intensamente el sol y hacía calor. Espero que resulte útil este recorrido que nos permitió ver bastantes cosas en poco tiempo, aunque desde luego no tantas y con la atención que nos hubiese gustado.
Llegamos en coche desde Madrid y aparcamos cerca de la Plaza del Funicular, que, como es fácil adivinar, debe su nombre a que desde allí sale el funicular que sube al Monte Igueldo. Supongo que se puede subir a pie, pero no podíamos perder tanto tiempo. En lo alto, hay un parque de atracciones que data de 1912 y que actualmente combina atracciones antiguas con otras modernas, muy curioso de ver en estos tiempos de artefactos casi de ciencia ficción. Hay que pagar para utilizar las atracciones, claro, pero no se cobra entrada al recinto y se puede dar un agradable paseo entre las casetas y artilugios. Con todo, el principal atractivo de este lugar para el turista son las maravillosas vistas que se tienen de la ciudad, en especial de la playa de la Concha y el Monte Urgull. Las vistas desde las terrazas a mi juicio son suficientemente buenas como para no pagar por otras posibilidades que se ofertan.
Cuando terminamos, volvimos a buscar el coche y tuvimos la suerte de encontrar sitio en un aparcamiento gratuito que hay al final de la playa de Ondarreta, no muy lejos de otra de las atracciones de la ciudad: el conjunto de tres esculturas llamadas “El Peine del Viento”, de Eduardo Chillida. Dicen que para apreciarlas en todo su esplendor se precisa un día de viento y fuerte oleaje, ya que el batir de las olas produce un sonido espectacular. Sin embargo, merece la pena acercarse a verlas de todos modos, además de por sí mismas por las vistas preciosas que se tienen caminando por la avenida que va junto al mar.
Después fuimos por el Paseo de la Concha, con la playa llena de gente, disfrutando del caluroso día. De paso, vimos edificios tan bonitos como el Palacio Miramar y sus jardines.
Ya en la zona centro, decidimos no complicarnos la vida y dejamos el coche en un aparcamiento subterráneo. En estos casos, con el tiempo tan limitado, preferimos pagar unos pocos euros y quedarnos en el lugar más céntrico a pasarnos las horas muertas buscando un hueco, a menudo inexistente o muy alejado. Era la hora de la comida y como no podía ser de otro modo nos decidimos a probar los famosos pintxos. De camino, vimos el espectacular edificio del Ayuntamiento:
Nos sentamos en la terraza de uno de los bares, junto a una plaza desde la que se veía la parte posterior de la Casa Consistorial. Ni que decir tiene que ofrecían todo tipo de pintxos, auténticas obras de arte gastronómicas en miniatura que harían feliz a cualquier gourmet: realmente muy rico todo. De postre, con aquel día de calor, lo que más apetecía era caer en la tentación de una de las numerosas heladerías de la zona, aunque la verdad es que los helados no nos gustaron tanto como los pintxos, no nos pareció que tuvieran nada especial.
Después de comer, hicimos un recorrido por el antiguo puerto pesquero y el casco viejo. Caminando sin rumbo por callejuelas repletas de tabernas y tiendas de sabor antiguo, se llega a la Catedral del Buen Pastor, construida en 1897 en estilo neogótico. Estaba cerrada, así que no pudimos visitarla por dentro. También vimos la Plaza de la Constitución, con sus típicos soportales.
Bordeando el Monte Urgull por el Paseo Nuevo (si da tiempo, estaría bien alcanzar la cima caminando por alguno de sus senderos para disfrutar de sus estupendas vistas), fuimos hasta el Puente Zurriola (o del Kursaal), desde el que se divisa el emblemático edificio de el Kursaal, con los cubos obra de Rafael Moneo. Si gusta más o menos, depende de cada cual, pero no hay duda de que se ha convertido en un icono de la ciudad moderna.
Junto al puente de la Reina María Cristina (que guarda cierto parecido con el de Alejandro III de París), se encuentra el famoso Teatro Victoria Eugenia, sede del Festival Internacional de Cine de San Sebastián y, al lado, el Hotel María Cristina. Con un último vistazo a la abarrotada Playa de la Concha terminó nuestra visita relámpago a San Sebastián. Aunque nos supo a poco y nos quedaron muchas ganas de volver con más tiempo, la visita nos dejó muy satisfechos. Unas horas realmente bien aprovechadas.