Ksar El Krobat y el Museo de los Oasis.
Después de zamparnos un excelente desayuno casero, empezamos una jornada que se presentaba muy movida e interesante puesto que íbamos a meternos de lleno en la que se conoce como Ruta de las mil Kasbahs. Y en este punto, me parece obligado hacer un pequeño recopilatorio de terminología al uso para no perdernos:
- Ksar (de donde proviene el “alcázar” en castellano): pueblo rodeado de murallas con torres de vigilancia en diferentes puntos y varias entradas monumentales. En su interior se encuentran las casas, una mezquita y con frecuencia una hospedería.
- Kasbah (en castellano también se puede decir “casba): edificio de varios pisos con torres de vigilancia en las cuatro esquinas, que puede contar con un patio central. Generalmente se encuentra aislada, pero también puede integrarse en un ksar.
- Morabito (murabit): construcción o mausoleo donde está enterrado (parecido a una ermita) un marabú (marbut) o persona especialmente religiosa, a la que la creencia popular atribuye cierta santidad.
- Ksar (de donde proviene el “alcázar” en castellano): pueblo rodeado de murallas con torres de vigilancia en diferentes puntos y varias entradas monumentales. En su interior se encuentran las casas, una mezquita y con frecuencia una hospedería.
- Kasbah (en castellano también se puede decir “casba): edificio de varios pisos con torres de vigilancia en las cuatro esquinas, que puede contar con un patio central. Generalmente se encuentra aislada, pero también puede integrarse en un ksar.
- Morabito (murabit): construcción o mausoleo donde está enterrado (parecido a una ermita) un marabú (marbut) o persona especialmente religiosa, a la que la creencia popular atribuye cierta santidad.
Lo que vimos al comienzo del itinerario del día.
Rodeados por un paisaje bastante árido a excepción de palmeras sueltas y alguna mancha verde de pequeños oasis, pasado Tinejdad tomamos un desvío para llegar a el ksar El Khrobat Oujdid, construido a mediados del siglo XIX y que ha sido objeto de rehabilitación por parte de una asociación local que colabora con varios organismos internacionales y con inversores privados para salvaguardar el ksar y su entorno, lo que incluye el dragado de la acequia, la red de saneamiento, el enlosado de las callejuelas y el revocado de la muralla.
Ksar El Khorbat Oujdid.
Este ksar posee un valor artístico muy especial debido a la estructura de sus calles cubiertas, de trazado completamente rectangular, con pozos de luz en los cruces.
Aparte de su recuperación, el lugar sigue habitado por numerosas familias y nos cruzamos en su interior con unas cuantas personas, sobre todo mujeres y niños. Había que tener cuidado al sacar fotos pues en el sur les molesta incluso mucho más que se les capte con las cámaras.
También decidimos visitar el Museo de los Oasis, que se encuentra en el mismo ksar. Creo que la entrada nos costó 20 dh y no contratamos guía porque es uno de los pocos lugares donde todo está explicado con paneles informativos en varios idiomas, incluido el castellano. Consta de una veintena de salas que muestran las diferentes facetas de la vida tradicional de la región, explicadas mediante objetos antiguos, fotos, mapas, textos y maquetas. El recorrido nos pareció realmente interesante. Aprendimos muchas cosas; lo recomiendo si se va con tiempo suficiente.
Además, nos dio la oportunidad de conocer las estancias de las antiguas casas rehabilitadas y subir a las azoteas, desde donde contemplamos unas vistas estupendas.
Tinghir o Tinerhir y su entorno.
Continuamos nuestro camino hacia Tinghir, con un paisaje plano y pedregoso, muy poco atractivo. Y menos lo fue aun cuando, acercándonos a la ciudad, empezamos a ver el suelo salpicado de manchas de colores impropios de un entorno natural, pero cada vez más frecuentes desgraciadamente: había bolsas de plástico esparcidas por todas partes, la plaga del mundo moderno. Nos dio que pensar, la verdad.
Tinghir atrajo nuestra atención al llegar a sus proximidades por una kasbah situada en un alto. Es una población de más de 40.000 habitantes, que pertenece a la provincia de Ouarzazate; ha crecido mucho últimamente debido al turismo. Al cruzar el río nos sorprendió una escena muy pintoresca: decenas de mujeres estaban en las orillas, lavando alfombras que después extendían en el suelo para secarlas al sol. El brillante y variado colorido de los vestidos de las mujeres y de las alfombras añadía un brillo especial a la imagen.
Ya en dirección hacia las gargantas del Todra, entre la vegetación, vislumbramos las casas de barro y varias kasbahs que le daban mucho encanto al paisaje, aunque también surgían muchas construcciones nuevas de cemento que a tramos rompían el hechizo.
Según ascendía la carretera, las vistas se volvían más bonitas y nos detuvimos varias veces para sacar fotos. Y qué contraste de colores...
Sin embargo, estos miradores al borde de la carretera se han convertido en lugares escogidos por vendedores de toda clase de cosas, en especial turbantes, para engatusar a los turistas. Por cierto que algunos son especialmente pesados y pegajosos.
Las Gargantas del Todra.
Poco a poco las paredes de las rocas crecían a lo alto y se estrechaban a lo ancho. Vimos varios escaladores que parecían motas diminutas agarrándose a sus paredes. Aquí sí hay mucho turismo pues acuden incluso autobuses grandes.
Tras unos cuantos kilómetros, llegamos a una gran mole rocosa que parece sugerir que no hay salida. Sin embargo, un pequeño desfiladero cortado a pico entre paredes verticales de trescientos metros de altura, con una entrada de apenas 20 metros, nos metió de lleno en las gargantas. Se paga por llegar con el coche, aunque a nosotros curiosamente nadie nos pidió nada, seguramente no se dieron cuenta.
Dejamos los vehículos y fuimos a pasear por las gargantas, junto a los edificios de un par de hoteles que fueron cerrados y abandonados por causa de unos desprendimientos. El río llevaba bastante agua y, además de muchos turistas, había una buena cantidad de marroquís haciendo pic-nic con sus hijos. Estas gargantas son muy espectaculares, pero la gran afluencia de gente, incluidos vendedores, le resta un poquito de encanto, por lo menos en mi opinión. Quizás sea mejor seguir hasta más adelante, donde ya no llegue el gentío, aunque pierdan en vistosidad al ensancharse.
Tras hacer una buena cantidad de fotos, retrocedimos sobre nuestras rodadas para salir de allí, en dirección a Boumalne Dades, de nuevo surcando unos parajes muy áridos, solo rotos en Timadrouine e Imider, mientras descubríamos nuevas kasbahs.
El valle del Dadés, sus kasbahs y sus gargantas.
Ya en Boumalne Dades, giramos a la derecha y cruzamos el puente para seguir la carretera que lleva a las Gargantas del Dades. También paramos en algunos miradores que ofrecían buenas vistas sobre la población, el palmeral y el río. En este lugar las casas de cemento ganaban a las de tierra, cambiando el efecto visual. Es curioso que muchas de estas casas nuevas estén pintadas en un horrible tono gris dándole una patada estética al entorno.
El itinerario, pasando por Ait Moutad y Ait Youb (por cierto que “ait” significa “señor”), empezó a tornarse cada vez más bonito con la mezcla del azul del cielo, la variedad de tonos rojos de la montaña, el verde brillante del palmeral y el marrón de las casas de barro, entre las que surgían las torres de numerosas kasbahs, algunas realmente fotogénicas, al menos de lejos pues en la distancia no se distingue tan claramente el deterioro e incluso la amenaza de ruina de muchas de ellas.
A la altura de Tamellalt, aparecieron las curiosas formaciones rocosas conocidas como “cerebro” o “dedos de mono”. Me las había imaginado como un grupo compacto y único, pero se repiten dos o tres veces como en un par de kilómetros en un paisaje que por sí solo impacta. Son muy curiosas y estéticas, recuerdan vagamente a la Sierra de Montserrat, en Barcelona.
Además, vimos otras formaciones parecidas a champiñones, que me trajeron a la mente algunas rocas de la Ciudad Encantada de Cuenca, y unas terceras, que se elevan en forma de retorcidos tornillos. Merece la pena parar varias veces para hacer fotos, aunque en algunos lugares los vendedores están a la que salta. Esta vez fueron unos niños los que nos ofrecieron una corona en forma de corazón de rosas naturales. Despedía un perfume exquisito y se lo compramos. Nos sirvió de ambientador en el coche durante varias jornadas.
Cerca de Ait Larbi no pudimos sino quedarnos embobados con la vista de las kasbahs. ¡Qué bonitas! Y ese palmeral, tan verde y brillante en contraste con el marrón-rojizo de las rocas… No parábamos de hacer fotos.
Más adelante, nos detuvimos para almorzar en un restaurante de construcción moderna, pero con un estilo arabesco peculiar. Enfrente, vimos a varias mujeres haciendo la colada en el río.
Cuando terminamos de comer, enfilamos hacia la subida que culmina en el mirador desde el que se contemplan las famosas curvas de la carretera, una de las imágenes turísticas más conocidas de Marruecos. Actualmente hay un hotel-restaurante en lo alto que no permite pasar si no se consume, pero como acabábamos de comer, no nos apetecía tomar nada y no entramos. Tampoco nos importó demasiado porque hay una buena vista en un lateral exterior del hotel, así que no es preciso pagar si no se desea para hacer la imprescindible foto.
Desde ahí mucha gente se da la vuelta, perdiéndose buena parte de lo mejor de la ruta, incluyendo un paseo por las gargantas propiamente dichas, en un punto donde la carretera se encajona entre las paredes de roca y el río.
Nos bajamos del coche y recorrimos el paso entre el cortado a pie, con cuidado porque la calzada era muy estrecha y pasaban coches. No son tan altas ni tan espectaculares como las del Todra, pero merece la pena llegar hasta aquí y más aún continuar.
Pasamos por varios pueblos, con ancianos paseando por la cuneta, y cuando parecía que la garganta se abría definitivamente, la carretera empezó a ascender, retorciéndose en alargados bucles, que nos mostraban el verdor paralelo al agua cada vez más distante.
Ganamos altura rápidamente y al coronar la cima, nos encontramos con un espectáculo natural que cuesta trabajo describir. Dejamos los coches aparcados en un claro y caminamos hacia el borde de los imponentes y redondeados riscos, con el río abajo, en el fondo, formando repetidos meandros que se perdían en un ondulado horizonte.
Sin duda fue uno de los lugares más impresionantes de todo el viaje y las fotos no consiguen denotar lo que se contempla en realidad, aunque sirven para dar una idea.
Foto de Jota.
De nuevo volvió a cumplirse la constante marroquí y, sin saber de dónde, pues no había ninguna casa cerca, apareció un chaval ofreciéndonos fósiles, ya que abundan en la zona. Eran muy bonitos y compramos algunos. Se puede continuar hasta Msemir y por pista alcanzar incluso Agoudal, pero ese tramo, al parecer de una gran belleza paisajística, requiere una jornada adicional de la que no disponíamos. Así que retrocedimos, disfrutando nuevamente de los contrastes que ofrece este fantástico valle del Dades.
Volvimos a detenernos frente a las formaciones de los “dedos de mono” para fotografiarlas en otro punto y con una luz diferente. Impresionante.
Por el Valle de las Rosas hasta Skoura.
Salimos a la carretera general, rumbo a Skoura, donde teníamos alojamiento esa noche. Nos encontramos con algunas otras kasbahs.
De camino pasamos por Quelat Mgouna, la capital del Valle de las Rosas, donde se cultivan los arbustos que producen unas rosas pequeñitas pero de un aroma muy intenso que se utilizan para preparar cremas y perfumes. En el mes de mayo se celebra la Fiesta de la Rosa pues es cuando se recogen, si bien nos habían advertido que no esperásemos ver inmensas plantaciones de rosales con miles de rosas al viento. Pero algunas sí que vimos. De todas formas, en Quelat Mgouna todo gira en torno a las rosas pues es la base de su economía, hay un monumento a la rosa en una de sus plazas y hasta los taxis de la ciudad son de ese color.
La carretera nos llevó por la meseta predesértica entre el Atlas y el Sarhro hasta Skoura, adonde llegamos ya de noche, sin tiempo de ver nada más. Nos alojamos en la kasbah de Ait Ben Moro, rehabilitada y convertida en un pintoresco hotel. Cenamos con vino de Meknes, esta vez blanco, pero no recuerdo qué, porque, aunque estaban buenas, las comidas se repetían tanto (ensaladas, tajines, cuscús, brochetas…) que dejé de llevar la cuenta de los platos de cada jornada. Esa noche el cielo estaba plagado de estrellas, que brillaban en todo su esplendor.