2 de junio de 2018
Dos días y medio. Ese es el tiempo que junio nos tiene reservado para romper una sequía de viajes -una oposición tiene la culpa- mediante una pequeña escapada a una de esas ciudades cercanas que se resistía a salir de nuestra columna del “debe”. Sevilla, su historia y sus encantos a lado y lado del Guadalquivir nos aguardan.
Son las 9:00 horas de un sábado de junio que empieza a mostrar en Son Sant Joan síntomas de lo que seguro será una nueva temporada alta saturada en la isla de Mallorca. La compañía que en ese preciso instante nos lanza por los aires con rumbo al suroeste es Vueling, a cambio de unos razonables 42 euros por persona tras aplicar el descuento por residente -todavía del 50%- y sin añadir extras de equipaje. Lo que entra en nuestras mochilas Quechua deberá bastar.
Palma de Mallorca y Sevilla están separadas por 90 minutos de vuelo, lo cual nos sitúa en el Aeropuerto de San Pablo a las 10:30. Un aterrizaje suave -lo de tomar tierra rebotando es cosa de Ryanair- sirve de antesala a poner los pies por primera vez en suelo andaluz. Durante el viaje llevamos como mejor podemos la mezcla de perfume y sudor de la chica que se sienta junto a nosotros. Nuestros últimos instantes en el aire nos presentan una provincia soleada y con muy poco relieve.
Una vez apeados del avión no nos cuesta mucho encontrar a mano izquierda tal cual abandonamos la terminal el punto de parada de la línea EA de la compañía municipal de autobuses. Por 4 euros por persona que debemos pagar forzosamente en efectivo, el coche nos llevará hasta la estación de autobuses de la Plaza de Armas desde la cual ya nos moveremos exclusivamente a pie. La línea tiene paradas anteriores en centros neurálgicos como la Estación de Trenes de Santa Justa o la Estación de Autobuses Prado San Sebastián, pero nosotros la agotaremos hasta el final.
El trayecto por carretera se hace más largo de lo esperado y contribuye a esa sensación tener que pasarlo de pie durante gran parte del recorrido, ya que el autobús va lleno. Vamos observando en cada parada al turista despistado de turno que no sabe dónde está, hacia dónde se dirige y si tiene que bajarse ya o no del vehículo. Para enviarse tonterías por Whatsapp todo el mundo aprende rápido, pero utilizar el móvil para cosas útiles y estar mejor preparados ya es otro cantar.
Alcanzamos las 11:30 cuando el recorrido llega a su fin en el andén de Plaza de Armas. Salimos al exterior y puerta con puerta nos encontramos con un Mercadona circular que nos resulta muy oportuno para hacer unas compras básicas para nuestra corta estancia. Con algo de agua mineral, unas esponjas desechables y un almuerzo rápido volvemos a la calle, donde nos sentamos el tiempo mínimo necesario para comprobar que, por ahora, la meteorología está siendo buena con nosotros. Fresco a la sombra, un calor dentro de lo razonable al sol y un cielo que presenta nubes sueltas por aquí y por allá que podrían derivar en alguna lluvia esporádica pero en absoluto alarmante.
Echamos a andar con destino al que será nuestro hogar durante las dos próximas noches: un pequeño piso en el casco antiguo de la ciudad estratégicamente situado para no requerir grandes distancias hasta los principales reclamos turísticos. Lo reservamos a través de la plataforma Airbnb a razón de 49 euros por noche incluyendo exclusivamente el alojamiento. Nos atiende al interfono Ana, a la que ya habíamos avisado con antelación de que nos sería muy conveniente poder pasar a dejar nuestras cosas antes de las 13:00, hora que su anuncio tiene publicada como mínima para poder hacer la entrega de llaves. La encontramos terminando de fregar tras limpiar el rastro de los huéspedes anteriores y, tras una breve y agradable bienvenida, volvemos a las calles ahora ya mucho más ligeros de carga.
Pasan pocos minutos del mediodía cuando atravesamos a pie por primera vez el Río Guadalquivir. Lo hacemos a través del Puente de Triana, en el cual nos ofrecen la primera y última ramita de romero del viaje.
El Guadalquivir desde el Puente de Triana
La Torre del Oro, desde el puente
Pádel surf sobre las verdes aguas
Desde la barandilla del puente y mirando hacia el sur podemos ver la Torre del Oro, junto a la cual habíamos pasado antes durante los últimos kilómetros del viaje en autobús. Vienen y van hacia ella barcos llenos de turistas haciendo un recorrido a lo largo del río. Les acompañan algunos adictos al pádel surf y pequeños grupos de piragüistas que me dan mucha, mucha envidia.
En el otro extremo del puente nos espera el barrio de Triana, que por ahora atravesamos sin detenernos demasiado en sus calles. Tenemos la previsión de recorrer estas mismas aceras esta noche de camino a nuestra cena y ya habrá ocasión de saborearlas más detenidamente entonces. Giramos a la derecha y empezamos a avanzar metros por el paseo habilitado junto al río, por el que siguen navegando piragüistas. Pasamos bajo el Puente del Cristo de la Expiración y unos metros más adelante debemos ya abandonar la primera línea y volver hacia el interior. Asoman ya frente a nosotros las vastas extensiones de lo que hace 25 años era la Expo ‘92, escasamente reutilizadas y dando lugar a edificios en su día ostentosos pero ahora ya tristemente abandonados.
Todavía con rumbo hacia el noreste y caminando por una desangelada Calle Américo Vespucio llegamos a la entrada del CAAC, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Lo que nos ha traído hasta aquí es el Monasterio de la Cartuja, en el que nos adentramos y, sin nadie que nos pida pagar una entrada -sábados gratis-, comenzamos a recorrer por su extremo más a la izquierda. En el primer patio nos espera un escenario a medio construir en el que están haciendo pruebas de sonido, pero no somos capaces de averiguar qué banda o intérprete se subirá a él en las próximas horas. Superamos el patio y lo que espera a continuación no tiene demasiado atractivo. Unos exteriores un tanto descuidados solo interrumpidos por una pequeña construcción cuyo interior está resguardado por unas cortinas más propias de un patio andaluz que de un monasterio.
Monasterio de La Cartuja
El arco principal, desde el patio interior
La pequeña construcción en los jardines del Monasterio
Detalle de las cortinas que protegen el interior
Otro de los laterales
Conectamos con la mitad derecha del Monasterio, que presenta un mejor aspecto pero sin llegar a asombrar en ningún momento. Edificios cerrados que ahora parecen alojar oficinas públicas y un pequeño jardín en el que predominan los colores morados de las flores de las jaracandas. Probablemente estemos viendo unos escenarios que guardan su mayor atractivo para la primavera más temprana y no ahora que el verano se vislumbra en el horizonte. Asomamos la cabeza tras la cortina instalada en las puertas de la iglesia, lo suficiente para ver que su interior se ha reconvertido en una suerte de exposición con mesas acristaladas. Faltos de interés, no pasamos de aquí y enfilamos la salida esta vez por el lado del río. Por el camino nos caen las primeras gotas de esa lluvia de verano que anunciaban las nubes desde hace unas horas.
Paseando junto al morado de la jaracanda
Más vistoso por fuera que por dentro
La entrada a la iglesia
Reemprendemos la marcha hacia el norte, esta vez algo más alejados de las aguas del Guadalquivir. Avanzando por el Camino de los Descubrimientos, nos separan de las aguas del río más estructuras faraónicas nacidas el 92. A destacar el rebautizado Auditorio Rocío Jurado y el larguísimo Pabellón del Futuro, en su día espacio dedicado a la ciencia y tecnología y ahora todavía buscando un nuevo uso digno de sus dimensiones. A tenor de los carteles a su entrada parece que el plan es que parte de sus instalaciones aloje en breve los Archivos Oficiales de Andalucía.
Así, en compañía de pabellones abandonados y las pocas bicis que se cruzan en nuestro camino, llegamos a la que es probablemente la instalación que mejor ha sabido aprovechar los terrenos de la Isla de la Cartuja más allá de 1992. Del interior del Parque Temático de Isla Mágica salen los gritos de niños y padres disfrutando de sus atracciones. No es Port Aventura, pero cumple su función. Frente a él se extiende el Puente de la Barqueta, al que guardo especial cariño por ser el que utilizaba para alcanzar la Expo cuando mi versión de 1992 visitaba la ciudad junto a sus padres. De niño todo parece más grande y los gruesos cables rojos que mantienen el puente en pie no son una excepción.
El Puente de la Barqueta, desde el lateral oeste
El antiguo Pabellón de Andalucía junto a Isla Mágica
El Puente del Alamillo, desde el de La Barqueta
Hemos superado ya las 14:00 y no nos cuesta mucho encontrar un sitio para comer. De hecho, prácticamente nada: apenas a unas decenas de metros desde la calle Torneo encontramos el Bar Antojo, uno de los locales recomendados por conocidos durante nuestras pesquisas de la ciudad. Tras un vistazo rápido a la carta expuesta junto a la puerta decidimos entrar y en pocos minutos estamos ya disfrutando de nuestra primera jornada de tapas y cañas. Ensaladilla, rabo de toro, croquetas y lagrimillas de pollo con salsa barbacoa se unen al plato fijo de picos de pan y aceitunas. Todo a la altura y que, junto a la bebida, sacia sobradamente el hambre que traíamos por apenas 22€ a repartir entre los dos.
Bar Antojo: la carta...
... y las tapas
Nuestro plan para este camino de vuelta es atravesar el Parque de los Descubrimientos, un puñado de metros de parque infantil habilitado junto al río. Sin embargo puede más la apetecible sombra que acompaña a la zona más elevada del paseo junto a la orilla, y dejamos el parque oculto a nuestra derecha. Nuestros pasos nos llevan de nuevo a la Plaza de Armas donde todo empezó hace varias horas, y desde ahí unos pocos minutos más nos separan de una casa que, ahora sí, ya tenemos totalmente a nuestra disposición.
Refugiados en la sombra
Los puentes de la Barqueta y el Alamillo, juntos
La Giralda asoma de camino a casa
Tras la primera y apresurada incursión para dejar nuestras cosas, colocamos ahora todo con un poco más de cariño y estudiamos con más detenimiento el alojamiento. Nos ofrece todo lo que andábamos buscando: un espacio reducido pero suficiente para dos y que cuente con cocina para emergencias. Su ubicación, en una calle peatonal y poco transitada, nos hace albergar esperanzas de que el ruido no sea un problema. Sin embargo veríamos como dichas esperanzas se desvanecen cuando, mientras intentamos echarnos una pequeña siesta para descansar los pies y la cabeza, el alboroto de unos niños jugando en la calle atraviesa los cristales de un balcón que permanece cerrado.
Salón...
... comedor...
... cocina...
... baño...
... y dormitorio
Preocupados por la posibilidad de que el efecto rebote del sonido en las estrechas calles pongan en peligro el descanso incluso por la noche, buscamos una solución. Y la encontramos en el sofá cama del salón, cuya ventana da a un patio interior del que es mucho menos probable que nazcan ruidos que puedan interrumpir nuestro sueño. Dicho y hecho: con la promesa de volver a dejarlo todo como estaba, nos llevamos el colchón desde el dormitorio hasta el sofá cama para no renunciar a la comodidad de sus muelles. De rebote, tener nuestra nueva poltrona instalada junto al televisor nos permitirá dejar reproduciéndose por la noche el sonido de lluvia que tenemos por costumbre utilizar a modo de “ruido blanco” para ocultar los sonidos de la noche.
Tras este episodio de improvisación abandonamos la casa para hacer una visita rápida al supermercado cercano de El Corte Inglés, donde compramos un par de latas de refresco y cervezas para tener en la nevera “en caso de emergencia”. Tras dejarlas a enfriar, volvemos a salir para dirigirnos de nuevo hacia la zona de Triana.
Esta vez cruzaremos al otro lado del río mediante el Puente de San Telmo ya que de ese modo nos aseguramos pasar a pie junto a la Torre del Oro. Lo hacemos rodeados de comerciales que nos intentan vender paseos en barco por el río, y es que es difícil disimular que eres un turista cuando llevas colgando del hombro una cámara de fotos nada discreta. Aprovechamos nuestro paso junto a la torre para retratarla, pero no es hasta que empezamos a cruzar el río cuando disfrutamos de los mejores miradores hacia ella. Primero desde el propio puente y luego desde la orilla enfrentada, la torre aprovecha perfectamente su contexto para lucir en fotografías. Le pone la guinda una Giralda cuyos últimos metros de altura asoman tras las fachadas más cercanas.
La Torre del Oro
El acceso a la Torre
Ni cinco minutos sin cruzarnos un carro de caballos
Desde el Puente de San Telmo
La Torre, ahora desde el lateral oeste del río
San Telmo, La Torre del Oro y el río sigue su curso hacia el norte
En la zona junto al río de Triana nos aguarda lo mismo que en el resto del barrio: muchas, muchísimas terrazas. Sin embargo ninguna va a conseguir convencernos para que nos sentemos, ya que tenemos más que decidido dónde celebrar nuestra primera cena del viaje. No muy lejos de aquí espera una Freiduría Reina Victoria que, cuando pasan pocos minutos de las 20:00, presenta un aspecto solitario esperando a que lleguen las horas de mayor ambiente.
Aquí se pide...
... y aquí se come
Sentados en el más pequeño de los comedores disponibles más allá de la barra disfrutamos de raciones de calamares fritos y puntillitas religiosamente envueltas en papel tal cual salen del aceite hirviendo. Sumado a una Coca Cola y dos latas de Cruzcampo -es lo que hay, y el aceite da mucha sed- pagamos apenas 8 euros por una cena que cumple lo esperado.
Volvemos al casco antiguo, cruzando de nuevo el Puente de Triana pero en sentido inverso al de este mediodía. Antes de regresar a casa nos perdemos brevemente por las calles comerciales más cercanas a nuestro destino. En la Calle San Pablo no podemos resistir la tentación de sendos cucuruchos en una de las numerosas heladerías esperando a incautos y acalorados turistas. En vista de la cantidad de gente -turista y no tan turista- que habita las calles a estas horas, el horario comercial está más que justificado.
Atardece en el Puente de Triana
Atardece en el Guadalquivir
Son las 22:00 cuando estamos de nuevo en casa y, tras una reparadora ducha, podemos descansar tras un día que ha servido de aperitivo para el plato fuerte que llega mañana. Porque Sevilla es, por encima de todas las cosas, su Giralda, su Catedral, y su Plaza de España. Y todo eso es lo que nos queda por delante. El día de hoy terminará cuando la iglesia cercana decida que ya está bien de hacer repicar las campanas.