3 de junio de 2018
La operación “sofá cama y colchón” ha sido todo un éxito. Hemos pasado una noche decente sin tener que preocuparnos por los ruidos, en parte gracias a mantener cerrada la puerta que conecta el salón con el dormitorio y a su vez con la calle, y en parte gracias a ese fichero MP3 de lluvia que hemos dejado reproduciendo repetidamente toda la noche. Noche que empezó algo cálida pero fue dejando paso a un agradable fresco que nos ha acompañado hasta el amanecer.
Nos echamos a unas calles todavía desiertas pero ya bien iluminadas por la luz natural a las 8:00. Con la intención de disfrutar de un desayuno tradicional, subimos la calle comercial de Sierpes -todavía anormalmente tranquila- hasta alcanzar la Confitería La Campana, uno de esos locales que rebosa tradición ya desde su fachada de madera. Sin embargo sería una visita en falso, ya que cuando vemos que sus escaparates van más enfocados al postre que al desayuno y que en su interior no hay mesas, cambiamos a última hora los planes y terminamos desayunando en el Starbucks situado justo enfrente. Luego sabríamos que las mesas de La Campana se encuentran en la propia Calle Sierpes, en la parte trasera del edificio.
Confitería La Campana, otra vez será
Ya desayunados, deshacemos nuestros pasos por Sierpes y seguimos más allá de nuestra casa hacia el sur. El camino nos lleva a través de la Plaza de San Francisco, donde todavía quedan levantadas frente al Ayuntamiento las estructuras instaladas con motivo de la celebración del Corpus Christi. Lo más llamativo son los dos arcos a lado y lado de la plaza que a nosotros, neófitos total en materia de festejos religiosos, nos recuerdan más bien a la Feria de Abril. Algunas señales a la entrada de las calles peatonales que aquí nacen advierten del riesgo de resbalar por cera durante todo el año. En el horizonte, ya más cerca que nunca, el Giraldillo nos saluda tras las fachadas de los últimos edificios que nos falta superar antes de llegar hasta sus pies.
Uno de los dos arcos en la Plaza del Ayuntamiento
Apenas unos minutos después estamos ya en plena zona de la Catedral de Sevilla. Con mucho tiempo de antelación respecto a la visita que tenemos contratada, la rodeamos en sentido de las agujas del reloj, recorrido que nos permite ya ver con lamento como todo un lateral tanto de la Giralda como de la propia Catedral queda deslucido por la existencia de andamios tapando toda la fachada durante las tareas de restauración. El rodeo termina en la Puerta de San Miguel, situada en una Avenida de la Constitución que solo ahora, cuando nos acercamos a las 10:00, empieza a animarse con los primeros turistas pasando junto a las vías de un tranvía que llega a la estación cercana con bastante frecuencia.
El Giraldillo y la Puerta del Perdón
Al fin, La Giralda de principio a fin
Detalles de la Puerta de San Miguel
De aquí a Galicia
Una tranquila Avenida de la Constitución
Llegan las 10:00 y con ello la hora a la que tenemos programada nuestra visita a la Catedral. No es una visita sin más: se trata de un paquete previamente reservado que incluye, en añadido al acceso básico al interior de la Giralda y el Patio de los Naranjos, un recorrido con guía por los entresijos de la Catedral, incluyendo el acceso a varias de las balconadas del interior y terrazas del exterior. La reserva se realiza vía web y tiene un coste de 15 euros por persona. La visita se inicia con el guía, un chico entre los 30 y los 40 años y que se expresa perfectamente, dándonos la bienvenida y haciéndonos pasar a una zona privada en la que repartir unos auriculares conectados a un receptor para que podamos oírle en todo momento sin vernos afectados por la distancia o el ruido ambiental.
Y empieza la visita. Y nos encanta. Al atractivo de una construcción histórica como en la que nos encontramos se suma lo bien estructuradas de las explicaciones del guía, que además complementa su narración con documentos tales como planos o fotos antiguas que va mostrando a través de un tablet. El detalle de los auriculares permite concentrarse mucho más en lo que te cuenta, y consiguen que la experiencia sea en su conjunto perfecta. Pasamos una larga hora y media desplazándonos por la catedral mediante las estrechas escaleras de caracol que utilizaban los operarios durante su construcción, y disfrutamos de la guinda que supone pasar largo rato en pie sobre el techo del edificio o asomados a los balcones interiores a escasos metros de las enormes cristaleras y el rosetón. Mientras tanto, no cesan las explicaciones tanto sobre anécdotas y peculiaridades durante la construcción -de dónde sacar la piedra, cómo transportarla, como aligerar el peso de los tejados…- como del contexto histórico y político que lo acompañaba, haciendo que un símbolo del cristianismo fuera invadiendo paso a paso lo que hasta entonces había sido un icono de la historia musulmana de la ciudad.
Estrechos pasillos...
... y estrechas escaleras
Ganando altura en plena misa
Poniéndonos en contexto
Una mirada hacia el rosetón
Un vigilante
Arcos en las terrazas
El Giraldillo, cada vez más cerca
Espiando a los caballos
Las terrazas y sus vistas (I)
Las terrazas y sus vistas (II)
Las terrazas y sus vistas (III)
Las terrazas y sus vistas (IV)
Las terrazas y sus vistas (V)
Las terrazas y sus vistas (VI)
La Giralda... y su andamio
Casi la podemos tocar
Un rodeo por la terraza de uno de los extremos
El Puente del Alamillo en el horizonte
Como si fueran hormigas
Vistas y explicaciones
De nuevo en el interior
El rosetón, cerca y desde dentro
San Pedro, San Pablo, San Juan Evangelista y San Juan Bautista
El guía y más vidrieras
Una pizca del Patio de los Naranjos
El rosetón, cerca y desde fuera
El último balcón de la visita
Terminamos el recorrido tan satisfechos, que L se plantea seriamente buscar cursos o incluso el modo de matricularse en Historia del Arte mediante alguna universidad a distancia. Son casi las 12:00 cuando terminamos y el guía nos insta a apuntarnos en una lista si tenemos intención de acceder por libre al interior de la Giralda y el Patio de los Naranjos esta misma tarde. Así lo hacemos, y tras unos minutos más en el interior de la Catedral volvemos al exterior con el único lamento de haber pasado de largo sin darnos cuenta la tumba de Cristóbal Colón durante los primeros minutos de la visita.
De nuevo a pie de calle
Pasamos ahora unos minutos en el exterior, sentados en unas escaleras de piedra frente a la fachada sur de la Catedral estratégicamente cubiertas por la sombra de los edificios contiguos. El ir y venir de gente es incansable, en contraste con la tranquilidad que reinaba en estas mismas calles alrededor de las 9:00. A pocos metros de nosotros el aparcamiento oficioso de los carros de caballos espera a su próxima víctima. Tras un breve estudio de la zona mediante el teléfono móvil, decidimos desplazarnos para comer a un lugar muy cerca de aquí.
Esperando turistas
La Taberna Álvaro Peregil se encuentra en el mismo sitio que muchísimos de los locales en los que sevillanos y no sevillanos se reúnen para disfrutar de vino, cerveza y tapas mayoritariamente a pleno sol en las terrazas que ocupan casi toda la acera. Nosotros preferimos ser de los pocos que permanecen dentro, ya que para bañarse al sol siempre se está a tiempo tanto aquí durante las visitas, como de vuelta en Mallorca. Sin embargo las mesas del interior están igualmente diseñadas para permanecer de pie, ya que los taburetes no tienen una altura acorde a la de las mesas. De esa guisa cubrimos el expediente con una caña de cerveza, una Coca Cola y tres tapas -ensaladilla de cangrejo, bacalao con tomate y montadito de pringá- acompañadas de una media ración de croquetas. La cuenta, de 19,6 euros.
Croquetas y lo que queda de ensaladilla
Echando cuentas, tenemos tiempo de sobra para recalar en casa y descansar un rato antes de regresar a esta misma zona con el objetivo de entrar en la Giralda. Empieza a costarnos muy poco encontrar el camino de vuelta, requiriendo cada vez menos la ayuda de Google Maps para tomar el desvío correcto. Disfrutamos durante algo más de una hora de nuestro piso de alquiler en compañía del sonido de fanfarria de un paso religioso en alguna calle cercana. Como si fuera Semana Santa.
Más iglesias de camino a casa
Son ya prácticamente las 15:00 cuando estamos de nuevo en la calle acercándonos más y más hacia la Giralda, y cuando enfilamos el último tramo hasta la “Puerta del Lagarto” nos llevamos el susto. Una nada despreciable cola que da la vuelta a la esquina acoge cientos de turistas con los mismos planes que nosotros. Pagando la novatada de no saber si la cola es para las taquillas o directamente para el acceso -era imposible abrirse paso en el embudo de la entrada para averiguarlo-, nos resignamos y aguardamos aquí unos largos 30 minutos, afortunadamente protegidos del sol por la fachada de la propia Catedral que queda a nuestra derecha.
Un aplauso para los encargados de la poda
La larga cola para entrar a La Giralda
Hacia ahí vamos
Alcanzamos la cabeza de la cola y escuchamos a los responsables del recinto discutir la mejor estrategia para cortar la cola cuando ya sea evidente que los más rezagados no van a entrar a tiempo. Al parecer, a las 16:00 dejan de admitirse nuevas entradas. No es algo que nos preocupe… de momento. Llega nuestro turno y, efectivamente, nos podríamos haber ahorrado la espera: la chica de la taquilla nos manda directamente a los tornos, donde la empleada de seguridad comprueba nuestros nombres en una lista de los que se han apuntado procedentes de otros paquetes contratados. Sin más tiempo que perder, accedemos al Patio de los Naranjos para inmediatamente girar a la izquierda e iniciar la subida al campanario de La Giralda.
La subida de los dos primeros tercios de la torre, parte correspondiente al alminar de la antigua mezquita, consiste en hasta 34 rampas de unos cuatro metros de longitud y pendiente bastante asequible con un pequeño rellano en el que descansar tras cada una. En algunas de las plantas se habilitan balcones, pero sin demasiado atractivo debido a la rejilla que los separa del exterior y la certeza de que a más altura, mejores serán las vistas. Y la altura máxima llega tras un tramo de escaleras que da inicio a la parte cristiana de la torre, la correspondiente al campanario.
La subida hasta el campanario
El último tramo
Debido a las obras de restauración, solo tres de los cuatro laterales del campanario están abiertos al público. En cada uno de ellos hasta tres balcones ofrecen vistas a los distintos puntos cardinales de la ciudad. Y efectivamente, son las mejores vistas posibles a Sevilla. Personalmente nos quedamos con las del lateral oeste, ya que son las que ofrecen una combinación de la catedral a los pies, la ciudad con la Plaza de Toros de la Maestranza en a continuación, y el resto del municipio más allá del Guadalquivir en tercer plano.
Vistas al oeste
Asomados bajo las campanas
Más vistas al oeste
Pasamos aquí algo más de media hora, escudriñando con la mirada tanto este como los otros dos laterales disponibles. Distinguimos las formas junto a las que pasamos ayer: los pabellones de La Cartuja, los puentes de La Barqueta y el Alamillo… son alrededor de las 16:15 cuando iniciamos el descenso, y en apenas cinco minutos volvemos al Patio de los Naranjos. Segundo atractivo de la visita que, sin embargo, no podemos disfrutar como merece ya que a estas horas la gestión del recinto está ya presionando a los visitantes para que enfilen la salida. Así que aquello que nos había dicho esta mañana nuestro guía de que el horario de tardes era de 14:30 a 17:30 no era del todo cierto. Hacemos alguna apresurada foto antes de salir definitivamente de la Catedral.
Alguna vista mientras descendemos
Desde el Patio de los Naranjos
El día no termina aquí ni mucho menos. A unos 15 minutos callejeando en dirección al sur nos espera otro de los puntos de parada obligatoria para cualquier visitante de Sevilla: la Plaza de España.
El camino nos lleva junto al Real Alcázar que tenemos programado visitar mañana, y vemos con alivio como el acceso para los visitantes con reserva previa evita la infinita cola de su entrada. Se acercan las cinco de la tarde cuando vemos ya asomar por encima de las copas de los árboles una de las dos torres que la parte edificada de la plaza tiene en cada uno de sus extremos. Cuando la alcanzamos nos encontramos bastante gente, pero no una cantidad que hagan el lugar intransitable.
El lateral sur de la Catedral y la cola para entrar al Alcázar
Bienvenidos a la Plaza de España
Realmente se merece el título de ser la Plaza de España más atractiva del país. Construída con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929 -aunque empezó a levantarse hasta 15 años antes- tiene de todo: un amplio semicírculo presidido por una fuente central, un vistoso arco edificado de colores vivos rodeando su perímetro, y un canal con varios puentes que lo atraviesan y barcas navegando sobre él que separa la plaza de dicha construcción. Hay gente sonriendo, posando, correteando y, en definitiva, disfrutando mires hacia donde mires.
Plaza de España (I)
Plaza de España (II)
Plaza de España (III)
Pasamos varios minutos en la parte exterior para finalmente refugiarnos del sol en el pasillo interior, que recorremos de extremo a extremo. Dos cosas a destacar aquí: la primera, las placas que bajo cada columna se van sucediendo con el nombre de todas las provincias de España, teniendo en cuenta que hablamos de 1929 y desde entonces ha habido algunos cambios como que Oviedo pasó a ser Asturias o Canarias se dividió dando paso a Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife. La segunda, que es justo en este pasillo, no muy lejos del lugar donde se encuentran las baldosas de Barcelona y Baleares -qué casualidad-, donde Hayden Christensen y Natalie Portman -o lo que es lo mismo, Anakin Skywalker y Padmé Amidala- charlaban a su llegada al planeta Naboo durante una de las escenas del Episodio II de Star Wars.
Bienvenidos a Naboo
La Plaza, desde la planta superior
El interior del palacio principal
Un último vistazo desde la esquina sur
En su extremo más al sur, la Plaza de España termina donde comienza el Parque de María Luisa. No teníamos previsto pasar más que unos curiosos minutos por los caminos del equivalente sevillano al Parque del Retiro de Madrid, pero claro… patos. Alcanzamos una zona en la que tanto ellos como algún sigiloso cisne pasan las horas remojándose y graznando, y no podemos evitar alargar un poco más nuestra estancia.
Los senderos del Parque de Maria Luisa
Los más chungos del barrio
El arquitecto y su obra
Ahora sí, damos por finalizado el día turístico y enfilamos el camino de vuelta a casa. Por el camino, esta vez superando la Catedral por su lado oeste, topamos por accidente con una tienda oficial del Sevilla Club de Fútbol. Continuamos y evitamos pasar por quinta vez en lo que va de día frente al Ayuntamiento tomando las calles paralelas, y pasan pocos minutos de las siete de la tarde cuando estamos de vuelta en nuestro piso del casco antiguo.
Y es por eso que hoy vengo a verte...
Atajando por las calles menos transitadas
Echados en nuestro sofá cama supervitaminado, nos ponemos al día de las redes sociales y llamo a mis padres para concretar los detalles de mañana. Se da la casualidad de que ellos también llegaron ayer a la ciudad para visitar a familiares y hemos acordado visitar el Real Alcázar y comer juntos durante nuestras últimas horas en Sevilla. En el patio interior del bloque de pisos empieza a sonar música atronadora, más si cabe por el efecto rebote sobre las paredes hasta alcanzar nuestra tercera planta. Para nuestra fortuna no es un monográfico de flamenco -un poco vale, pero sin pasarse- sino que el repertorio incluye desde Presuntos Implicados hasta Joan Manel Serrat pasando por, esto si que es inesperado, el “Take Me Home, Country Roads” de John Denver que hace las veces de himno oficial del estado de West Virginia.
A sabiendas de que mañana tendremos que ponernos en marcha rápidamente, aprovechamos las últimas horas del día para dejar nuestro equipaje lo más preparado posible para el viaje de vuelta. Sin demasiadas ganas de volver a las calles para cenar, pedimos a través de la aplicación de Just Eat sendas hamburguesas en el cercano local de HOB House of Burger. Aprovecho el descanso del partido amistoso entre España y Suiza para ir a recogerlas, y las disfrutamos junto a un trozo de tarta de zanahoria y las latas de cerveza y refresco que habíamos comprado el día anterior para situaciones como ésta.
Nuestra cena a domicilio
Fregamos los platos y cubiertos utilizados durante la cena y ya estamos listos para dar por finalizada la jornada. No opina lo mismo el vecino aficionado a la música, que sigue ofreciendo hilo musical para las casas de varios kilómetros a la redonda. Afortunadamente la decencia hace aparición y a las 23:00, justo cuando ya habría contexto legal para pedirle que bajara el volumen, la música desaparece y nos deja abrir la ventana justo a tiempo para dormir con la ligera corriente que entra desde el exterior.