Lunes 2 de septiembre
Nos levantamos a las 6:30, cogimos una bolsa con un desayuno de cortesía en el hotel y a las 7 estábamos ya en carretera rumbo al ese por la carretera costera 34. A la altura de Palmar Norte giramos al sur, cruzamos un puente de metal sobre el Río Grande de Terraba y zigzagueamos unos cuantos kilómetros entre enormes plantaciones de aceite de palma hasta llegar a las 8 al pueblo de Sierpe, de donde parten las excursiones a Corcovado.
Allí aparcamos junto a un restaurante llamado La perla del sur que es de donde salen las barcas. En el restaurante ya había numerosos grupos de turistas que estaban gestionando los diferentes tours en la taquilla del garito. Allí organizaba el cotarro un colombiano de unos 60 años que parecía recién salido de una película de narcos con el que intentamos un último regateo. Y lo conseguimos: pagando la mitad en metálico nos hizo una rebaja de 50 dólares. Así que en total pagamos 650$. No está nada mal teniendo en cuenta que el precio inicial era de 910$.
Aprovechamos el tiempo para ir al baño, comprar agua, echarnos la protección solar y el repelente de insectos y al poco rato nos montaron en una barca e iniciamos viaje acompañados por dos guías y nuestro capitán: un macarra que disfrutaba poniendo la barca a toda velocidad por los canales.
El tramo inicial discurre por el Río Sierpe que serpentea por un precioso manglar. A lo largo de la ruta hicimos alguna parada para ver bichos. La primera fue para ver una tremenda serpiente que sesteaba en un árbol.
Ya sólo el paseo por el manglar merece la pena, especialmente con un día despejado como el que teníamos. Las aguas del rio reflejaban la interminable vegetación que hundía sus ramas en sus profundidades.
Tras 40 minutos de paseo alcanzamos la preciosa desembocadura del río Sierpe en el Pacífico.
Aquí nuestros guías nos aconsejaron guardar cámaras y objetos sensibles porque la entrada al mar iba a ser movidida. Efectivamente había bastante oleaje y nuestro macarra piloto disfrutó durante un buen rato sorteando las olas y buscando los bajíos por donde evitar las más grandes hasta sobrepasar la zona donde las olas rompían. Doy fé que fue un rato un poco estresante aunque muy divertido, a la altura de cualquier montaña rusa de parque de atracciones.
Una vez ya en mar abierto y siempre bordeando la costa pusimos rumbo a Bahía Drake. A lo lejos se podía ver la Isla del Caño, un paraíso del snorkel y a la que se puede ir en otro tour.
En el camino tuvimos la suerte de toparnos con unas ballenas jorobadas así que paramos para disfrutar del espectáculo. Al principio vimos un ejemplar adulto pero como pueden aguantar sin respirar bastantes minutos, apenas lo pudimos ver hasta que se sumergió. Sin embargo luego dimos con una madre y su cría, y cómo la cría solo puede estar en apnea dos minutos disfrutamos durante un buen rato de las inmersiones y salidas al aire tanto de la cria como de su mamá. Una experiencia inolvidable aunque menos intensa que nuestra excursion para ver ballenas en Islandia.
Reemprendimos la marcha y finalmente a eso de las 9:45 llegamos a nuestro destino final, la Estación de San Pedrillo en Corcovado
El Parque Nacional de Corcovado se sitúa en la Península de Osa al sureste de Costa Rica. Debido a su complicado acceso, es el parque más protegido y auténtico del pais, nada que ver con los demás parques que habíamos visitado y definitivamente la experiencia más auténtica de todo viaje a Costa Rica. Se trata de una zona de selva tropical con zonas de manglar, surcado por varios ríos y canales y rodeado de playas salvajes. Por todo ello es una de las zonas con mayor diversidad del planeta y efectivamente no paramos de ver bichos y plantas exóticas en toda la visita. Es un lugar mucho menos turístico que el resto del país y da la impresión de que aquí el hombre todavía no ha ganado la partida a la naturaleza.
En el parque hay cuatro estaciones de guardabosques:
• Los Patos al norte en el interior del parque
• San Pedrillo en la costa al oeste y junto a Bahía Drake
• La Sirena en la costa al sur
• La Leona al este
Se puede llegar al parque en avión que aterriza en Puerto Jiménez al este del parque pero lo más habitual es llegar hasta San Pedrillo-Bahía Drake en barco directamente desde Uvita o desde Sierpe como hicimos nosotros. También se puede llegar a Bahía Drake en 4x4 por pistas de selva atravesando ríos pero esto solo se recomienda hacerlo fuera de la época de lluvias.
Lo ideal es pasar unos días en Corcovado alojándose en alguno de los sencillos y rústicos alojamientos de la zona que ofrecen mínimos lujos y comida sencilla y hacer varias caminatas por los senderos que cruzan el parque entre las diferentes estaciones. El parque no se puede visitar por libre por lo que hay que contratar los servicios de un guía. Habitualmente los turistas contratan paquetes que incluyen el transporte, alojamiento, comida y guía.
Pero si no se dispone de tiempo se puede hacer una excursión de un día como hicimos nosotros que visita una mínima porción del parque pero que sirve para hacerse una idea del lugar y sobre todo para ponerte los dientes largos.
A eso de las 10 desembarcamos sin muchos miramientos en San Pedrillo simplemente saltando descalzos por la borda. La playa era verdaderamente preciosa y allí nos estaba esperando un pelicano en las rocas junto a nuestra barca.
En la explanada tras la playa había una caseta de guardabosques que ofrece servicios, duchas y una pequeña zona de descanso con una modesta exposición de huesos, plumas y conchas de la fauna local.
También hay una zona con mesas para comer y unas hamacas para ver pasar la vida disfrutando de la vistas. Junto a la caseta había unos árboles donde jugaban una pareja de monos araña.
La primera excursión del día empezaba en la playa, que estaba plagada de cangrejos ermitaños.
Nos dividieron en dos grupos, uno con guía en español y otro en inglés. Guiados por un chico bastante competente llamado Carlos, nos descalzamos para cruzar el río Pardo que desembocaba al sur de la playa y entramos en la selva.
Esta zona está muy trillada por los turistas, los caminos están muy marcados y la vegetación no es exhuberante pero aún así es preciosa. La luz del sol apenas penetra por entre las copas de los árboles por lo que el camino discurre por una cautivadora penumbra.
El área esta llena de unos árboles parientes del ficus pero hormonados . Son unos enorme árboles con unas curiosas raíces onduladas que forman sinuosas empalizadas que ofrecen unas preciosas composiciones. De otros arboles cuelgan lianas como en las películas de Tarzán.
Toda la zona es una explosión de vida con miles de árboles y arbustos cubiertos de musgos, enredaderas y setas rodeados de millones de hormigas, mariposas y otros insectos.
Enseguida vimos nuestro primer tucán. Se trataba de un tucán del Chocó (Ramphastos brevis), una preciosa ave con un enorme y colorido pico y que habita los bosques de Costa Rica y Panamá. Para ver los animales el guía llevaba un pequeño telescopio con trípode pero para disfrutar más de la visita aconsejo llevar tus propios prismáticos.
Un poco más adelante nos topamos con otra pareja de guacamayos que jugueteaba en la copa de un árbol.
También vimos un ejemplar de guatusa que ramoneaba en un claro de la selva.
En el paseo vimos infinidad de lagartijas, arañas, ranitas e insectos e incluso vimos un basilisco perfectamente camuflado en un tronco.
Luego salimos a la playa, preciosa aunque con abundantes rocas en el agua de aspecto volcánico que impedían el baño.
Emprendimos el viaje de vuelta de nuevo por la selva aunque por otra zona donde nos topamos con una familia de coatíes que vive por allí y que está totalmente adaptada a convivir con el turismo . Los coatíes de nariz blanca (Nasua Narica) son mamíferos omnívoros de la familia del mapache caracterizados por tener un largo hocico, garras de oso y cola anillada. La familia se estaba zampando unas enormes frutas parecidas al durián asiático y no nos hizo ni caso incluso acercándonos a metro y medio para hacer las fotos.
Y ya casi de nuevo en la caseta de los guardas vimos otro tucán que nos permitió hacer unas fotos algo mejores.
Volvimos a cruzar el río pero en uno de sus remansos vimos posarse un pequeño halcón con su madre.
Junto a ellos y en tronco que crecía en medio del la corriente había una hermosa garza azul.
Pero en la base del mismo árbol Carlos nos llamó la atención sobre una cría de cocodrilo que estaba tomando el sol. Como para bañarse en el río....
Tocaba una parada para comer. Los guías sacaron un poco de fruta, ensalada, sandwiches y zumo y en las mesas de la playa disfrutamos de un rápido y modesto tentempié.
Tras un rato de descanso emprendimos la segunda caminata del día, hacia el interior del parque. Esta zona era una selva mucho más tupida y el sendero estaba menos trabajado. Aquí vimos menos animales, por no decir ninguno, pero el camino era mucho más bonito por una selva mucho más exhuberante y con un relieve más accidentado.
Nos toco de nuevo descalzarnos y atravesar el mismo río Pardo pero con mucha más corriente.
Río arriba pasamos junto a una pequeña catarata en la que pararíamos a la vuelta.
Unos 500 metros más adelante llegamos al final del paseo, una hermosa cascada en un claro de la vegetación llamada Catarata San Pedrillo, un lugar precioso pero de difícil acceso, saltando por rocas.
Casi sin tiempo para disfrutar del espectáculo volvimos sobre nuestros pasos a la catarata que habíamos dejado atrás donde el guía nos ofreció 20 minutos para el baño que fue chulísimo. No todos los dias se puede uno pegar un baño en un arroyo de una selva tropical con una cascada y probablemente rodeado por todo tipo de peligros animales y microbiologicos
Aquí me tenéis cual sirena
Los 20 minutos se hicieron muy cortos y en un suspiro Carlos nos obligó a salir y volver a la caseta.
Y con eso se terminó el día en Corcovado. Montamos en la barca y reemprendimos el largo viaje de vuelta. Aunque vimos otra ballena, esta vez ya no paramos. Sí que hicimos otra parada ya en el manglar para ver unos perezosos que los guías tenían localizados.
El paseo por el manglar con el sol ya muy bajo fue también muy bonito.
Finalmente casi al final del paseo paramos para ver un oso hormiguero que estaba dormitando en un árbol, de nuevo otro conocido de los guías. La verdad es que se veía muy mal y tuvimos que imaginárnoslo más que verlo, pero ¡tampoco era cuestión de despertarle!
Finalizado el viaje, repartimos propina, nos despedimos del resto del grupo, montamos en la van y en una hora estábamos de vuelta en el hotel.
El día había sido largo e intenso pero el tiempo en el parque se nos había hecho muy corto y la verdad es que había resultado un poco decepcionante. Es verdad que habíamos visto ballenas, coatíes, osos hormigueros y que la experiencia de selva había sido interesante. Sin embargo los traslados (3 horas ida y 3 horas vuelta) nos habían llevado más tiempo que lo que estuvimos propiamente el parque (apenas 5 horas). Además apenas habíamos arañado la superficie del parque, visitando solo su periferia más turística. El verdadero Corcovado se debe disfrutar pernoctando en la selva, despertándose con los ruidos de los animales y caminando por el corazón de esta maravilla.
Pero es lo que hay, ¡menos es nada! Al menos lo habíamos visto un poco .
Después de relajarnos un rato en la piscina (¿he dicho ya que poder bañarse por la noche en una piscina aislada del resto del mundo es un privilegio impagable?) y asearnos nos acercamos a la playa de Dominical para una cena temprana en un excelente restaurante tailandés llamado Phat Noodle y nos acostamos temprano derrengados.
Pero antes, en una de las farolas del hotel nos encontramos una de esas imágenes que sólo se pueden ver en Costa Rica: una mantis religiosa gigante junto a una salamanquesa